La engañaba desde hacía tiempo y con harta frecuencia; probablemente por eso casi siempre hablaba mal de las mujeres y, cuando en su presencia se hacía algún comentario sobre ellas, exclamaba: —¡Esa raza inferior!
Este pasaje pertenece a los primeros párrafos del cuento y ofrece la prueba de la personalidad misógina que define en un comienzo al protagonista de la historia. Gúrov desprecia profundamente a su esposa, quien parece “mucho mayor que él” y a la que considera “limitada, mezquina y vulgar” (7). Su experiencia con las mujeres dentro del matrimonio y en las múltiples aventuras que tuvo fuera de él lo llevan a tener una idea prejuiciosa hacia las mujeres en general. Irónicamente, el narrador afirma que Gúrov no puede vivir sin ellas: “Consideraba que su amarga experiencia le había instruido lo bastante para llamarlas lo que se le antojara; sin embargo, no habría podido vivir dos días sin esa «raza inferior»” (7).
Si en un principio toda relación aporta a la vida una agradable variedad y se presenta como una aventura maravillosa y sin complicaciones, en el caso de un hombre respetable, sobre todo si se trata de un moscovita vacilante e indeciso, termina convirtiéndose siempre en un auténtico problema, sumamente complejo, que acaba desembocando en una situación desagradable.
En este fragmento podemos advertir la actitud pesimista que caracteriza a Gúrov en relación con el amor al comienzo de la historia. Él entiende las relaciones amorosas como un esfuerzo vano, que eventualmente se vuelve amargo, sin importar lo alegre que haya sido al principio. Sin embargo, la historia que vive en Yalta le ofrece la oportunidad de superar esta opinión cínica y, hacia el final del cuento, consigue abandonar definitivamente esta postura. Irónicamente, su pensamiento acaba por ser cierto, aunque no de la manera que él espera, cuando el amor sincero que termina sintiendo por Anna complica y trastorna drásticamente su vida.
En los rumores que corren sobre las licenciosas costumbres de Yalta hay muy poco de cierto; él los despreciaba, pues sabía que en su mayor parte eran difundidos por personas que habrían pecado de buena gana si hubieran podido; pero, cuando la dama se sentó a la mesa contigua, a tres pasos de él, le vinieron a la memoria todos esos relatos de conquistas fáciles y excursiones a las montañas, y el pensamiento tentador de una relación breve y pasajera, de un romance con una mujer desconocida, de la que no se sabe ni el nombre ni el apellido, se apoderó de pronto de él.
Esta cita ilustra la centralidad que tiene el tema de de “La opinión pública” en este cuento y el modo en que influencia las opiniones de Gúrov al comienzo de la historia. Nuestro protagonista dice despreciar los chismes que pesan sobre las “licenciosas costumbres de Yalta” y considera hipócritas a todos los que los difunden. Sin embargo, él mismo contempla la posibilidad de tener una aventura con Anna porque ha escuchado estos rumores. Este pasaje también sugiere el carácter pecaminoso del inminente romance entre Anna y Gúrov, estableciendo una tensión entre la satisfacción personal y la moralidad, que afecta a ambos personajes a lo largo de la historia.
Entonces él la miró fijamente y de pronto la abrazó y la besó en los labios, sintiéndose envuelto por el perfume y el frescor de las flores; luego se volvió con inquietud para cerciorarse de que no les había visto nadie.
—Vamos a su cuarto… —dijo en voz baja.
Y los dos partieron con rápidos pasos.
La centralidad que tiene el tema de “La opinión pública” vuelve a comprobarse en esta escena en la que Anna y Gúrov se besan por primera vez. Con tanta maestría como sutileza, Chéjov recurre a distintos recursos léxicos para sugerir el carácter furtivo y peligroso del beso en tan solo unas pocas líneas. Por ejemplo, el hecho de que lo haga ‘de pronto’, como si no se pudiera contener más; que se vuelva ‘con inquietud’ para asegurarse de que nadie los ve; que le proponga en ‘voz baja’ que vayan a un lugar donde estén solos, y que partan con ‘rápidos pasos’ rumbo al hotel. En contraste con las expresiones que sugieren peligro, el aroma y frescor de las flores refuerzan el elemento pasional que puja por surgir en medio de tantos obstáculos.
No es a mi marido a quien he engañado, sino a mí misma. Y no sólo ahora, sino desde hace tiempo.(...) ¡Quería vivir! Vivir, vivir… La curiosidad me devoraba… Usted no lo comprende, pero le juro por Dios que ya no podía dominarme, algo me sucedía, no podía controlarme; le dije a mi marido que estaba enferma y vine aquí… Desde mi llegada me he pasado todo el tiempo dando vueltas como si estuviera loca o borracha… y me he convertido en una mujer vulgar y vil, a la que todo el mundo puede despreciar.
Históricamente, la virtud masculina ha tendido a estar asociada a valores como la valentía, la inteligencia, la laboriosidad e, incluso, la capacidad política, entre otros, mientras que la femenina se ha vinculado a la castidad, la belleza y la entrega a los deberes conyugales. En este pasaje, se vuelve evidente el peso que estas exigencias tienen para Anna, y el modo diferencial en que ella y Gúrov experimentan la infidelidad que acaban de cometer. A diferencia de Gúrov, que no siente el menor remordimiento, Anna se lamenta profundamente de lo que él pueda llegar a pensar de sí. Más aún, rememora nostálgicamente el tiempo que ha perdido por casarse con un hombre al que no ama solo para cumplir con lo que la sociedad espera de ella.
