Sacudimiento extraño / que agita las ideas, como / huracán que empuja las/olas en tropel; / murmullo que en el alma / se eleva y va creciendo / como volcán que sordo / anuncia que va a arder (...) / embriaguez divina / del genio creador / ¡Tal es la inspiración!
En esta cita, Bécquer presenta una de las condiciones fundamentales que debe tener el genio para ser tal: inspiración divina.
El genio en Bécquer es un ente que dentro suyo, contiene una fuerza natural (un huracán, olas, un volcán), esencial, que le otorga la sensibilidad para conectarse, precisamente, con la naturaleza así como también con las grandes ideas, y le da el poder de expresarlas sin precisar ningún tipo de mediación (formación y/o instrucción artística).
En definitiva, el genio becqueriano es presentado como una especie de “médium” que tiene la capacidad de hacer hablar a la naturaleza y a las grandes ideas que lo inspiran, instintivamente, naturalmente.
Brillante rienda de oro/ que poderosa enfrena / de la exaltada mente/ el volador corcel; hilo / de luz que en haces los / pensamientos ata (...) / ¡Tal es nuestra razón! Con / ambas siempre en lucha y de / ambas vencedor / tan sólo el genio puede / a un yugo atar a las dos.
Esta cita se conecta íntimamente con la cita previa. Tras describir en qué consiste la inspiración y postularla como una de las características que debe tener el genio para ser tal, el yo lírico postula la otra condición indispensable que este debe poseer: racionalidad.
El yo lírico afirma que para que la inspiración llegue a buen puerto y no sea solamente un cúmulo de sensaciones, se necesita algo más: un raciocinio que logre ordenar esas sensaciones caóticas que llegan a través de los sentidos. Unir la inspiración y la razón es algo que, solamente, el genio puede llevar a cabo.
Si bien la idea de "racionalidad" puede parecer contradictoria con el concepto romántico de "genio", en realidad, la razón a la que alude Bécquer es una razón instintiva, innata y no aprehendida mediante reglas. Es por esto que la racionalidad becqueriana se complementa con el concepto romántico de genio sin contradecirlo.
Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman / el cielo se deshace en rayos de oro / la tierra se estremece alborozada (...) / ¿Qué sucede? / ¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?
El amor, en Bécquer, es un sentimiento absolutamente irracional que exalta las emociones del yo lírico hasta extremos inusitados. En esta cita, por ejemplo, el amor se presenta como una entidad sublime que, cual si fuera un fenómeno natural, sacude el mundo.
Además, entre las características del Romanticismo se destaca la exaltación de la fantasía, y como vemos en esta cita, el yo lírico, entre otras cosas, afirma que el cielo se está deshaciendo y que la tierra está temblando. Esto está relacionado íntimamente con la importancia del yo y la subjetividad en el Romanticismo por sobre toda objetividad racional: lo que le sucede al yo lírico es presentado como si realmente estuviera sucediendo. No hay una separación entre lo real y lo que siente el yo lírico. La realidad es presentada desde dentro del yo lírico. El mundo es tal como él lo percibe y no de otro modo.
¿Cómo vive esa rosa prendida / junto a tu corazón? / Nunca hasta ahora contemplé en la tierra / sobre el volcán la flor.
Al ser representada como una fuerza natural, la belleza femenina, como se ve en la cita, suele ser comparada con elementos naturales.
Esos elementos pueden remitir a la pureza o a la impureza, sin que eso mancille la belleza de la mujer. En esta cita, por ejemplo, el volcán hace referencia al corazón apasionado de la mujer en cuestión. En otros poemas, la mujer es comparada con elementos puros como una azucena o con el cielo. Por supuesto, pureza e impureza, desde el punto de vista del yo lírico (enmarcado dentro del contexto social del siglo XIX), dependen de la castidad o la sexualidad activa de la mujer.
