Resumen
Capítulo 31: “La Biblioteca”
En 1963 la Biblioteca Nacional convoca a un concurso de narración en el que los participantes deben aprenderse de memoria el cuento de un escritor reconocido y narrarlo. Reinaldo se postula, pero como no se le ocurre ningún autor, narra uno escrito por él, “Los zapatos vacíos”. Al día siguiente lo convocan para que vaya a la Biblioteca Nacional: habían quedado sorprendidos por el cuento. Reinaldo se presenta y allí conoce a un grupo de intelectuales y escritores que trabajan en la Biblioteca: Eliseo Diego, Cintio Vitier, su esposa Fina García Marruz, María Teresa Freyre de Andrade, creadora y directora de la Biblioteca Nacional, y Maruja Iglesias Tauler, su subdirectora.
Rápidamente, Maruja consigue que Reinaldo comience a trabajar en la Biblioteca, y allí se inicia un periodo decisivo para su formación literaria. Entre sus nuevos conocidos, la mayoría son críticos y desafectos a Fidel Castro. Sin embargo, tanto Eliseo como Cintio se vuelven con el tiempo voceros del régimen y pierden su honestidad literaria e intelectual. En cuanto a Fina, Reinaldo considera que siempre fue “una poeta superior a su esposo”, pero debido al machismo de la sociedad en que se había criado, sólo cumplía el rol de “ser la esposa obediente” (99). Poco a poco, la Biblioteca comienza a ser tildada como “un centro de corrupción ideológica” (100). En parte, esto sucede porque tanto María Teresa y Maruja, como gran parte de las mujeres que allí trabajan, son lesbianas. Por este motivo, terminan destituyendo de su cargo a María Teresa.
Bajo la nueva dirección, tanto los libros tachados de “diversionismo ideológico“ como aquellos “que pudiesen tener cualquier tema relacionado con las desviaciones sexuales” (100) terminan desapareciendo de la Biblioteca. Ante estos cambios, Reinaldo decide dejar su trabajo allí.
Durante ese periodo, Reinaldo escribe su primera novela de la adultez, Celestino antes del alba, la cual presenta en un concurso de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba), ganando el primer premio y su publicación. Además, uno de los miembros de la UNEAC, Miguel Barniz, lo contacta luego de ello y comienzan a intimar y convivir durante unos meses.
En 1966, Reinaldo presenta nuevamente en la UNEAC su segunda novela, El mundo alucinante. La novela recibe la primera mención, aunque dos miembros del jurado, Alejo Carpentier y José Antonio Portuondo, se oponen a ella, por preferir una obra más alineada con el régimen castrista. Debido a esta oposición, Reinaldo no consigue el premio. Pese a ello, otro miembro del jurado, Virgilio Piñera, se contacta con Reinaldo para ayudarlo a mejorar la redacción de su novela.
Capítulo 32: “El Instituto del Libro”
Gracias a su reconocimiento literario y a la ayuda de Miguel Barniz, Reinaldo comienza a trabajar en el Instituto Cubano del Libro. Allí conoce a su director, Armando Rodríguez, un conocido homosexual en Cuba. Armando es amigo de Fidel Castro, por lo que nunca tiene que pagar las consecuencias de su orientación sexual.
Capítulo 33: “Las cuatro categorías de las locas”
Reinaldo realiza una clasificación de los homosexuales pasivos, las ‘locas’, en cuatro categorías distintas. Primero se encuentra “la loca de la argolla (...), el tipo de homosexual escandaloso que, incesantemente, era arrestado en algún baño o en alguna playa” (103). Un ejemplo de ‘la loca de la argolla’ es un amigo que se hizo en la Biblioteca Nacional, llamado Tomasito La Goyesca. Luego se encuentra ‘la loca común’, aquellos que exhiben menos su homosexualidad y, por ello, corren menos riesgos. En esta clasificación entra su amigo Reinaldo Gómez Ramos. A ellos le siguen ‘las locas tapadas’, aquellos que se casan, tienen hijos y una vida heterosexual, pero que, a escondidas, circulan baños y espacios públicos en busca de hombres. Muchas veces, ‘las locas tapadas’ terminan denunciando a otros homosexuales. Finalmente se encuentran ‘las locas regias’, aquellos que pueden exhibir plenamente su homosexualidad sin peligro, puesto que tienen contacos o amistades en el Gobierno. Entre ellos se encuentra Alfredo Guevara, íntimo amigo de Fidel Castro.
