Resumen
Días después del entierro, la locura de Usher está más pronunciada y su apariencia y sus comportamientos lo confirman. El narrador, sugestionado y atemorizado, piensa que se está volviendo loco como su amigo.
Es la séptima u octava noche, y una tormenta de características muy peculiares se desata alrededor de la casa. Roderick y el narrador están perturbados y no pueden conciliar el sueño, por lo que este último toma el primer libro que encuentra cerca y comienza a leerlo. Se trata de Mad Trist, de Sir Launcelot Canning. En el libro, el héroe derriba la puerta de un castillo y esto produce un ruido estremecedor. En ese mismo instante, en la mansión Usher se escucha un sonido similar. Intentando calmarse, el narrador continúa con la lectura, pero nuevamente lo leído en el texto coincide con lo que se escucha en la mansión: el dragón asesinado en el relato deja escapar un grito horrible y, paralelamente, se oye un grito inusual detrás de la puerta de la habitación. Aterrorizado, el narrador mira a Usher, quien ahora ha colocado su silla de cara a la puerta de la habitación y se balancea de un lado a otro mientras murmura para sí mismo. El narrador vuelve al libro una última vez: el héroe retira el cadáver del dragón y trata de agarrar el escudo que buscaba y que se encuentra en la pared. El escudo, sin embargo, cae a sus pies, haciendo un fuerte sonido metálico y resonante. Una vez más, el narrador escucha el mismo ruido en la casa. Ante ese último ruido, Usher se dirige a él y, con horror, le dice: "¡La encerramos viva en la tumba!" (p.336).
Usher se levanta espantado de la silla, las puertas de la habitación se abren y ante ellos aparece Lady Madeline, con su túnica blanca manchada de sangre. Con un “lamento sofocado” (p.337) cae sobre su hermano y lo mata instantáneamente. Mientras tanto, el narrador huye por su vida: sale de la mansión y corre bajo la tormenta. Lo último que ve es la casa Usher dividiéndose a lo largo de la fisura en forma de zigzag, derrumbándose por completo y desapareciendo en el profundo y oscuro estanque que se cierra sobre sus ruinas.
Análisis
En el desolador final, es Lady Madeline, viva o regresada de la muerte, quien se libera de la bóveda en la que su hermano la ha encerrado, se presenta en la sala en la que el narrador se encuentra junto a Roderick y se arroja sobre este último, quien muere del espanto.
Lo que es particularmente intrigante acerca de esta grotesca resurrección es que Poe finalmente atribuye características materiales concretas a Madeline: "Había sangre en sus ropas blancas, y huellas de acerba lucha en cada parte de su descarnada persona" (p.337). En vida, Madeline solo cobra presencia como una aparición ante los ojos del lector, una visión fugaz y espectral que lo perturba profundamente: “Lady Madeline (…) pasó lentamente por un lugar apartado del aposento y, sin notar mi presencia, desapareció” (p. 324). A esta aparición fantasmagórica se le contrapone la materialidad propia de la escena final: Lady Madeline, quien ya había sido dada por muerta, no solo aparece con su cuerpo ensangrentado, sino que cae pesadamente sobre su hermano y lo arrastra, en medio de la agonía, hasta el suelo, donde ambos mueren definitivamente. En este pasaje, toda la descripción le otorga a Madeline una corporalidad que no había sido desarrollada hasta el momento, como si en vez de ser su espíritu el que llegara tras la muerte, fuera su cuerpo impulsado por una vitalidad que nunca tuvo en vida.
A su vez, todos los sonidos que el narrador y Usher escuchan mientras leen Mad Trist son los ruidos que Lady Madeline hace para salir de la bóveda, y los primeros ruidos que ella produce en todo el relato. De esta forma, Lady Madeline parece estar viva, paradójicamente, solo después de haber sido enterrada en la bóveda por su hermano.
La aparición de Lady Madeline con un remedo de vida podría explicar la extraña decisión de Roderick de enterrarla temporalmente en la bóveda familiar antes de un entierro definitivo. A lo largo de todo el relato, Roderick parece abrumado por la inminencia de su propia muerte, tal como se lo manifiesta al narrador: “Moriré -dijo- tengo que morir de esta deplorable locura. Así, así y no de otro modo me perderé” (p. 323). A continuación, agrega también que perderá tanto la cordura y la vida por una misma razón: por el miedo. “No aborrezco el peligro, como no sea por su efecto absoluto: el terror. En este desaliento, en esta lamentable condición, siento que tarde o temprano llegará el período en que deba abandonar vida y razón a un tiempo, en alguna lucha con el torvo fantasma: el miedo” (p. 323), afirma. Al darle sepultura a Lady Madeline, su profecía se realiza: Usher genera su propia muerte.
