“Las calles, la plaza y los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia. Y Daniel, el Mochuelo, sabía que por aquellas calles cubiertas de pastosas boñigas y por las casas que las flanqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir”.
En esta cita se evidencia la mirada romántica que imprime Daniel sobre el valle y su pueblo natal. Imbuido de emoción y de nostalgia ante la inminencia de su partida, el niño explicita aquí, a través del narrador, la premisa que motiva toda la novela: la reconstrucción minuciosa que Daniel hace de la comunidad del valle constituye la historia misma del valle. En su ejercicio de memoria, el niño buscará dar cuenta del pasado honorable de ese valle que, a sus ojos, no tiene nada que envidiarle al espacio de la ciudad que su padre entroniza.
“El ahorro, cuando se hace a costa de una necesidad insatisfecha, ocasiona en los hombres acritud y encono. Así le sucedió al quesero. Cualquier gasto menudo o el menor desembolso superfluo le producían un disgusto exagerado. Quería ahorrar, tenía que ahorrar por encima de todo, para que Daniel, el Mochuelo, se hiciera un hombre en la ciudad, para que progresase y no fuera como él, un pobre quesero. (...) Daniel progresaría aunque fuese a costa del sacrificio de toda la familia, empezando por él mismo”.
En esta cita, se expone la pobreza de la que la familia de Daniel es víctima y los esfuerzos desmedidos del quesero por forjar un futuro distinto para su hijo. Se evidencia el modo en que el quesero reniega de su propia identidad, subestimando su condición de quesero, y aspira a que su hijo logre ser algo más. Esta oportunidad para el hombre solo puede concretarse en el espacio de la ciudad, que es la fuente de progreso y el único escape posible a la miseria del campo.
“Los ricos siempre se encariñan, cuando son ricos, por el lugar donde antes han sido pobres. Parece ser esta la mejor manera de demostrar su cambio de posición y fortuna y el más viable procedimiento para sentirse felices al ver que otros que eran pobres como ellos siguen siendo pobres a pesar del tiempo”.
En esta cita, el narrador describe una conducta de Gerardo, el Indiano, y la vuelve extensiva a toda la gente rica. Según esta máxima, la gente rica disfruta más de su fortuna en la medida en que es capaz de compararse con la gente pobre y sentirse en ventaja sobre aquella. El Indiano regresa veinte años después al pueblo e instala allí una casa de verano, pero el narrador señala que no lo hace por amor al pueblo sino por el placer de sentirse superior a quienes durante su infancia fueran sus pares. Se evidencia en la afirmación del narrador cierto tono de crítica.
“Fue en ese momento, ante el sonriente y atractivo rostro de la Mica, cuando se dio cuenta de que le agradaba la idea de marchar al colegio y progresar. Estudiaría denodadamente y quizá ganase luego mucho dinero. Entonces la Mica y él estarían ya en un mismo plano social y podrían casarse (...). Era agradable y estimulante pensar en la ciudad y pensar que algún día podría ser él un honorable caballero y pensar que, con ello, la Mica perdía su inasequibilidad y se colocaba al alcance de su mano. Dejaría, entonces, de decir motes y palabras feas y de agredirse con sus amigos (...). La Mica, en tal caso, cesaría de tratarle como a un rapaz maleducado y pueblerino”.
En este pasaje, asistimos al momento en que Daniel, influenciado por su amor hacia la Mica, siente por primera vez atracción por la vida de la ciudad. Sin embargo, esta atracción no surge de un interés genuino por lo que la ciudad significa sino de haberse dado cuenta de la enorme brecha que lo separa a él de su enamorada. En esta cita se corporiza la dicotomía campo-ciudad, que a su vez se asocia a otra: pobreza-riqueza. Daniel desea de pronto progresar en la ciudad para despojarse de su rusticidad y lograr estar a la altura de la Mica.
“Daniel, el Mochuelo, pensaba, mientras pasaban lentos los minutos y le dolían las rodillas y le temblaba y sentía punzadas nerviosas en el brazo levantado con la Historia Sagrada en la punta, que el único negocio en la vida era dejar cuanto antes de ser niño y transformarse en un hombre. Entonces se podía quemar tranquilamente a un gato con una lupa sin que se conmovieran los cimientos sociales del pueblo y sin que don Moisés, el maestro, abusara impunemente de sus atribuciones”.
En este pensamiento de Daniel, se evidencia su entendimiento sobre la relación asimétrica que hay entre niños y adultos. Daniel estima que los castigos que los adultos dictaminan no son acordes a la liviandad de las travesuras que él hace y, sin embargo, los niños están obligados a acatar el mandato de los adultos. Si bien el argumento resulta un poco forzado, y se evidencia el esfuerzo del narrador por convencer al lector de lo que afirma, en él se expone la hipocresía de los grandes, que se ensañan en mostrar las malas conductas de los más chicos, pero a la hora de juzgar sus propios hechos son indulgentes.
