Resumen
Este relato, en tercera persona, comienza por adelantar al lector que va a desarrollar el caso más extraño que le ha tocado resolver al detective Erik Lönnrot: una serie de asesinatos que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, y cuya última muerte él no pudo detener, pero sí predecir.
Todos los crímenes suceden en la misma ciudad anónima. El primero tiene lugar en el Hôtel Du Nord, y la víctima es Marcelo Yarmolinsky, un judaista reconocido que ha llegado a la ciudad para participar en el Tercer Congreso Talmúdico. El crimen ocurre por la noche; el cadáver es encontrado a las 11 am del día siguiente, con una profunda herida de puñal en el pecho. Sobre el escritorio, aún colocada en la máquina de escribir, una página conserva la siguiente línea: “La primera letra del Nombre ha sido articulada” (p. 156). El comisario Treviranus llega junto a Lönnrot y un periodista a la escena del crimen y revisan los hechos. A Lönnrot le interesa la figura de Yarmolinsky, puesto que entre sus libros encuentra algunos escritos del propio judaista que llaman su atención. Entre ellos, destaca un estudio sobre la secta de los Hasidim, una monografía sobre el Tetragrámaton (el nombre secreto de Dios según el judaísmo, compuesto por cuatro letras de poder) y otro trabajo sobre el Pentateuco.
Trevinarus se burla del interés de Lönnrot, puesto que, para él, el crimen es simple: un ladrón debe haber entrado para robar los zafiros del Tetrarca de Galilea, quien se hospeda en una suite justo frente a la habitación de la víctima. Por la noche, el ladrón puede haber confundido la puerta y entrado a la habitación equivocada. Al detectarlo Yarmolinsky, aquel debe haberlo matado para que evitar ser denunciado ante las autoridades. Tal explicación no parece interesar a Lönnrot, quien se lleva los libros.
El 3 de enero, exactamente un mes después de la primera muerte, le avisan a Rössnot de un segundo asesinato en los suburbios, al oeste de la ciudad. Se trata del cadáver de un viejo bandido, Azevedo, representante de un viejo linaje de ladrones acostumbrados al uso del cuchillo antes que a la resolución verbal de los conflictos. Sobre el umbral donde descansa el cuerpo apuñalado, escrito en tiza, puede leerse: “La segunda letra del Nombre ha sido articulada” (p. 159).
El tercer crimen ocurre la noche del 3 de febrero. Antes de la 1 am, el comisario Treviranus recibe una llamada de un tal Ginzberg, quien le ofrece información sobre los sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky, pero, mientras habla, un fuerte ruido impide que se entiendan sus palabras, y luego se corta la comunicación. El comisario traza la llamada y se dirige hasta el lugar desde donde se hizo, un viejo bar-pensión llamado Liverpool House, en la Rue de Toulon. El dueño de la taberna le comunica que un tal Gryphius se estaba hospedando desde hacía una semana en una de las habitaciones. Los hábitos de este sujeto eran extraños: apenas salía y tomaba todas sus comidas en la habitación. La víspera bajó a la taberna para realizar una llamada telefónica tras la cual dos arlequines se bajaron de un cupé cerrado (era carnaval), intercambiaron unas palabras con él y subieron a su habitación. Al rato, los tres bajaron juntos. Los arlequines empujaron a Gryphius hasta el cupé y desaparecieron con él en la noche. Al marcharse, uno de los arlequines, desde el cupé, escribió una sentencia: “La última de las letras del Nombre ha sido articulada” (p. 161).
Al revisar la habitación de Gryphius, junto a Lönnrot, descubren un libro en latín, el Philologus hebraeograecus, de Leuden. Mientras abandonan la taberna, Treviranus lee con interés el siguiente pasaje: “El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer” (p. 162).
Casi un mes después, el primero de marzo, Trevinarus recibe un paquete de un remitente anónimo, donde encuentra un mapa de la ciudad que profetiza que el 3 de marzo no habrá un cuarto asesinato, ya que los tres sitios en donde se cometieron los asesinatos referidos forman, al unirse, un triángulo equilátero y místico. Ese triángulo está marcado sobre el mapa. El comisario envía esos documentos a Lönnrot, quien los estudia y comprende la simetría del tiempo (todos los asesinatos han sido cometidos el 3 de cada mes) y del espacio. Pero entonces Lönnrot comprende otra cosa: con un compás y una brújula marca en el mapa un cuarto punto y pronuncia la palabra “Tetragrámaton”. Luego, avisa al comisario que conoce dónde se realizará el cuarto crimen y toma el tren hacia la quinta abandonada de Triste-le-Roy, feliz de haber dado con la clave que le permitirá llegar hasta el asesino.
