Pese a que Arenas critique duramente la represión sexual del Gobierno de Cuba, es allí donde experimenta su mayor plenitud erótica.
En Antes que anochezca, uno de los principales motivos de confrontación con el castrismo se debe a la represión que Arenas y la comunidad homosexual sufren bajo su Gobierno. Pese a ello, cuando Reinaldo consigue el exilio, queda rápidamente decepcionado por la cultura sexual de Estados Unidos, a la que considera “algo siniestro y desolado; porque casi nunca se encuentra lo deseado” (133). En parte, su rechazo a la comunidad homosexual estadounidense se debe a que no encuentra allí la sensación de peligro y misterio que tanto lo estimulaban en la Cuba castrista. Pero, por otro lado, también se debe al hecho de que los roles sexuales activos y pasivos -bajo su punto de vista: los roles de mujer y hombre- no se encuentran definidos allí del mismo modo que en Cuba. Irónicamente, pese a las críticas que le hace a la represión sexual cubana, es allí donde más disfruta de su sexualidad. Más aún, Reinaldo reproduce en el exilio las formas machistas de concebir las relaciones homosexuales que incorporó en Cuba.
Aunque Cuba se autoproclame como el Primer Territorio Libre de América, demuestra lo contrario al mantener prácticas esclavistas en las centrales azucareras.
En el Capítulo 43 que lleva por título “El Central”, Arenas narra su experiencia en una de las plantas cañeras a la que lo manda el Gobierno cubano, junto a otros miles de jóvenes, para cortar cañas de azúcar con el objetivo de alcanzar la producción conocida como la “Zafra de los Diez Millones”. El objetivo de esta producción masiva se orienta a mejorar la situación financiera de la Isla, cuya economía depende en gran medida de la exportación del azúcar.
Arenas señala la ironía de que Cuba, “el Primer Territorio Libre de América” (155), haya utilizado al ejército y al Servicio Militar Obligatorio para enviar a jóvenes a trabajar forzadamente en las centrales azucareras. Incluso señala que, aquellos jóvenes que se escapaban aunque sea un fin de semana para ver a su familia, luego terminaban condenados a trabajar en las plantas “de manera indefinida, como esclavos” (155).
Pese a lo que uno podría esperar, el Primer Congreso de Educación y Cultura no solo no mejora la cultura cubana, sino que la destruye.
Mientras la Seguridad del Estado obliga al escritor Heberto Padilla a arrepentirse públicamente de ser un contrarrevolucionario y a renegar de toda su obra, el Gobierno cubano celebra el Primer Congreso de Educación y Cultura. En el Congreso se dictan postulados en contra de la moda y de todas aquellas expresiones culturales que pudieran ser consideradas como una forma de “diversionismo ideológico” o como “una sutil penetración del imperialismo norteamericano” (164). Sin embargo, el mayor encarnizamiento se produce contra los homosexuales, sobre quienes se postula que deben abandonar inmediatamente cualquier cargo en los organismos culturales. Irónicamente, los efectos del Primer Congreso de Educación y Cultura son nefastos para la cultura cubana.
Aunque Arenas esperaba un buen recibimiento editorial en el exilio, ahora que salió de Cuba y es libre para expresarse y escribir a nadie le interesa su obra.
En “La revista Mariel”, Reinaldo se queja de que, mientras vivía en Cuba, sus libros “eran objeto de estudio en Nueva York” (322). Al exiliarse, sin embargo, los intelectuales de izquierda fueron dejando paulatinamente de leerlo y comenzaron a criticar y cuestionar su decisión de abandonar Cuba. Incluso, algunos de los editores que se enriquecieron publicando las novelas y obras que pudo sacar clandestinamente de su país ahora se niegan a retribuirle lo que le corresponde por las ventas. Esta situación no se reduce a él, sino que pasó lo mismo con todos los demás cubanos que se habían exiliado: “Irónicamente”, señala Arenas, “estando preso y confinado en Cuba, tenía más oportunidades editoriales” (322).