Resumen
El cura don José, durante las ceremonias religiosas, usa muchos recursos para persuadir a los vecinos del valle. La mayoría de la gente del valle subestima esos encuentros y, para divertirse, arman un juego que consiste en apostar dinero adivinando la cantidad de veces que el cura repite la expresión “en realidad”. Piensa Daniel que la gente allí es muy individualista y egoísta, salvo las tardes de domingo, en las que abandonan su aislamiento para emparejarse en los bosques y satisfacer sus instintos carnales. Es contra esa costumbre pecaminosa que el cura, durante un aviso, decide rasgarse la sotana de arriba abajo, para causar más impresión.
Ante esa situación, la Guindilla mayor crea y preside una comisión y le propone al cura cambiar las costumbres corrompidas. Se les ocurre organizar un centro donde la juventud se distraiga sin ofender al Señor, por ejemplo, instalando un cine en el que proyecten películas morales y católicas. Gestionan con Pancho, el Sindiós, que les ceda para ese fin un espacio de su quinta, y el cura viaja a la ciudad para buscar un proyector cinematográfico. Se inaugura así el cine en el valle, y el plan es un éxito porque la gente asiste a las películas y abandona los bosques. Pero, progresivamente, las películas que mandan desde la ciudad comienzan a ser más frívolas y las parejas aprovechan la oscuridad de la sala para el contacto que antes tenían en los bosques. Una tarde, prenden las luces en plena proyección y Pascualón, el del molino, es sorprendido con su novia sentada en sus rodillas.
Por esa razón, la Guindilla propone poner luz en la sala y crear una comisión de censura de películas, conformada por ella, el cura y Trino, el sacristán. En una oportunidad, el cura reta a Trino mientras evalúan censurar una película porque el sacristán se queda admirando las piernas de la actriz. La gente repudia las nuevas medidas, destruyen las bombillas de luz y amenazan con volver a los bosques si siguen censurando las películas. Entonces el cura propone poner fin al cine y ofrecer el proyector a los Ayuntamientos de alrededor. Pero la Guindilla sostiene que vender el proyector sería comerciar con el pecado, con lo que el cura propone quemar el aparato, y durante su quema, la Guindilla le asegura al cura que seguirá luchando contra la inmoralidad.
Así es que la Guindilla comienza a patrullar los bosques con una linterna y a acusar a las parejas de cometer pecado mortal, erigiéndose en la voz de sus conciencias. Pero en seguida la gente se rebela: un domingo la rodean en el prado, dispuestos a lastimarla y humillarla. Cuando la multitud enardecida está a punto de lanzarla a la corriente del Chorro, Quino, el Manco, acude en su ayuda y la salva. Entonces la Guindilla, en un arrebato de agradecimiento, se acerca a Quino y le besa el muñón. En seguida, echa a correr como una loca y acude al cura para confesar su pecado: haber besado a un hombre en la oscuridad del bosque. El cura, resignado, siente pena por su pueblo.
Daniel, por su parte, le perdona todo a la Guindilla salvo lo del coro: cómo lo puso en evidencia ante todo el pueblo poniendo en duda su orientación sexual. El niño sostiene que ese es el peor oprobio que puede soportar un hombre: el cuestionamiento de su virilidad. Recuerda así la vez en que la Guindilla, erigida en directora del coro de la iglesia, ensaya con los chicos y chicas de las escuelas el canto “Pastora Divina”, con el objetivo de presentarlo el día de la Virgen. Todos comienzan a sintonizar el canto y la Guindilla empieza a excluir del coro a aquellos niños sin condiciones para el canto, entre ellos Roque, el Moñigo y Germán. Roque se siente orgulloso de ser echado, pues eso confirma que es un hombre. Sin embargo, a lo largo de los ensayos, Daniel no es descartado y, finalmente, la Guindilla lo elige para participar del coro, argumentando que es una de las voces puras. Si bien todos los seleccionados sienten orgullo, Daniel se desespera pues siente la deshonra de ver en entredicho su hombría. En efecto, los niños descartados, capitaneados por el Moñigo, los esperan a la salida y los llaman “niñas” y “maricas”. Daniel comprende que Roque haya sido excluido, pero se molesta de que Germán también, pues eso lo hace perder a él su rango por sobre él.
