Resumen
Viñeta 4
Se trata de un breve diálogo entre dos muchachos. Uno le pregunta al otro por qué van tanto a la escuela y el otro le contesta que, de acuerdo con el jefe, van para prepararse y estar listos si sale alguna oportunidad para mejorar. Entonces, el primero le contesta que él no se preocuparía por eso, porque su situación no puede empeorar; quienes sí deben preocuparse son los que están más arriba, porque llegar al nivel en el que están ellos.
La mano en la bolsa
El niño protagonista de esta historia se la cuenta a alguien que, al parecer, es posible que conozca a los personajes involucrados. Le cuenta que durante tres semanas debió vivir en la casa de don Hilario y doña Bonifacia, más conocidos como don Laíto y doña Bone, hacia los últimos días del periodo escolar. Esta pareja se dedica a la compraventa de objetos usados y son apreciados por todos en el pueblo, incluso por los estadounidenses. Al principio, el niño se encuentra a gusto allí, pero pronto comienza a tener miedo, sobre todo por la noche. Los últimos días, antes de que sus padres lo recojan, el miedo ya no lo dejaba ni comer.
El primer día, el matrimonio le sirve una carne en mal estado, que él come para no desagradar a los dueños de casa, a quienes jamás en su estadía ve comer. La carne le sienta mal al estómago. En el cuarto que le destinan para que duerma no la pasa mejor: este se encuentra atestado de cosas, no tiene ventilación, huele a humedad y tiene un agujero en el techo que perturba su sueño. Al atardecer, cuando llega de la escuela, doña Bone lo asusta por detrás y se ríe de su reacción, cosa que lo fastidia. Allí le cuentan sobre los objetos que roban cuando van al centro. Además, se vuelve un indeseable testigo del modo en que hacen pan dulce casero, y ve con desagrado a don Laíto meterse las manos en las axilas y luego continuar amasando. Un día, después de la escuela, comienzan a hacerlo trabajar en el solar y le piden que robe un saco de harina para ellos. Al niño no le parece justo el trato, dado que su padre paga por su estadía allí.
Al llegar a este punto de la historia, el niño se dirige a su interlocutor y le ruega que mantenga en secreto lo que le va a contar a continuación. Eventualmente, el muchacho advierte que, mientras don Laíto no está, a doña Bone la comienza a visitar un “mojado” —es decir, un inmigrante indocumentado— que le deja dinero. Ella tranca las puertas y no deja pasar al niño, al que le brinda ciertas explicaciones. Sin embargo, él se avergüenza y no oye lo que ella dice. Una noche, escucha una conversación entre Laíto y Bone en la que ella explica que el “mojado” tiene dinero y, al estar de manera ilegal allí, nadie se preocuparía por él.
Al día siguiente, cuando el niño regresa de la escuela, le ordenan que cave un pozo profundo en la tierra con la excusa de construir un espacio para que la mujer guarde sus frascos de conserva. Durante tres días, el chico trabaja en ello. Ese día, doña Bone recibe nuevamente la visita del hombre. Después de cenar, cuando el niño se acuesta, advierte con horror que sobre su cama está el cadáver del “mojado”. Los dueños de casa se ríen y lo obligan a que los ayude a arrastrar el cuerpo al pozo, tras amenazarlo con acusarlo con la policía de ser el homicida. Aún faltan dos semanas para que sus padres lo recojan cuando sepultan el cuerpo.
Cuando sus padres lo pasan a buscar, lo notan más flaco y con cara de asustado, pero el niño, temeroso por las amenazas de la pareja, no dice nada. Dos meses después, la pareja homicida vuelve a visitar al niño y le lleva un regalo: el anillo que el finado llevaba el día de su muerte. Ellos hacen que se lo ponga y, aunque luego trata de tirarlo, no puede. A partir de allí y por mucho tiempo, solo atina a meter la mano en la bolsa ante la presencia de desconocidos.
