Resumen
Capítulo III, El látigo
La treta ideada por el Astrólogo y Erdosain tiene éxito: Barsut está secuestrado en la caballeriza de la casa de Temperley. El Astrólogo visita a Remo el martes y le habla, de modo seductor, de que podría desempeñar el puesto de Jefe de Industrias en la organización. Erdosain siente, por primera vez en mucho tiempo, sosiego.
Al día siguiente, camina orgulloso hacia la casa de Temperley. El Astrólogo le estrecha la mano y le dice que ya han llegado todos para la reunión, pero que ellos dos primero irán a ver a Barsut para que firme el cheque. Erdosain le pregunta quién va a matarlo, y el Astrólogo le responde que lo hará Bromberg, el Hombre que vio a la Partera. Le dicen así porque efectivamente vio a la partera y no puede dormir de noche. Remo decide no preguntar más. Lo que necesitan ahora, según el Astrólogo, es pensar en un símbolo vulgar para entusiasmar a la gente.
Mientras conversan llegan a la caballeriza. Allí está encadenado Barsut, frente a un pedazo de carne con papas. A pesar de la llegada de su enemigo, no quita los ojos de su comida. Erdosain toma un látigo de la pared y descarga un rebencazo; Barsut se para, sobresaltado. Remo tira el látigo al pasto y le pregunta al Gregorio si va a firmar el cheque o no. El Astrólogo entra, apaga la lámpara y se sienta.
Capítulo III, El discurso del Astrólogo
El Astrólogo comienza a hablarle a Barsut de las ideas que leyó en su libreta. Lo halaga. Le dice que, en muchas cosas, están de acuerdo, y comienza a desarrollar sus ideas de por qué las cosas en el mundo están como están. El Astrólogo atribuye el contexto a una crisis de fe y un exceso de confianza en la ciencia. En la sociedad que él fundará, los hombres vivirán rodeados de milagros apócrifos. Una minoría administrará los placeres y los milagros para el rebaño; habrá un Mesías que será un término medio entre el orador proveniente del Raj británico, Krisnamurti, y el actor italiano Rodolfo Valentino.
Barsut siente placer al interrumpir cada tanto al Astrólogo e insultarlo. En el fondo, no quiere aceptar que es inferior a él y que, por sobre todas las cosas, le indigna el hecho de que Erdosain y este hombre compartan una complicidad. El Astrólogo le dice la verdad con respecto a lo que piensan hacer con el dinero del cheque: abrir prostíbulos para comenzar a hacer dinero para la sociedad secreta. Barsut le firma el cheque, más por desidia que por convencimiento. Al fin y al cabo, está secuestrado, y el Astrólogo promete soltarlo luego de cobrar el dinero. Esto último es una mentira, o al menos esto le dice a Erdosain. Luego de cobrar el cheque matarán a Barsut.
Avanzan hacia la glorieta para encontrarse con los hombres que esperan para la reunión.
Capítulo III, La farsa
Al entrar ambos a la glorieta, los hombres se ponen de pie. Allí están el Buscador de Oro, Haffner, un desconocido y el Mayor. Este último sorprende a Erdosain, no esperaba a un militar en la reunión. El desconocido, por otra parte, le causa mala impresión.
El Astrólogo habla para todos. Dice que habrá por ahora cuatro células, que así se llamarán porque así se llaman en Rusia, y que, de estas, solo los jefes se conocerán entre sí. Mientras habla, todos tienen la atención fija en el Mayor. El Buscador de Oro rompe el silencio y pregunta si tiene la intención de filtrar la sociedad secreta en el ejército. El Mayor toma la palabra. Dice que el ejército está lleno de oficiales descontentos que piensan que en Argentina bien podría haber una dictadura, que el sistema político se encuentra viciado y que hay diputados y senadores acusados de crímenes graves, mientras en el ejército hay mucha gente preparada. La idea es crear un ficticio cuerpo revolucionario, cultivar atentados terroristas; crear en el país la inquietud revolucionaria que haga que la presencia del ejército en el gobierno sea indispensable para poner orden. En ese momento el desconocido, que es el Abogado de Haffner, se levanta y se retira, aludiendo que eso es una dictadura.
Erdosain se levanta, malhumorado, y dice que es absurdo que estén debatiendo una dictadura militar. El Mayor le pregunta si es que, entonces, está interpretando bien su papel: él no es realmente un oficial del ejército. Todo es un ensayo, una muestra de lo que eventualmente podrán hacer; una comprobación del poder de la mentira.
