Resumen
Gúrov lleva dos semanas de vacaciones en Yalta cuando oye la noticia de que una joven con un perrito ha sido vista vacacionando por allí. Tiempo después, consigue verla paseando a su mascota. Al tanto de “los rumores que corren sobre las licenciosas costumbres de Yalta” (8), se decide a conocerla.
Él tiene tres hijos y una esposa alta, digna, de cejas oscuras e inclinaciones intelectuales a la que desprecia y engaña con regularidad. Por su experiencia matrimonial y las muchas amantes que conoció en sus aventuras amorosas, se ha hecho una mala imagen de las mujeres en general, a quienes considera una “raza inferior” (7). El tiempo le ha enseñado que toda relación, a pesar de que al principio parezca algo agradable, con el tiempo termina siendo un problema. Sin embargo, eso no hace que deje de buscar nuevas ‘conquistas’. Además, depende por completo de la compañía de las mujeres, ya que se siente más cómodo y libre socializando con ellas que con otros hombres.
Un día, mientras almuerza en un restaurante, la dama del perrito se ubica en una mesa cercana. Gúrov intuye, por su apariencia y comportamiento, que “pertenecía a la buena sociedad, que estaba casada, que era la primera vez que iba a Yalta, que estaba sola y que se aburría” (8). Utilizando al perro como excusa, entabla relación con la dama, cuyo nombre es Anna, y terminan dando un paseo juntos después de comer.
Esa noche, en su habitación de hotel, Gúrov piensa que lo más probable es que vuelvan a encontrarse al día siguiente. Anna tiene una edad similar a la de su hija mayor, un “cuello fino y delicado” y “hermosos ojos grises” (9). Antes de quedarse dormido, reflexiona acerca de que “hay algo en ella que inspira piedad” (ídem).
Análisis
“La dama del perrito” pertenece a la última etapa de la producción chejoviana, aquella que sintetiza varios de los recursos narrativos y dramáticos que definen el estilo del autor y posicionan a su obra en el centro del canon literario universal. Las descripciones escuetas y precisas de personajes y espacios; los diálogos breves y significativos; la creación de personajes realistas, contradictorios e irreductiblemente ‘humanos’; los significados abiertos y sin objetivos moralizantes de sus historias y el uso singular del monólogo indirecto dentro de la voz narrativa: todos estos elementos le han valido de partidarios y detractores, al tiempo que dejaron una huella imborrable en la historia de la literatura moderna que influenció a varias generaciones de escritores posteriores.
Desde los primeros párrafos de este cuento, por ejemplo, nos encontramos con una aplicación medida, específica e, incluso, escatimada de las descripciones y adjetivaciones con las que se trata a los personajes y espacios, y en las que opera el cálculo de decir lo máximo con la menor cantidad de palabras posible. Veamos el modo en el que la narración presenta a Anna al comienzo del cuento: “Sentado en la terraza del Vernet, vio pasar por el malecón a una joven dama, rubia y de pequeña talla, tocada con una boina; tras ella correteaba un lulú blanco de Pomerania” (7).
Es probable que esta caracterización no diga demasiado a un lector contemporáneo. Sin embargo, esta ofrece toda la información que Gúrov necesita para sentirse interesado: se trata de una mujer joven, atractiva -el hecho de que sea rubia y delgada la vuelve convencionalmente bella bajo ciertos parámetros extendidos en el sentido común occidental-, y de cierto nivel socioeconómico, algo que se revela tanto por el uso de la boina, accesorio distintivo en la época, como por el pequeño perrito faldero y de raza que la acompaña.
En este punto, el uso de las descripciones acotadas pero significativas se combina magistralmente con el recurso del monólogo indirecto para, de ese modo, volverse realmente efectivo. Este recurso consiste en la construcción de un narrador omnisciente subjetivo que hace foco en el personaje al introducirse en sus pensamientos mediante el procedimiento narrativo del estilo indirecto libre. Ello le permite a la narración producir descripciones mediadas por las distintas reflexiones de los personajes. De este modo, la poca información que se nos revela de Anna se completa y amplifica a partir de los monólogos que ella evoca en la psiquis de Gúrov: “Su expresión, sus andares, su vestido y su peinado le decían que pertenecía a la buena sociedad, que estaba casada, que era la primera vez que iba a Yalta, que estaba sola y que se aburría…” (8).