La quinta es un edificio complejo y simétrico, donde todas las habitaciones parecen duplicarse, y que Lönnrot recorre en silencio. Al llegar al mirador del último piso, dos figuras, que lo estaban esperando, lo asaltan y lo desarman. Un tercer hombre aparece en escena. Se trata del bandido Red Scharlach, también conocido como Scharlach el Dandy, gran enemigo de Lönnrot.
Atrapado, Lönnrot le pregunta a su enemigo si está buscando el Nombre Secreto de Dios, aquel nombre que, según la cábala, confiere el poder de la eternidad a quien lo pronuncia. Sin embargo, Scharlach ríe y le cuenta su plan: en realidad, él solo quería vengarse de Lönnrot desde que el detective encarceló a su hermano. Para eso decidió urdir ese laberinto de pistas que lo dejaría, indefenso, en sus manos.
En realidad, el plan surgió por una casualidad: el bandido Azevedo entró al Hôtel du Nord a robar los zafiros del Tetrarca de Galilea, pero se confundió y entró en la habitación de Yarmolinsky, a quien tuvo que matar para que no lo delataran. Allí estaba escrito, por el judaista, aquella sentencia sobre la primera letra del nombre. Valiéndose de eso, y sabiendo que Lönnrot se interesaría por la frase y por los libros del intelectual, Scharlach decidió esa serie de asesinatos simétricos y sembró las pistas. A Azevedo lo asesinó, de paso, puesto que era un bandido de poco fiar. Luego, el episodio de Ginzberg no fue más que un simulacro: él mismo había estado en la taberna esa semana, oculto, para dejar el libro y las pistas falsas. El mapa también había se lo había enviado él al comisario.
La última pista que Lönnrot tenía que descifrar era la del libro en latín: según el calendario hebreo, el día comienza por la tarde, por lo que, entonces, los asesinatos no habían sido cometidos el 3, sino el 4 de cada mes, lo que prefiguraba un cuarto asesinato, que solo el detective llegaría a desentrañar. Así, Scharlach lo ha hecho caer en su trampa y ahora lo tiene a su merced. Entonces, Lönnrot se burla del ladrón y menciona un mejor laberinto, el de los griegos, que no está trazado más que sobre una línea. Es esta una referencia a una paradoja sobre el tiempo que Borges ha desarrollado en muchas obras. Tras esta burla, Scharlach le dispara a Lönnrot.
Análisis
“La muerte y la brújula” es un relato policial que, sin tener en cuenta su complejidad simbólica, presenta una estructura narrativa lineal y relativamente sencilla en comparación a otros relatos de Ficciones. La narración en tercera persona omnisciente no presenta saltos ni regresiones temporales, y los acontecimientos referidos obedecen a una estructura lógica de causa y efecto, razón por la cual es fácil progresar en la lectura, aunque la complejidad de las citas y las referencias a la cultura hebrea pueden complejizar la comprensión de la intriga.
El relato presenta la estructura tradicional del cuento policial y el Spiel mit Indizien: el lector es guiado por la visión del detective en la interpretación de una serie de huellas que acompaña cada asesinato. Así, la visión que se tiene de los hechos es la del detective Lönnrot, descripto como perspicaz y temerario, y solo pueden entreverse las reflexiones que este realiza, en torno de las supersticiones judías, en las que encuentra las pistas para comprender el crimen.
El juego de indicios se despliega a partir de la nota que encuentran en la habitación Yarmolinsky, el judaista asesinado. En su máquina de escribir ha quedado una página con la inscripción: “La primera letra del Nombre ha sido articulada” (p. 156). A su vez, Lönnrot encuentra, entre los libros de la vícticma, una monografía dedicada al Tetragrámaton, es decir, el nombre de Dios según la tradición hebrea. El Tetragrámaton hace referencia a las cuatro letras que conforman el nombre de Dios, YHVH (Yahveh), y que, en la tradición de la cábala, es un símbolo de poder que otorga la eternidad. A partir de esta noción, el lector, al igual que Lönnrot, puede imaginar una serie de crímenes relacionada con estas letras.
