Resumen
El narrador protagonista comienza el relato contando al lector una serie de contradicciones sobre su persona: como todos los hombres en Babilonia, en su vida ha sido procónsul y esclavo, ha estado en la cárcel y también ha gobernado; ha estado subordinado, gracias a un tatuaje del símbolo Beth que lleva en su estómago, a los hombres que portan el tatuaje de Aleph, a la vez que ha mandado sobre el tatuaje de Ghimel. También, un año ha sido declarado invisible y todo el mundo lo ha ignorado durante ese lapso.
Esta vida tan variada –que el narrador describe como atroz –la debe a una institución babilónica que no existe en otras naciones: la lotería. De su origen se sabe poco, y no hay un común acuerdo; los magos y los astrólogos refieren historias diversas. Sin embargo, el narrador se inclina por el origen que le ha relatado su padre: antiguamente, la lotería era un juego de las clases bajas. Los barberos solían entregar monedas de cobre o tablillas de hueso adornados con símbolo, y luego se realizaba un sorteo. Los que ganaban, recibían monedas de plata.
Esa primera lotería fracasó. Entonces, los mercaderes que la habían fundado comenzaron a colocar entre las tablillas algunos números desfavorables que provocaban una penalización. Así, los participantes corrían la suerte de poder ganar una suma de dinero o deber pagar una multa. Ese peligro despertó el interés del público a tal punto que llegó un momento en se miraba mal a quienes no jugaban. Frente a esta nueva popularidad, la Compañía (así se había comenzado a llamar a los creadores de la lotería) notaron que muchas veces los perdedores no podían pagar las multas, y decidieron que también podía castigárselos con algunos días de cárcel. Como todos elegían la cárcel antes que el pago de la multa, rápidamente comenzaron a omitirse las cobranzas y la prisión se aplicaba directamente a los tocados por la mala suerte. Así, en la lotería apareció por primera vez un elemento que no era monetario, y a la cárcel se sumaron otros castigos que competían con la riqueza de los premios.
De pronto, los más pobres comenzaron a exigir la participación en la lotería y las controversias comenzaron. Un día, un esclavo robó un billete que lo hizo ganador de un castigo: quemarle la lengua. Paradójicamente, el castigo por el robo era el mismo. Eso generó un debate extendido a toda la población: había quienes decían que el castigo le correspondía principalmente por la suerte de la lotería, y otros que debía aplicársele como pena por el robo. Los disturbios crecieron y empujaron a la población a un enfrentamiento. Como resultado, el pueblo le dio a la Compañía la suma del poder público y logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general.
Entonces, todos los hombres comenzaron a participar de los sorteos que se realizaban cada sesenta noches y que marcaban los destinos de las personas hasta el siguiente. La suerte era de lo más variada: podía implicar el ascenso al concilio de magos, la prisión para un enemigo o el acceso a la mujer deseada. La mala suerte, por el contrario, podía acarrear la difamación pública, la mutilación e incluso la muerte. Así, la Compañía descubrió que también con una jugada podían obtener los resultados de varias suertes: por ejemplo, la mala suerte podía someter a prisión al enemigo de alguien que había obtenido como buena suerte la prisión de un enemigo; con esa acción, se resolvían dos billetes.
Los miembros de la Compañía eran todopoderosos y astutos, y todo lo que hacían era secreto. El azar se había apoderado del orden del mundo y la población acataba sus leyes sin cuestionarlas, hasta que alguien comenzó a pensar una teoría de los juegos y realizó una conjetura: si la lotería era puro azar (y, por eso, pura irrupción del caos en el orden del cosmos), ¿no debería el azar gobernar todas las etapas del sorteo, y no una sola? Por ejemplo, ¿no era rídiculo que alguien dictara como suerte la muerte a una persona, y que esa ejecución estuviera pautada, con fecha hora y verdugo? Entonces, las reglas se modificaron para entregar toda la institución al azar: los sorteos se hicieron infinitos, y una pena podía derivarse en muchos otros azares. Por ejemplo, ante la pena de muerte, luego se sorteaba el día, o el arma del verdiguo, y en ese sorteo la suerte podía anular la sentencia, o hacerla aún más atroz con torturas. Las posibilidades se volvieron infinitas.
