Resumen
Rima II
El yo lírico evoca diferentes imágenes de elementos que, dirigidos por una fuerza superior, tienen un destino incierto (una saeta arrojada al azar, una ola gigante que no sabe a qué playa llega, entre otras). Finalmente, afirma que así es él mismo, alguien que cruza el mundo sin pensar de dónde viene, sin saber a dónde va. Este poema tiene una sola estrofa de veinte versos. Su métrica es heptasílaba y tiene rima asonante en los versos pares.
Rima XLIII
El yo lírico describe cómo pasó una incierta cantidad de tiempo, sentado al borde de su cama, atravesado por una gran angustia. Este poema consta de tres estrofas de cuatro versos. Los primeros tres versos de cada estrofa son endecasílabos, y el último es hexasílabo. Tiene rima asonante.
Rima L
El yo lírico afirma que daría los mejores años que le quedan de vida (que no son muchos) por saber qué habló su amada sobre él con otras personas. Luego, afirma que cambiaría lo que le tocara en la vida eterna por saber qué pensó ella, a solas, sobre él. Este poema consta de dos estrofas de cuatro versos cada una. Su métrica es irregular y la rima es asonante.
Rima LXIII
El yo lírico comienza comparando a los recuerdos con abejas que lo persiguen. Él las quiere ahuyentar, pero es inútil, ya que estas no dejan de acosarlo y clavarle el aguijón. Este poema tiene tres estrofas. La métrica es irregular y hay rima asonante en los versos pares.
Rima LXVI
El yo lírico comienza preguntándose de dónde viene. Se responde que un camino de huellas ensangrentadas conduce a su cuna. Luego se pregunta hacia dónde va. Describe, entonces, un paisaje desolador. Finalmente, afirma que donde se encuentre una piedra solitaria, allí estará su tumba. Este poema tiene cinco estrofas. La métrica es irregular y hay rima asonante.
Análisis
La soledad y el desasosiego son temas muy importantes dentro de la estética romántica. Son consideradas como una consecuencia inevitable de la insatisfacción que siente el ser ante la realidad material. He aquí un punto en común con los poemas becquerianos románticos sobre la muerte, en donde esta es presentada como una redención del ser ante la banalidad de la vida.
En las Rimas de Bécquer, la soledad y el desasosiego tienen una presencia fundamental. Atraviesan toda la obra y se relacionan estrechamente con los otros temas principales. El yo lírico, por ejemplo, se siente solo en el amor, en la proximidad de la muerte, e incluso en la genialidad. Sin embargo, la soledad y el desasosiego no aparecen como algo positivo para el yo lírico. A diferencia de lo que suele sucederle al héroe romántico, el yo lírico becqueriano no encuentra en la soledad un aprendizaje sobre sí mismo o sobre la vida. Tampoco encuentra un consuelo espiritual que nazca del hecho de no estar envuelto en la estupidez mundana y estar refugiado en su propio espíritu. El yo lírico en las Rimas siente que la soledad y el desasosiego solamente lo hacen sentir vacío e, incluso, le hacen perder la razón sin darle nada a cambio.
Por ejemplo, en la rima XLIII, el yo lírico afirma que, en determinado momento, decidió quedarse sentado en la cama, mirando la pared, y se pregunta: “¿Qué tiempo estuve así? / No sé: al dejarme / la embriaguez horrible de dolor / expiraba la luz y en mis balcones / reía el sol / Ni sé tampoco en tan terribles horas / en qué pensaba o qué pasó por mí / solo recuerdo que lloré y maldije / y que esa noche envejecí” (p. 62).
Si tomamos como ejemplo este poema, podemos afirmar que la soledad y el desasosiego becqueriano no se condicen en lo más mínimo con el modo en el que el Romanticismo trata estos temas. Más bien se asemeja al abordaje existencialista (no romántico) que Bécquer realiza en aquellos poemas sobre la muerte en los que esta es presentada como una mera fatalidad dolorosa y sin sentido. El yo lírico, en la rima citada, ni siquiera recuerda en qué pensó ni qué sintió durante el tiempo en el que estuvo solo. Eso sí, al salir de su soledad estaba furioso y envejecido. No había encontrado ninguna sabiduría en sus tinieblas interiores.
