El fugitivo sacrifica la vida real para inmortalizar una vida ficticia
Morel decide matarse y matar a su amada para que, en una eternidad representada, ellos aparezcan juntos. Algo similar hace el protagonista, que decide sacrificar su propia vida para que su imagen se eternice junto a la de su amada. Tanto Morel como el fugitivo actúan por resignación al no poder concretar ese amor en el plano de la realidad. Faustine se muestra indiferente a Morel y ni siquiera sabe de la existencia del fugitivo. Estos hombres eligen entregarse a una inmortalidad junto a su amor, provocándose la muerte, antes que a una vida en el desamor. La ironía, en el caso del fugitivo, yace en que este solo estará junto a su amada a modo de simulación, de representación: ella no estará con él, no registrará su existencia; él no es ni será parte de la conciencia de Faustine. El fugitivo y Faustine jamás se han cruzado en el plano de la realidad: solo se verán como una pareja: "un espectador no prevenido podría creerlas igualmente enamoradas y pendientes una de otra" (p.155).
La representación sin espectadores
El fugitivo elige la eternidad de una ficción cuyo protagonista es el amor entre él y Faustine, en lugar de una realidad donde él es un hombre enamorado de una mujer muerta, para la cual él nunca existió. La ironía reside en que esa representación, por la cual él entrega su vida real, carece de espectadores: el único espectador de esa escena amorosa es el fugitivo mismo, que a su vez está esperando su pronta muerte. Lo mismo hace Morel. Este prepara una isla, un paraíso artificial, donde él, su amada y sus amigos representarían una semana de sus vidas eternamente, frente a ningún público: hace correr el rumor de una peste para que nadie se acerque a su isla.
La ironía de la representación sin espectadores puede leerse en clave simbólica, en tanto el mundo de las imágenes, de la virtualidad, de la ficción, acaba por suplantar al mundo real: el único espectador que quedaba salta de la platea, suicidándose, para estar él también sobre el escenario, siendo parte de un espectáculo que nadie verá. Es un espectáculo vacío, en el que la ficción reemplaza a la realidad, triunfa sobre ella.
La relación entre hombre y tecnología: morir en manos de la propia creación
En la novela, el plano de la representación acaba venciendo al plano de la realidad: el fugitivo, único viviente en la isla, se mata para ser parte de la representación. Este triunfo del plano de la representación se da de la mano de la tecnología. Las máquinas que ha diseñado Morel exhiben un avance tecnológico, se las describe como una superación de inventos anteriores. Resulta irónico que Morel haya inventado un aparato tecnológico para crear un paraíso privado, es decir, para su propio beneficio, y que ese mismo invento acabe con su vida y la de sus amigos. La tecnología vuelve a mostrarse victoriosa frente al hombre en tanto el último viviente entrega su vida a las máquinas, seducido por la fantasía que estas producen: "Faustine me importa más que la vida" (p.128), había declarado el narrador.
La ironía se da también en clave simbólica, dado que las máquinas de Morel pueden leerse como alegoría del avance tecnológico: el hombre crea la tecnología para luego dejarse fascinar y entregarle su vida, su alma y las de otras personas. Si expandimos esta red simbólica, podemos ver también la isla como alegoría de un mundo gobernado por la tecnología y la virtualidad: el hombre (Morel) creó motivado por el amor y con el proyecto de hacer del mundo un paraíso artificial, pero el mundo virtual y tecnológico resultó al hombre, también, un infierno artificial, donde la perturbación y la fascinación se combinan para hacer que él se entregue a un mundo gobernado, completamente, por las máquinas, productoras de una ficción en la que todos participan y a la cual nadie observa.
La interpretación del narrador respecto a la vestimenta de los intrusos
La reflexión sobre el vestuario de los veraneantes tiene cierta gracia irónica. El narrador advierte que los veraneantes se visten acorde a la moda de algunos años atrás. Como aún ignora que esas imágenes son proyecciones de personas que fueron grabadas, efectivamente, tiempo atrás, atribuye esa elección de estilo a un carácter frívolo y conservador.
El correcto francés de los sudamericanos
El fugitivo presencia conversaciones entre Faustine y Morel. Para describirlas, dice que ambos hablaban francés “muy correctamente; casi como sudamericanos” (p.60). Esta observación, cargada de ironía, exhibe una sutil crítica al snobismo latinoamericano de la época, basado en una admiración extrema de lo francés. El narrador, de hecho, varias veces cataloga al grupo de intrusos como "snobs".