El campo
Los primeros capítulos de Antes que anochezca se encuentran plagados de imágenes sensoriales asociadas al campo donde Reinaldo pasa su infancia. Imágenes que, de algún modo, alimentan su temprana creatividad, proporcionándole una imaginación que con los años se volcará sobre la literatura. Los terribles aguaceros con su ensordecedor sonido, las noches repletas de estrellas y extrañas visiones que lo atormentan, los muchachos que se bañan desnudos en el río, la neblina que cubre todo de un aspecto fantasmático, los sonidos de los pájaros e insectos de la naturaleza, los comportamientos eróticos y violentos de los animales, el sabor de la tierra y las comidas de su abuela; estas y otras imágenes sensoriales se conjugan nostálgicamente en los recuerdos de Reinaldo, quien considera su infancia como un periodo de iniciación erótica y creativa.
La playa y el mar
Arenas dedica una gran cantidad de páginas a describir las playas y los mares cubanos, espacios que aparecen indisociablemente vinculados el tema de la homosexualidad. Estos paisajes se construyen mediante el acompañamiento de imágenes y anécdotas eróticas, en las que Reinaldo puede olvidar al menos momentáneamente el estado de precariedad, hambre y persecución en el que se encuentra. El frescor del agua, la desnudez de los cuerpos sudorosos, el calor del sol y de la arena, hacen que “Llegar a una playa sea como llegar a una especie de sitio paradisíaco”, donde “todos los jóvenes allí querían hacer el amor” y “siempre había decenas de ellos dispuestos a irse con uno a los matorrales” (119). Sobre ello, Arenas concluye: “El mar era realmente lo que más nos erotizaba” (126-127).
La ‘rehabilitación’ de Heberto Padilla
Mientras lo trasladan de vuelta al Castillo del Morro, Reinaldo observa desde el vehículo militar a Heberto Padilla. Su aspecto “blanco, rechoncho y desolado” le parece “la imagen de la destrucción” (241). Para Reinaldo, Padilla había sido un referente literario por su escritura poética y sus obras en las que se oponía con maestría al régimen castrista. Debido a ello, a Padilla lo encarcela la Seguridad del Estado y, luego de más de un mes de torturas y hostigamientos, es coaccionado para que se retracte públicamente de su vida y su obra. En el momento en que lo ve, Reinaldo está por conseguir que lo lleven a una nueva prisión donde irán a ‘rehabilitarlo’. La imagen de Padilla, sin embargo, se le presenta como un presagio funesto: “a él también habían logrado «rehabilitarlo»” y “ahora se paseaba por entre aquellos árboles como un fantasma” (241).
La cárcel
Los capítulos dedicados al encarcelamiento de Reinaldo presentan una gran y variada cantidad de imágenes sensoriales sórdidas que, en su conjunto, logran transmitir la sensación de aprehensión que vive en prisión. No más llegar al Castillo del Morro, a Reinaldo lo aqueja el ruido de los cientos de presos que, como “extraños monstruos; se gritaban entre sí y se saludaban, formando una especie de bramido unánime” (203). Además, “la peste y el calor” lo abruman y él no puede creer que deberá pasar “meses o años en una litera llena de chinchas, en medio de aquel calor horrible” (205). También debe aprender a convivir con el aroma y la presencia de los excrementos, ya que es imposible llegar al baño “sin llenarse de mierda los pies, los tobillos, y después, no había agua para limpiarse” (206). A ello se le suman las violentas imágenes de los presos golpeados, torturados y muertos. En medio de este entorno, la propia imagen de Reinaldo sufre una transformación cuando, al intentar comer un pan viejo, se parte dos de sus dientes frontales. Esta situación lo angustia sobremanera, ya que para él era muy importante “ser agradable a la vista y poder sonreír” (238).