Capítulo 34: “Virgilio Piñera”
Reinaldo comienza a visitar diariamente a Virgilio Piñera para que este le enseñe cuestiones ligadas a la redacción literaria. Rápidamente, este hombre se transforma en su mentor y amigo. Virgilio es “homosexual, ateo y anticomunista” (105) y siempre se había arriesgado a publicar y promover literatura adversa a las restricciones moralistas cubanas. A diferencia de otros intelectuales, él no traiciona su honestidad intelectual durante el régimen castrista, y por eso cae en desgracia. Los que no son como él se vuelven personas mediocres y envilecidas “porque en los sistemas políticos siniestros, se vuelven siniestras también muchas de las personas que los padecen; no son muchos los que pueden escapar a esa maldad delirante y envolvente de la cual, si no se excluye, perece” (108).
Capítulo 35: “Lezama Lima”
A raíz de su publicación de Celestino antes del alba, Reinaldo conoce a Lezama Lima, un hombre “que había hecho de la literatura su propia vida (...) una de las personas más cultas” (109) que llega a conocer en su vida. Aunque Virgilio y Lezama son muy distintos, ambos tienen en común la misma honestidad intelectual y ninguno sería capaz de “dar un voto a un libro por oportunismo político”. Por este motivo, terminan “siendo condenados al ostracismo”, “a la plena censura” y a “una suerte de exilio interior” (110).
Ambos son homosexuales pero, mientras Virgilio gusta “de los hombres rudos, los negros, los camioneros”, Lezama tiene “preferencias helénicas”, tiene “un culto extremo hacia la belleza griega y, desde luego, hacia los adolescentes” (110). Con el tiempo, la persecusión y discriminación que sufren los llevan a unirse y comienzan a compartir mucho tiempo en la casa de Lezama, junto a la esposa de este, María Luisa Bautista. A pesar de la homosexualidad de Lezama, María Luisa y él se aman profundamente.
Las reuniones entre María Luisa, Lezama y Virgilio tienen para Reinaldo “un carácter simbólico” y representan “el fin de una época, de un estilo de vida, de una manera de ver la realidad y superarla mediante la creación artística y una fidelidad a la obra de arte por encima de cualquier circunstancia” (112).
En 1969, Lezama lee en la Biblioteca Nacional una conferencia llamada “Confluencias”, una “ratificación de la labor creativa, del amor a la palabra, de la lucha por la imagen completa contra todos los que se oponían a ella”. En esta conferencia, Lezama expresa que la belleza es conflictiva para toda dictadura, porque va más allá de los límites a través de los cuales las dictaduras someten a los hombres. Por eso los dictadores intentan siempre destruirla: “La belleza bajo un sistema dictatorial es siempre disidente” (113).
Capítulo 36: “Mi generación”
Más allá de su amistad con Virgilio y Lezama, Reinaldo tiene una gran cantidad de amigos de su generación con los que comparte intereses literarios y eróticos. Lamentablemente, la mayoría cae en desgracia como consecuencia del régimen: Nelson Rodríguez termina siendo fusilado, Hiram Pratt, “alcoholizado y envilecido” (114); José Hernández, apodado ‘Pepe el Loco’, acaba suicidándose; Luis Rogelio Nogueras muere en condiciones sospechosas; Norberto Fuentes se transforma primero en agente del Estado y luego cae en desgracia; Guillermo Rosales “se consume en una casa para deshabilitados en Miami” (115). El propio Reinaldo espera una muerte inminente en el exilio.
Arenas reflexiona acerca del destino de su generación y considera que son víctimas de un pueblo y una tradición “que nunca han podido tolerar la grandeza ni la disidencia” (115). Considera, además, que ello no es sólo algo característico de Cuba sino de toda la tradición latinoamericana. Los sistemas totalitarios acaban con los escritores de dos formas: los compran o los persiguen. Aquellos intelectuales que se dejan comprar terminan también en la desgracia, aunque de un modo más lamentable e indigno. Reinaldo sitúa a Alejo Carpentier dentro de este segundo grupo y dice que, a pesar de su indiscutible talento, no ha vuelto a escribir nada de valor luego de El siglo de las luces.
