Roberto Arlt comenzó a redactar Los siete locos en 1927. En ese momento trabajaba en la revista Don Goyo, era conocido por sus Aguafuertes y había publicado ya El juguete rabioso. La novela se publicó dos años después, en Editorial Latina, y se reeditó dos veces más antes de la publicación de Los lanzallamas, su continuación y a la vez su reescritura, ya que reformula algunos temas de Los siete locos.
A fines de 1920 se cierra el ciclo de migración masiva y Buenos Aires se moderniza y redimensiona. Argentina ocupa definitivamente su lugar como proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo. Llegado 1927, momento en que Arlt comienza a redactar Los siete locos, ya era claro que el modelo de “progreso indefinido” bajo el cual la exportación solo podía ser de crecimiento exponencial, flaquea. El apremio económico comienza a preocupar a la nueva clase media: el miedo al desclasamiento es algo que atraviesa la literatura de Arlt en más de un texto.
La modernización que sufre la ciudad de Buenos Aires es vehiculizada hasta ese momento por dos grandes grupos literarios que coinciden en la necesidad de superar el modernismo, corriente literaria imperante en ese momento. Por un lado, está el grupo Boedo, que nuclea a muchos escritores e intelectuales afines al anarquismo y al socialismo y que buscan retratar en sus obras las condiciones materiales de los sectores populares y la desigualdad social. Por otra parte, está el grupo Florida, que explora el vanguardismo, participa en corrientes como el surrealismo y está interesado sobre todo el reformular las formas literarias.
Arlt es difícil de clasificar si pensamos en Boedo y Florida como una polarización irreconciliable. Si bien hace diferentes retratos sobre los efectos de la modernidad, la crisis y la desigualdad social en muchos de sus personajes, también es cierto que hay una fuerte exploración estética y un postulado sobre la necesidad, imperante en la época, de pensar la lengua nacional. Ricardo Piglia, en su célebre novela Respiración artificial, lo define con precisión: “[Arlt] trabaja con los restos, los fragmentos, la mezcla, o sea, trabaja con lo que realmente es una lengua nacional. No entiende el lenguaje como una unidad, como algo coherente y liso, sino como un conglomerado, una marea de jergas y de voces. Para Arlt la lengua nacional es el lugar donde conviven y se enfrentan los distintos lenguajes, con sus registros y sus tonos. Y ese es el material sobre el cual construye su estilo (...)” (Piglia, 2001:125).
Arlt también desarrolla a través de esta novela temas planteados por el existencialismo filosófico. Pone, en la literatura argentina, la existencia por sobre la esencia, y la vivencia subjetiva por sobre la pretendida objetividad del realismo. De este modo, reformula las bases del realismo socialista de pretendida objetividad que se curtía en esos años en Buenos Aires sin caer, a su vez, en las experimentaciones vanguardistas alejadas de los avatares de la realidad argentina. En la obra arltiana, la angustia ante el sinsentido de la vida es inescindible de la crisis económica y el miedo al desclasamiento; el retrato de la humillación se vincula estrechamente con la explotación laboral.
Los siete locos es una novela de corte social a la vez que es un texto que explora profundamente los asuntos señalados por el existencialismo que apelan a la subjetividad. Hay allí una crítica social, pero encarnada en personajes anómalos, excéntricos, afines a los asuntos metafísicos e intelectuales.
Es casi inevitable terminar de leer Los siete locos y no comenzar, inmediatamente, Los lanzallamas. Esta novela, publicada tres años después, completa la historia narrada en Los siete locos y echa nueva luz sobre sus temas.
La recepción de Los siete locos por parte del público es positiva en sus inicios, sobre todo en los años que siguen a su publicación. Pero es verdad, también, que provoca no solo desdén sino incluso aversión en ciertos sectores de la crítica: el texto incomoda y desconcierta, tanto por su contenido ideológico como por sus propuestas estilísticas. Tanto es así, que en el prólogo de Los lanzallamas escribirá:
De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:
«El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.».
No, no y no” (Arlt, 2005: p.8).
Si bien años después una de las cosas que vuelve a traerlo al foco de debate intelectual es su propuesta estética, Arlt nunca termina de ser un autor fácil de clasificar ideológicamente. Se debate entre un acercamiento al grupo Boedo que nunca termina de resultar y un coqueteo inconsciente con el grupo Florida que jamás pasa de ahí. El desprecio de Arlt por sus contemporáneos se expresa por momentos en sus Aguafuertes porteñas, a la vez que tampoco se sabe hasta qué punto ese desprecio es parte de un estilo y un humor ácido propio del género o de un sentir que pueda efectivamente empatarse con el del autor.
Los siete locos es llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson en el año 1973, y en el guión participó la hija del escritor, Electra Mirtha Arlt. Durante los últimos treinta años, la relectura de Los siete locos ha ejercido una fuerte influencia en el estudio de la literatura argentina contemporánea.