Viñeta 5
Un muchacho llega temprano a la función de cine, por lo que decide aprovechar el tiempo para ir a la peluquería. El peluquero le dice que no puede cortarle el pelo, por lo que el joven se queda esperando a que termine otro que también está trabajando allí. Al finalizar, el segundo peluquero le dice lo mismo y le pide que se vaya. El joven cruza y se queda esperando en la vereda a que abra el cine, pero uno de los peluqueros sale y le dice que se vaya de allí. Ahora el muchacho comprende lo que sucede y se va a su casa para buscar a su padre.
La noche estaba plateada
Un joven decide comunicarse con el diablo, figura por la que siente curiosidad desde muy pequeño debido a las festividades tradicionales en las que se lo representa, como “la pastorela”. El joven ha llegado a disfrazarse de él con los trajes que se usan en estas celebraciones. A pesar de las recomendaciones oídas tantas veces sobre los peligros de jugar con el diablo, lo que lleva a la locura, la depresión y la muerte, él busca lograr su cometido: saber si existe o si no.
Con el objetivo de escaparse una noche para hacerlo, le pide a su padre que deje la puerta de la casa abierta con la excusa de que hace calor. Cuando siente que todos duermen, sale sin hacer ruido y se lleva el reloj que está sobre la mesa porque debe hacer el ritual durante la medianoche. En el camino hacia el centro de la mota, el lugar donde hará el rito, se pregunta cómo lo llamará. Al llegar, no le salen las palabras a causa del miedo, pero luego se anima a nombrarlo de diversas maneras. Sin embargo, nada sucede, nada cambia. Desilusionado, decide volver a la casa.
En el camino de vuelta, intenta convencerse de que no existe el diablo, pero no consigue disipar la duda. En dos o tres ocasiones siente que alguien le habla, aunque teme voltearse. Al llegar a su cama, continúa sumido en sus pensamientos. Finalmente, reflexiona acerca de que los que llaman al diablo y enloquecen, quizás lleguen a ese estado, no por la aparición de la diabólica figura sino, justamente, por su ausencia.
Análisis
La escolarización vuelve a ser un tema que se repite en algunas de estas historias. En la cuarta viñeta, dos personas reflexionan sobre ello. Mientras uno de los que dialogan ve con cierto optimismo su paso por la escuela, el otro no muestra ningún tipo de esperanza: es como si planteara cierto determinismo en el destino chicano, como si no pudieran nunca salir de su situación de precariedad. Utiliza una metáfora orientacional, es decir, una metáfora que se conceptualiza a partir de la referencia a la orientación espacial, en este caso arriba y abajo, para señalar condiciones mejores y peores de vida respectivamente, y una pregunta retórica para hacer reflexionar sobre su falta de posibilidades: “Los que sí tienen que jugársela chango son los que están arriba y tienen algo que perder. Pueden bajar a donde estamos nosotros. ¿Nosotros qué?” (92).
El niño protagonista y narrador de “La mano en la bolsa”, tal vez el protagonista de la novela o un amigo del protagonista que se encarga de contársela a este, abona a esa suerte de destino prefijado que augura el muchacho de la viñeta previa al relato. Los padres de este niño, que viajan por trabajo estacional, contratan durante unas semanas los servicios de unos vecinos para que alojen, cuiden al niño y lo manden a la escuela: “Todo lo que deseaban mis papás era que yo terminara la escuela para poder conseguir un trabajito que no fuera tan duro” (97). Ese deseo y esfuerzo paterno se ve coartado por el accionar de sus vecinos, quienes no solo alimentan con comida en mal estado y guarecen mal al niño en un cuarto atiborrado de objetos y lleno de humedad, sino que, además, lo hacen sentir cómplice de un homicidio.