Reinaldo piensa en su país como aquel río de su infancia “que lo arrastraba todo con un estruendo ensordecedor”, río que los “ha ido aniquilando, poco a poco, a todos” (116). Pese a ello, su generación se las arregla clandestinamente para conspirar contra el régimen y disfrutar de su sexualidad.
Capítulo 37: “Un viaje”
Reinaldo recuerda un viaje que realizó junto a su amigo Hiram Pratt hacia Guantánamo y luego a la Isla de Pinos, una verdadera “aventura erótica” (118). En todas las playas, en todos los transportes y pueblos por los que pasan, Reinaldo y su amigo consiguen hombres con los cuales acostarse, muchas veces en espacios públicos. Varios de los hombres con los que intiman son reclutas del régimen que “pasaban largos meses de abstinencia” (119). Reinaldo reflexiona que toda “dictadura es casta y antivital” y que es lógico que Fidel Castro los persiga tratando “de eliminar cualquier ostentación pública de la vida” (119).
Capítulo 38: “El erotismo”
Los sesenta son años de gran erotismo para Reinaldo y sus amigos, quienes consiguen bugarrones en los cuarteles, en las universidades y, sobretodo, en las playas, donde muchas veces terminan acostándose a escondidas con hombres heterosexuales, mientras sus familias disfrutan del mar y de la arena. Sin embargo, sus aventuras eróticas no siempre terminan bien. Muchas veces, los hombres que se llevan a la cama terminan siendo informantes u oficiales castristas y ellos deben huir para no ser golpeados, arrestados o asesinados.
Para entonces, lo mejor que les puede suceder es conseguir una casa alquilada cerca de las playas de Guanabo. Cuando lo logran, Reinaldo y sus amigos se pasan el tiempo entre escribir y leer literatura, y acostarse con todos los hombres que les es posible. En esa época, reflexiona, “lo erótico y lo literario marchaban de la mano” (127) y de allí le nace la idea de escribir su novela Otra vez el mar. Aunque Reinaldo suele ocupar el rol sexual pasivo, algunas veces hace “el papel de hombre” (128).
Cuando no está en la playa o junto a sus amigos, Reinaldo vive en el cuarto de criados de su tía Orfelina, quien es informante de la Seguridad del Estado. Ello es un problema, porque muchos de sus amantes se presentan en esa casa a buscarlo, poniéndolo en aprietos.
Por su parte, en La Habana también se disfruta de “otra vida sexual poderosísima; subterránea, pero muy evidente” (130). Reinaldo cree que nunca hubo tanto sexo en Cuba como en los años sesenta, justamente cuando se crean todas las leyes contra los homosexuales, se exalta al machismo, se pregona la necesidad del ‘hombre nuevo’ y se lleva a los desviados a los campos de concentración. Incluso, muchos de los soldados castristas practican la homosexualidad en secreto, demostrando “una ternura y una manera de gozar” que a Reinaldo le “ha sido difícil de encontrar en cualquier otro lugar del mundo” (131). La propia clandestinidad transforma la búsqueda sexual en una “aventura en sí misma, aún cuando no llegara a culminar en el cuerpo deseado” (131). Reinaldo cree que “si una cosa desarrolló la represión sexual en Cuba fue, precisamente, la liberación sexual” (132).
Desde el exilio, Reinaldo reflexiona que, “en las sociedades más civilizadas” (133), se produce en una división entre las personas en la que “la loca se reúne con la loca y todo el mundo hace de todo” (132), en lugar de dividirse las prácticas sexuales entre activos y pasivos. A pesar de los derechos que obtienen los homosexuales en otros países, Reinaldo sostiene que “Lo ideal de toda relación sexual es la búsqueda de lo opuesto y por eso el mundo homosexual actual es algo siniestro y desolado; porque casi nunca se encuentra lo deseado” (133).
Reinaldo destaca las “tres cosas maravillosas” que disfrutó durante la década del sesenta: “su máquina de escribir (...), los adolescentes irrepetibles de aquella época en la que todo el mundo quería liberarse (...), y, por último, el pleno descubrimiento del mar” (135). Recuerda, además, que el mar tenía para él “resonancias eróticas” (137), que le hacía olvidar el hambre de esos años en los que pocas veces comía, que “los obligaba a ser felices, aún cuando no querían serlo” (139). Quizá, contempla, sabían intuitivamente que el mar les proporcionaría de “una forma de escapar de la tierra donde eran reprimidos” (139).