Haffner pasa a mostrar el presupuesto que se le solicitó para instalar el primer prostíbulo. Luego, el Buscador de Oro expone lo que ha encontrado en la Patagonia, viajando junto a la Máscara, una prostituta de allí. El agua de oro les dará la posibilidad de hacerse con mucho de ese mineral. Tan solo es cuestión de fondos. El Astrólogo le dice a Haffner que el viernes le dará el dinero para comprar el primer prostíbulo.
Capítulo III, El Buscador de Oro
Camina Erdosain junto al Buscador de Oro luego de la reunión. El Buscador lo elogia una y otra vez por sus futuros inventos; le parece un hombre admirable. Erdosain no puede creer que alguien le de importancia a sus inventos. Lo interrumpe y le pregunta si efectivamente encontró oro. El Buscador le dice que esa es evidentemente otra mentira extraordinaria para hacer que los hombres se muevan. El Buscador comienza a hablar convulsivamente; se repite a sí mismo, habla con contundencia sobre las veces que tuvo que jugarse la vida. A Erdosain le apena haber nacido cobarde. El Buscador de Oro le dice que eso no es así, que sencillamente, tal vez, no ha encontrado aún la ocasión de probar su valor.
Capítulo III, La coja
Ese mismo día Erdosain encuentra, antes de llegar a su casa, a la mujer de Ergueta, Hipólita, que lo está esperando. Ella, desesperada, le dice que Ergueta está internado en un hospital psiquiátrico; le pregunta a Remo si sabe que Ergueta tenía un problema con el juego. Erdosain está sorprendido. Se entera de que Ergueta jugó todo su dinero, y luego tuvo un arranque de ira y se violentó con su mujer. Hipólita necesita dinero, está sola; no puede contar con la familia de Ergueta. Erdosain le da dinero y le dice que, por ese día, puede quedarse en su habitación, y que al día siguiente incluso puede mudarse a una habitación contigua de la pensión, que está libre. Le ofrece el biombo y se va.
Capítulo III, En la caverna
Erdosain sale de mal humor y camina por las calles de la ciudad, sintiendo odio hacia los negociantes de la zona. Se pregunta qué habrá sido de la “vida fuerte”. La vida fuerte es lo que hace que una existencia tome dimensiones cinematográficas, que se presente sin los tiempos previos de preparación.
Con la cabeza apoyada en la ventanilla de un tren, Erdosain comienza a imaginar una conversación con Hipólita. Le cuenta sobre una fonda en la que alguna vez encontró a Ergueta, con una expresión en el rostro que sugería que la vida había perdido sentido. Le cuenta, a esa Hipólita imaginaria, que Ergueta le habló de ella, de que iban a casarse. “Me caso con la ramera” (p.154), dice Ergueta, y le habla de Hipólita. Erdosain mira una foto que Ergueta le muestra y encuentra bellísima a la mujer retratada. Se dice a sí mismo que debe tener una gran sensibilidad. El farmacéutico loco le habla de la Biblia, de cómo salvará a Hipólita. Todavía en su imaginación, Erdosain le cuenta todo esto a su interlocutora, y hace un retrato de las más brutales hazañas de Ergueta en aquellos días. Repone también cómo se asombraba por la grosería del farmacéutico al hablar de sus planes. “Vienen tiempos terribles” (p.159), recuerda que le dijo, “es necesario hacer algo contra esta sociedad maldita” (p.160).
Análisis
En esta parte de la novela se desarrollan con mayor profundidad las características de la conspiración como práctica política y de la sociedad secreta. Luego de la visita a Barsut, encerrado en la caballeriza, se reúnen quienes serán los jefes de la organización. El Astrólogo, a la cabeza del proyecto, despliega sus ideas: mientras lo hace, pone en palabras las fantasías secretas de quienes asisten a la reunión. Al Buscador de Oro le propone aventura; a Erdosain, un laboratorio para realizar sus inventos y experimentos; al Rufián Melancólico, gestionar una gran red de prostíbulos. Como bien decíamos, ante un contexto signado por una crisis de liderazgo, la sociedad secreta se presenta como una respuesta política viable.