Así, explica el narrador, por influencia de la compañía, todas las costumbres en Babilonia se ven afectadas por el azar. Encontrar una víbora en un ánfora de vino no sorprende a ningún mercader, puesto que puede remitir a un designio azaroso de la Compañía. Los historiadores, de la misma forma, no escriben la historia sin incurrir en falseamientos azarosos y tergiversaciones de las más variadas. Finalmente, la misma historia de la Compañía ha sido desvirtuada por estos mismos procesos, por lo que nadie puede afirmar con certeza ni su origen ni sus formas de organizar la lotería. De hecho, mucha gente afirma que hace siglos que no existe esta Compañía, y que la suerte y el azar han quedado en manos de la gente. Otros afirman que la Compañía es todopoderosa, pero que no influye más que en las cosas mínimas, como en determinar el grito de un pájaro. Otros se aventuran a decir que la Compañía no ha existido jamás. Finalmente, hay quienes afirman que la existencia de la Compañía es totalmente indiferente, porque Babilonia misma es un juego de azares.
Análisis:
Como se ha visto en cuentos anteriores, los relatos de Borges dan forma a hipótesis filosóficas de la misma forma en que otros relatos fantásticos trabajan sobre hipótesis científicas o psicológicas. Como lo indica Beatriz Sarlo (Borges, un escritor en las orillas, 1995), crítica argentina y una de las grandes figuras de autoridad sobre la obra de este escritor, Borges pone en escena, en sus ficciones, una pregunta que no se plantea abiertamente en la trama sino que emerge en el desarrollo de un argumento de ficción que conjuga lo teórico con lo narrativo. Así, no es que las ideas o los conceptos teóricos aparezcan por medio de la voz de los personajes, sino que configuran el relato desde su interior: las ideas son las que dan forma al argumento.
En este sentido, “La lotería en Babilonia” es un relato sustentado en una hipótesis filosófica y política. Tal como Borges lo indica en el prólogo de "El jardín de los senderos que se bifurcan", “‘La lotería en Babilonia’ no es del todo inocente en simbolismos” (p. 11), y puede ser leída como una ficción política.
“La lotería en Babilonia” propone la existencia de una nación (una Babilonia que no es la Babilonia histórica) cuyo sistema de organización está regido por el azar. Como propuesta de un mundo ficcional, este cuento se referencia en las condiciones socioculturales dominantes en la realidad contemporánea de Borges y desde allí construye un mundo paralelo, en cuyas reglas autónomas el lector puede encontrar vestigios y referencias a su propia realidad. Este tipo de construcciones, en las que la realidad aparece desdoblada, suele considerarse dentro del género de las utopías y, más particularmente, de un subgénero al que se denomina “ciencia ficción barroca” (Gamerro, 2010).
En Babilonia existe una agrupación omnipotente que se denomina la Compañía y que, por medio de infinitos sorteos, organiza la vida en sociedad. En el relato, un personaje narrador trata de trazar la génesis de este sistema de gobierno azaroso que es la lotería. Sin embargo, como advierte al lector, lo que va a exponer es una hipótesis que le ha llegado por su padre, pero que en modo alguno es posible considerar como totalmente acertada.
En un pasado remoto, la lotería se desarrolló en Babilonia como el juego que conocemos hoy en día. Los billetes se vendían en los comercios de los barrios y solo ponían en juego el dinero. “Pero esas "loterías" fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza” (p. 68). Entonces, el sistema mutó: se introdujeron suertes adversas en el sorteo y participar comenzó a significar que se podía ganar dinero o perderlo debido a las multas. Como fue poca la gente que estuvo dispuesta a pagar dichas multas, la Compañía que organizaba los sorteos comenzó a incluir más suertes adversas. Además de encarcelamiento, se agregaron castigos físicos como la tortura o la amputación de miembros. Rápidamente, esta organización empezó a regir todas las actividades de Babilonia y llegó un punto en que fue imposible distinguir entre lo podía ser el resultado de los sorteos y los hechos que respondían a otros factores.
Cuando la lotería tomó estas características, las revueltas populares lograron que se reconociera la participación de todos. Así, la lotería se volvió “secreta, gratuita y general” (pp. 70 y 71), como el voto en las repúblicas democráticas. De esta manera, la Compañía terminó por establecer su autoridad como gobierno sobre todo el pueblo. Los sorteos complicaron cada vez más su estructura e introdujeron nuevos sistemas que produjeron su multiplicación infinita. Los errores se transformaron entonces en una parte central del aparato de la lotería, y la Compañía alegaba que eran la corroboración máxima de que el sistema dependía totalmente del azar.
