... y no se lo tragó la tierra

... y no se lo tragó la tierra Resumen y Análisis Viñeta 10, La noche buena, Viñeta 11, El retrato

Resumen

Viñeta 10

Una tarde se escucha el sonido del pitido de un tanque de agua, el de los bomberos y el de la ambulancia: una troca, como se conoce a los camiones de carga que trasladan pasajeros, choca con un carro, lo que provoca un incendio. Tras ello, se ve a algunos pasajeros que corren por el monte con el cabello en llamas; otros quedan atrapados en el interior del camión; una de las que muere es una americana que ha estado, con pesar, bebiendo en una cantina porque su esposo la ha abandonado. En total, dieciséis personas fallecen.

La noche buena

Cuando faltan tres días para Nochebuena, y la radio y los camiones de publicidad lo recuerdan constantemente para incentivar el comercio, María decide que, por primera vez, les comprará juguetes a sus hijos. Su esposo siempre les trae dulces y nueces, pero los niños, año a año, preguntan por sus juguetes. Cada Navidad, cuando ellos preguntan por Santa Claus, María los apacigua diciéndoles que en México no llega ese santo y que esperen hasta el seis de enero, día de los reyes magos. Confía en que ese día se olvidan del asunto, dado que no vuelven a preguntar nada. Sin embargo, nota que cada vez aprecian menos el costal de naranjas y nueces que, en Navidad, asignan a la llegada de don Chon, figura folklórica mexicana, y que desean otra cosa. Por eso, ese año decide comprarles regalos.

El esposo de María trabaja dieciocho horas diarias en un restaurante, por lo que no tiene tiempo ni dinero para asignar a ese tipo de gastos. A pesar de eso, ella le propone comprarles juguetes e ir ella misma al centro a hacerlo. Él le hace una serie de advertencias, dado que, en otra oportunidad, la mujer se perdió en el centro de Minnesota. Además, nunca sale sola del hogar, salvo para ver a sus familiares y, en ocasiones, ir a la iglesia. A pesar de esto, ella está segura y ya ha averiguado cómo llegar: son tan solo unas cuatro cuadras.

Al día siguiente recoge el dinero que su marido ha dejado en la mesa y sale, con miedo, pero decidida. Al llegar al ferrocarril, el ruido y el movimiento la ponen tensa, pero consigue vencer el miedo y cruzar los rieles. Una vez en el centro, el ruido de las calles repletas de gente y los empujones se le hacen insoportables. Se detiene para tomar aire y consigue preguntar dónde está el negocio que busca. Al entrar, la situación empeora: hay más bullicio y la gente está apretada. Su confusión es tal que le parece que los objetos hablan. Cuando finalmente reconoce unos juguetes, los mete en la bolsa. De pronto, ya no oye nada, pero ve los movimientos de las personas, consigue preguntar por la salida y, al llegar a la puerta, sale apresurada.

Unos segundos después, alguien la toma fuerte del brazo y la acusan, en inglés, de haber cometido un robo: “These damn people, always stealing something, stealing” (“Esta maldita gente, siempre robando algo, robando”, 137). Tras eso, María ya no oye nada. La tiran al piso y, desde allí, ve caras y bocas moverse, pero no entiende qué sucede. Ve la pistola en la cartuchera del guardia de seguridad, piensa en sus hijos y estalla en llanto. Luego ya no sabe nada más.

De nuevo en casa, junto a su marido, se da una conversación entre ellos por la que nos enteramos de que, gracias a un compadre del hombre que vio la escena y acudió rápido al restaurante para avisarle, él logra, con el acompañamiento de un notario público, hacer que la liberen de la cárcel. Es el notario quien explica en la comisaría que la mujer sufre ataques de nervios cuando se halla entre mucha gente. Ella teme estar loca y que la envíen a un manicomio, pero su marido la tranquiliza diciéndole que ya no salga de la casa, que él se ocupará de conseguir todo lo que haga falta. Además, le dirá a sus hijos que ya no la molesten con “Santo Clos”. Ella le pide que les diga que no habrá regalos en Nochebuena porque van a traerles algo los reyes magos. Él asiente: “Bueno, como tú quieras. Yo creo que siempre lo mejor es tener esperanzas” (139).