Hacia fines de la década del sesenta, Reinaldo sufre una importante persecución como consecuencia de sus escritos y teme que se presente el Gobierno a robarle sus manuscritos. Para evitarlo, los termina escondiendo en la casa de su tía.
Capítulo 39: “Jorge y Margarita”
En el año sesenta y siete, el Gobierno realiza un evento llamado Salón de Mayo, que consiste en una exposición de pintores internacionales. En esa exposición, Reinaldo conoce al pintor cubano Jorge Camacho, que para entonces vivía en el exterior junto a su esposa Margarita. A pesar de la excelente recepción de las autoridades, Jorge y Margarita perciben que algo no anda bien en Cuba y Reinaldo se encarga de ponerlos al día con la realidad de su país. En ese momento, nace una relación de amistad entre ellos tres que se sostendrá hasta el día de la muerte de Reinaldo.
Al irse de Cuba, ellos encuentran las maneras de contactarse con Reinaldo a pesar del gran control de las autoridades. Además, Reinaldo consigue darles los manuscritos de El mundo alucinante, novela que, a pesar de haber ganado la primera mención en la UNEAC, nunca había logrado publicar debido a las censuras. Jorge y Margarita consiguen publicar su obra en el exterior y rápidamente cosecha un gran éxito y es publicada al francés. Lamentablemente, cuando las autoridades cubanas se percatan de ello, Reinaldo es puesto en la mira de la Seguridad del Estado. En principio, porque la novela no es afín a los ideales castristas y, por otro lado, por haber sido sacada clandestinamente del país.
Capítulo 40: “Santa Marica”
Temiendo perder los manuscritos de Otra vez el mar, Reinaldo los deja al cuidado de uno de sus mejores amigos del momento, Aurelio Cortés, quien a su vez los traslada a la casa de unas amigas suyas para que los cuiden. Pese a ello, las mujeres leen la novela y encuentran en sus páginas al propio Cortés como uno de los personajes, a quien Reinaldo bautiza bajo el nombre de ‘Santa Marica’, además de caracterizarlo como un hombre feo, dientón y virgen. Pese a que Reinaldo asegura que es otro de los tantos homenajes que realiza a sus amigos a través de la escritura, Cortés se enfurece con él y termina destruyendo los manuscritos, una obra que le había costado muchos años de trabajo. Reinaldo queda devastado y se toma el trabajo de volver a escribirla. En dos años la finaliza y esconde los manuscritos bajo el techo de la casa de su tía Orfelina Fuentes.
Capítulo 41: “Los hermanos Abreu”
Mientras reescribe Otra vez el mar, Reinaldo se hace amigo de los hermanos Juan, José y Nicolás Abreu. Junto a ellos y a Luis de la Paz organizan tertulias literarias clandestinas en las afueras de La Habana, donde comparten y escriben poemas para no “caer en la locura o la esterilidad, como ya habían caído otros escritores cubanos” (148) a causa de la vigilancia del régimen.
Capítulo 42: “El superestalinismo”
En 1968, se produce un acontecimiento que le termina de confirmar a Reinaldo que “bajo el sistema castrista ya no tenía nada que hacer” (150): la invasión soviética de Checoslovaquia. Pese a que Reinaldo y sus amigos pensaban que Castro iba a romper con la Unión Soviética, el presidente realiza un discurso en el que no sólo avala la invasión, sino que también pide la intervención de la Unión Soviética en caso de que Estados Unidos amenace a su régimen.
Para 1969, el país se prepara para la Zafra de los Diez Millones, un proyecto castrista de cosecha azucarera a gran escala. Con el objetivo de colaborar con la cosecha, la UNEAC envía a todos sus trabajadores, entre los que se encuentra Reinaldo, a los centrales azucareros.
Capítulo 43: “El central”
En 1970 Reinaldo llega a la central azucarera que es, “en realidad, una inmensa unidad militar” (154). Allí advierte que los reclutados son tratados como esclavos y que, en caso de escapar, se los acusa de desertores y los devuelven a la central para trabajar ahora de forma indefinida. Irónicamente, todo eso sucede “en el país que se declara a sí mismo como el Primer Territorio Libre de América” (155).
