Resumen
Dedicatoria
El autor pide disculpas a los niños por dedicar su libro a un adulto y ofrece tres razones por las cuales toma esa decisión: en primer lugar, León Werth, a quien dedica la obra, es su mejor amigo; luego, este es capaz de entender un libro escrito para niños; finalmente, vive en Francia y pasa hambre y frío. Para asegurarse de contentar a sus lectores si las razones no fueran suficientes, elige dedicárselo a León Werth cuando era niño.
Capítulo 1
La novela comienza con una retrospección en la que el narrador cuenta, en primera persona, sobre sus primeros intentos en el dibujo. Recuerda que, cuando tenía apenas seis años, vio en un libro sobre la selva una boa devorando una fiera. A partir de lo que aprendió en ese libro, se animó a hacer su primer dibujo, que consistía en una boa que digería un elefante. El dibujo representaba a la boa con una enorme protuberancia en el centro. Cuando se lo mostró a los adultos, estos pensaban que se trataba de un sombrero. El narrador decidió hacer otro dibujo en el que se podía ver el elefante dentro de la boa, pero los adultos tampoco apreciaban ese dibujo y le sugerían abandonar esa tarea para dedicarse a otras disciplinas, como la matemática o la historia. Para el narrador, hablar con adultos resultaba sumamente tedioso porque había que explicárselo todo.
Más tarde, el narrador crece y se convierte en piloto. Continúa compartiendo su tiempo con otros adultos, pero dice que su opinión de ellos no ha mejorado. Cada vez que sospecha que alguien puede ser más lúcido que el adulto promedio, le muestra su dibujo de la boa cerrada. Si la respuesta es “un sombrero”, entonces abandona cualquier intento de hablar de las cosas que verdaderamente le interesan, y se resigna a hablar de aquello que puede interesar a un adulto razonable.
Capítulo 2
El narrador asegura que pasó muchos años sin tener con quien hablar hasta que, seis años atrás, tras caer en medio del desierto del Sahara en un accidente de aviación, le sucede algo extraordinario. La situación en la que se encuentra es delicada porque el motor de su avión está averiado y tiene provisiones tan solo para ocho días.
Sintiéndose como un náufrago en medio del océano, duerme esa noche solo sobre la arena, cuando al amanecer una voz lo despierta con un pedido muy particular: que dibuje un cordero. Pronto se da cuenta de que se trata de un chico que, a pesar de estar en medio del desierto, se encuentra en perfectas condiciones y tiene, como sola urgencia, un dibujo de un cordero.
Ante una situación tan llamativa, el narrador no duda y saca una libreta para responder al pedido del chico. Se excusa por no saber dibujar, pues se ha dedicado a estudiar otras áreas como la geografía y el cálculo. Nada de eso le interesa al chico, que insiste en el cordero. En medio de la confusión, el piloto reproduce su primer dibujo, el de la boa cerrada; para su sorpresa, el chico comprende perfectamente que se trata de una boa que digiere un elefante. Pero ninguno de los corderos que dibuja el narrador satisfacen al niño, por lo que, falto de paciencia, el piloto elige dibujar una caja que contiene el cordero que desea el chico en su interior. Esto deja al niño contento. Así es como el piloto conoce al principito.
Capítulo 3
El narrador no descubre de inmediato de dónde viene el principito. Si bien el chico no para de hacer preguntas, no muestra el mismo interés por responder a las preguntas del otro. Por ejemplo, al ver el avión del piloto, pregunta qué es eso, pero, tras la explicación, el principito simplemente ríe porque ambos han caído del cielo, pero no agrega demasiadas explicaciones.
Intrigado por el misterio que supone ese niño, el narrador quiere hacer más preguntas, pero para ese momento el principito se encuentra muy concentrado en el cordero. El piloto aprovecha el dibujo para continuar la conversación, pero la idea del piloto de dibujar una correa para atar al cordero le resulta ridícula al principito: el planeta en el que vive es diminuto y si caminas hacia adelante en línea recta no vas a llegar muy lejos.
Capítulo 4
Con la información que revela de a poco el principito, el narrador ahora sabe que su planeta es casi tan pequeño como una casa. Siempre supo de la existencia de planetas muy pequeños, pero de todas maneras se siente fascinado por el planeta del principito. El chico viene del asteroide B-612, descubierto por un astrónomo turco en 1909. La primera vez que este científico presentó su descubrimiento, nadie le creyó por su manera de vestir. Luego, cuando en Turquía se impuso la vestimenta a la europea, el astrónomo volvió a presentar su hallazgo y todos le creyeron, porque entonces vestía traje.