Ellos no lo saben, pero los niños están escondidos tras la puerta y, aunque no comprenden muy bien, lo escuchan todo. El día de reyes, como siempre, esperan los regalos. Y, como siempre también, no preguntan nada cuando no los reciben.

Viñeta 11

El cura ahorra dinero con el cobro de cinco dólares por la bendición de carros y trocas a quienes parten hacia el norte. Con el dinero viaja a Barcelona a visitar a sus padres y amigos. Regresa con unas postales de una iglesia moderna que coloca en la entrada de la suya para que los vecinos puedan ver y anhelar un edificio así. Al poco tiempo comienzan a aparecer sobre las tarjetas, como ya sucedía en los bancos de su templo, palabras y cruces dibujadas por los fieles. El cura no comprende el sacrilegio.

El retrato

El narrador cuenta que un día, al estar en la casa de Mateo, un amigo de su padre, llega un vendedor de retratos al que el dueño de casa hace pasar para hacer negocios. Siempre, cuando los trabajadores vuelven del norte, llegan de San Antonio estos vendedores de retratos, vestidos con camisa y corbata para mostrarse como personas de confianza, porque saben que es el momento en que la gente vuelve con dinero recién cobrado.

Este vendedor le ofrece a Mateo un negocio que lo atrae: le dice que si él le da una foto, se la amplifica, la pone en madera y la hace abultar como si estuviera en tres dimensiones. A continuación, le enseña una y le muestra que el efecto que causa el procedimiento es que el retratado parece vivo. Mateo se sorprende y le muestra a la esposa.

El precio a pagar es algo elevado y el vendedor dice que ahora tienen otro gerente en la empresa y que este pide que sea todo pagado al contado. Además, como el trabajo es tan bueno, tarda aproximadamente un mes en estar listo. La esposa dice que podrían hacer el único retrato que tienen de su hijo Chuy de grande. Chuy se fue a Corea y no lo volvieron a ver, dado que apenas llegó allí les enviaron una carta que decía que estaba perdido en acción. Tras mostrársela al vendedor, este afirma poder hacerlo y dice que lo harán vestido de soldado, aunque no vista el traje en la imagen, que ya han hecho muchos así.

Tiempo después, los retratos encargados por gran parte de los habitantes aún no llegan. Los vecinos especulan que, al ser muchos, puede que tarden un poco más. Sin embargo, dos semanas después, tras una fuerte tormenta, unos niños que juegan en uno de los túneles que se dirigen al dompedero encuentran un costal lleno de retratos mojados y carcomidos.

A través del diálogo que un vecino tiene con Mateo tiempo después, nos enteramos de que este se enoja tanto que se va hacia San Antonio a buscar al estafador. Allí se queda en la casa de un tal Esteban y todos los días sale con él a vender verduras en el mercado para ver si lo encuentra. Un día, el hombre en cuestión se acerca al puesto y compra unas verduras. Mateo lo reconoce al instante, lo agarra con fuerza, lo amenaza y le dice que quiere el retrato de su hijo bien abultado. Se va con él hacia su casa y allí se queda hasta que empieza a trabajar. Mateo cree que lo hace de memoria, que el miedo es el que lo guía. A los tres días le entrega el retrato terminado. Mateo lo lleva a su casa y lo pone junto a la virgen. El resultado es de un Chuy muy parecido al padre. Mateo sostiene que eso es lo que le dice la gente: “Que Chuy, entre más y más, se iba a parecer a mí y que se estaba pareciendo a mí […]. Como quien dice, somos la misma cosa” (145).

Análisis

En la Viñeta 10 y en “La noche buena” cobran protagonismo dos personajes femeninos que sufren alteraciones mentales, una por el consumo indiscreto de alcohol y otra por problemas de salud mental, que las llevan a pasar por dos situaciones desagradables: profundamente trágica e irreversible, en el primer caso; esencialmente traumática, en el segundo.

