Resumen
Rima LVIII
El yo lírico se pregunta, de distintas maneras, quién estará con él cuando le llegue la hora de morir. Finalmente, se pregunta quién se acordará de él luego de que muera. Este poema consta de seis estrofas de cuatro versos. Su métrica es irregular y tiene rima asonante.
Rima LXI
El yo lírico afirma que su cuerpo se cansó de vivir. Si bien no es viejo, ha vivido de manera intensa. Por eso mismo, luego afirma que, si llegó su hora, no puede decir que no ha vivido. Este poema consta de tres estrofas irregulares. Su métrica es endecasílaba y hay tanto rima asonante como consonante.
Rima LXIX
El yo lírico compara el nacimiento con un relámpago al que aún le dura el fulgor cuando llega la hora de morir. Luego afirma que la gloria y el amor son sueños y que despertar es morir. Este poema consta de dos estrofas de tres versos cada una. Los dos primeros versos de cada estrofa son endecasílabos y el último es hexasílabo. La rima es consonante.
Rima LXXVII
El yo lírico comienza afirmando que la vida es un sueño febril. Al despertar del mismo, todo es vanidad y humo. Luego se lamenta porque la vida no es un sueño largo y profundo que dure hasta la muerte. Si así fuera, él querría soñar con el amor que tiene por su amada. Este poema tiene cuatro estrofas irregulares. La métrica también es irregular y hay rima asonante en los versos pares.
Rima XCVIII
El yo lírico, en tercera persona, afirma que la vida de los hombres es una nave que surca los mares y que su puerto es la eternidad. Este poema tiene una sola estrofa de cinco versos. La métrica es irregular y solo riman los últimos dos versos (rima asonante).
Análisis
Antes de hacer un análisis de los poemas sobre la muerte escritos por Bécquer, es necesario realizar una breve introducción acerca de cómo era abordado este tema durante el Romanticismo y, a partir de eso, sí ver cuáles son las afinidades y las diferencias al respecto en las Rimas del autor.
De manera sucinta, se puede afirmar que, en el Romanticismo, la muerte aparece como una tragedia noble. El espíritu romántico considera a la muerte como una salvación de la indiferencia e incomprensión que siente por parte de un mundo vil, materialista e indiferente. Como hemos dicho previamente, el Romanticismo es profundamente idealista y esos ideales chocan constantemente contra la realidad, al punto de que la muerte aparece como una instancia de libertad. En la muerte, el espíritu romántico se encuentra con algo verdadero y definitivo, que se contrapone a lo efímero y banal de la existencia.
Hecha esta breve introducción, podemos ver cómo se refleja esta concepción romántica de la muerte en las Rimas de Bécquer. Por ejemplo, en la rima LXXVII, el yo lírico afirma: “Es un sueño la vida / pero un sueño febril que dura un punto; / Cuando de él se despierta / se ve que todo es vanidad y humo… / ¡Ojalá fuera un sueño muy / largo y muy profundo / un sueño que durara hasta la muerte” (p. 88).
Para el yo becqueriano, la vida es un sueño. Sin dudas, él es un soñador que vive (o pretende vivir) por fuera de la realidad material, de acuerdo a sus propias reglas, a su propio modo de concebir la existencia. El hecho de que la vida sea un sueño no es presentado como un problema en sí (ni mucho menos). El problema es que la vida es un sueño del que, en un momento, el ser se despierta y aún sigue vivo, advirtiendo que todo lo que lo rodea es “vanidad y humo”. Esa vanidad y humo se corresponden con la visión romántica de que la realidad es indiferente, fría y superficial. La muerte, como vemos, aparece como una salvación (aunque fallida): el yo lírico desearía morir para no tener que vivir la vida, sin embargo despierta antes de morir.
Ahora bien, he aquí una paradoja. Según el yo lírico de Bécquer, la vida es un sueño. Por lo tanto, al despertar, el ser debería morir. Sin embargo, no muere, sino que se ve sometido a vivir en el humo y la vanidad. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿a qué se refiere el yo lírico becqueriano cuando habla de “despertar”?
La respuesta es simple: despertar es aceptar la vida real, material, y dejar de vivir en la ensoñación. Como hemos visto en los análisis previos, la realidad del yo lírico becqueriano se constituye a partir de sus sentimientos. No hay un mundo material preexistente. Es decir, si él está enamorado y siente que el cielo se deshace, entonces, el cielo se deshace. Despertar equivale, por lo tanto, a perder la capacidad soñadora de dejarse llevar y construir el mundo a partir de los propios sentimientos, para pasar a verlo tal cual es realmente. De un modo muy similar, en la rima LXIX, el yo lírico de Bécquer aborda esta unión entre “despertar” y “morir”. Dice: “La gloria y el amor tras que corremos / sombras de un sueño que perseguimos: / ¡Despertar es morir!” (p. 78).
Una de las críticas recurrentes a las Rimas de Bécquer (que se amplía al Romanticismo en general) es su carácter de inmadurez. Precisamente, se le reprocha esa idealización, esa pretensión de estar por fuera del mundo. Desde este punto de vista, las Rimas de Bécquer son consideradas inmaduras así como un adolescente puede ser considerado inmaduro por sus padres ya que no acepta vivir la vida real y prefiere “vivir en una nube” o “en otro planeta”. El yo lírico de Bécquer, en estos poemas, antes de despertar de su sueño y tener que vivir en este planeta, lleno de vanidad y humo, preferiría morir.
