La decisión del fugitivo de grabarse con las máquinas de Morel (Símbolo)
La decisión final del fugitivo de grabarse con las máquinas de Morel puede leerse como un símbolo de sacrificio de la vida en virtud de la entrega amorosa. El narrador llega a confesar, en un momento, que Faustine le importa más que la vida. Teniendo en cuenta el desenlace de la trama podemos afirmar que esa "vida" a la que se refiere es la vida material, la existencia terrenal. El fugitivo rehúsa de ella en pos de una existencia junto a su amada.
Las máquinas de Morel (Alegoría)
Morel crea las máquinas, muere a manos de ellas (también sus amigos y su amada) y el fugitivo, aún conociendo los efectos mortales de esos aparatos, se entrega a ellas también. La tecnología acaba mostrándose vencedora, por lo que las máquinas de Morel pueden leerse como alegoría del avance tecnológico: el hombre crea la tecnología para luego dejarse fascinar y entregarle su vida, su alma y las de otras personas. El fugitivo llega, en un momento, a reflexionar sobre los peligros de la creación: he aquí uno de sus resultados. El protagonista de la novela, último habitante de la isla, entrega su vida a las máquinas, seducido por la fantasía que estas producen. Las máquinas de Morel acaban con la vida de las personas e incluso son dueñas de la única esperanza de quienes se entregaron a ellas: la inmortalidad de esos seres. La tecnología sobrevive a los hombres, adueñándose del mundo (la isla). El hombre (Morel) creó motivado por el amor y con el proyecto de hacer del mundo un paraíso artificial, pero el mundo virtual y tecnológico resultó para el hombre, también, un infierno artificial, donde la perturbación y la fascinación se combinan para hacer que él se entregue a las fuerzas superadoras de la tecnología.
La isla (Símbolo)
Por definición, una isla es algo que está separado, distanciado del resto del mundo, aún siendo parte de él. La isla, en la esperanza de Morel, sería un paraíso artificial: construye allí las instalaciones, lleva a sus amigos, instala las máquinas y las pone en funcionamiento. Crea, incluso, el rumor de una peste, que hace de la isla un espacio enigmático, misterioso y hasta fantástico. En términos simbólicos, la isla resulta el producto de un artista, como una novela o una película. Morel es un artista que crea un espacio, elabora sus particularidades, y sitúa allí a sus personajes. La isla, como la obra de arte, sobrevive al artista, y asegura su inmortalidad. La isla es un paraíso artificial, como el arte, creado por el hombre, y cuya existencia posterior es independiente de él. Por eso lo que sucede en la isla puede ser interpretado por el fugitivo de un modo erróneo: el fugitivo lee mal, al principio, la trama. Como una novela, o cualquier obra de arte, la isla es parte del mundo, pero a su vez configura un micromundo, con su propio clima, tiempo, seres, su propia lógica, diseñada por el artista, que es Morel.
El jardincito (Símbolo)
El fugitivo le regala a Faustine un jardincito (al que también refiere como obra), mediante el cual intenta recrear, utilizando flores, a la mujer que ama y a sí mismo. En su significado más literal, se trata de un regalo, un agasaje, pero en términos simbólicos es una instancia más de representación, de creación inspirada en la realidad, por lo que puede leerse como símbolo de obra de arte, sobre todo porque la reacción del fugitivo ante la indiferencia de Faustine frente al jardincito no es la de un hombre enamorado a la que le rechazan un regalo, sino más bien la de un artista arrepentido de su obra luego de una mala reacción del público. Llega a decir, incluso, que él no es el hombre que ese "jardincito de mal gusto" (p.53) hace temer, pero que sin embargo lo ha creado, y eso le hace reflexionar sobre los peligros de la creación a la hora de tratar con varias conciencias. La relación es clara, además, respecto al otro creador de la novela: esa misma reflexión podría tenerla Morel respecto de su propia obra. Tanto el fugitivo como Morel son víctimas de su propia creación.
Teniendo en cuenta que la novela en sí misma constituye una instancia de representación, puede leerse en las obras que están incluídas en la ficción un paralelismo simbólico: el jardincito es al fugitivo lo que la invención es a Morel y lo que una novela es a su autor. La reflexión del fugitivo respecto a su obra puede ser pensada como una reflexión sobre el estatuto mismo de la literatura. La novela, así, puede pensarse como una "copia" de elementos de la realidad que agrega "imágenes" al mundo. Este tipo de empresa creativa constituye un "peligro" en tanto trata con varias conciencias, como la de numerosos lectores cuyas interpretaciones o afecciones escapan al control del autor.