En la viñeta se escenifica un accidente de tránsito que concluye con la muerte de dieciséis personas. De ellas, quince son acelgueros, es decir, cosecheros o comerciantes de acelga que vuelven de su jornada laboral en la troca o camión compartido, un vehículo que no está preparado para pasajeros y que, sin embargo, se utiliza para su traslado. Ellos chocan con una mujer estadounidense que conduce borracha y despechada, una mujer originaria de un condado seco. Desde 1920, existen en Estados Unidos restricciones a la venta de bebidas alcohólicas. Si bien en 1933 la conocida “ley seca” es derogada, hay condados que aún hoy siguen manteniendo prohibiciones para la venta, aunque no para el consumo, por lo que, para poder beber, los habitantes se trasladan a otros condados o ciudades para comprar. En este breve relato, las voces de los testigos, que parecen interesados en los pormenores de los hechos y dan cuenta de las habladurías en el pueblo, culpan del accidente a la mujer que conduce el automóvil: “Dicen que la americana que iba en el carro era de un condado seco y que había estado tomando en una cantina de puro pesar que la había dejado su esposo” (131).

En “La noche buena”, la protagonista se llama María y, a diferencia de la estadounidense de la anécdota previa, no sale nunca de su casa, si no es acompañada por su marido. Se trata de una ama de casa dedicada al cuidado de su esposo e hijos, que establece vínculos, solamente, con miembros directos de su familia. Las únicas obligaciones sociales que la convocan son las que se realizan en la iglesia: misas y funerales.

El esposo de María es un hombre que trabaja dieciocho de las veinticuatro horas que tiene el día y que ahorra cada centavo para pagar los viajes a Iowa, dado que les cobran aún por los niños que viajan parados: es un guardián de la tradición mexicana en su familia. Durante las fiestas de Navidad, lleva dulces y frutas a sus hijos para representar la llegada de don Chon, figura folklórica mexicana que simboliza la generosidad y está relacionada con la siembra y la cosecha. Este hombre es el encargado de recordarle a María, y así presagiar también, sus miedos sociales, al tratar de advertirle que no salga: “¿No tienes miedo de ir al centro? ¿Te acuerdas allá en Wilmar, Minesora, cómo te perdiste en el centro? ¿′Tas segura que no tienes miedo?” (134).

A pesar de que María ha tenido algún episodio de ansiedad en la vía pública en el pasado, esta vez está decidida a salir, incluso enfrentando sus temores, para contentar a sus hijos. En este caso, funciona como la mediadora entre la antigua y austera tradición mexicana que intenta mantener el padre, y las novedades consumistas que el sistema capitalista en el que están inmersos postula como sinónimo de festejo y felicidad: “Fíjate, viejo, que los niños quieren algo para Crismes” (133). La festividad religiosa, devenida oportunidad de alza de ventas para los comercios, se impone en la zona a través de sus publicidades, que son las que escucha María en la radio y las camionetas que pasan anunciando novedades. También la impulsa la imagen de Santa Claus, regionalizado como Santo Clos por los personajes, figura de la tradición navideña a nivel global que entrega regalos a los niños tras la Nochebuena.

Cabe mencionar que este personaje ha sido objeto de ciertas polémicas relacionadas con el menoscabo de lo espiritual, así como del verdadero significado de la Navidad en contraposición con lo comercial. Esa polémica entre antiguas y nuevas tradiciones, entre espiritualidad y comercio, es lo que aparece retratado aquí. Además, a esto se le suman los problemas económicos de la familia. Es por eso que los años previos, y ante los pedidos de los niños, María intenta calmarlos y ofrecerles algo a cambio:

Sí, sí son buenos, pero… pues espérense hasta el día de los reyes magos. Ese es el día en que de veras vienen los juguetes y los regalos. Allá en México no viene Santo Clos sino los reyes magos. Y no vienen hasta el seis de enero. Así que ése sí es el mero día (133).

Es, por lo tanto, María quien se encarga, pese a las dificultades económicas, culturales y sociales, de conseguir los juguetes para que sus niños se sientan más integrados a la cultura estadounidense; una cultura a la que ella, como vemos, no logra adaptarse. En su misión, pasa por diferentes estados mentales: primero, toma valor hablándose a sí misma y recordando, paso a paso, las indicaciones para llegar a destino con el secreto deseo de que no se le presente ninguna dificultad; luego, en la calle, logra atravesar un tramo y vencer su miedo a las vías, pero el temor regresa más fuerte y con mayores consecuencias ante el tumulto de gente que está realizando las compras navideñas en el centro de la ciudad. En ese momento, su ansiedad se dispara y la mujer sufre un ataque de pánico en el que todo a su alrededor se distorsiona:

Las aceras estaban repletas de gente y se le empezaron a llenar los oídos de ruido, un ruido que después de entrar no quería salir […]. Le entró más miedo y ya lo único que quería era salirse de la tienda pero ya no veía la puerta. Sólo veía cosas sobre cosas, gente sobre gente. Hasta oía hablar a las cosas (136-137).