En relación con el amor pasa algo muy similar. El yo lírico no encuentra reparo alguno tras separarse de su amada y encontrarse solo. En la soledad no hay nada: no hay orgullo, no hay un espíritu superior que se regocije en sí mismo, y, por lo tanto, el yo lírico debe buscar algún tipo de consuelo en aquello que ya no está. En la rima L, este afirma: “De lo poco de vida que me resta / diera con gusto los mejores años / por saber lo que a otros / de mí has hablado” (p. 67). Estando solo, su único consuelo es saber qué dice su amada sobre él.
Es importante aclarar que la soledad y el desasosiego no son dos sentimientos equivalentes. La soledad solo conduce al desasosiego cuando aquel que está, justamente, solo, se siente perdido y sin rumbo. Esto es lo que le sucede al yo lírico becqueriano quien, embargado por el dolor de su soledad, no puede pensar ni avanzar hacia ningún futuro, y solo puede revolcarse en el pasado. En la rima LXIII, el yo lírico afirma: “Como enjambre de abejas irritadas / de un obscuro rincón de la memoria / salen a perseguirnos los recuerdos / de las pasadas horas / Yo los quiero ahuyentar / ¡Esfuerzo tan inútil!” (p. 74).
Algo paradójico que vale la pena destacar es que, en una gran cantidad de poemas de la obra, el yo lírico está junto a su amada o describiendo alguna mujer a la que desea tener junto a él y siente próxima. Sin embargo, en los poemas acerca de la soledad, el yo lírico se refiere a sí mismo como alguien que siempre estuvo solo (y que, incluso, siempre lo estará). Es como si, en el fondo de su ser, nunca, ni siquiera en las horas compartidas y “más felices”, se hubiera sentido con alguien.
Por ejemplo, en la rima LXVI, el yo lírico comienza preguntándose de dónde viene y la respuesta es: “Las huellas de unos pies ensangrentados / sobre la roca dura, los despojos de un alma / hecha jirones en las zarzas agudas / te dirán el camino que conduce a mi cuna” (p. 77). Solamente el dolor sabe de dónde proviene el yo lírico. Luego, se pregunta hacia dónde va, y la respuesta es: “En donde esté una piedra solitaria / sin inscripción alguna, donde habite el olvido / allí estará mi tumba” (p. 77). Es decir, el yo lírico se define a sí mismo como alguien que nació solo, vivió solo en el dolor, y morirá solo, en el olvido, como si esas amadas que aparecen en las demás rimas no hubieran existido.
Desde el punto de vista biográfico, es interesante destacar que para Bécquer era muy importante no ser olvidado, al menos literariamente. Esto lo demuestra el hecho de que, en su lecho de muerte, Bécquer le pidió a Augusto Ferrán que, por favor, publicara sus rimas, ya que tenía la intuición de que muerto sería más y mejor conocido que vivo.
Un poema particular en relación con la soledad es la rima II. Aquí, este tema se une con el de la genialidad. El yo lírico se define a sí mismo como diferentes elementos (una flecha, una ola, una luz) que cruzan el mundo, solitarios: “Ese soy yo, que al acaso / cruzo el mundo sin pensar / de donde vengo ni adonde / mis pasos me llevarán” (p. 31).
En este caso sí se puede considerar que la soledad es presentada desde un punto de vista afín al Romanticismo. La idea del genio solitario, que es incomprendido por ser superior al resto de las personas y, por eso mismo, anda solo en la vida, es representativa de este movimiento estético. En la rima II, podemos hablar de soledad, pero no de desasosiego. El yo lírico no sufre el hecho de estar solo e, incluso, se enorgullece de ello, ya que es un síntoma de su genialidad. Sin dudas, con el paso de las rimas, como hemos visto, el yo lírico va perdiendo este encantamiento por sí mismo y por su genialidad, y el dolor de estar solo termina superando cualquier tipo de placer u orgullo romántico.