"Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos".
Esta frase, emblemática y muy reconocida, es la que abre el texto. El ensayista, José Martí, comienza su exposición confrontando con la figura del aldeano, al que acusa de vanidoso. De esta manera, a través de la oposición que plantea ese adjetivo negativo, interpela a sus lectores, ya que no querrán ser ubicados en la figura de ese personaje, que ha sido catalogado de esa forma hostil.
Martí llama así a los hombres latinoamericanos que habitan su lugar como si fueran reyes y señores de su aldea. Se comportan como personas vanidosas que solamente se preocupan por su bienestar y no por el bien colectivo. Martí les critica que, en su vano orgullo, no se den cuenta de que corren grave peligro por la expansión del imperialismo norteamericano, y se muestren ingenuos ante aquellos que pueden convertir su tierra, en cualquier momento, nuevamente en colonia.
La aldea es sinónimo de atraso, de pasado, de un lugar del que es necesario salir. Aparece, entonces, un tópico clásico de la modernidad: la oposición entre campo y ciudad. Los aldeanos no son ciudadanos, pero viven, ingenuos, como si lo fueran. Mientras tanto, desde afuera, el peligro acecha: las gigantes metrópolis y su acelerado crecimiento pueden aplastarlos a la velocidad de los cometas.
"No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados"
De acuerdo con algunos críticos, hay frases del texto de Martí que, sin ser realmente proverbios, tienen, debido a su estructura, la fuerza proverbial de este tipo de enunciados. "No hay proa que taje una nube de ideas" es uno de ellos. Esa sentencia con forma de proverbio intenta tener la autoridad suficiente para convencer al lector.
En este caso, utiliza una metáfora náutica. Las ideas en común que Martí propone que deben trabajar los hombres latinoamericanos se muestran como un bloque fuerte, tan fortificado que no puede ser atravesado ni por un escuadrón de acorazados. Esas ideas, compartidas por hombres de diferentes pueblos que deciden pensar juntos por el bien colectivo, son comparables, en su fuerza, energía y poder, a los anuncios bíblicos sobre el juicio final.
"A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol".
Así como al principio del texto Martí confronta con el "aldeano vanidoso", en esta cita lo hace con aquellos a los que califica como "sietemesinos". Esta denominación los califica como prematuros, es decir, indica que todavía no están desarrollados. Se refiere así a los hombres que no tienen fe en su tierra, a aquellos nacidos en América Latina que desprecian su origen, o a aquellos descendientes de europeos que habitan Latinoamérica pero añoran regresar a lugares como Francia o España. Como ellos no pueden alcanzar lo añorado, sostienen que nadie puede hacerlo.
Martí utiliza el adjetivo "canijo", que significa "débil", para referirse a los brazos de estas personas; brazos que tienen pulseras y lucen uñas pintadas. Así, como están así cargados de adornos, no pueden alzarse para llegar al objetivo, que consiste en unirse junto a sus hermanos latinoamericanos para trabajar en conjunto: son brazos de adorno, no son brazos productores. Más de una vez, en el ensayo, se representan cuestiones asociadas con lo femenino como lo débil o malo, y, como contraparte, siempre se ubica lo masculino, asociado con lo valiente y fuerte.
"El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país".
Los problemas de los pueblos latinoamericanos están asociados con quienes ejercen el poder. Son hombres formados en universidades extranjeras, que tienen modelos foráneos y que quieren imponer en sus tierras, por copia mimética, lo que resulta provechoso en otras latitudes. Sus tierras tienen historia y culturas propias, pero esos hombres parecen desconocerlas o desestimarlas.
Martí propone que cada país tenga un gobierno de personas formadas en la historia, la cultura, las costumbres y la naturaleza del lugar; que la Constitución, es decir, las bases sobre las que se asiente el estado, sean propias y no copiadas; que las universidades sean también locales y formen a su pueblo incorporando sus realidades. De esta manera, los dirigentes trabajarán sobre lo conocido y no sobre un pueblo que desconocen.
En otro momento del ensayo esta idea se refuerza: "En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive" (p.17).
"No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza".