Sentado al lado de una mujer joven, que tan bella parecía a la luz del amanecer, con el ánimo sereno, anonadado por la visión de ese fastuoso panorama —el mar, las montañas, las nubes, el anchuroso cielo—, Gúrov reflexionaba que en realidad, si se para uno a pensarlo, todo es bello en este mundo, salvo lo que nosotros mismos discurrimos y hacemos cuando olvidamos los fines supremos de la existencia y nuestra dignidad humana.
Esta cita ilustra el poder transformador del amor que experimenta Gúrov a través de su aventura con Anna. El narrador transmite los pensamientos de Gúrov después del primer encuentro sexual entre este y Anna. Al observar el mar junto a ella, temprano en la mañana, Gúrov se siente abrumado por la belleza del paisaje y experimenta sentimientos de trascendencia evocados por el sonido de la marea que, en “total indiferencia por la vida y la muerte de cada hombre” proporciona “la prueba de nuestra salvación eterna” (16). De este modo, aspectos de la vida que antes observaba con cinismo ahora se han vuelto sublimes gracias al amor que floreció entre ellos.
¡Qué costumbres más salvajes! ¡Qué tipos! ¡Qué noches más intrascendentes, qué días más insípidos y anodinos! Frenéticos juegos de cartas, comilonas, borracheras, conversaciones interminables sobre los mismos temas. Actividades intrascendentes y charlas ociosas se llevaban la mayor parte del tiempo, lo mejor de las fuerzas y, al final, sólo quedaba una vida angosta y limitada, carente de interés, de la que no era posible huir ni escapar; era como estar encerrado en un manicomio o en un centro penitenciario.
Tras separarse de Anna en Yalta, Gúrov vuelve a Moscú con la intención de continuar con su vida como si nada hubiera pasado. Sin embargo, pronto descubre que le resultará imposible recuperar su antigua vida. Este pasaje reproduce los pensamientos de Gúrov cuando uno de sus amigos le responde una trivialidad, luego de que él intente hablarle de Anna. En la cita anterior, mencionamos que la presencia de Anna transforma por completo los valores de nuestro protagonista, quien de ser un hombre completamente cínico e indiferente hacia la vida, comienza luego a comprometerse sinceramente con sus experiencias y sentimientos. En este caso, Gúrov comprende que las conversaciones triviales con sus amigos ya no lo satisfacen, en un claro contraste con las experiencias que atravesó en Yalta junto a la mujer amada.
Cuando Gúrov reparó en ella, el corazón se le encogió y comprendió con toda claridad que no había en el mundo persona más próxima, más querida, más importante para él; perdida en esa multitud provinciana, aquella menuda mujer, que nada tenía de particular, con unos vulgares impertinentes en la mano, llenaba ahora toda su vida; era su tristeza, su alegría, la única felicidad que deseaba para sí; bajo los sones de la pésima orquesta y los ruines violines provincianos, pensaba en lo hermosa que era. Pensaba y soñaba.
Gúrov intenta volver a la normalidad del trabajo y la familia en Moscú, con la esperanza de olvidar rápidamente su aventura con Anna. Sin embargo, el tiempo pasa y cada día la extraña más. Aun así, no es sino hasta que la vuelve a ver en el teatro de la ciudad de S. que Gúrov asume en su interior que la ama. Este pasaje presenta el momento exacto en que se produce esa revelación. Al mismo tiempo, sugiere que el amor no se explica por motivos racionales: bajo la perspectiva de Gúrov, Anna es una mujer ‘provinciana’ que ‘nada tiene de particular’, y puede llegar a ser, incluso, ‘vulgar’. Sin embargo, es la única persona que ha conseguido transformarlo profundamente; la única que lo hace creer nuevamente en el amor.
Tenía dos vidas: una que se desarrollaba a la luz del día, que veían y conocían aquéllos a quienes les incumbía, llena de verdades y mentiras convencionales, semejante en todo a la existencia de sus conocidos y amigos; y otra que fluía en secreto.
Gúrov reflexiona acerca de su vida mientras acompaña a una de sus hijas al instituto. En este punto de la historia, el pasaje termina por volver explícita la doble vida que lleva Gúrov: por un lado, tiene una vida pública, diurna y conocida por todos, en la que es un esposo y un padre de familia convencional. Por el otro, tiene una vida que fluye en secreto, que solo él y su amada Anna conocen. El elemento más trágico de esta historia consiste, como el propio Gúrov menciona luego, en el hecho de que su vida pública es una completa mentira, mientras que lo más verdadero y elemental de su existencia, el vínculo que tiene con Anna, “transcurría a espaldas de los otros” (31).
Le parecía que no tardaría en encontrar una respuesta y que entonces se iniciaría una vida nueva y hermosa; pero ambos sabían muy bien que ese final aún quedaba muy lejano y que lo más complicado y difícil acababa de empezar.
Con estas líneas finaliza Chéjov “La dama del perrito”. Fiel a su estilo, y como bien menciona Vladimir Nabokov, “el cuento se difumina sin un punto final concreto, sino con el movimiento natural de la vida (...). No hay una moraleja ni un mensaje particulares” (1981: 289). Lo que los lectores podríamos esperar como el principal conflicto de la historia, el momento en que la infidelidad se descubre, se presenta como una incógnita en un final abierto. Nos encontramos, en su lugar, con los amantes asumiendo la realidad de su amor. Se vaticina una ‘vida nueva y hermosa’, pero por la que se tendrán que esforzar mucho.