En cualquier caso, pura o impura, lo único importante de la belleza femenina en el Romanticismo y en las Rimas de Bécquer, es que esta sea sublime. Lo sublime es definido por Kant como aquello que es bello, pero que a la vez puede aterrorizar o conmover. Un iceberg, por ejemplo, es sublime, así como lo es un volcán. Ambos elementos, como la belleza femenina, no están bajo el control del yo lírico. Por eso mismo, no importa lo que él piense de las mujeres bellas, ya que por su carácter sublime, no podrá evitar amarlas con devoción y locura.
Ella tiene la luz / tiene el perfume, el color y la línea / la forma, engendradora de deseos / la expresión, fuente eterna de poesía / ¿Que es estúpida?... / Bah, mientras / callando guarde obscuro el enigma / siempre valdrá, a mi ver / lo que ella calla más que lo que / cualquiera otra me lo diga.
Este es uno de los poemas en los que el yo lírico se dedica a describir la belleza femenina sin entrometerse emocionalmente (sin mostrar un gran sufrimiento ni una gran pasión). En esta cita, como vemos, a él no le importa que su amada sea estúpida, ya que es bella y con eso le alcanza para ser la persona que más le interesa.
Este ejemplo sirve para mostrar que la belleza femenina es presentada dentro de las Rimas como un poder superior. Es una fuerza natural y arrasadora en sí misma. No hay necesidad de que su portadora (la amada) tenga una relación con el yo lírico e, incluso, carece de importancia que haya una valoración negativa respecto a ella. En este caso, como vemos, la amada es catalogada como estúpida mientras que en otros casos puede ser considerada malévola o carente de sentimientos.
Es importante destacar que una de las características distintivas del Romanticismo es la exaltación del valor de la belleza. Si la Ilustración buscaba (y exigía) que la mujer fuera no solo bella, sino culta, pura y con buenos modales; el Romanticismo de Bécquer, en oposición, solo buscará (exigirá) que la mujer sea sumamente bella, sin que nada más importe.
¡Ah, bobos que sois de los salones / comadres de buen tono / y andáis por allí a caza / de galantes embrollos.
La rima XL es una de los pocas que se caracteriza por ser en gran parte narrativa. Cuenta una historia completa que comienza con la felicidad que viven los amantes hasta el momento en que él se entera de que ella tuvo una relación amorosa con un amigo suyo un año atrás.
Algo muy interesante de este poema es que esa historia amorosa de la amada con el amigo del yo lírico sucedió en los “salones”. Los salones literarios eran muy comunes en el siglo XIX. Allí se reunían diferentes artistas (no solo escritores) a hablar, compartir sus obras y debatir sobre arte. Además de, por supuesto, pasar veladas entretenidas.
Bécquer, como vemos en esta cita, denigra el ambiente literario de su época, considerándolo falso y lleno de gente sin talento, “bobo”, superficial. Durante el transcurso de la obra, el yo lírico se presenta a sí mismo como una contraposición de las personas que conforman este ambiente. Si no encaja en él es porque su talento es verdadero y porque no vive intentando ser parte de lo que considera una farsa (en la rima XXVI también puede verse esto con claridad).
Desde el punto de visto biográfico, es interesante destacar que Bécquer, efectivamente, no formaba parte de esas reuniones selectas, ya que no había alcanzado prestigio alguno en el mundo artístico. Incluso, se puede especular que esta denigración nace de un rencor del autor por no poder formar parte de dicho ambiente.
¿Qué tiempo estuve así? / No sé: al dejarme / la embriaguez horrible de dolor / expiraba la luz y en mis balcones / reía el sol / Ni sé tampoco en tan terribles horas / en qué pensaba o qué pasó por mí / solo recuerdo que lloré y maldije / y que esa noche envejecí.
La soledad y el desasosiego tienen una presencia fundamental en las Rimas. Atraviesan toda la obra y se relacionan estrechamente con los otros temas principales.