El pequeño lulú blanco de Pomerania, por cierto, ilustra otro principio chejoviano que la crítica coincide en llamar ‘el arma de Chéjov’, siguiendo las palabras utilizadas por el propio autor en una carta dirigida a un escritor principiante que le había pedido consejo. Este principio supone que cada elemento presente en un drama o una narración debe ser tan necesario como irremplazable y, en caso de que no lo sea, tiene que eliminarse sin mayores miramientos. Al respecto, el escritor y ensayista William Maugham explica que Chéjov “Se interesó mucho por las técnicas del cuento corto y tuvo cosas extraordinariamente interesantes que decir acerca de éste. Sostuvo que un cuento no debe contener nada superfluo. «Todo aquello que no tenga relación con él debe desecharse sin piedad —escribió—. Si en el primer capítulo se dice que una pistola cuelga de la pared, en el segundo o tercer capítulo ésta, sin falta, debe bajarse»” (2013: 24).
El perro faldero de Anna, en este sentido, opera como el tipo de ‘arma’ admitida por Chéjov, ya que le proporciona la excusa perfecta a Gúrov para iniciar una conversación casual con la joven en cuanto esta se aparece en el restaurante:
Llamó al lulú con zalamerías y, cuando se le acercó, le amenazó con el dedo. El perro gruñó y Gúrov volvió a amenazarle.
La dama le miró y al punto bajó los ojos.
—No muerde —dijo, ruborizándose.
—¿Le puedo dar un hueso? —y cuando ella asintió con la cabeza, le preguntó con afabilidad—: ¿Lleva mucho tiempo en Yalta? (8)
Volviendo a la importancia de las descripciones chejovianas, este pasaje ilustra nuevamente su maestría a la hora de sugerir las características centrales de los personajes con la menor cantidad de palabras posibles. Anna es una mujer introvertida, insegura y sumisa, y el modo en que se comporta en estas primeras páginas nos permite advertirlo con facilidad, sin la necesidad de acudir a largas descripciones. Es así que, al bajar ella los ojos al mirar a Gúrov, ruborizarse fácilmente y responder asintiendo antes que entablar un diálogo, los lectores podemos inferir su personalidad retraída.
Cabe mencionar un último elemento distintivo de la narrativa de Chéjov: el carácter vivo y humano -no idealizado- de sus personajes. Gúrov, tal como podemos percibir desde las primeras líneas de este cuento, se describe como un personaje lleno de contradicciones y características negativas. En particular, destaca en él su personalidad misógina, que tanto se revela en las opiniones que tiene sobre su esposa, a quien engaña constantemente, como sobre sus amantes y las mujeres en general. Cuando piensa en su esposa, por ejemplo, se produce el siguiente pasaje: “La engañaba desde hacía tiempo y con harta frecuencia; probablemente por eso casi siempre hablaba mal de las mujeres y, cuando en su presencia se hacía algún comentario sobre ellas, exclamaba: —¡Esa raza inferior!” (7).
El hecho de que hable de las mujeres como una ‘raza’ diferente ilustra el profundo desprecio que siente por ellas, a quienes ni siquiera les ofrece el estatuto de personas. Irónicamente, Gúrov es también un personaje incapaz de abrirse o compartir sentimientos genuinos con otros hombres, lo cual ocasiona que se le haga imposible vivir sin mujeres: “Consideraba que su amarga experiencia le había instruido lo bastante para llamarlas lo que se le antojara; sin embargo, no habría podido vivir dos días sin esa «raza inferior»” (7). Esta simultaneidad de odio y deseo, por supuesto, no se agota en Gúrov, sino que es una de las formas más comunes a través de las cuales se suele expresar el pensamiento misógino.
Este carácter humano, contradictorio y no idealizado del personaje chejoviano es uno de los elementos que más ha diferenciado la literatura del autor de la de sus contemporáneos rusos, sobre todo de aquellos que se adscribieron a la corriente realista de la literatura. Esta tradición buscaba apegarse a una representación detallada de la realidad, y fue el medio elegido por muchos artistas, comprometidos políticamente, que concebían al arte como una herramienta para el cambio social. Sin embargo, fue común que cayeran en la tentación de construir personajes idealizados, creando historias moralizantes o didácticas con el fin de ‘educar a las masas’. Esto volvía, paradójicamente, menos ‘reales’ a sus personajes. En cuanto a Chéjov, el crítico y escritor Vladimir Nabokov explica que, “en lugar de convertir a un personaje en vehículo de una lección y en lugar de prolongar lo que a Gorki, o a cualquier autor soviético, le habría parecido una verdad socialista, haciendo que aquel hombre fuera buenísimo, (...) nos ofrece un ser humano, vivo, sin calentarse la cabeza con mensajes políticos ni tradiciones literarias” (1981: 276).