Tal como analizamos en la sección Temas, un elemento muy presente en “La dama del perrito” es la presión de la vida pública sobre la vida privada. A lo largo del texto, tanto Gúrov como Anna se sienten agobiados por las expectativas sociales que pesan sobre sí, y toda su relación amorosa se construye al margen del ojo público, lo que tanto obstaculiza como inflama su relación.
Gúrov, por ejemplo, comienza la historia atento a los rumores que circulan respecto a la liviandad moral que rige en Yalta. Aunque estos comentarios alimentados por el prejuicio lo repelen, al mismo tiempo lo llevan a fantasear con la posibilidad de una aventura:
En los rumores que corren sobre las licenciosas costumbres de Yalta hay muy poco de cierto; él los despreciaba, pues sabía que en su mayor parte eran difundidos por personas que habrían pecado de buena gana si hubieran podido; pero, cuando la dama se sentó a la mesa contigua, a tres pasos de él, le vinieron a la memoria todos esos relatos de conquistas fáciles y excursiones a las montañas, y el pensamiento tentador de una relación breve y pasajera, de un romance con una mujer desconocida, de la que no se sabe ni el nombre ni el apellido, se apoderó de pronto de él (8).
Luego, de regreso en Moscú, se cansa rápidamente de las presiones sociales y la vida superficial que experimentan todos en la ciudad, sobre todo en comparación con las experiencias profundas que tuvo con Anna en sus vacaciones. En particular, la vida moscovita lo insta reflexionar sobre el contraste entre su vida privada, auténtica y trascendente, y lo que él considera que es una vida pública falsa y performativa, una vida construida con el fin último de agradar a los demás. Hacia el final, el cuento sugiere que él terminará por rechazar estas expectativas sociales para vivir un futuro sincero junto a su amante.
Con Anna sucede algo similar: la mayor parte de la historia, este personaje vacila entre experimentar un amor honesto hacia Gúrov y padecer una sensación de culpa que la lleva a llorar constantemente y a dudar sobre su propia respetabilidad: “Me he convertido en una mujer vulgar y vil, a la que todo el mundo puede despreciar” (15). Sin embargo, las expectativas sociales que pesan sobre ella no solo se revelan en el momento de su infidelidad, sino que, tal como ella afirma, la han perseguido desde la juventud. Son las que en primera instancia la llevaron a casarse, aun cuando no estaba enamorada ni sentía el interés de atarse a un esposo: “No es a mi marido a quien he engañado, sino a mí misma. Y no sólo ahora, sino desde hace tiempo (...). Cuando me casé con él tenía veinte años, me atormentaba la curiosidad, aspiraba a una vida mejor; debe de haber otra vida mejor, me decía. ¡Quería vivir! Vivir, vivir…” (15).
Como telón de fondo de estos acontecimientos narrativos, se despliega la Rusia de Chéjov, un país y un momento histórico signados por la agitación social y política: a fines del siglo XIX, para cuando el autor publica esta obra, Rusia todavía está bajo el control de los zares, nombre que reciben los emperadores o autócratas rusos que ejercen tanto el poder político como el económico en la región. Para entonces, la sociedad está constituida mayoritariamente por campesinos pobres y unos pocos sectores industrializados que viven en condiciones deplorables. Sobre ellos, le sigue una clase media de propietarios rurales y profesionales liberales, entre los que se encuentra la clase intelectual y, en la cima de la pirámide social, una minoría aristocrática.
En este contexto se comienza a problematizar el rol del artista frente a los distintos problemas sociales y políticos, y distintos intelectuales coetáneos de Chéjov, como León Tolstói y Máximo Gorki, se posicionan políticamente contra el régimen zarista. El realismo literario, corriente estética que busca apegarse a una representación detallada de la realidad, es el medio a través del cual estos autores buscan dar cuenta artísticamente de sus posiciones políticas y es, junto con el naturalismo, la corriente en la que suele incluirse a Chéjov. Pese a ello, y tal como señala el escritor William Somerset Maugham, a Chéjov nunca le preocupa que su obra tenga un contenido político moralizante o pedagógico, sino que le interesa más formular personajes realistas y reconocibles de la sociedad rusa:
Esta impasibilidad era una afrenta para muchos de sus colegas escritores, quienes lo atacaban ferozmente. Los cargos contra él tenían que ver con su aparente indiferencia hacia los sucesos y las condiciones sociales de su tiempo. La demanda de la «inteligencia» era que todo escritor ruso debía tratar esos problemas. Chéjov replicaba que al autor competía narrar los hechos y dejar a los lectores decidir lo que debían hacer con ellos. En su opinión el autor no estaba llamado a resolver problemas especializados” (2013: 26).
Más aún, tampoco es común, salvo algunas excepciones, que Chéjov tome como protagonistas a personajes pertenecientes a los sectores obreros o al campesinado. En lugar de ello, suele remitirse a tipos sociales propios de los círculos que él mismo comienza a habitar cuando consigue posicionarse económicamente: los intelectuales y otros actores profesionales que comienzan a figurar con más fuerza a fin de siglo. Sobre ello, el pensador y teórico Piotr Kropotkin señala: “Lo campesino y la vida de aldea no eran su esfera peculiar. Su verdadero dominio es el mundo de los «intelectuales» -los círculos instruidos y semi-instruidos de la sociedad rusa- y este mundo lo conoce a la perfección. Señala su bancarrota, su incapacidad para solucionar los grandes problemas históricos de la renovación que les tocó en suerte, y la bajeza de la vida cotidiana en que se sume gran número de ellos” (2017: 301-302).
Es en este marco en el que debe comprenderse el conflicto amoroso entre la pareja de amantes y su entorno social. Tanto Gúrov, un banquero exitoso, filólogo y cantante de ópera, como Anna, esposa de un hombre adinerado que trabaja en la administración pública de una provincia, atraviesan distintas problemáticas que poco tienen que ver con las penurias sufridas por el campesinado. En su lugar, ellos deben lidiar con toda una serie de expectativas respecto a las funciones sociales estipuladas de antemano para su género y clase.
Este cuento recrea las problemáticas surgidas en un sector privilegiado de la sociedad rusa que se encuentra profundamente preocupado por las buenas costumbres y la imagen social: se trata de una sociedad organizada en torno a la idea de imagen pública. Los actores sociales que Anna y Gúrov representan llevan una vida en gran medida performativa, más enfocada en mantener las apariencias que en la autenticidad. Veamos, en este punto, las reflexiones que dominan el ánimo de Gúrov en las últimas líneas del relato: “Mientras hablaba, pensaba que acudía a una cita y que ni una sola persona lo sabía ni probablemente lo sabría nunca. Tenía dos vidas: una que se desarrollaba a la luz del día, que veían y conocían aquéllos a quienes les incumbía, llena de verdades y mentiras convencionales, semejante en todo a la existencia de sus conocidos y amigos; y otra que fluía en secreto” (31)
Vale mencionar, por último, que las limitaciones de esta sociedad altamente normativa operan en forma muy dispar en hombres y mujeres, tanto legal como socialmente. Anna, por ejemplo, habría tenido grandes dificultades para dejar a su esposo en el caso de haberlo decidido dentro de las páginas de la historia. En el contexto de la publicación de este cuento, las mujeres no tenían derecho legal a alquilar un apartamento ni a buscar empleo sin el apoyo de sus maridos. Además, el divorcio era difícil de obtener y estaba mal considerado, lo cual lo hacía extremadamente raro en la Rusia zarista.