Entonces, un día decide ahuecar la voz, para que la Guindilla lo eche. Sin embargo, la mujer lo descubre instantáneamente, lo que desespera más a Daniel, por pensar que los demás crean que para ser hombre él necesita fingirlo. Del mismo modo, al volver a escuchar las burlas de sus amigos siente ganas de llorar, pero entiende que eso empeoraría su imagen.
El día de la Virgen, Daniel despierta optimista y comprende que un niño, a los diez años, puede aún tener la voz aguda. En la iglesia, previo al canto, el cura da un sermón que conmueve a Daniel: en él dice que todos los hombres tienen un camino marcado en la vida y hay que seguirlo siempre, sin renegar de él; a veces ese camino es duro pero peor resulta apartarse de él y, en efecto, la felicidad no está en lo más grande y lo más alto, sino en acomodar los pasos al camino que el Señor ha elegido para cada persona.
Al terminar el canto, unos niños lo burlan pero a Daniel no le importa. Al salir de la iglesia, se encuentra con la Mica, que lo felicita por su canto y le besa la frente. Pero en seguida aparece un hombre joven y toma a la Mica de las manos, y Daniel escucha que la gente comenta que es su novio. Entonces el optimismo se diluye y Daniel se siente muy triste.
A la tarde se dirige a la romería y en el prado escucha que un hombre anuncia que quien llegue a la punta de la cucaña se llevará cinco duros. Entonces Daniel dice que él va a subir y Roque replica que no es hombre suficiente, mientras que Germán intenta disuadirlo. Sin embargo, el niño obra impulsado por el orgullo, deseando superar al novio de la Mica y a los de las “voces impuras”, y comienza a trepar. La gente empieza a aglomerarse debajo, entre ellos la madre de Daniel, que grita desesperada, y la Mica, angustiada. Daniel siente los músculos entumecidos y la piel ensangrentada, pero logra llegar a la punta. En tierra firme, su madre acude a él, la Uca-Uca va a abrazarlo, y pronto se le acerca el novio de la Mica y lo felicita, mientras los de las “voces impuras” se alejan, humillados. De regreso en su casa, Daniel vuelve a sentirse contento y orgulloso de haber recibido una felicitación del novio de la Mica.
Luego de la noche en que la Guindilla besa a Quino en agradecimiento por salvarla, se inicia pronto un amorío entre ellos. Para Quino, la Guindilla es un buen partido porque posee un negocio y talento comercial, aquello de lo que él carece. Con lo cual, idea un plan para seducirla, afín a su puritanismo: comienza a introducir cada mañana una flor debajo de la puerta de su tienda.
La mujer, consternada, se confiesa con el cura José y llora porque comprende que ha caído irreversiblemente en el pecado de desear a un hombre. El cura, luego de escuchar insistentemente sus pecados, le dice que debe casarse. Cuando se entera la Guindilla menor, esta le dice que ha perdido la cabeza igual que lo hizo ella con Dimas, y sugiere que Quino la quiere por su dinero. La Guindilla mayor entonces le dice que ella no se esconderá como hizo Irene, y finalmente, una tarde, sale a caminar junto a Quino para que el pueblo se entere de su unión. Irene vuelve a insistirle sobre el peligro de casarse, pero Lola le dice que está decidida y que, si ella quiere, puede marcharse. Cuando escucha esto, Irene tiene un ataque de nervios y, durante una semana, tiene fiebre. Desde entonces, se muestra sumisa y muda, de modo que, luego de casarse, la Guindilla mayor consulta con Ricardo, el médico. Este le dice que Irene ha sufrido una impresión excesiva y se encuentra trastornada sin retorno.
Daniel sigue la marcha de la relación entre la Guindilla y Quino a través de la Uca-uca, y al conocer esa historia empieza a abandonar su aversión por la niña y a sentir compasión por ella. Una tarde, en la orilla del río, él le pregunta por el casamiento de Quino y ella le dice que su padre quiere darle a ella una madre y que la Guindilla dice que, cuando sea su madre, la llevará a la ciudad a que le quiten las pecas. En seguida, ella le pregunta por su partida a la ciudad y él le cuenta que su padre quiere que progrese. Entonces Daniel se da cuenta de que él y la Uca-uca se parecen más de lo pensado, ya que ambos deben acatar lo que sus padres creen que es mejor para ellos, aún contra su voluntad.
