Resumen
Escena I
Antonio, Octavio y Lépido se han unido para vencer a los conspiradores. Anotan sus nombres; Lépido consiente asesinar a su propio hermano, y Antonio, al hijo de su hermana.
Luego, el propio Antonio envía a Lépido a la casa de César para buscar el testamento y anular algunas de las mandas de los legados. Tras su partida, Antonio manifiesta su desacuerdo respecto de la inclusión de Lépido en el triunvirato. Octavio afirma que aquel es "un soldado experto y valiente" (IV.I., 133), pero Antonio se refiere a él como un medio del que se desharán pronto.
Escena II
Bruto está con su ejército en su tienda de campaña, en Sardis. Llega Lucilio, hombre de Bruto que viene de visitar a Casio, y afirma que este se ha mostrado respetuoso, pero no tan amigable como antes.
Llega Casio con su propio ejército. Está enojado con Bruto; lo acusa de haberlo agraviado. Bruto lo hace entrar en la tienda para que sus hombres no los vean discutiendo.
Dentro de la tienda, Casio manifiesta estar molesto porque Bruto lo agravió al desmentir cartas suyas que defendían a Lucio Pella de una acusación de aceptar sobornos de los sardios. A Bruto le enfurece que Casio defienda a un hombre por aceptar sobornos, argumentando que César fue supuestamente asesinado por ese mismo comportamiento. "¿Alguno de nosotros que abatimos / al hombre más eximio de este mundo /solamente porque amparó ladrones, / mancharía su mano con sobornos / viles (...)?" (IV.II., 140), cuestiona. Uno y otro terminan amenazándose mutuamente, y cada uno demuestra estar convencido de que es mejor que el otro liderando sus respectivos ejércitos.
Los dos hombres continúan discutiendo, y Bruto finalmente le reclama a Casio haberse negado a enviarle oro para pagar sus ejércitos. Casio asegura que esto no fue así, y le reprocha a Bruto tenerlo en tan baja estima. Saca su daga y le pide a Bruto que lo mate si acaso es un hombre tan terrible, pero Bruto entonces se retracta y finalmente se abrazan, reconciliados.
Un poeta entra por la fuerza en la tienda para reclamar que haya amistad entre ellos. Casio y Bruto se burlan de él y lo echan. Bruto finalmente le informa a Casio que Porcia ha muerto: se quedó sola en la ciudad después de su huida y estaba afligida porque Octavio y Antonio habían tomado el control de Roma, por lo que "tragó fuego" (IV.II., 150), suicidándose. Llegan Titinio y Mesala, y los generales cambian inmediatamente de tema.
Bruto y Mesala comentan que ambos han recibido cartas que informan que Antonio y Octavio están marchando sobre ellos desde Grecia. Las cartas de Mesala cuentan que más de cien senadores han sido ejecutados, mientras las de Bruto solo mencionan setenta, incluido Cicerón. Mesala le pregunta a Bruto por Porcia, pero él asegura no haber recibido noticias de ella y le pregunta si sabe algo. Él confiesa que ella está muerta, y Bruto reacciona como si se acabara de enterar.
Luego, Bruto y Casio deciden si es mejor esperar a Antonio y Octavio en Sardis o marchar hacia ellos para enfrentarlos en Filipos. Casio prefiere esperar y mantener así descansados a sus hombres, pero Bruto cree que el enemigo está ganando poder cada día y debe ser detenido lo antes posible. Casio finalmente acepta la estrategia de Bruto y se retira a su tienda para descansar antes de salir la mañana siguiente.
Bruto permanece despierto junto a su sirviente Lucio. Llaman a dos de sus hombres, Claudio y Varro, y Bruto les pide que duerman cerca por si los necesita por algún motivo relacionado con Casio por la noche. Bruto le pide a Lucio que le toque una melodía con su instrumento, lo que él hace hasta quedarse dormido.
Bruto, por su parte, lee un libro a la luz de una vela cuando aparece el fantasma de César. Bruto pregunta quién ha entrado en la habitación, y el fantasma responde: "Soy tu espíritu malo" (IV.II., 160), y agrega: "He venido a decirte que en Filipos / me verás" (IV.II., 161). En cuanto el espectro desaparece, Bruto despierta a Lucio, Varro y Claudio, y les ordena a estos últimos que le informen a Casio que debe adelantarse con sus tropas.