En esa tienda, lo único que parece importar es el consumo de objetos. Todo se cosifica: nadie nota que hay una persona que necesita ayuda y, al quedarse parada en medio del lugar, resulta una molestia para el resto de los clientes, que la empujan o la miran solo un par de segundos como si fuera otro de los productos en exhibición. Ella tampoco puede pedir ayuda porque no encuentra un semejante para hacerlo. Para ella, esas personas también empiezan a cosificarse, aparecen descuartizados ante sus ojos, por partes, como una escena de un cuadro cubista: “De pronto ya no oía el ruido de la gente aunque sí veía todos los movimientos de sus piernas, de sus brazos, de la boca, de sus ojos” (137). El único que repara en ella es el guardia de seguridad y no lo hace por resguardar su bienestar físico y mental, sino para proteger el patrimonio de la tienda para la que trabaja. La escena de la detención está cargada de violencia por varios motivos: en principio, la mujer es agredida físicamente; en segundo lugar, se dirigen a ella en inglés, por lo que no entiende qué es lo que le dicen o de qué la acusan; en tercer término, lo que le dicen está cargado de xenofobia y prejuicios raciales —“These damn people, always stealing something, stealing” (“Estas malditas personas, siempre robando algo, robando”, ibid.)—; incluso se da a entender que el encargado de seguridad la ha estado mirando desde su entrada en la tienda, como si por su sola apariencia étnica pudiera notar que está por cometer un delito.

María, que sale de su casa para oficiar de mediadora entre culturas, debe regresar al hogar, rendida por no poder superar las diferencias que la alejan de la estadounidense: ni siquiera sabe hablar su idioma. Tras ello, se siente culpable por haberlo intentado, así como un profundo temor por el futuro, dado que no quiere ser enviada a un manicomio: “¿Qué va a ser de mis hijos con una mamá loca? Con una loca que ni siquiera sabe hablar ni ir al centro” (138).

En la onceava viñeta y en “El retrato”, el texto nos pone frente a personajes que lucran con la fe y la esperanza del pueblo chicano, y se aprovechan la partida o llegada de los trabajadores desde el norte para cumplir sus objetivos. En la viñeta se trata de un cura católico, de origen europeo, que cobra por las bendiciones de los autos con los que deben partir hacia el norte, costumbre arraigada en algunas zonas de Latinoamérica y, sobre todo, en México, para brindar protección a la propiedad privada y porque se cree que sirve para generar prosperidad económica. En este caso, el cura bendice los automóviles de quienes van esperanzados en busca de empleo, con el objetivo de realizar un viaje personal. Con el dinero recaudado, el cura visita Barcelona, su ciudad natal, y trae postales de una iglesia moderna con el afán de que en el pueblo quieran una igual. Acá se ve la falta de entendimiento entre el cura y sus feligreses: mientras el primero está interesado en lo material sobre lo espiritual —quiere una iglesia más bonita—, al mismo tiempo entiende como un sacrilegio aquellas imágenes y anotaciones que hacen los creyentes sobre las estampas con el objetivo de pedir a Dios.

En el caso de “El retrato”, quienes lucran con las emociones del pueblo son un grupo de estafadores que se auspician como vendedores de retratos y aparecen por el pueblo cuando llegan los trabajadores del norte recién asalariados. Aquí aparece mencionada la guerra por tercera vez en la novela, así como la pérdida de un hijo por el conflicto bélico. Mateo y su esposa tienen la ilusión de, al menos, encontrar a su hijo en el retrato prometido, y el retratista les vende esa ilusión y les promete una imagen palpable: “Abultadito y en color” (143). Quien narra esta historia es un niño, tal vez el mismo del relato marco, quien es testigo de la acción y repone los diálogos que van conformando la trama.

Mateo termina estafado por esta persona, pero, a la vez, consigue su objetivo: se lleva, tras forzar al vendedor, un retrato de su hijo. Solo que ese retrato, más que una imagen de su hijo, le devuelve una propia.