El día de la boda, la Uca-uca no aparece. Por la noche, Quino emprende la búsqueda, a la que se suman los hombres del pueblo con faroles y linternas. Daniel espera lleno de ansiedad y se da cuenta de que si a la Uca le sacan las pecas perderá su gracia, y de que tampoco quiere que le pase nada malo. A la madrugada llegan los hombres con la Uca y todos corren a celebrar su aparición, pero la Guindilla se adelanta y recibe a la niña con dos sopapos. Quino contiene una blasfemia y le dice a su mujer que no le gusta que golpeen a la niña, pero Lola contesta que ahora es su madre y tiene el deber de educarla. Quino se lamenta por su desgracia.
Análisis
En esta sección, la ridiculización de la devoción religiosa extrema alcanza su punto más álgido en la novela. En principio, el cura aparece ridiculizado por la teatralidad exagerada con la que hace las misas. Su interés por cautivar a los vecinos del pueblo, que parecen carecer de la misma devoción, lo lleva a recurrir a herramientas extremas, entre ellas, desgarrarse la sotana con desesperación. Su conducta queda aún más burlada en la medida en que la gente asiste a misa para apostar sobre cuántas veces el cura dirá “en realidad”.
En consonancia con esa efervescencia del cura, la Guindilla mayor crea una comisión con la que busca erradicar del pueblo el pecado carnal, encarnado en las parejas de jóvenes que pasan las tardes de domingo besándose en los bosques y el prado. El cura da su consentimiento para que la comisión trabaje, y su primera directiva también resulta cómica: propone juntar dinero para comprarse una nueva sotana porque la suya la destruyó en un arranque de devoción.
Sin embargo, la misión de esta comisión termina fracasando, y el pecado vuelve a surgir entre los jóvenes. Así, irónicamente, el cine que la comisión gestionó para darle a los jóvenes un entretenimiento nuevo que los aleje del pecado termina siendo el caldo de cultivo para que ese pecado vuelva a florecer. Los jóvenes empiezan a aprovechar la oscuridad del cine para hacer lo que antes hacían en el bosque. Resulta cómico también que, en pleno trabajo de censura, el propio sacristán queda en evidencia al mostrarse interesado por las piernas de la actriz de la película que están censurando.
Disuelta la comisión y el cine, el cura propone regalar el proyector a otros Ayuntamientos, pero la Guindilla mayor se opone porque eso sería “comerciar con el pecado”. De este modo, el cura propone prender fuego el proyector, lo que opera simbólicamente como si con ello destruyeran también el pecado. La burla a la Guindilla mayor continúa durante esa escena. En pleno incendio, la mujer, “en plena fiebre inquisidora, proclamó su fidelidad a la moral y su decisión inquebrantable de no descansar hasta que ella reinase sobre el valle”. Decide entonces seguir persiguiendo a la gente por su cuenta: “yo sustituiré la voz de su consciencia”.
No obstante, la novela toma un nuevo giro irónico. En pleno cumplimiento de su tarea inquisidora, la Guindilla es atacada por la gente del pueblo. Justo antes de ser asesinada, Quino, el Manco, la salva, y en señal de agradecimiento la Guindilla lo besa en el muñón. El hecho de que el beso sea en esa parte del cuerpo aporta un elemento bizarro al suceso, difícilmente confundible con un gesto erótico. Sin embargo, la Guindilla huye en seguida a confesarse con el cura, porque entiende que, irónicamente, ha caído en el mismo pecado que buscaba erradicar. La reacción del cura aumenta el efecto ridículo: decepcionado por el giro que la historia de la Guindilla tomó, el cura siente pena por su pueblo, pues no tiene salvación.
Esta sección es de gran importancia porque en ella se experimenta un aprendizaje clave en la infancia de Daniel. Con motivo del día de la Virgen, Daniel es convocado a participar del coro de la iglesia, lo que pone nuevamente en escena el mandato de la virilidad y los prejuicios y concepciones infantiles en torno a qué es ser un hombre. Entre los pensamientos apesadumbrados de Daniel, se entrevé su idea respecto de que un hombre debe tener la voz fuerte y el impacto que tiene sobre él la palabra de Roque, que se enorgullece de ser echado pues “un hombre bien hombre debe definirse desde el nacimiento”. Del mismo modo, cuando Daniel imposta una voz distinta y es descubierto, teme porque entiende que ha quedado en evidencia que para tener voz de hombre debe fingirla: “Se puso encarnado al solo pensamiento de que los demás pudieran creer que pretendía ser hombre mediante un artificio”.