Como en toda sociedad secreta, hay roles: están aquellos que son los portadores del discurso ideológico, como el Astrólogo y, en alguna medida, el Mayor, y están quienes participan cumpliendo otras tareas, como el Rufián, el Buscador de Oro o el mismo Erdosain. Según la escritora y crítica Beatriz Sarlo, Los siete locos no es una “novela en clave”. No debemos pretender encontrar allí, cifrados, sujetos específicos de la sociedad de la época ni tampoco fenómenos determinados. Aun así, hay un vínculo entre un espíritu de época y la novela, y ese espíritu de época es, entre otras cosas, el espíritu conspirativo que está presente tanto en la izquierda como en la derecha de la Argentina de los años 20.
El Astrólogo tiene elementos, en su discurso, que podrían ser calificados como sorelianos. Georges Sorel fue un filósofo francés, polémico en su época por sus planteos con respecto al uso de la violencia y su virtud, que tiempo después fueron muy vinculados al terrorismo. También fueron célebres sus reflexiones en torno a la importancia del pensamiento mítico y la función de los mitos en la sociedad. Al revisitar la historia de la humanidad y la función de la violencia en diversos episodios históricos relevantes, sugiere que los códigos éticos son relativos a su tiempo y lugar.
Sorel consideraba, como el Astrólogo, que la ciencia era un logro de la imaginación creativa, y no una imagen fiel de lo que existe o una reproducción precisa de la realidad. La crisis de fe y la muerte de Dios explican en gran parte las condiciones de vida de la modernidad y, sobre todo, el sinsentido de la existencia. En este sentido, la ciencia vendría a ocupar el lugar del mito en la sociedad planteada por el Astrólogo. Abiertamente expone su voluntad:
En mi sociedad la mentira metafísica, el conocimiento práctico de un dios maravilloso será el fin..., el todo que rellenará la ciencia de las cosas, inútil para la felicidad interior, será en nuestras manos un medio de dominio, nada más. Y no discutamos esto, porque es superfluo. Se ha inventado casi todo pero no ha inventado el hombre una máxima de gobierno que supere a los principios de un Cristo, un Buda. No. Naturalmente, no le discutiré el derecho al escepticismo, pero el escepticismo es un lujo de minoría... Al resto le serviremos la felicidad bien cocinada y la humanidad engullirá gozosamente la divina bazofia” (p.115).
El Astrólogo comprende que “los hombres de ésta y de todas las generaciones tienen absoluta necesidad de creer en algo” (p.118).
A pesar de su desencanto con las ciencias ocultas en cuanto a sus fundamentos filosóficos, Arlt siempre conservó una gran fascinación por ellas. El escritor reconoció en esos discursos una gran capacidad para engendrar creencias en quienes los escuchaban. De este modo, advirtió que tenían una habilidad estremecedora para penetrar socialmente, incluso mayor que la de la ficción literaria. En Los siete locos, el Astrólogo maneja estos discursos esotéricos a la perfección y le sirven para cumplir sus objetivos, pero, además, adosa a este esoterismo un discurso político ideológico muy fuerte signado por el engaño por parte de la casta dominante:
Cuando converse con un proletario seré rojo. Ahora converso con usted, y a usted le digo: mi sociedad está inspirada en aquella que a principios del siglo noveno organizó un bandido persa llamado Abdala–Aben–Maimum. (...) A los judíos les prometían la llegada del Mesías, a los cristianos la del Paracleto, a los musulmanes la del Madhi... de tal manera que una turba de gente de las más distintas opiniones, situación social y creencias trabajaban en pro de una obra cuyo verdadero fin era conocido por muy pocos. (...) Excuso decirle que los directores del movimiento eran unos cínicos estupendos, que no creían absolutamente en nada. Nosotros les imitaremos. Seremos bolcheviques, católicos, fascistas, ateos, militaristas, en diversos grados de iniciación” (pp.118-119).
