Sin duda es tiempo de extraños sucesos,
pero los hombres pueden explicar
las cosas a su modo, aunque éste
sea contrario al de las cosas mismas.
En estas palabras del gran orador Cicerón se pone en relieve el tema de la realidad, la apariencia y la interpretación, de gran relevancia en Julio César. El equívoco, es decir, la mala interpretación de dichos sucesos, es un motor de la acción en la trama: es una interpretación apresurada de cartas falsas la que convence a Bruto de unirse a la conspiración contra César, y es una noción errada de ciertos sucesos durante la batalla la que convence a Casio de suicidarse. Así, estas palabras de Cicerón pueden leerse como uno de los tantos presagios que anuncian los trágicos acontecimientos que se sucederán en la pieza.
«Deberá Roma, etcétera» es decir,
¿Deberá Roma someterse al miedo
que inspira un solo hombre? (...)
«¡Habla, hiere, haz justicia!»
¿se me incita a que hable y que golpee?
Oh, Roma, yo te hago esta promesa:
¡si se restaura el orden, obtendrás
de la mano de Bruto cuanto pidas!
En este fragmento vemos a Bruto leyendo apresuradamente una de las cartas que Casio planta en su casa para hacerle creer que ciudadanos romanos le temen a César y le piden ayuda. Es interesante que Bruto deje de leer el texto para completarlo él mismo con el sentido que desea, es decir, aquel que le da argumentos para actuar contra César. Esta actitud sugiere que, a pesar de que Bruto cree genuinamente actuar en beneficio de Roma, parece también motivado por su propia ambición.
Que nosotros
seamos, Casio, sacrificadores,
pero no carniceros. Nos alzamos
contra el espíritu de César, pero
no hay sangre en el espíritu del hombre.
¡Ah, si fuera posible que alcanzásemos
su espíritu sin desmembrar a César!
Pero, ay, César debe sangrar por esto
y, amigos, habremos de matarlo
con osadía pero no con ira (...).
Eso hará
que nuestro intento pueda resultar
un acto necesario, no perverso.
Y, si parece así a ojos de todos,
han de llamarnos purificadores,
nunca asesinos.
En este pasaje se evidencia la conciencia que posee Bruto de la importancia que tiene la apariencia —y más precisamente la apariencia frente a la mirada pública, de los ciudadanos— para que el acto que están por cometer tenga las consecuencias que ellos esperan. Por otra parte, aquí puede leerse también cierta resistencia del personaje a asumir las implicancias morales del asesinato del que participará: afirma que ellos se alzan contra el espíritu de César cuando, en los hechos, lo harán contra su cuerpo, y de una forma atroz, ya que lo asesinarán por la espalda, a puñaladas y frente a los ojos de todo el mundo.
César,
nunca presté atención a los presagios,
pero ahora me asustan. Dentro hay uno
que, aparte de lo ya visto y oído,
relata las visiones más horrendas
que los que están de guardia han presenciado:
una leona que parió en la calle,
y tumbas que bostezan y que arrojan
sus difuntos; guerreros impetuosos
y furiosos que luchan en las nubes,
en filas y escuadrones y en correcta
formación militar, haciendo que
llovizne sangre sobre el Capitolio;
el ruido de la lucha atruena el aire,
los caballos relinchan, se lamentan
los moribundos; los fantasmas chillan
y andan vociferando por las calles.
Esta enumeración que hace Calfurnia de extraños sucesos recientes funciona como presagio de la muerte de César y de la anarquía que se desatará como consecuencia. Según la cosmovisión isabelina, una crisis en cualquier nivel de la existencia tiene su correlato en todas las otras, por lo que hechos sobrenaturales anuncian un desorden en otro plano; en este caso, en el político.
Casio:
¡Cuántas veces en siglos venideros
se representará esta excelsa escena nuestra
en estados que aún no son nacidos
y en lenguajes aún desconocidos!
Bruto:
¡Y cuántas veces sangrará en la escena
César, que yace al pie del pedestal
de Pompeyo y no vale más que el polvo!
Casio:
Cuantas veces suceda, otras tantas
se denominará a este grupo nuestro:
los que a su patria dieron libertad.
