Julio César comienza en el contexto de un conflicto de clases: los plebeyos celebran la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo, uno de los antiguos líderes de Roma, mientras que los tribunos atacan verbalmente a las masas por la inconstancia que supone celebrar la derrota de un hombre que alguna vez fue su líder.
César entra en Roma acompañado de sus seguidores y una multitud de ciudadanos. Él ignora los malos augurios de un adivino para el Idus de Marzo y, aunque desconfía de Casio, Antonio le replica que no tiene de qué preocuparse.
Mientras, Bruto y Casio conversan, preocupados, sobre el poder que ha ganado César en el último tiempo. Casio invita a Bruto a unirse al complot que está tramando para asesinarlo, pero este se muestra dubitativo. Llega Casca y les informa que Antonio le ofreció una corona a César tres veces, y las tres veces este la rechazó.
Casio le entrega cartas falsas a Cina para que este se las envíe a Bruto y le haga creer que una gran cantidad de ciudadanos se muestran preocupados por la tiranía de César. Luego invita a Casca a cenar esa noche con el objetivo de convencerlo de que se una a la conspiración.
Creyendo defender la libertad de los romanos, Bruto finalmente se reúne con los conspiradores y acepta unirse al complot.
Mientras tanto, la esposa de César, Calpurnia, sueña con una estatua de César sangrando por cien heridas. César, supersticioso por naturaleza, ordena matar un animal para que los sacerdotes lean sus entrañas y definan si debería ir al Senado ese día. Los sacerdotes le dicen que el animal no tenía corazón, lo que constituye una muy mala señal. Sin embargo, Decio, uno de los conspiradores, llega y reinterpreta el sueño de Calpurnia, sugiriendo que es un buen augurio. César accede a ir al Senado, y el resto de los conspiradores llegan a su casa para escoltarlo hasta allí.
De camino a la Cámara de Senadores, César se niega a escuchar las advertencias de un adivino y de un hombre llamado Artemidoro. En el Senado, el grupo de conspiradores asesina a César a puñaladas.
Bruto y Antonio encabezan la oración fúnebre en el funeral de César. Mientras el primero defiende con argumentos racionales el asesinato del tirano, Antonio da un discurso muy sentido que finaliza con la lectura del testamento de César. En él, César otorga a cada romano una parte de su fortuna. Este documento, así, pone en cuestionamiento las afirmaciones de Bruto acerca del carácter tiránico y ambicioso del muerto. Los plebeyos juran venganza y se inicia una revuelta. Bruto y Casio se ven obligados a huir de la ciudad. Mientras, el joven general Octavio César, Antonio y Lépido forman un nuevo triunvirato.
Casio y Bruto establecen un campamento en Sardis, y este último convence al primero de que lo mejor para ellos sería marchar hacia los ejércitos de Antonio y Octavio en Filipos, para derrotarlos antes de que se vuelvan demasiado fuertes. Casio acepta el plan a regañadientes. Esa noche, Bruto ve al fantasma de Julio César, que le dice que estará en el campo de batalla en Filipos.
Finalmente, en Filipos, Bruto lleva las de ganar frente al ejército de Octavio, pero Casio empieza a perder ante las fuerzas de Antonio. Cuando ya no le quedan esperanzas, Casio le ordena a Píndaro que lo mate. Este cumple y huye. Tras ver el cadáver de Casio, Bruto, ya casi completamente derrotado, le ruega a Estratón, uno de sus hombres, que sostenga su espada mientras él se lanza sobre ella. Así se suicida.
Llegan Antonio y Octavio. El primero comenta que Bruto fue el romano más noble, pues fue el único que conspiró por el bien de Roma.