Se ha leído este texto como un comentario irónico de Borges a la extensión de los derechos civiles y políticos en las naciones de occidente: la lotería estableció en Babilonia una estructura de gobierno autoritaria e igualitarista en la que el destino de cada individuo no era regido por el mérito o por el nacimiento sino por el puro azar. Esta estructura está regida por el oxímoron, es decir, la contradicción de significados entre dos términos que se acompañan: el orden, la estructura social está fundada sobre el azar, esto es, sobre el desorden más puro. Al mismo tiempo, como lo señala Beatriz Sarlo (1995), esa contradicción del orden sostenido por el caos se fundamenta en una paradoja: en el último estadio de la lotería, cada decisión que se tomaba implicaba una ejecución infinita de sorteos. Así, por ejemplo, si se declaraba la pena de muerte, debía realizarse un sorteo para definir el modo en que se ejecutaría, como así también otros sorteos para ver quién lo haría, dónde, con qué elementos, etc. Esos sorteos, a su vez, implicaban otros que podían anular o modificar la pena, y que a su vez podían ser modificados por más sorteos. Así, el tiempo del sorteo se tornaría infinitamente divisible para contemplar cada nuevo sorteo (esa división infinita es conocida como la paradoja de Zenón).
Esta contradicción de términos y la paradoja que instituye ordenan la estructura del relato: en Babilonia, el azar se vuelve necesario, se transforma en el nuevo orden establecido, y la sociedad acepta ese oxímoron como el fundamento de su estructura social. El azar como orden universal niega la libertad individual y la posibilidad de autodeterminación del individuo social. Así, en esta imagen del azar como estructura social, los críticos han visto una imagen de los totalitarismos que han sometido a las naciones occidentales en el siglo XX, especialmente el estalinismo y el nazismo.
Por otra parte, también es posible leer aquí una crítica a la sobre burocratización de los sistemas de gobierno. Cuando la Compañía ha cobrado poder y las vidas de los individuos dependen de su poder, las personas en Babilonia tratan de hacer llegar sus peticiones a estos mandatarios inalcanzables (inalcanzables al punto de que muchos ponen en duda su existencia). “Había ciertos leones de piedra, había una letrina sagrada llamada Qaphqa, había unas grietas en un polvoriento acueducto que, según opinión general, daban a la Compañía; las personas malignas o benévolas depositaban delaciones en estos sitios” (pp. 71-72). Estas “cartas” que la gente hacía llegar con peticiones particulares son una referencia directa a los sistemas burocráticos monstruosos del autor checo Franz Kafka. El juego queda explícito en el nombre de la letrina, “Qaphqa”, que fonéticamente es igual al de este escritor. Como en la obra de Kafka, el orden, la estructura de gobierno, no puede ser captada por los individuos, y hasta es posible dudar de su existencia.
Como se ha dicho en un comienzo, “La lotería en Babilonia” puede ser leída como una ficción política. El texto es publicado por primera vez en 1941, cuando el fascismo estaba en pleno desarrollo y la Guerra ya ponía de manifiesto sus dimensiones mundiales. En ese contexto, occidente no había podido responder efectivamente al auge del autoritarismo desde los años 30 (recordemos a Hitler en Alemania, a Stalin en la Unión Soviética, a Mussolini en Italia y a Franco en España). En este contexto, “La lotería en Babilonia” parece preguntarse de qué maneras se pueden organizar las sociedades sin caer en el autoritarismo y en la abolición de la libertad. En la tradición occidental, estas preguntas se instalaron, con mayor o menor fuerza, en las agendas de los intelectuales.
En definitiva, aunque Borges siempre desligó su literatura de sus inclinaciones políticas, sus textos, en las décadas de los 30 y los 40, pueden ser interpretados como una respuesta literaria tanto a procesos políticos y sociales europeos como a los desarrollos políticos y sociales en Argentina, donde, como bien indica Sarlo, los golpes militares, la masificación de la cultura y su modernización no parecían haber dejado nada en pie (1995).