Entre los años 1960 y 1970, surge un fenómeno literario, editorial y cultural, a escala internacional, conocido como el ‘boom latinoamericano’. Este fenómeno se produce cuando un grupo de jóvenes escritores latinoamericanos alcanzan la fama internacional y comienzan a ser difundidos en forma masiva, tanto en Europa como en el resto del mundo.
En sus orígenes, el boom coincide con el triunfo de la Revolución cubana en 1959, momento histórico en el que la mirada de todo el mundo se centra en la situación política, social y cultural de América Latina. Entre sus características más distintivas, la novelística del boom tiende a tematizar la realidad regional de Latinoamérica, a introducir acontecimientos de la política y la historia local como elementos ficcionales, y a romper con los límites entre los géneros realistas y fantásticos, lo que será posteriormente conceptualizado como realismo mágico o, más específicamente, real maravilloso.
El periodo de iniciación literaria de Reinaldo Arenas -los años sesenta-, su nacionalidad cubana y algunas características temáticas y estéticas de su novelística conllevan a que la crítica tienda a englobar al autor dentro del conjunto de escritores que componen al boom. Miguel Correa Mujica señala la frustración que este tipo de asociaciones le producen al escritor, siendo que el boom es un “movimiento estético y editorial que política e ideológicamente excluye a Arenas” (2008).
A lo largo de Antes que anochezca, Reinaldo critica una y otra vez a aquellos escritores reconocidos que, por oportunismo político e intereses económicos, fueron incapaces de solidarizarse con todos los intelectuales cubanos que sufrían la censura y el hostigamiento estatal, sea por su orientación sexual o por cualquier otro motivo. En este sentido, Correa Mujica agrega: “El substrato político que compartían los novelistas del boom, y con el que formarían una alianza fue, sin duda, la Revolución cubana. (...) La Habana se convirtió en la capital cultural y política de los escritores del período. A principios de los años 60, el espaldarazo que los escritores hispanoamericanos (sobre todo, los no cubanos) dieron a la Revolución fue enorme. Pero esa alianza político-literaria también fue una remunerada estrategia. La relación fue de ayuda mutua: tanto la Revolución como los intelectuales se beneficiaban de ella” (2008).
Es decir, tanto el Gobierno revolucionario como aquellos intelectuales se ven beneficiados por el vínculo. Frente a ello, otros autores cubanos que, por distintos motivos son considerados subversivos para el castrismo, no sólo tienen dificultades para publicar en el país, sino que también son sistemáticamente censurados. Por este motivo, “los escritores del boom —no así su estética— se convierten para Arenas en versiones, con rostros y nombres, del enemigo” (2008).
En medio de estas tensiones, el encarcelamiento y posterior confesión de Heberto Padilla en 1971 -narrado por Reinaldo en el Capítulo 45 “El «caso» Padilla”- implicó una ruptura entre la relación de varios escritores e intelectuales con el Gobierno cubano. A Padilla lo encarcelan bajo la calificación de ‘subversivo’, como represalia por la lectura y escritura de literatura contraria o crítica al castrismo.
Luego de permanecer encerrado y sufriendo vejaciones más de treinta días, Padilla realiza una confesión pública en la que se arrepiente “de todo lo que había hecho, de toda su obra anterior, renegando de sí mismo, autotildándose de cobarde, miserable y traidor” (162). Sin embargo, muchos de los escritores del boom consideran que su confesión es falsa, producto de intimidaciones y torturas. Este acontecimiento genera el repudio de muchos intelectuales para con Fidel Castro y la división de muchos de los integrantes de este movimiento.