El sonido del valle
Son abundantes las descripciones del valle y sus sonidos, que son metaforizadas por el narrador como si se trataran de exhalaciones y exclamaciones del valle: "Al regresar, ya de noche, al pueblo, se hacía más notoria y perceptible la vibración vital del valle. Los trenes pitaban en las estaciones diseminadas y sus silbidos rasgaban la atmósfera como cuchilladas (...). La hueca resonancia del valle aportaba a sus oídos, con tiempo suficiente, la proximidad del convoy" (Capítulo 3).
Los olores de la casa
En la memoria de Daniel, sus recuerdos de la casa familiar aparecen estrechamente ligados a imágenes sensoriales olfativas, asociadas particularmente a la quesería: "También su madre hedía a boruga y a cuajada. Todo, en su casa, olía a cuajada y a requesón. Ellos mismos eran puro y decantado olor. Su padre llevaba ese tugo hasta en el negro de las uñas de las manos" (Capítulo 4). Esta descripción hiperbólica del olor de la familia simboliza la relación estrecha que hay entre la familia de Daniel y el oficio de la quesería. Es este vínculo del cual el padre de Daniel reniega, por lo cual se esfuerza para ofrecerle a su hijo una vida distinta.
La naturaleza en consonancia con los sentimientos
A lo largo de toda la novela, y como sucede en toda la obra de Miguel Delibes, la naturaleza tiene mucha presencia. En efecto, la naturaleza del valle es descripta insistentemente y su fisonomía va variando, en consonancia con los eventos que suceden en el valle y, sobre todo, con los sentimientos que Daniel va experimentando. Así, por ejemplo, cuando está enamorado de Mica, Daniel siente que, si ella está ausente, "el valle se ensombrecía (...), parecía que el cielo y la tierra se tornasen yermos", pero, al regresar ella, "todo tomaba otro aspecto y otro color, se hacían más dulces y cadenciosos los mugidos de las vacas, más incitante el verde de los prados" (Capítulo 13). Asimismo, cuando muere el Tiñoso, la tristeza de Daniel se refleja en el paisaje: "Las montañas tenían un cariz entenebrecido y luctuoso aquella tarde y los prados y las callejas y las casas del pueblo y los pájaros y sus acentos" (Capítulo 19).
El amanecer
El amanecer en el valle es descripto por el narrador con mucho detalle, en la medida en que representa un momento bisagra de la novela: ha terminado la noche en la que Daniel recordaba sus vivencias en el valle y se da comienzo a una nueva jornada, que coincide con el día de su partida. En este sentido, es el último amanecer de Daniel en el valle y él lo observa desde la ventana, buscando fusionarse con él, en un último intento por permanecer allí. La fuerza de este fenómeno y su efecto sobre el valle queda representada en la personificación con la que el narrador lo construye: "El valle despertaba al nuevo día con una fruición aromática y vegetal".