A pesar de la inmensa cantidad de trabajadores, la meta establecida por la Zafra de los Diez Millones parece imposible. Finalmente, Castro termina anunciando públicamente el fracaso del proyecto pero, para entonces, “Los campos habían quedado devastados, miles y miles de árboles frutales y palmas reales habían sido talados (...); y los centrales, por haber intentado doblar su productividad, estaban también destruidos” (158).
Capítulo 44: “Olga Andreu”
Durante ese periodo, las reuniones entre intelectuales sólo pueden hacerse en forma clandestina. Uno de los lugares en los que Reinaldo y otros escritores se reúnen es en la casa de Olga Andreu, mujer que estaba “al margen de toda crítica implacable y de todo riesgo oportunista” (160). Finalmente, el contexto lleva a Olga a suicidarse. Para Reinaldo, su muerte constituye “un acto vital” ya que “hay épocas en las que seguir viviendo es rebajarse”. Ahora, Olga se encuentra en una “región sin tiempo, donde (...) ha querido entrar con toda su jovialidad y su dignidad intactas” (160).
Capítulo 45: “El «caso» Padilla”
En 1971, la Seguridad de Estado apresa a Heberto Padilla, poeta crítico al Gobierno que había publicado Final de juego, obra que le proporciona una fama internacional. A Padilla lo encarcelan junto a su esposa durante más de treinta días, donde sufre torturas e intimidaciones y lo presionan para que se retracte públicamente. Luego, la UNEAC invita a muchos intelectuales cubanos a participar de su confesión, “una noche siniestramente inolvidable” en la que Heberto se arrepiente “de todo lo que había hecho, de toda su obra anterior, renegando de sí mismo, autotildándose de cobarde, miserable y traidor” (162). Además, Padilla denuncia en la misma confesión a otros intelectuales que, al igual que él, habían tenido actitudes contrarrevolucionarias. La Seguridad del Estado filma la confesión y luego la muestra por todos los ámbitos intelectuales del mundo. Especialmente, se la muestra a todos los escritores latinoamericanos que se habían manifestado en contra del arresto de Padilla: “Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Juan Rulfo y hasta el mismísimo García Márquez, hoy convertido en una de las vedettes más importantes que tiene Fidel Castro” (163).
En simultáneo a la confesión de Padilla, el Gobierno organiza el Primer Congreso de Educación y Cultura, “que trataba acerca de todo lo contrario de lo que su nombre anunciaba” (163). En el Congreso, se dictan preceptos contra la moda, considerada como una forma de diversionismo ideológico y de penetración del imperialismo norteamericano. También se atenta contra la homesexualidad, alegando que se trata de una patología y se decide que todo homosexual “que ocupase un cargo en los organismos culturales” debía ser “separado, inmediatamente, de su centro de trabajo” (164). Allí comienza el parametraje, que consiste en la recepción de un telegrama en el que se informa la expulsión del cargo laboral.
El Primer Congreso de Educación y Cultura promueve una “caza de brujas” contra intelectuales y homosexuales, dejando “muy pocas opciones para los escritores o para cualquier persona en aquel país” (165). Además, en 1970, Fidel proclama que “todo el que quería irse del país ya lo había hecho, convirtiendo la Isla en una cárcel cerrada, donde todo el mundo, según él, estaba feliz de permanecer” (164). Esto ocasiona que muchos de ellos terminen volviéndose policías; entre ellos, los amigos de Reinaldo Coco Salá e Hiram Pratt.
Capítulo 46: “La visita a Holguín”
En los años setenta, Reinaldo visita a su madre en Holguín, pero sale de la casa familiar más triste aún de lo que había llegado. Su madre teme que Reinaldo termine en la cárcel e intenta convencerlo de que se case con una mujer. Durante ese periodo, además, la relación con su tía es insostenible. Ella intenta echarlo de la casa y es, además, una mujer cruel y ladrona que intercepta sus correspondencias y constantemente busca razones para delatarlo con la Seguridad del Estado.
Capítulo 47: “Nelson Rodríguez”
Por esos años, Reinaldo recibe la visita de su amigo Nelson Rodríguez, quien le confiesa que tiene pensado huir del país y le pide una carta de recomendación para poder publicar un libro de cuentos en el extranjero. A los días, Reinaldo se entera de que Nelson había sido detenido luego de intentar desviar un avión hacia Estados Unidos. Debido a ello, a Nelson lo condenan a muerte y luego lo fusilan. La asociación entre Reinaldo y Nelson complica aún más la relación con su tía.