Efectivamente, el segundo crimen sucede al mes siguiente, y reitera la fecha del primero: se trata del día 3 de enero. El tercer crimen plantea un escenario donde vuelven a aparecer pistas e indicios que Lönnrot interpreta para dar con el asesino: en un libro sobre filología hebrea y griega (esto es, sobre el estudio de la evolución de dichas lenguas) hay una frase destacada: “El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer” (p. 162). Este dato aparece como una simple curiosidad, y al lector no le es dado profundizar en su interpretación hasta el final del relato.
El siguiente elemento que funciona como una pista hacia la detección del criminal es un mapa que le envían al comisario. Trevinarus no participa del juego sobre los indicios, más bien todo lo contrario: mira las pistas con desconfianza, como si se trataran de elementos ridículos sembrados para que alguien más los lea. Incluso duda del tercer asesinato (el secuestro de Ginzberg) y así lo manifiesta: “¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?” (p. 162) pregunta al detective, quien sonríe y se deja llevar por el descubrimiento que ha hecho sobre la forma de medir el día de los judíos.
El mapa que recibe Trevinarus muestra una triangulación perfecta de los lugares donde se han cometido los asesinatos. Este cierre simétrico, sumado a la última frase escrita en la taberna donde Ginzberg fue secuestrado, “La última de las letras del Nombre ha sido articulada” (p. 161), así como la repetición del número 3 (un número mágico para la cábala hebrea), hacen pensar que los crímenes ya se han concretado y no deberían esperarse más.
Sin embargo, Lönnrot comprende algo que no le explica al lector, pero que es posible reconstruir y que su enemigo explicará al final del relato: los indicios se muestran engañosos y ocultan un último sentido, el cuarto asesinato. En primer lugar, como su nombre lo indica, el Tetragrámaton está compuesto por cuatro letras, no por tres, por lo que, aunque las escrituras dejadas en las escenas del crimen digan que ya se ha articulado la última de las letras, esto podría no ser cierto. En segundo lugar, el día hebreo comienza al anochecer, y todos los crímenes se han cometido durante la noche; por ende, se cometieron el 4 y no el 3 de cada mes. Esto también indicaría la posibilidad de cerrar la simetría con un cuarto asesinato. Finalmente, el mapa que marca una triangulación bien podría ampliarse e indicar un cuarto lugar. Esto es lo que hace Lönnrot con un compás y una brújula, y así da con el lugar donde, está seguro, se cometerá el siguiente y último crimen.
Lo que el detective no puede comprender ni imaginar es que todas estas pistas han sido colocadas con la esperanza de que él desconfíe, de hecho, de la tríada y piense en la posibilidad de un cuarto asesinato. Quien las ha preparado es Scharlach, bandido enemigo de Lönnrot desde que su hermano fue atrapado por el detective.
Scharlach conoce a su rival. Sabe que es perspicaz y temerario, y lo induce a ese juego de indicios hasta hacerlo caer en su trampa. Lönnrot, convencido de que se ha adelantado en pensamiento al asesino, se dirige a la quinta que ha marcado en el mapa como el último punto que conforma el cuadrado perfecto: una casona abandonada en Triste-le-Roy que se asemeja a un laberinto. El motivo del laberinto atraviesa este cuento bajo la estructura de la búsqueda e interpretación de pistas que realiza Lönnrot. En verdad, Scharlach ha construido un laberinto de pistas falsas para perder al detective; a medida que Lönnrot avanza en su interpretación de las pistas, cree que está por el sendero correcto para encontrar "una salida a ese laberinto". Sin embargo, lo que no sabe es que, en verdad, se está hundiendo cada vez más profundamente en la trampa. En vez de salir del laberinto fraguado por su enemigo, Lönnrot se dirige directamente al centro, en el que quedará atrapado y perderá la vida.
El desenlace de la acción se produce en la mansión de Triste-le-Roy, que no es más que una construcción ficcional del hotel de Adrogué en el que Borges pasaba los veranos con su familia. Lönnrot llega a la casona antigua por la noche y comienza a revisar sus estancias y pasillos. La mansión parece inconmensurable y en ella todo se repite con extraña simetría: la estatua de Diana, los balcones, las escalinatas. De pronto, el detective corre por un laberinto físico que lo confunde y maravilla:
Lönnrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos (...). En el segundo piso, el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad. (pp. 166.167)
Los espejos, otro de los motivos predilectos de Borges, multiplican la percepción y confunden al detective hasta abrumarlo. En este escenario, que representa físicamente el laberinto de pistas falsas creado por Scharlach, Lönnrot es reducido por los secuaces de su enemigo y entregado a su rival.