El Astrólogo es un gran lector de cabezas, un gran intérprete de los deseos y miedos de quienes lo rodean. Así como en la reunión les manifiesta a los futuros “jefes” de la organización sus ideas políticas, estas tienen su correlato en las estrategias de persuasión puertas adentro de la sociedad secreta. Como ya dijimos anteriormente, el Astrólogo es un seductor. El discurso político, el discurso de las ciencias ocultas, todo está siempre puesto en función de su obsesión con el poder. Cuando el Astrólogo sugiere la “salvación de los hombres agotados por la mecanización de nuestra civilización” (p.138), la atracción hacia sus filas de los “desencantados”, también se está refiriendo a los hombres que lo rodean en la reunión. Cada uno de los asistentes tiene, a su modo, una necesidad fuerte de trascendencia, de participación en un “evento prodigioso”, incluso si este involucra el delito. Porque la búsqueda de la infamia a través del crimen, al menos puede hacer que la condena a la que se ven sometidos cada día en la sociedad moderna se haga más profunda. Estos “tipos” son arrastrados por la sociedad a una vida oscura; son acorralados en pensiones sórdidas y acosados por la miseria. Sueñan, como soñaba también el personaje de Silvio Astier en otra novela del autor, El juguete rabioso, con el ascenso social a través del dinero rápido y milagroso: una herencia sorpresiva, un casamiento conveniente, un premio abultado en la lotería. Pero los milagros no existen para estos sujetos, abandonados por Dios. Sienten que Dios no los ama e intentan llamar la atención de ese gran indiferente que los arroja a un mundo de intrascendencia. Los sueños de gigantismo son todo lo que tienen.
En este contexto, el Astrólogo tiene lo que estos sujetos precisan: la posibilidad del evento prodigioso. Como Erdosain, cada uno de los “jefes” deposita en el proyecto las expectativas necesarias para que sea este el que ocupe sus días, y no la existencia insoportable que llevaban antes de conocerse. La sociedad secreta es la respuesta política ideal pero, a la vez, el espacio de alojamiento perfecto para estos exiliados ontológicos de la sociedad moderna. Es decir, encuentran en la conspiración ideada por el Astrólogo un lugar donde ser reconocidos y hospedados en su miseria. Como bien dijimos anteriormente, si el Astrólogo es un seductor, hay quienes necesitan ser seducidos.
En esta parte de la novela tiene lugar una de las citas más famosas de Los siete locos. El Mayor se manifiesta en contra de la casta política al decir que son todos “comerciantes que quieren vender al país al mejor postor” (p.127). Luego, traza un plan que bien podría parecerse a los sucesos que ocurrieron tiempo después de publicado el libro, en la revolución del 6 de septiembre de 1930. Una nota del comentador refuerza este hecho: “Nota del comentador: Esta novela fue escrita en los años 28 y 29 y editada por la editorial Rosso en el mes de octubre de 1929. Sería irrisorio entonces creer que las manifestaciones del Mayor hayan sido sugeridas por el movimiento revolucionario del 6 de setiembre de 1930. Indudablemente, resulta curioso que las declaraciones de los revolucionarios del 6 de setiembre coincidan con tanta exactitud con aquellas que hace el Mayor y cuyo desarrollo confirman numerosos sucesos acaecidos después del 6 de setiembre” (p.127).
A los planes del Mayor, el Abogado responde retirándose de la reunión, y Erdosain, con un comentario directo: “Aquí habrá toda la disciplina que ustedes quieran, pero es absurdo que estemos hablando de dictadura militar. A nosotros, sólo pueden interesarnos los militares plegándose al movimiento rojo” (p.130). Este conflicto, como otros que se producen entre los jefes, es desactivado por el Astrólogo (les dice que “discutirán otro día”, p.130), pero sin una resolución, una síntesis. Lo mismo sucedía en septiembre de 1929 en Argentina, donde el conflicto de intereses entre civiles y militares seguía abierto, y las diferencias se posponían.
Estas escenas captan algunos de los conflictos que estaban vigentes en esos años en Argentina, cuando había sectores que, efectivamente, conspiraban contra el gobierno de Yrigoyen. En primer lugar, esta reunión capta la naturaleza facciosa (y no ideológica) de esta complicidad entre sectores socialistas, conservadores, militares, nacionalistas y radicales. “No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista”, dice el Astrólogo en un discurso anterior. En la Argentina, sectores que históricamente habían sido antagónicos comienzan un diálogo conspirativo que culminará en el golpe de 1930, tiempo después de publicada la novela. En el momento en que Los siete locos es escrita, reina una incertidumbre con respecto a cuál será la participación civil real en un gobierno militar, y esto también está presente en esa escena con el Mayor.
Como dijimos antes, la conspiración es un tema central. Arlt la coloca en el centro del escenario político en esta sociedad convulsionada. Lo que importa no es tanto el contenido (ideológico, político) como la forma; el complot en sí mismo como práctica. Esta es la forma en que, en ese momento, funciona el poder político en la Argentina.