Capítulo 48: “La boda”
Reinaldo decide casarse ya que sólo de ese modo puede adquirir una casa a través de la UNEAC e irse del hogar de su tía. Le realiza la propuesta a Ingrávida González, una actriz divorciada y liberal que gusta de tener una vida sexual sin los compromisos del matrimonio. Ingrávida accede a la propuesta ya que “la mujer, como el homosexual, son considerados por el sistema castrista como seres inferiores”, mientras que “Los machos podían tener varias mujeres y esto se veía como un acto de virilidad. De ahí que las mujeres y los homosexuales se unieran, aunque sólo fuera como una manera de protegerse” (178). Pese a ello, la UNEAC no accede al pedido de la casa y Reinaldo debe de seguir viviendo en la casa de su tía, al tiempo que ayuda a Ingrávida con su subsistencia y la de sus hijos.
Análisis
En esta sección se termina de definir la ya esbozada identidad sexual y literaria de Reinaldo Arenas y, como consecuencia de ella, su acérrima oposición al régimen castrista. Tanto el hecho de conseguir un puesto en la Biblioteca Nacional, como los triunfos consecutivos de sus obras Celestino antes del alba y El mundo alucinante en los concursos celebrados por la UNEAC, poseen en su trayectoria literaria un carácter inaugural que podemos interpretar en un doble sentido: por un lado, le permiten congraciarse como autor tanto en el campo intelectual cubano al que pertenece como en el exterior. Por el otro, la exportación clandestina de El mundo alucinante para su publicación en el extranjero opera como detonante para sus conflictos políticos posteriores con la Seguridad del Estado cubana.
Cabe mencionar que Reinaldo es contemporáneo al boom latinoamericano, fenómeno literario que surge en la década de 1960, cuando un grupo de jóvenes novelistas de América Latina comienza a ser ampliamente difundidos en el mercado literario internacional. El boom latinoamericano coincide -y es deudor, en parte- con el triunfo de la Revolución cubana en 1959, momento histórico en el que la mirada de todo el mundo se centra en la situación política, social y cultural de Cuba. Debido a ello, desde el momento en que Reinaldo cobra relevancia en los ámbitos intelectuales, se ve impulsado a posicionar su vida y su obra, no sólo en relación con los acontecimientos políticos de su país, sino también con los posicionamientos que otros intelectuales de su época realizan frente a ellos.
En este marco, Arenas asume posiciones políticas frente a los distintos acontecimientos de los que es testigo: el apoyo a la invasión de Checoslovaquia, las vejaciones y confesión de Heberto Padilla, la celebración del Primer Congreso de Educación y Cultura, y la explotación laboral realizada en nombre de la Zafra de los Diez Millones, entre otros. De esta manera, Reinaldo critica y toma distancia de algunos intelectuales, como Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier -ambos referentes del boom y afines al Gobierno de Castro-, al tiempo que se inscribe en la herencia literaria de los escritores homosexuales Virgilio Piñera y Lezama Lima, con quienes se identifica y que, además, son sus amigos y maestros.
Las reuniones con Virgilio y Lezama, como dijimos, son fundamentales para la conformación de una identidad literaria en Reinaldo, ya que ellos representan la figura del intelectual subversivo y rebelde con el que él se siente representado:
“Virgilio y Lezama tenían muchas cosas diferentes, pero había algo que los unía y era su honestidad intelectual. Ninguno de los dos era capaz de dar un voto a un libro por oportunismo político o por cobardía, y se negaron siempre a hacerle su propaganda al régimen; fueron, sobre todo, hombres honestos con su obra, y honestos con ellos mismos” (110)
En el extremo opuesto se encuentran aquellos intelectuales que, por el contrario, Reinaldo considera que han vendido sus principios, dentro y fuera de Cuba, ya sea para no perjudicar sus ganancias como para evitar la persecución del Gobierno. Cintio Vitier, Norberto Fuentes, Julio Cortázar, García Márquez y Carpentier son algunos de ellos. A pesar de sus críticas, sin embargo, Reinaldo considera que el comportamiento de estos intelectuales es una consecuencia directa del régimen castrista: “En sistemas políticos siniestros, se vuelven siniestras también muchas de las personas que los padecen; no son muchos los que puedan escapar a esa maldad delirante y envolvente de la cual, si uno se excluye, perece” (108).