Aquí, Martí retoma un tópico candente de la época: la oposición entre civilización y barbarie planteada por Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en el Facundo (1845); tema que es, de hecho, el principal de la obra de quien fuera presidente argentino. Sarmiento plantea que este antagonismo es una constante en la historia del mundo: la barbarie, es decir, lo primitivo o natural, es lo que no permite que los pueblos avancen; la civilización, es decir, lo asociado con el mundo europeo y la razón, es el motor de progreso de las naciones. Sarmiento, admirador de Estados Unidos, ve en esta potencia en ascenso el ideal de nación moderna. Su objetivo es que Argentina logre, a partir de sus políticas educativas, del desarrollo del ferrocarril y de la industria, convertirse en una potencia pujante como la norteamericana.
Martí retoma ese tópico, al que considera determinista, ya que coloca indiscutiblemente en un lugar negativo al hombre natural, y niega esa dicotomía, que no hace otra cosa que mostrar quiénes mandan y quiénes están obligados a obedecer. Lo antagónico, para él, se produce, no entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. La civilización alabada por Sarmiento no sería más que la aceptación del destino colonial de las tierras latinoamericanas. En donde Sarmiento ve, con buenos ojos, civilización, Martí denuncia falsa erudición y copia de modelos ajenos. La salida que propone el autor cubano es por la naturaleza, por el conocimiento de la historia y la legitimación de la propia cultura.
"Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra".
Aquí se plantea que los pueblos latinoamericanos tienen historia propia y esa es la que se debe privilegiar a la hora de enseñar. Hay que educar a los pueblos latinoamericanos y a sus habitantes en el conocimiento de su propio pasado, en conocer su identidad y en aprender a apreciar su origen para formar ciudadanos que puedan llevar adelante las riendas de sus países. Para dejar de gobernar con políticas, reglas e ideas extranjeras, hay que conocer lo propio. La historia de las repúblicas latinoamericanas es quizás joven, pero tiene su pasado en la historia de los pueblos originarios. Los pueblos latinoamericanos también tienen un pasado del cual enorgullecerse: no todo el pasado digno de conocerse es el clásico griego.
"Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones".
Alude esta frase a la mezcla de culturas que predomina en los pueblos latinoamericanos; al sincretismo cultural. Las jóvenes naciones han logrado su conformación, a veces de forma conjunta, a veces de forma enfrentada, con criollos, habitantes de pueblos originarios, inmigrantes europeos y/o conquistadores, y lo han hecho con la imposición de la religión católica.
"Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!"
La solución a los problemas latinoamericanos la tiene la nueva y joven clase dirigente, que es la que dejará de copiar a Europa y comenzará a utilizar el conocimiento aprendido para crear nuevas políticas para su tierra natal. Puede haber errores, claro, pues todo lo nuevo lo conlleva, pero son necesarios para la implementación de gobiernos acordes a los pueblos latinoamericanos.
"Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña".
Martí se refiere aquí a dos peligros a los que se enfrenta Latinoamérica. Uno de ellos viene de sí y la pone en mayor compromiso ante el afuera: está vinculado con las independencias todavía endebles de las jóvenes naciones, con las guerras civiles y entre países vecinos, con el lujo de las grandes capitales y con la soberbia de los hombres vanidosos. El otro, sobre el que quiere advertir especialmente en este ensayo, el que constituye el peligro mayor y que, se augura, es posible que se concrete pronto si no se toman las medidas necesarias, es el acercamiento de Estados Unidos como potencia imperial y expansionista. Este país reclamará, de acuerdo con Martí, relaciones íntimas con Latinoamérica, a la que desdeña.
"¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado a los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!"
Con esta exclamación alegre, vigorosa y esperanzadora, se cierra el ensayo. El autor se muestra dichoso ante la posibilidad de la unión continental, de norte a sur: desde el Río Bravo, en México, hasta el Estrecho de Magallanes, en el extremo sur de Chile y Argentina. Alude al Gran Semí, el personaje mitológico de los indios tamanacos que riega con sus semillas el territorio para dar nacimiento a una nueva camada de hombres y mujeres, que serán la esperanza del continente, porque nacerán libres de colonialismo: son los hombres naturales que vencen a los letrados artificiales, los criollos exóticos y los sietemesinos.