El narrador admite que también está pensando en los adultos mientras relata su encuentro con el principito, y por eso incluye números. Según él, los adultos aman los números y no se toman a la ligera datos como la edad, la cantidad de dinero que alguien gana, lo que cuesta una casa. En cambio, no se interesan por otras cuestiones más importantes, como las aficiones a las que se dedica una persona. Así, para que un adulto le dé crédito a su historia con el principito conviene decirle que vino del asteroide B-612. A un niño le puede bastar con saber que era simpático y que deseaba un cordero, pero un adulto necesita datos y cifras. Con tal de ser tomado en serio, el narrador ha tenido que elegir empezar de un modo distinto al que le hubiera gustado, pues lo ideal para él habría sido empezar diciendo: “Era una vez un principito…”.
De todas maneras, no le importa hacer estos cambios con tal de que nadie se tome a la ligera una historia tan importante que tiene como propósito preservar la memoria de su amigo. Si bien promete hacer su mejor intento por representarlo en sus dibujos y en el relato tal cual era, el narrador está seguro de que va a cometer algunos errores en los detalles.
Análisis
A pesar de tratarse de un paratexto, es decir, que no forma parte del texto principal, la dedicatoria que hace el autor empieza ya a desarrollar uno de los temas centrales del libro: la mirada del niño versus la mirada del adulto. Por este motivo, y porque se trata de una dedicatoria particularmente bella, vale empezar por ahí.
En la dedicatoria, el autor se disculpa con los niños por dedicarle su libro a un adulto, pero la más llamativa de las justificaciones que plantea para ello es que León Werth, a quien dedica El principito, es capaz comprenderlo todo, incluso algo tan difícil como un libro para chicos. Esto nos ayuda a empezar a pensar en una pregunta que surge a menudo en torno a este libro: ¿se trata de un libro para chicos o es un libro para adultos?
A primera vista nos encontramos con un libro ilustrado, con una prosa simple que narra eventos fantásticos. En este sentido, parece tratarse, sin dudas, de un libro dedicado a los niños. Sin embargo, también podemos identificar en la obra metáforas y símbolos que apuntan a algo muy profundo. Los temas, sobre todo, no son sencillos ni infantiles. Quizás una lectura lúcida acerca de este problema la ofrece el crítico James E. Higgins cuando dice que la obra propone desafíos para todos, y jamás subestima la inteligencia de los lectores, cualquiera sea su edad.
En el texto podemos encontrar evidencia de que el autor está apelando tanto a chicos como a adultos. Si en la dedicatoria y a lo largo de los capítulos va a apelar directamente a los niños, en el Capítulo Cuatro, por ejemplo, el narrador justifica algunas de sus decisiones en función de captar la atención y la confianza de los lectores adultos.
Es posible considerar que, al ser el protagonista un niño, quizás es más fácil para un lector pequeño sentirse identificado. El problema con esto es que el principito es un niño muy particular. En sus actitudes hay rasgos propios de la niñez, como sus incesantes preguntas, demandas y caprichos, pero, por otro lado, este personaje también es extremadamente serio, y su melancolía parece ajena a la de un niño.
El narrador-piloto no es menos complejo. Por un lado, reconoce sentirse aislado porque no encuentra adultos con los que sostener una verdadera conversación. Además, responde al misterio que se le presenta, el principito, dejando de lado por un momento la urgencia del motor averiado. Por otra parte, el narrador reconoce que no tiene la capacidad del principito de ver corderos dentro de una caja, y siente que su amigo no le da suficientes explicaciones. Esto lo lleva a pensar que ha envejecido, pues, según él mismo narra en su anécdota sobre la boa abierta y la boa cerrada, es muy aburrido para un niño tener que explicarle todo a un adulto.
Al parecer, resolver la pregunta sobre si se trata o no de un libro para niños no es del todo necesario: cualquier lector que se acerque a El principito encontrará distintos niveles de lectura y personajes con los que identificarse. Lo cierto es que la cuestión de los niños versus los adultos no se agota en el debate en torno a la lectura de la obra; es, en realidad, un tema central. Estos primeros capítulos ya establecen un contraste entre la mirada del niño que parece penetrar en lo esencial sin ningún esfuerzo frente a la mirada del adulto que no parece ver más allá de la apariencia. En el primer capítulo, la superficialidad de la mirada adulta es central; los adultos son incapaces de ver lo que hay detrás de un dibujo y de sostener una conversación que no trate de algo menos frívolo que el golf y el bridge.
Es en el Capítulo Cuatro que el narrador se detiene en los adultos con mayor detalle. La historia sobre el descubrimiento del asteroide del principito le permite insistir en la superficialidad de los hombres serios, que son capaces de desconfiar de un astrónomo por su vestimenta. A lo largo de ese capítulo, la representación que se hace de los adultos va a tomar casi las dimensiones de una caricatura, porque el narrador los caracteriza concentrándose únicamente y exagerando con cierto humor la obsesión de los hombres por las cifras. Más adelante, la representación caricaturesca de los “hombres serios” será todavía más exagerada.