A la importante presencia del tema de “La escritura”, respecto a la conformación de la identidad literaria de Reinaldo, se le suma en esta sección el tema de “La homosexualidad”. Ambos tópicos se retroalimentan recíprocamente como las dos formas de reacción política de Reinaldo frente al castrismo. En palabras de José Ismael Gutiérrez: “En tanto actividades subversivas, la escritura y el sexo se interrelacionan estrechamente, y ambas prácticas se destinan a la crítica feroz y a la destitución del discurso político oficial cubano” (2005: 106).
La identidad homosexual de Reinaldo, ya presente aunque reprimida y oculta en los capítulos anteriores, ahora termina de afirmarse plenamente, encontrando su mayor apogeo en el Capítulo 38, “El erotismo”. Cabe señalar, sobre ello, que el Capítulo 11 lleva el mismo título y es la única repetición de nombres que se produce entre todos ellos. Sin embargo, mientras que el primero narra su iniciación sexual infantil en el campo, el segundo presenta un segundo despertar: ahora su homosexualidad se manifiesta no sólo en el ámbito privado y oculto, sino también en lo literario, político y social. Ahora, Reinaldo se presenta abiertamente como un disidente sexual. En este sentido, es posible afirmar que esta sección Reinaldo termina por hacer pública y visible su homosexualidad, lo que se suele denominarse bajo la expresión “salir del clóset”.
Dos temas son fundamentales en este nuevo despertar sexual: “La amistad” y “La libertad”. Al margen de Virgilio y Lezama, escritores de generaciones anteriores, y de quienes Reinaldo se siente heredero y discípulo, otra cantidad mayor de amigos de su propia generación comienzan a aparecer en estas páginas. Con ellos, Reinaldo comparte intereses tanto sexuales como literarios, llegando a conformar una verdadera comunidad. Frente a un estado de continua persecución que lo lleva a sentirse apresado, las aventuras eróticas y tertulias literarias que comparte con sus amigos se presentan como una búsqueda activa para alcanzar la libertad.
La amistad, el sexo, la literatura y la libertad se despliegan a lo largo de estas páginas en ese escenario ideal que son las paradisíacas playas de Cuba: “Tres fueron las cosas maravillosas que yo disfruté en la década del sesenta: mi máquina de escribir, ante la cual me sentaba como un perfecto ejecutante se sienta ante un piano; los adolescentes irrepetibles de aquella época en la que todo el mundo quería liberarse, seguir una línea diferente a la línea oficial del régimen y fornicar; y por último, el pleno descubrimiento del mar” (135).
La playa, en este punto, constituye un verdadero leitmotiv cargado de imágenes sensoriales que erotizan y estimulan creativamente a Reinaldo y sus amigos: “El mar era realmente lo que más nos erotizaba” (126,127). Pero, además, el mar -y el agua, en general- representa simbólicamente al tema de la libertad; en este caso, la sexual.
Los nuevos espacios de socialización homosexual que Reinaldo y sus amigos circulan se encuentran poblados, además, de ‘locas’ y ‘bugarrones’, clasificación tajante y binaria que el propio autor da a aquellos homosexuales que ejercen, respectivamente, el rol sexual de pasivos y activos. Resulta curioso, en este punto, que Arenas nunca explicite cuál es su lugar dentro de esa clasificación, ya que, aún cuando afirme gozar más al ocupar el rol pasivo, él mismo confiesa disfrutar en algunas situaciones “el papel de hombre” (128).
Nuevamente, al igualar los roles sexuales opuestos loca/bugarrón con los géneros hombre/mujer, Reinaldo reproduce lo que David Vilaseca define con el nombre de “heterosexualization of homosexuality” -heterosexualización de la homosexualidad- (1997: 364). Si a ello le sumamos el tono burlón con el que describe a los distintos tipos de loca en “Las cuatro categorías de las locas”, se entiende, tal como señala José Ismael Gutiérrez, que la crítica califique de “predominantemente machista” y de “inmadura y desoladora la concepción areniana sobre la homosexualidad” (2005: 116).