Análisis
Las dos escenas que constituyen este acto ponen en escena a los dos bandos enfrentados en la guerra civil iniciada por Antonio en el acto anterior. Por un lado, vemos al nuevo triunvirato que gobierna Roma, compuesto por Antonio, Octavio y Lépido. Lo que queda claro del diálogo entre ellos es que están fuertemente comprometidos con su venganza contra los conspiradores: no dudan en asesinar, de hecho, a sus propios familiares si tuvieron algo que ver con el magnicidio.
Por otra parte, en esta escena vuelve a ponerse de manifiesto la astucia y la determinación de Antonio, quien reconoce la inferioridad de Lépido y no duda en utilizarlo como medio para alcanzar sus objetivos, y carece de pruritos, además, para modificar el testamento de César según su conveniencia.
Del otro lado, los malentendidos y las discusiones entre Bruto y Casio dan cuenta de los conflictos internos que debilitan al bando de los conspiradores. Por otra parte, aquí observamos que las diferentes opiniones de Casio y Bruto sobre qué rumbo tomar se dirimen nuevamente a favor de Bruto: los ejércitos salen a atacar a los enemigos en Filipos en vez de esperarlos donde están, como sugería Casio. Las consecuencias de esto se verán recién en el acto siguiente, pero lo cierto es que Bruto da cuenta otra vez de un grave error táctico que terminará dándole la victoria al bando opuesto.
Es interesante también, en relación a Bruto, su conciencia respecto de su imagen pública en general, y a la apariencia, a los ojos de otros, de sus actos y los de los otros conspiradores en particular. Primero, cuando Casio se acerca, furioso, por el supuesto agravio contra él cometido por Bruto, este le pide:
Calma, Casio;
Plantéame tus quejas en voz baja.
Yo te conozco bien. Ante los ojos
de nuestros dos ejércitos reunidos,
que no debieran ver entre nosotros
más que afecto, no debemos reñir.
(IV.II., 138)
Luego, tras la llegada de Titinio y Mesala, Bruto le pide a Casio ocultar el tema del que estaban hablando —la muerte de su esposa— para luego simular no saber nada del asunto y mostrarse sorprendido cuando le informan del hecho. Recordemos que Bruto fue quien decidió dejar con vida a Antonio para que a los conspiradores no los tomaran por "carniceros". Así, vemos cuán consciente es de la importancia de las apariencias y de cómo estas son parte constitutiva de la realidad puertas afuera, es decir, en el universo de lo público.
Así como Cina, el poeta, fue ignorado y atacado por los ciudadanos enfurecidos al final del acto anterior, aquí Bruto y Casio desestiman y expulsan de su tienda a otro poeta. Esta insistencia en la figura del poeta ignorado puede leerse como una guiño metatextual y como una advertencia del dramaturgo sobre la importancia de poner atención a las palabras de los poetas. Además, en un sentido más amplio, estas apariciones constituyen solo una parte de las constantes referencias a la importancia y el poder de las palabras. Recordemos las cartas falsificadas con las que Casio convence a Bruto de unirse a su conspiración, así como la capacidad de Antonio de iniciar una guerra civil con un discurso incendiario. En relación con este tema, los mencionados ataques a poetas, las discrepancias entre las cartas que reciben Mesala y Bruto, la noticia del asesinato del gran orador Cicerón y el hecho de que la lectura de Bruto, al final del acto, se vea interrumpida por la aparición del espectro de César parecen asociar el caos producido por la muerte de este con una crisis en el plano de las palabras.
Por último, la aparición del espectro al final del acto materializa la influencia de César tras su propia muerte. En los relativamente pocos discursos que tiene César a lo largo de la obra, se muestra consiente de la grandeza de su imagen pública y de su importancia como institución, como entidad prácticamente abstracta que concentra poder. De esta manera, destaca su propia constancia ("yo soy inconmovible, al modo / de la estrella polar", III.I., 93-94), desdeña su propia mortalidad ("la muerte, inevitable fin, / va a venir cuando tenga que venir", II.II., 78) y se refiere a sí mismo en tercera persona, particularmente en el ámbito público ("¿Qué faltas hay que César y el Senado / deberían ahora remediar?, III.I., 92). En este sentido, su percepción de sí mismo como una entidad poderosa que excede su carácter de individuo parece confirmarse en el caos que produce su muerte. Y esta influencia tiene una encarnación simbólica en el espectro que se le aparece a Bruto.