En este diálogo, Shakespeare introduce una irónica referencia metatextual: Casio anuncia que el acto que acaban de cometer se relatará durante siglos, lo que no puede sino leerse como una referencia a la obra que estamos leyendo. No obstante, en un giro irónico, este mismo personaje asume que los conspiradores serán recordados como aquellos que dieron libertad a su patria, cuando la historia los recordará más bien como aquellos que dieron lugar a una cruenta guerra civil en Roma que terminó con la república e instauró un régimen monárquico. Aun más, particularmente Casio es presentado por Shakespeare, en esta obra, como un hombre ambicioso y manipulador cuyas motivaciones para asesinar a César no terminan de definirse.
Si hay en esta asamblea algún querido amigo de César, a él le digo que el amor de Bruto por César no era menor que el suyo. Si ese amigo pregunta entonces por qué Bruto se alzó contra César, ésta es mi respuesta: no fue porque amara menos a César sino porque amaba más a Roma.
Este es un fragmento del discurso que da Bruto en el funeral de César, en el que pretende justificar frente a los ciudadanos romanos su participación en el magnicidio. Bruto ofrece un discurso breve, lógico, en prosa y sin adornos que apela al entendimiento racional de los sucesos. Aunque en principio parece eficaz, su estrategia demuestra ser muy inferior a la de Antonio, que despliega una serie de recursos de la oratoria con el objetivo de enardecer a la multitud e iniciar la guerra civil en Roma.
Cada vez que los pobres se quejaron,
César lloró. La ambición debería
estar hecha de material más duro.
Pero Bruto dice que era ambicioso,
y Bruto es un hombre honorable.
Todos visteis cuando en las Lupercalias
por tres veces le ofrecí una corona
de monarca, que rechazó tres veces.
¿Era eso ambición?
Pero Bruto dice que era ambicioso
y, a no dudarlo, es un hombre honorable.
Este es solo un breve fragmento del largo discurso de Antonio en el funeral de César. Consciente de la naturaleza irreflexiva y manipulable de los plebeyos, Antonio apela a sus emociones, y lo hace desplegando una brillante oratoria que hace uso de los halagos a sus oyentes, de la repetición de las ideas que quiere instalar en estos y de bellos versos. Además, se muestra muy astuto al utilizar la ironía para cumplir con el requisito que le exigió Bruto para expresarse en el funeral —que no hablara mal de los conspiradores— y negar al mismo tiempo, frente a sus oyentes, la honorabilidad de su principal contrincante.
¿Para qué me enviaste, bravo Casio?
¿No encontré a tus amigos? ¿No pusieron
en mis sienes laureles de victoria
rogándome que te los diera a ti? (...)
¡Ay! Interpretaste mal todas las cosas.
Este comentario, que alude directamente a la causa del suicidio de Casio —quien se adelanta a asumir la derrota y la muerte de su amigo—, puede leerse también de modo literal, y en ese caso, si Casio interpretó mal todas las cosas, eso significa que su motivación para asesinar a César partía de un error. En todo caso, estas palabras recuerdan las de Cicerón, quien al principio de la obra advertía que "los hombres pueden explicar / las cosas a su modo, aunque éste / sea contrario al de las cosas mismas" (I.III., 46).
¡Ah, Julio César! Eres
todavía grandioso. Tu espíritu
anda vagando y hace que se vuelvan
nuestras propias espadas contra nuestras
propias entrañas.
Esto comenta Bruto al encontrar el cadáver de Casio. Aunque en su literalidad la frase alude a uno de los tantos errores de interpretación que los personajes cometen en esta obra —Bruto cree que fue el espectro de César que él vio el que produjo esta muerte—, lo cierto es que Bruto acierta en asumir la gran relevancia que sigue teniendo César aun después de su muerte. En última instancia, tanto Casio como él mismo aludirán a su víctima en sus últimas palabras, antes de quitarse la vida.
Fue el más noble de todos los romanos;
salvo él, todos los conspiradores
hicieron lo que hicieron por envidia
del gran César; sólo él se unió a ellos
pensando honestamente en el bien público.
Al final de la obra, Antonio reconoce la grandeza de Bruto con estas palabras. Aunque, como sugerimos en este análisis, Bruto parecía motivado, al menos parcialmente, por su propia ambición —recordemos cuán fácilmente accede a los argumentos de Casio y malinterpreta las cartas que este le envía para alimentar una interpretación viciada sobre el accionar de César—, lo cierto es que él es el único de los conspiradores que da muestras de un conflicto interno, de remordimiento y de dignidad a lo largo de toda la obra. Se erige así como un ejemplo de honorabilidad frente al inescrupuloso Casio, quien miente, manipula y parece aceptar sobornos.