A diferencia de lo que suele sucederle al héroe romántico, el yo lírico becqueriano, como vemos en la cita, no encuentra en la soledad un aprendizaje sobre sí mismo o sobre la vida. Tampoco encuentra un consuelo espiritual que nazca del hecho de no estar envuelto en la estupidez mundana y estar refugiado en su propio espíritu. El yo lírico en las Rimas siente que la soledad y el desasosiego solamente lo hacen sentir vacío e, incluso, le hacen perder la razón sin darle absolutamente nada a cambio.
Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar / a la orilla de mi lecho / ¿quién se sentará? / Cuando la trémula mano / tienda próximo a expirar / buscando una mano amiga / ¿quién la estrechará?
Esta cita presenta una visión muy poco romántica de la muerte. El yo lírico en lugar de concebir a esta como una salvación del mundo material, como un estado definitivo, verdadero e incluso puro, le teme y padece de antemano la soledad que puede acompañar el momento de su fallecimiento. Incluso, sobre el final de esta rima, el yo lírico se pregunta quién lo recordará tras su muerte.
Según varios de sus biógrafos, Bécquer le temía a la muerte desde muy joven (recordemos que contrajo tuberculosis a los veintiún años). Y si bien en varias de sus rimas hace un elogio de la misma como si fuera una fuerza redentora, tiene estos otros poemas (como el citado) en donde ese miedo pareciera aparecer en carne viva y desbordar al autor, quien termina haciendo a un lado la estética romántica para confesar su terror al fallecimiento.
También desde el punto de vista biográfico, es interesante conectar esta cita con el pedido que le hizo Bécquer a Augusto Ferrán en su lecho de muerte: que, por favor, publique sus rimas ya que, muerto, sería mejor y más conocido que vivo. La obsesión de ser recordado tras morir que aparece en el final de esta rima también tiene un posible correlato en la biografía del autor.
En donde esté una piedra solitaria / sin inscripción alguna, donde habite el olvido / allí estará mi tumba.
Algo paradójico de las Rimas becquerianas es que, en una gran cantidad de ellas, el yo lírico está junto a su amada o describiendo alguna mujer a la que desea tener junto a él y siente próxima. Sin embargo, en los poemas acerca de la soledad y el desasosiego, el yo lírico se refiere a sí mismo como alguien que siempre estuvo solo, y que, como vemos en la cita, está condenado a morir solo. Es como si esas amadas que aparecen en las demás rimas no hubieran existido o no hubieran tenido verdadera importancia en su vida.
Por otro lado, cabe destacar, además, que el tema de la soledad aparece en las Rimas de una manera muy diferente a como suele aparecer en el Romanticismo. En este movimiento, el yo romántico suele apreciar la soledad, ya que esta es una demostración de su genialidad. Él está por encima de los demás y considera que la soledad es un precio que debe pagar, y lo hace gratificado. En contrapartida, como vemos en la cita, el yo lírico becqueriano sufre de esta soledad no solo en vida, sino también al imaginar su solitaria muerte.
Es un sueño la vida / pero un sueño febril que dura un punto; / Cuando de él se despierta / se ve que todo es vanidad y humo… / ¡Ojalá fuera un sueño muy / largo y muy profundo / un sueño que durara hasta la muerte.
Para el yo lírico de las Rimas, la vida es un sueño. Él se presenta a sí mismo como un soñador que vive (o pretende vivir) por fuera de la realidad material, de acuerdo a sus propias reglas, a su propio modo de concebir la existencia.
El hecho de que la vida sea un sueño o una ilusión no es, por lo tanto, presentado en las Rimas como un problema en sí. El problema, en realidad, es que la vida es un sueño del que, en un momento, el ser se despierta y aún sigue vivo, advirtiendo que todo lo que lo rodea es “vanidad y humo”. Dicha vanidad y humo se corresponden con la visión romántica de que la realidad es indiferente, fría y superficial. La muerte, como vemos en la cita, aparece como una posible salvación de dicha realidad. El problema, entonces, es que la muerte no llega a tiempo y termina fallando, ya que el yo lírico despierta antes de morir y debe vivir esa vida superficial, sinsentido.