Mucho tiempo antes de escribir Los siete locos, en 1920, Roberto Arlt publica en el diario Tribuna Libre el artículo “Las ciencias ocultas en Buenos Aires”. No tenía aún 20 años, se había fugado de su hogar y ya era un observador muy agudo de su entorno; sabemos que, además, ya para 1919 tenía escrito el primer capítulo de El juguete rabioso.
A los dieciséis años, Arlt había ingresado a la logia teosófica ViDharma, atraído por un librero. Sufrió un gran desencanto en su participación en la logia, y allí reside, probablemente, cierto tono de “desquite” del artículo publicado cuatro años más tarde sobre el ocultismo. Este buscaba desenmascarar las mentiras que están en la base de la teosofía y el ocultismo. Sin embargo, a pesar de lo polémico de su objetivo explícito, fue apenas atendido por la crítica. En todo caso, el artículo no solo se circunscribe a las ciencias ocultas, ni el interés de Arlt termina en dicha publicación.
En Los siete locos nos encontramos con mucho de lo que en el ensayo se había publicado, pero en clave de ficción. El Astrólogo encarna, según el crítico José Amícola, el tipo humano del astrólogo logrero que saca provecho personal del engaño que difunde, tal como aparece en el artículo. Allí, en una crítica que hace a las ideas de una de las fundadoras de la teosofía, Helena Blavatsky, aparece por primera vez delineado el perfil de quien tiempo después sería el Astrólogo. En una carta al literato y amigo suyo Solovief, Helena escribe: “que los teósofos sean rodeados de tal misterio, que ni el propio diablo sea capaz de ver cualquier cosa...”. Esta afirmación no hace sino recordarnos una de las citas más célebres de Los siete locos, en boca del Astrólogo:
Cuando converse con un proletario seré rojo. Ahora converso con usted, y a usted le digo: mi sociedad está inspirada en aquella que a principios del siglo noveno organizó un bandido persa llamado Abdala–Aben–Maimum. (...) A los judíos les prometían la llegada del Mesías, a los cristianos la del Paracleto, a los musulmanes la del Madhi... de tal manera que una turba de gente de las más distintas opiniones, situación social y creencias trabajaban en pro de una obra cuyo verdadero fin era conocido por muy pocos (...). Excuso decirle que los directores del movimiento eran unos cínicos estupendos, que no creían absolutamente en nada. Nosotros les imitaremos. Seremos bolcheviques, católicos, fascistas, ateos, militaristas, en diversos grados de iniciación” (pp.118-119).
Con el correr de la novela, se define progresivamente qué piensa Arlt sobre el ocultismo. Entendemos, por lo que se deja entrever en sus textos, que no es el ocultismo en sí lo que se traslada a Los siete locos (poco se indaga en las doctrinas ocultistas), sino lo que Arlt sostiene que hay detrás de ese discurso: la voluntad de poder. Según Sarlo, Arlt está obsesionado con el poder, que es, según la autora, el problema de la época. Recordemos la emergencia del fascismo, el nazismo y todos los extremismos de aquellos años. Cómo conseguir el poder, qué relación establecer entre medios y fines, qué vincula los valores con el poder, cuáles son los vínculos entre voluntad colectiva y voluntad individual. Todos estos son tópicos abordados en Los siete locos.
El ocultismo era en los años 20 un saber que circulaba de forma transversal en lo que a las clases sociales atañe. Arlt recurre muchas veces en sus textos a saberes callejeros: la literatura en ediciones baratas, catálogos de aparatos, traducciones piratas. Los centros de ocultismo están entre estos saberes: “Me acuerdo como si fuera ahora. Una carbonera, a su izquierda, estaba hablando del periespíritu con un zapatero. ¿Usted no se ha fijado qué predilección tienen los zapateros por las ciencias ocultas?” (p.77), le dice Erdosain al Astrólogo, y le recuerda su primer encuentro, conversando sobre la orientación de las palomas con la carbonera, el zapatero y un joven polaco peón de albañil.
El interés de Arlt por lo anómalo, lo excéntrico y lo excepcional tiene su correlato en el hecho de que “Las ciencias ocultas en Buenos Aires” haya sido su primer texto publicado. Allí, en lugar de describir los postulados teosóficos y su existencia en la ciudad, expone lo triste, bajo, vulgar y mezquino que se esconde tras la fachada “espiritualista” de la sociedad teosófica. Años después, este es el material que utiliza para componer el personaje del Astrólogo en Los siete locos.