Las pistas que deberían conducir al asesino conducen, en verdad, a una trampa para el detective ("La muerte y la brújula")
En "La muerte y la Brujula", todas las pistas que sigue el detective Lönnrot en verdad lo guían a una trampa. La ironía radica en que Borges toma los formantes clásicos del cuento policial y los subvierte para generar un relato en el que el criminal es quien deja las pistas a propósito para que las descubra el detective y caiga en su trampa. Al final del cuento, Scharlach, el enemigo del detective, logra su cometido y mata a Lönnrot.
Funes, capaz de recordar absolutamente todo lo que percibe, se muestra incapaz de pensar ("Funes el memorioso")
Muchas veces, Borges despliega con ironía sus reflexiones filosóficas. En el caso de Funes, la ironía radica en aquel joven que es capaz de observar y retener todos los detalles de la realidad pero que, como contrapartida, no logra formular pensamientos, ideas.
Así, Borges explora lo paradójico que es que la memoria se valga de mecanismos para olvidar. El pensamiento solo puede generarse gracias al olvido, puesto que necesita de abstracciones y de generalizaciones. El recuerdo puro y constante elimina esa posibilidad, como le sucede a Funes.
Judas, el traidor, es en verdad Dios hecho carne ("Tres versiones de Judas")
El carácter irónico de este relato se revela en la inversión de roles que propone Borges sobre Cristo y Judas. En la tradición cristiana, Judas es el apóstol que traiciona a su maestro, Jesucristo, y lo vende a las autoridades romanas que van a castigarlo por herejía. En la tercera versión que propone Borges en este cuento, Judas es en realidad la divinidad encarnada: cuando Dios se hizo hombre y sufrió para salvar a toda la humanidad tuvo que rebajarse a lo más infame y pecador (esto quiere decir, a lo más humano) que puede existir: por eso, Dios fue el traidor, aquel que experimentó la infamia más despreciable que existe.
Dios le concede a Hladík un año de vida para componer su obra de teatro, pero este solo puede darle forma mentalmente, por lo que, al morir, el texto se pierde con su creador ("El milagro secreto")
En "El milagro secreto", un alto mando del nazismo decreta la muerte a un escritor de trasfondo judío. Este, al llegar el momento de su muerte, pide a Dios que le otorgue el plazo necesario para terminar de componer una obra de teatro que justificaría su vida y alabaría también a la divinidad. Dios le concede ese plazo en el momento en que los soldados disparan sus fusiles. El tiempo se detiene, y el escritor puede componer su obra hasta el final. Sin embargo, solo puede hacerlo mentalmente, sin volcarla al papel o dejar registro de ella. Así, el milagro y el regalo que le hace Dios oculta un revés oscuro y desalentador: la obra del escritor se pierde en el momento en que termina de componerla, cuando el tiempo retoma su cauce y los disparos se descargan sobre el cuerpo del escritor.