“Lo importante era que la virilidad de Daniel, el Mochuelo, estaba en entredicho y que había que sacarla con bien de aquel embrollo (...). Después de todo, Roque, el Moñigo, siempre había estado por encima de él. Pero lo de Germán era distinto. ¿Cómo iba a conservar, en adelante, su rango y su jerarquía ante un chico que tenía la voz más fuerte que él?”
Aquí se exhibe la presión que el mandato de hombría ejerce sobre Daniel y el modo en que esa exigencia condiciona los lazos con sus amigos. La participación del Mochuelo en el coro parece poner en entredicho su hombría en la medida en que esa actividad se aleja de las conductas esperadas para un hombre viril. Ese desvío de lo esperado es inmediatamente interpretado por los niños como un desvío sexual. Daniel, en pleno crecimiento, sufre la discriminación de sus amigos y se siente en desventaja respecto de ellos. Su parámetro para entender la gravedad del asunto está en notar que la duda en torno a su virilidad atenta contra el lugar que él ocupa entre sus amigos. La lógica de la competencia y de la exigencia será en seguida superada por Daniel cuando logre disfrutar de su participación en el coro.
“Hijos, en realidad, todos tenemos un camino marcado en la vida. Debemos seguir siempre nuestro camino, sin renegar de él -decía don José-. Algunos pensaréis que eso es bien fácil, pero, en realidad, no es así. A veces el camino que nos señala el Señor es áspero y duro. En realidad eso no quiere decir que ese no sea nuestro camino (...). La felicidad -concluyó- no está, en realidad, en lo más alto, en lo más grande, en lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar nuestros pasos al camino que el Señor nos ha señalado en la Tierra”.
En esta cita se explicita el motivo literario que atraviesa toda la novela, desde su título: el del camino. Corresponde a un sermón que da el cura José y que representa una importante enseñanza para Daniel, en la medida en que le da herramientas para comprender que el rumbo que le corresponde en la vida no debe adecuarse necesariamente a exigencias ambiciosas de grandeza y poder, como su padre le exige. Con esta noción, Daniel podrá distanciarse del mandato paterno y proponerse la posibilidad de elegir un camino alternativo en el valle.
“Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante, y a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. A la larga todos acabarían muriendo (...). Llegarían a desaparecer del mundo todos, absolutamente todos los que ahora poblaban su costra y el mundo no advertiría el cambio. La muerte era lacónica, misteriosa y terrible”.
En este pasaje, Daniel repara en uno de los aprendizajes más significativos que le deja su infancia en el valle, asociado a la muerte del Tiñoso: la fugacidad de la vida. A partir de esta enseñanza es que puede decirse que la muerte de Germán es un antes y un después en la vida de Daniel y simboliza el final de su infancia. Con la muerte de su amigo, la inocencia de la niñez se diluye y Daniel se alista para las dificultades de la vida adulta.
“Sintió entonces que la vitalidad del valle le penetraba desordenada e íntegra y que él entregaba la suya al valle en un vehemente deseo de fusión, de compenetración íntima y total. Se daban uno al otro en un enfervorizado anhelo de mutua protección, y Daniel, el Mochuelo, comprendía que dos cosas no deben separarse nunca cuando han logrado hacerse la una al modo y medida de la otra”.
En esta cita, se produce la comunión final entre Daniel y la naturaleza del valle. Con el amanecer, el niño mira a través de la ventana el último despertar que vivirá en el valle y siente una compenetración con ese paisaje, que es cifra de su infancia y de lo vivido hasta ahora. Ante el riesgo que le depara su partida a la ciudad, Daniel siente en ese espacio un hogar y una protección. Con todo lo que ha recordado durante la noche, el niño entiende que su lazo con el valle es irrompible.
“El poder de decisión le llega al hombre cuando ya no le hace falta para nada; cuando ni un solo día puede dejar de guiar un carro o picar piedra si no quiere quedarse sin comer. ¿Para qué valía, entonces, la capacidad de decisión de un hombre, si puede saberse? La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra todo poder de decisión. En cambio, él todavía estaba en condiciones de decidir, pero como solamente tenía once años, era su padre quien decidía por él. ¿Por qué, Señor, por qué el mundo se organizaba tan rematadamente mal?”
En esta cita, el narrador retrata la amargura de Daniel al verse ante la obligación de cumplir un mandato con el que no está de acuerdo. La idea de que la vida es tirana exacerba esa sensación de arbitrariedad e imposición que el niño siente. A pesar de que no tiene la edad suficiente como para contradecir lo que su padre le indica, Daniel, hacia el final de la novela, demuestra la autonomía suficiente para exponer el aprendizaje que le ha dejado el recorrido por su infancia: la noción de que él tiene derecho a elegir también su propio camino, aunque difiera del que sus padres esperan de él.