Los villanos de este relato, Don Laíto y Doña Bone, son dos personas queridas y respetadas en la sociedad. El niño se sorprende de que sean dos personas despreciables, sobre todo, porque ya no se trata de estadounidenses sometiendo a chicanos. Aquí el sometimiento se ejerce entre iguales: son chicanos contra chicanos. En este cuento aparece la figura del “mojado”. Reciben este nombre los inmigrantes indocumentados que sufren la vulnerabilidad aún más que los trabajadores contratados debido a que, al carecer de papeles, son contratados con peores condiciones laborales. En lugar de ayudar a un paisano en apuros, Laíto y Bone conspiran para sacar provecho con la muerte de un hombre por el que nadie puede reclamar, ya que no existen registros de esta persona en el sistema. Al hacerlo, se aprovechan también del niño que tienen a su cuidado, al que amenazan y cooptan para sus objetivos.
En cuanto al título, “La mano en la bolsa”, se relaciona, de forma directa, con la acción que realiza el niño después de recibir el anillo del difunto: esconde la mano en la bolsa ante la presencia de extraños para no ser descubierto. Pero, además, “echar mano a la bolsa” es una locución verbal que significa robar. Por tanto, el título está vinculado con el robo que le hacen al “mojado”, y la acción del niño expresa la culpa que siente porque es consciente de que lleva en su mano la prueba del delito: culpa que no experimentan los verdaderos responsables del hecho.
La vulneración de derechos y la discriminación se manifiesta también en la quinta viñeta. Los peluqueros le dicen al niño protagonista que no pueden atenderlo: no le dan explicaciones de sus motivos, pero, ante la reiteración de esa actitud, el niño comprende todo: no lo atienden a él, porque hay estereotipos funcionando en la sociedad que expulsan a una parte de la población. Es significativo que esta sea una peluquería, ya vimos en “Es que duele” cómo las maestras y enfermeras revisan las cabezas y cuerpos de los niños chicanos y les colocan ungüentos olorosos para prevenir la pediculosis. En las escuelas y otras instituciones públicas, así como en zonas residenciales, funcionan políticas de segregación racial que excluyen de ciertos ámbitos a los chicanos. Este es uno de los motivos por los que se funda el Movimiento chicano por los derechos civiles en la década de 1960.
Ante la opresión que sufre la comunidad chicana y la sumisión de algunos de sus miembros, hay en la novela ciertos rasgos de rebeldía que intentan romper algunas normas o tradiciones. Ya vimos la de los niños que no aguantan la sed y se atreven a desobedecer las órdenes del patrón. En el caso de “La noche estaba plateada”, el niño que protagoniza este relato narrado en tercera persona y que también podría ser el mismo protagonista de otros relatos e incluso el de la novela, se rebela al invocar al diablo: quiere saber si es verdad que existe o no. Al niño lo mueven sus ansias de conocimiento.
En este punto, los motivos que llevan a pensar que se trata del mismo niño confundido de los relatos marco son varios: al igual que en “El año perdido”, aquí aparece, ante la invocación del diablo, la idea de que alguien lo llama y él teme voltearse, pero luego descubre asustado que es él mismo quien se llama. También se alude a la locura de aquellos que llaman o juegan con el diablo, algo que se reitera en “Debajo de la casa”. Por otro lado, el hecho de que este personaje no encuentre las palabras es una dificultad que también siente para ordenar sus pensamientos en la historia introductoria, en la que “se le perdían las palabras” (77). Por último, encontramos menciones a un paso del tiempo enrarecido, el tiempo que pasa pensando antes de dormir; algo que sucede también en esos dos textos mencionados.
Este relato se encarga de anticipar una idea que vuelve en otras historias del libro —sobre todo, en la que le da título a la novela—, acerca de la forma en la que estos niños chicanos comienzan a desconfiar, debido a la cantidad de sufrimiento padecido, de la existencia de ese Dios que sus madres y catequistas les presentan a través de la oración y los rituales católicos. Aquí todavía el rechazo no es explícito, como en “…y no se lo tragó la tierra”, pero comienza a aparecer la duda sobre la existencia de Dios: “Antes de dormirse pensó un buen rato. No hay diablo, no hay nada” (103).