En el final del relato se revela el constructo artificial de las pistas: todo ha sido orquestado por Scharlach tras el asesinato “accidental” de Yarmolinsky. A la luz de este nuevo conocimiento, el lector puede interpretar algunos datos en retrospectiva. Por ejemplo, al investigar la muerte de Yarmolinsky, un periodista publica una nota en el diario judío donde “declaró en tres columnas que el investigador Erik Lönnrot se había dedicado a estudiar los nombres de Dios para dar con el nombre del asesino” (p. 157). Este detalle, que en una primera lectura parece anecdótico, es el que dispara el plan de Scharlach. Este lee sobre el asesinato en el diario y conoce así el rumbo de la investigación de Lönnrot. Además, gracias a su contacto con Azevedo, el asesino de Yarmolinsky, sabe que en la habitación ha quedado una frase enigmática escrita. Entonces, Scharlach se procura los libros sobre el Tetragrámaton y la secta de los Hasidim y los utiliza para diseñar su trampa-laberinto.
El lector comprende de esta manera que los escritos en los que se interesa Lönnrot no tienen realmente nada que ver con la muerte de Yarmolinsky. La perspicacia del detective ha sido burlada y Lönnrot, en su presunción de investigador lógico, se ha enredado a sí mismo en el laberinto que acabará con su vida. Antes de morir, Lönnrot se burla de su rival y le dice que en su laberinto sobran tres líneas y que, en otra vida, si les vuelve a tocar ser rivales, lo mate en el laberinto lineal del griego, trazado sobre una sola línea:
Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy. (pp. 171-172)
Frente a la muerte, Lönnrot se burla con ironía de la complejidad innecesaria del plan fraguado por Scharlach y propone otra estructura de laberinto que a Borges le interesaba profundamente, y a la que ha dedicado muchos trabajos: se trata de la paradoja de Zenón, que buscaba demostrar que el movimiento no existe, aunque que se ha demostrado falsa, definitivamente, en el siglo XIX. Al hacer referencia a esta paradoja, que por tantos siglos ha preocupado a filósofos y matemáticos que no podían resolverla, Lönnrot parece encontrar cierto consuelo frente a la muerte inminente: ha sido burlado, sí, pero la historia del pensamiento se construye en base a una serie de burlas y enigmas falsos. Finalmente, él no es más que un mero detective y su fracaso no es especial.
Se ha explicado que en "La muerte y la brújula" la estructura clásica del relato policial se invierte: no es el detective quien logra interpretar las huellas dejadas en el lugar del delito hasta dar con el asesino, sino el asesino quien deja pistas para que el detective malinterprete y caiga en sus manos. Este giro irónico final es, en primer lugar, una burla de la lógica y la razón tradicionales, pero también propone una reflexión final sobre la ficción y la realidad, en la misma línea que otros cuentos de Ficciones, entre los que destaca "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". Borges ha encontrado en la literatura fantástica un terreno de reflexión y de acción sobre la realidad: en su concepción, la literatura no solo es capaz de influir en la realidad, sino que es una forma de comprenderla y explicarla. En "La muerte y la brújula", el villano Scharlach construye una ficción: trama una serie de crímenes para hacer creer al detective que un asesino está buscando el nombre secreto de Dios. En verdad, lo que busca Scharlach es hacer caer a Lönnrot en una trampa y tenerlo a su merced sin que la policía pueda intervenir para salvarlo. En ese sentido, el cuento propone una construcción ficticia de una serie de crímenes que el detective lee como verdaderos y los sigue hasta su muerte efectiva en el plano de la realidad. Esa ficcionalización de la realidad, para Lönnrot, termina construyendo la propia realidad durante meses y lo empuja a su muerte. En este mismo sentido, las ficciones fantásticas y la literatura en general también influyen y crean realidades, o presentan ciertas formas originales de aproximarse a lo real, implicando también el ya mencionado giro hacia la posmodernidad que la literatura borgeana propone ya en la década del 40.