También en este asunto se pone en juego el rango y las jerarquías que se establecen entre los amigos: Daniel no se preocupa por ser menos que Roque, porque ya ha aceptado esa inferioridad, pero sí se lamenta de que Germán también sea excluido del coro, porque eso implica que es más hombre que él: “¿Cómo iba a conservar, en adelante, su rango y su jerarquía ante un chico que tenía la voz más fuerte que él?”. En esas reflexiones en torno a la hombría se dirime la cuestión de la sexualidad y de la orientación sexual del niño: Daniel se siente discriminado porque sus amigos lo llaman “marica”.
Pero el día de la Virgen, Daniel despierta optimista y se tranquiliza pensando que un niño en pleno crecimiento puede tener aún la voz aguda. Más tarde, el sermón que da el cura durante la ceremonia del día de la Virgen cambia su visión y le permite disfrutar de su participación en el coro. En ese sermón, el cura despliega el motivo del camino, que da título a la novela y condensa un tema que atraviesa toda la obra: la elección de un camino de vida. Este es el desafío al que se enfrenta Daniel al verse obligado a cumplir el mandato materno y comenzar una nueva vida en la ciudad.
El cura José señala que todos los hombres tienen un camino marcado en la vida, según designio del Señor. Recomienda, a pesar de las dificultades, acomodar los pasos a ese camino que el Señor ha elegido, sin reparar en si el mismo es grandioso o no: “Algunos -dijo- por ambición, no está, en realidad, en lo más alto, en lo más grande, en lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar nuestros pasos al camino que el Señor nos ha señalado en la Tierra”. El sermón llama la atención de Daniel porque lo identifica con su situación y le da fuerzas para enorgullecerse de lo que está haciendo en el coro. Como parte del camino de vida que está aprendiendo, la ceremonia del día de la Virgen implica para él un desafío que pone en crisis los prejuicios señalados por Roque y sus amigos sobre la hombría, y gracias a las palabras del cura el niño logra superar el mandato y disfrutar. Más adelante, Daniel usará esta enseñanza para explicar la angustia que le genera su partida rumbo a la ciudad.
Luego de la misa, el protagonista se enfrenta a un segundo problema que también se entronca con el de la sexualidad: se cruza con el novio de la Mica, lo que, nuevamente, lo desestabiliza. Significativamente, Daniel expurga su sentimiento forzándose a subir a la cucaña en frente de todo el pueblo, es decir, mediante una demostración de fuerza y hombría. Con esta acción, por un lado, humilla a todos los que lo humillaron a él por participar del coro, pero, por otro lado, logra el reconocimiento de su rival: el novio de la Mica lo felicita y él se siente orgulloso de sí mismo.
Este suceso también implica un cambio importante en Daniel, y le reporta un nuevo aprendizaje, en la medida en que pronto entenderá que la Mica ya no es importante para él y eso le permite ver con otros ojos a la Uca-uca. La posibilidad que le dio su participación en el coro de elegir un camino distinto al que marcaban Roque y sus secuaces, y la posibilidad de demostrarse a sí mismo cuál es su fuerza, más allá de lo que impongan aquellos, le da un margen al niño para romper otros prejuicios. De este modo, cuando conversa con la Uca-uca respecto del casamiento de su padre y la Guindilla, Daniel de pronto comprende “que entre él y la Uca-uca surgía de repente un punto común de rara afinidad. Y que no lo pasaba mal charlando con la niña”.
Al caerse sus prejuicios, Daniel logra un encuentro con la niña que hasta el momento no se había dado la oportunidad de propiciar. Con esta misma sorpresa, se da cuenta de que los une otra coincidencia: “los dos se asemejaban en que tenían que acatar lo que más convenía a sus padres sin que a ellos se les pidiera opinión”. Esta sensación de comunión con la Mariuca renueva el choque entre los niños y los adultos que la novela retrata. Daniel es consciente de que él y su amiga están sujetos al mandato de los padres, y que, por su corta edad, su opinión aún no es importante, no vale. La solidaridad con su amiga le permite, sin embargo, expresar su disconformidad con el camino que su padre señala: “la idea de marchar a la ciudad a progresar volvía a hacérsele ardua e insoportable”. Así, cae el velo de la idealización sobre la Mica, que forzaba a Daniel a plegarse al plan de progresar y transformarse para ella, y el niño logra acercarse nuevamente a su deseo.