Hay un sustancioso capítulo de la literatura de Miguel Delibes que se compone de obras que esbozan una caracterización de la coyuntura y la idiosincrasia de la España de la primera mitad del siglo XX. Producto de esta preocupación, y a pesar de sus innovaciones narrativas, la obra de Delibes fuera interpretada por sus contemporáneos como una expresión alejada de su actualidad, en la medida en que retrataba el espacio rural en un momento en que la atención viraba hacia la escena de la ciudad y sus nuevas técnicas y estéticas. Pero el autor mostraba una insistente preocupación por retratar de manera vívida el drama hispánico, para lo cual era necesaria una lectura de los cambios sustanciales que su tierra atravesaba y del escenario que empezaba a desaparecer.
En El camino, esa tendencia es un esbozo que se hará más evidente en novelas posteriores, como Cinco horas con Mario (1966), Las guerras de nuestros antepasados (1975) o Los santos inocentes (1981). En ellas, los narradores diagnostican distintos males que trazan aquel drama tan inherente a la identidad española: la persistente memoria de la guerra, la estructura oligárquica de la vida campesina, el cruento avance del progreso, la pérdida de los lazos comunitarios, el abandono de la tierra y los daños irreparables causados a la naturaleza. De ahí que Delibes recupere en muchas de sus obras el gusto por la caza, como una experiencia en la que el hombre ingresa en el ámbito de la naturaleza y se entrega a sus rasgos más primitivos.
La obra de Miguel Delibes mostró un verdadero compromiso con su tiempo. Imbuida de la orientación humanista y cristiana de su autor, se mostró siempre solidaria y sensible a los males de sus tiempos, y optó por poner en el centro a personajes débiles, inocentes y desheredados, como los niños, los pobres, los locos o los enfermos.