La llanura
La llanura es una imagen recurrente en la obra de Borges y está asociada a la temática gauchesca. Tanto en "El fin" como en "El Sur" encontramos descripciones de la llanura como un vasto espacio abierto, vital, hasta incluso animado, en el que los personajes encuentran su destino. A pesar de ser un espacio definido por el vacío, la llanura siempre guarda un secreto; en "El fin", el narrador indica: "Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música" (p. 197). Así, esa vastedad inabarcable es una imagen cargada de misterio.
De la misma forma, la llanura que contempla Dahlmann cuando viaja en tren en el cuento "El Sur" se presenta como un espacio mítico, cargado de significados ocultos para el hombre pero vitales, magnificados; "La llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. (...) Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al sur" (p. 211). Así, se comprende a la llanura como un espacio donde el hombre se encuentra con su propia soledad y se espeja en ella. El destino del hombre solitario también se consuma en este espacio vasto, profundo y secreto. Cuando Dahlmann acepta el duelo en el que va a morir, "empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura" (p. 216). Con estas palabras el narrador concluye el relato. No es casual que la llanura sea la última imagen que se propone ante el fin del personaje y la culminación de un destino.
Las orillas
La orilla es un espacio particular y cargado de sentidos en la obra de Borges. Como límite entre la ciudad y el campo, la noción de "orilla" se asocia, por un lado, a los suburbios como desprendimientos urbanos que reúnen a tipos sociales marginales, como prostitutas y compadritos u "orilleros" y, por otro, a la idea de zona de paso y conexión entre dos mundos en contraste: la civilización de la ciudad y la barbarie del campo argentino. La orilla es el escenario de los encuentros entre compadritos, de los duelos a cuchillo y de las reuniones entre criminales, pero también es una zona marginal que el hombre de ciudad, cansado de vivir entre edificios, busca como promesa de la llanura y de una tranquilidad que la ciudad ya no puede brindar.
En cuentos como "La muerte y la brújula", el suburbio es un territorio entre mítico y onírico en el que el detective Lönnrot se interna sin saber que está cayendo en la trampa de su rival, Scharlach. En "El Sur", los suburbios también se despliegan como un espacio liminar que separa la ciudad y el campo, a la vez que también se presenta como una zona de paso entre el tiempo y el espacio real del personaje y un tiempo mítico, magnificado, en el que el personaje se sumerge para hallar su muerte, conectada a su pasado familiar. La transición propia entre dos mundos que implica la orilla se manifiesta en este cuento de la siguiente manera: "Nadie ignora que el Sur empieza al otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesaesa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio" (p. 209). Como espacio liminar, la riqueza de las orillas reside, justamente, en ser un espacio de conexión entre distintos mundos y distintas realidades. En ese sentido, Borges encontró en las orillas el territorio propicio para desarrollar toda una mitología en torno a lo que implica ser argentino, y a esa fusión del mundo civilizado y el mundo bárbaro.