Resumen
En Moscú ya comenzó el invierno y Gúrov parece satisfecho de volver a sus rutinas habituales y de ver el paisaje nevado de la ciudad, el cual disfruta mucho. Aunque está seguro de que pronto olvidará su aventura con Anna, más de un mes después de su llegada, y con el invierno en pleno apogeo, el recuerdo de ella no solo no desaparece, sino que se vuelve omnipresente, y Gúrov empieza a sentir la necesidad irresistible de compartir su experiencia con alguien.
Un día, después de un partido de cartas con un amigo, intenta abrirse con él, pero solo recibe como respuesta un comentario al pasar acerca del estado del pescado que comieron en el almuerzo. La conversación lo hace sentir completamente decepcionado de la vida trivial, superficial y vacía que se vive en la ciudad.
En diciembre, Gúrov prepara las valijas, le dice a su mujer “que se iba a San Petersburgo a hacer unas gestiones en favor de un joven conocido” (24) y sale de viaje rumbo a la ciudad de Anna. Al llegar, se hospeda en el mejor hotel del lugar y consigue la dirección de la casa de su amada, hacia donde parte inmediatamente. Una vez allí, espera frente a la casa con la esperanza de que Anna salga, pero esto nunca sucede. Eventualmente, comienza a considerar la idea de que Anna haya encontrado un nuevo amante y, resentido, vuelve al hotel.
Esa noche decide ir al teatro a ver una obra llamada La geisha, con la idea de que es probable que encuentre allí a Anna. Efectivamente, consigue verla en el teatro en compañía de su marido. Mientras la observa, Gúrov comprende que es la persona más importante de su vida. En el entreacto, cuando el esposo de Anna se ausenta para fumar, Gúrov sale al encuentro de ella. La mujer se espanta al verlo, no porque no lo ame, sino porque teme que los descubran. Tras escabullirse dentro del teatro, ella le confirma que no ha dejado de pensar en él, le pide que se vaya y promete visitarlo en Moscú.
Análisis
En el Capítulo III, la transformación interior de Gúrov, que ya había comenzado a sugerirse en Yalta, termina de consumarse. Es así que, si en la primera mitad del cuento Gúrov parecía estar más interesado en tener una aventura que en Anna en particular, esto se invierte ahora drásticamente: poco después de regresar a Moscú, nuestro protagonista se da cuenta de que no puede olvidar a su amante y decide ir a su encuentro. Además, aunque no termine de asumirlo sino hasta el momento en que la ve en el teatro, lo que de hecho le sucede es que está perdidamente enamorado de ella.
Acompañado la transformación interior de Gúrov, se encuentra el contraste entre los escenarios de la historia: del luminoso y colorido paisaje marino de Yalta, a la bulliciosa, gris y nevada Moscú, Chéjov elige el ambiente natural de Gúrov para hacer aún más visibles los cambios subjetivos que este personaje atraviesa. Para ilustrar el profundo contraste entre las expectativas que produce su vuelta a casa y lo que termina sucediendo tan solo unas semanas después, debemos remitirnos a dos pasajes fundamentales de este capítulo:
Poco a poco se zambulló en la vida moscovita (...). Tenía ganas de ir a los restaurantes, al casino, a las recepciones, a los banquetes y se sentía halagado de recibir en su casa a abogados y artistas célebres y de jugar a las cartas con un catedrático en el Círculo de Médicos. (...) Tenía la impresión de que un mes bastaría para que la imagen de Anna Serguéievna se cubriera de niebla y de que sólo de vez en cuando soñaría con su conmovedora sonrisa, igual que le había sucedido antes con otras mujeres (22).
Aquí, el narrador nos muestra a un Gúrov recién llegado a Moscú, cuando todavía se muestra optimista y afirma que “el reciente viaje y los lugares en los que había estado perdieron todo su encanto” (22). Sin embargo, las cosas no salen según sus planes y, más que olvidarla, la tiene todo el tiempo presente: “Más que soñar con ella, su imagen le acompañaba a todas partes, como una sombra, y le vigilaba” (23). En paralelo, todo aquello que antes disfrutaba de Moscú se le vuelve, ahora, trivial y aberrante, en comparación con la intensidad de las experiencias atravesadas en Yalta junto a su amada:
¡Qué costumbres más salvajes! ¡Qué tipos! ¡Qué noches más intrascendentes, qué días más insípidos y anodinos! Frenéticos juegos de cartas, comilonas, borracheras, conversaciones interminables sobre los mismos temas. Actividades intrascendentes y charlas ociosas se llevaban la mayor parte del tiempo, lo mejor de las fuerzas y, al final, sólo quedaba una vida angosta y limitada, carente de interés, de la que no era posible huir ni escapar; era como estar encerrado en un manicomio o en un centro penitenciario. (...) Los hijos le aburrían, el banco le hastiaba, no quería ir a ninguna parte ni hablar de nada (23-24).
