El empleado (Motivo)
El motivo del empleado entronca con una tradición literaria con abundantes antecedentes en la literatura universal, en la nacional y en la propia producción de Roberto Arlt. Hay en la literatura universal una serie de empleados, burócratas humillados, que fueron protagonistas centrales de textos célebres en tanto tales. Los encontramos en Pérez Galdós, Balzac, Larra (podemos decir que, junto con Quevedo, Larra fue una gran inspiración para las Aguafuertes porteñas de Arlt), Gogol y, por supuesto, Kafka.
Este empleado sufre un deseo por reconocimiento social y económico; se ve inmerso en la gran máquina moderna de la burocracia, perdido en la masa y padeciendo un fuerte miedo al desclasamiento. La tiranía de una rutina gris y la mezquindad de jefes autoritarios, junto con la insuficiencia de su salario, aplastan su vitalidad. Se ve acorralado por el mundo moderno hacia pensiones inhóspitas, casas que no son realmente hogares; el aislamiento físico y psíquico es una de sus características primordiales. La locura, el desdoblamiento, la angustia, la ansiedad son fantasmas que lo acosan constantemente.
En la figura de Erdosain, este motivo se une a una faceta que también podemos reconocer; la del inventor fracasado (ver Análisis Capítulo I).
La rosa (Símbolo)
En el orden simbólico, como sabemos, la rosa está asociada tradicionalmente la literatura con las ideas de finalidad, perfección y logro absoluto. Sin embargo, en Los siete locos nada nos indica que debamos ir en esa dirección al referirnos al pequeño artificio ideado por Erdosain. La rosa, jugando con la idea de perfección, es polivalente en términos simbólicos: simboliza, por ejemplo, la salvación económica para los Espila, es decir, es una rosa de salvación, de esperanza, de redención, en la que cabe aclarar que el mismo Erdosain no cree con mucha certeza. A su vez, la rosa simboliza también un objeto destinado subvencionar los planes de la sociedad secreta mediante su elevación a “milagro apócrifo”.
Si como símbolo hubiera estado orientada a representar un logro absoluto y la perfección, como es lo esperable, probablemente la rosa hubiese sido de oro y ahí sería el símbolo perfecto de estos valores. El hecho de que solo sea una rosa de cobre, que por añadidura se ennegrece, como advierte Hipólita al evaluar críticamente el débil talento inventivo de Erdosain, la convierte en un mero objeto ornamental, un adorno trivial.
Podemos decir, entonces, que la rosa de cobre es un símbolo, pero es uno trastocado, alterado, para, como todo símbolo, atraer nuestra atención y, en este caso, a la vez desviarla. Este gesto revierte el carácter alegórico que generalmente tiene la rosa en la literatura.