Al hacer alusión a la vida como sueño, no se puede obviar la obra de Calderón de la Barca llamada, precisamente, La vida es sueño. Esta obra teatral, canónica de la literatura española, fue estrenada en 1635, más de 200 años antes de la publicación de las Rimas, y se enmarca dentro del periodo barroco. Si bien sería forzado afirmar que entre la obra de Bécquer y la de Calderón de la Barca hay una relación directa, es interesante destacar la oposición existente entre ambas obras en relación a la temática de la vida como sueño y la muerte como despertar de ese sueño.
En la obra de Calderón de la Barca, la idea de que la vida es un sueño aparece como negativa. El periodo barroco tiene grandes influencias de la cultura grecolatina y, en consonancia con la filosofía platónica, se considera que lo onírico tiene menor importancia que lo real. Más aún, se debe despertar del sueño, de la ilusión para poder afrontar la vida con veracidad y no vivir de sombras. Esta idea (que, sobre todo, aparece con claridad en la “Teoría de la caverna” de Platón) subyace en la obra de Calderón y contrasta radicalmente con lo que propone Bécquer: la idea de que la vida es sueño y debería serlo hasta el final, ya que despertar es una tragedia que no ofrece verdad o materialidad alguna por la que valga la pena vivir. He aquí una de las particularidades destacadas del Romanticismo en oposición a todos los movimientos artísticos previos: la imaginación va por sobre la realidad hasta el punto de que esta no tiene verdadera importancia ni nada que ofrecer.
Ahora bien, además de estos poemas sobre la muerte, más ligados a lo filosófico, dentro de las Rimas de Bécquer aparece otra secuencia poética que tiene a este tema en el centro y que dista bastante de la concepción romántica del mismo. Por ejemplo, en la rima LVIII, el yo lírico, de diferentes modos se pregunta quién estará junto a él a la hora de morir: “Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar / a la orilla de mi lecho / ¿quién se sentará? / Cuando la trémula mano / tienda próximo a expirar / buscando una mano amiga / ¿quién la estrechará?” (p. 71). La última pregunta del yo lírico es quién se acordará de él tras su muerte.
Esta rima, claramente, está despojada de todo rasgo de heroísmo o redención por el hecho de morir. No hay nobleza en la muerte. No hay un mundo despreciable al que se abandona en pos de un destino verdadero y espiritual. Hay solamente desolación y dolor. En definitiva, no hay romanticismo, sino un esbozo desesperado de existencialismo ante una nada que se acerca al yo lírico.
En relación a este tipo de poemas de Bécquer sobre la muerte, puede ser útil revisar el aspecto biográfico del autor, ya que, más allá de la figura heroica-romántica que este construyó en relación a sí mismo a través de algunas de sus rimas, diversas biografías afirman que Bécquer sufría por la proximidad de la muerte, y que la construcción de sus poemas que despreciaban la vida en pos de la muerte eran, en realidad, un modo de salvaguardarse de lo inevitable. Cabe recordar que Bécquer se enfermó de tuberculosis a la temprana edad de los veintiún años y, de allí en más, vivió atravesado por el hecho de padecer una enfermedad que, en cualquier momento, podía llegar a causarle la muerte. Si ir más lejos, Bécquer murió a sus tempranos treinta y cuatro años.
La rima LXI es interesante al respecto. En esta, el yo lírico afirma: “pues aunque la verdad que no soy viejo / de la parte de vida que me toca / en la vida del mundo, por mi daño / he hecho un uso tal, que juraría / que he condensado un siglo en cada día” (p. 73). En este poema, el yo lírico realiza un procedimiento prácticamente inverso al que realiza en los poemas sobre la muerte. Destaca la vida material, destaca haberla vivido al máximo, acepta que le duele morir, pero se enorgullece de haber vivido cada día como si fuera un siglo. Tanto en esta última rima como en la rima LVIII, el yo lírico acepta la fatalidad de la muerte, en oposición a la fatalidad de la vida que presenta en los poemas sobre este tema.
La rima XCVIII, que aparece como la última de la obra, postula a la muerte como una fatalidad que no solo atraviesa al yo lírico sino a la humanidad entera. Este es un poema particular, que tampoco se condice con los preceptos románticos que, a veces, aparecen en el autor, ya que presenta un carácter más racional e, incluso, iluminista. Es como si el mismo Bécquer hubiera ido aceptando cada vez más su propia muerte y eso pudiera leerse en sus versos. Un proceso en el que el autor comenzó postulando a la muerte como una salvación, luego la transformó en un dolor personal, después en una aceptación personal y, finalmente, en una afirmación general, en el que dejó de lado su ego romántico y precisó “incluirse” en el colectivo de la humanidad para encontrar allí, en lo inevitable que no solo le acontecería a él, algún tipo de consuelo, incluso religioso, ya que, como veremos, menciona a la eternidad: “Nave que surca los mares / y que empuja al vendaval / y que acaricia la espuma / de los hombres es la vida: / su puerto, la eternidad” (p. 107).