En el apartado “«La dama del perrito»: restricciones sociales en la Rusia de Chéjov”, señalamos los elementos que diferencian la obra de Chéjov respecto a la de otros referentes del realismo ruso, como León Tolstói y Máximo Gorki. El realismo literario ruso tuvo como foco temático la cuestión social y política, interés que surgió como respuesta a los importantes cambios producidos a partir de la Reforma Emancipadora de 1861, que abolió las relaciones de servidumbre entre el campesinado y los terratenientes rusos. Este acontecimiento proveyó de importantes derechos a la población campesina, la cual conformaba al menos el 80% de la población total del país, e influenció en forma contundente en los sectores intelectuales, quienes intentaron reflejar en forma realista y detallada los problemas y complejidades atravesados por el campesinado durante el régimen zarista.
Como podemos apreciar en “La dama del perrito”, el realismo de Chéjov se aleja de las pretensiones de sus coetáneos para retratar otros sectores y clases sociales. Más aún, incluso las veces que el autor elige al campesinado u otros sectores marginados como objeto narrativo, la caracterización que sobre ellos realiza genera la indignación de los intelectuales más comprometidos políticamente con el cambio social, quienes tienden a la idealización de los sectores empobrecidos en sus obras. En contraste, Chéjov comienza a reflejar la experiencia de los círculos sociales a los que él mismo pertenece, los intelectuales y otros actores profesionales que empiezan a figurar con más fuerza a fin de siglo. Sobre ello, el pensador y teórico Piotr Kropotkin señala: “Lo campesino y la vida de aldea no eran su esfera peculiar. Su verdadero dominio es el mundo de los «intelectuales» -los círculos instruidos y semi-instruidos de la sociedad rusa- y este mundo lo conoce a la perfección. Señala su bancarrota, su incapacidad para solucionar los grandes problemas históricos de la renovación que les tocó en suerte, y la bajeza de la vida cotidiana en que se sume gran número de ellos” (2017: 301-302).
Gúrov, como podemos intuir, pertenece a este segundo grupo: “Había seguido estudios de filología y trabajaba en un banco; en el pasado había tenido intención de convertirse en cantante de ópera de una compañía privada, pero había renunciado a ese propósito; tenía dos casas en Moscú…” (9). El tedio que lo define y la insatisfacción existencial que atraviesa, nada tienen que ver, como bien expresa Kropotkin, con las problemáticas más vitales, en el sentido de la opresión y la lucha por la supervivencia, de la mayor parte de la población rusa: “El hombre [que retrata Chéjov] llega a un grado en que sólo puede repetir mecánicamente ciertos actos cotidianos, y se va a acostar satisfecho de haber «matado» el tiempo de alguna manera. De este modo se hunde poco a poco en una completa apatía espiritual y en la indiferencia moral” (2017: 300). Tanto Gúrov como Anna se presentan desde un principio como seres apáticos y vacíos, carentes de un sentido que guíe sus propósitos. Recordemos que Anna llega a Yalta para huir de un matrimonio y una vida a los que considera una mentira, y Gúrov parece vacacionar en Yalta solo para no estar cerca de su esposa, además de embarcarse en una aventura con Anna básicamente para pasar el tiempo.
Sin embargo, el amor se presenta en este cuento como una fuerza transformadora, algo que ya señalamos en secciones anteriores respecto a Gúrov, pero que ahora se vuelve visible también en Anna. Si en la primera mitad de “La dama del perrito”, Anna se ve constantemente angustiada por su aventura, llora después de sus encuentros sexuales con Gúrov, se lamenta por su virtud perdida y pregunta insistentemente si es digna de respeto, y todo mientras se somete voluntariamente a los continuos avances de Gúrov, en esta segunda mitad se transforma en un personaje mucho más activo: primero se posiciona con firmeza y rechaza los avances de Gúrov en público, cuando este, enloquecido por el anhelo, va a buscarla al teatro. Tras ello, le solicita sin más que se vaya y asegura que será ella quien se dirija a Moscú para verlo, a lo cual Gúrov se somete inmediatamente. Esta transformación de Anna en un ser activo y deseante será decisiva en el último capítulo del cuento, acompañando la transformación de Gúrov en un hombre más empático y comprometido afectivamente con ella.