De forma análoga, al igual que Poe se detiene en el límite borroso entre los vivos y los muertos, la línea entre la cordura y la locura también se tensiona a lo largo de todo el cuento. Poco después del entierro de Madeline, el narrador describe el progreso de la locura sobre Roderick y llega a expresar que se siente contagiado por él: “No es de extrañarse que su estado me aterrara, que me inficionara. Sentía que a mi alrededor, a pasos lentos pero seguros, se deslizaban las extrañas influencias de sus supersticiones fantásticas y contagiosas” (p.331). Este pasaje esboza la posibilidad de que el narrador haya sucumbido también al efecto devastador de la atmósfera de la mansión Usher y esté enloqueciendo. Dicha posibilidad contribuye a la construcción del narrador poco fiable propio de los relatos fantásticos, como se ha dicho en la primera parte del análisis.
En la última parte del relato, al estallar la terrible tormenta sobre la mansión Usher, se hace presente otro de los rasgos estéticos propios de la obra de Poe: la tensión entre lo bello y lo horroroso, como puede verse en el siguiente pasaje: “Era, en verdad, una noche tempestuosa, pero de una belleza severa, extrañamente singular en su terror y en su hermosura. Al parecer, un torbellino desplegaba su fuerza en nuestra vecindad, pues había frecuentes y violentos cambios en la dirección del viento; y la excesiva densidad de las nubes (tan bajas que oprimían casi las torrecillas de la casa) no nos impedía advertir la viviente velocidad con que acudían de todos los puntos, mezclándose unas con otras sin alejarse” (pp. 332-333).
La tormenta que destruye la mansión es descrita como una fuerza arrebatadora que produce, al mismo tiempo, asombro, maravilla y terror. Esta estética, que despliega Poe de formas diversas en muchos de sus cuentos, presenta una concepción de belleza asociada a la idea de lo sublime más que a la idea de lo bello. Según las categorías desarrolladas por Edmund Burke y ampliamente difundidas en el siglo XIX, puede comprenderse lo sublime como aquello capaz de suscitar las más fuertes emociones que la mente pueda experimentar, es decir, el asombro y el terror. El asombro es comprendido como la mente del sujeto colmada por el objeto, algo que en los poetas románticos produce la naturaleza, y que en Poe pueden producirlo los personajes (las mujeres, especialmente, en muchos de sus cuentos) o la atmósfera que los rodea. Lo sublime produce una atracción fascinadora pero, al mismo tiempo, un rechazo, un terror repulsivo que muchas conduce al personaje que lo experimenta a la destrucción.
La descripción de la tormenta pertenece, claramente, al orden de lo sublime; el narrador está fascinado y aterrado al mismo tiempo por la hermosura y la extrañeza del fenómeno, que es observado como algo sobrenatural:
Pero las superficies inferiores de las grandes masas de agitado vapor, así como todos los objetos terrestres que nos rodeaban, resplandecían en la luz extranatural de una exhalación gaseosa, apenas luminosa y claramente visible, que se cernía sobre la casa y la amortajaba.
—¡No debes mirar, no mirarás eso! —dije, estremeciéndome, mientras con suave violencia apartaba a Usher de la ventana para conducirlo a un asiento (p. 333).
Muertos Roderick y su hermana, la casa se desploma en medio de la tormenta, ante la mirada azorada del narrador, quien desea escapar pero no puede dejar de contemplar el espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. De esta forma, el sentimiento de lo sublime absorbe al personaje que lo experimenta y, aunque no acaba con la vida del narrador, está presente como categoría estética en el final del relato y en la destrucción de la mansión y del linaje de los Usher.
Como se ha dicho en la primera parte del análisis, las condiciones del relato fantástico, según Todorov, se cumplen en este cuento: en primer lugar, el lector puede vacilar entre una explicación natural y una sobrenatural de los hechos. En este sentido, la ambigüedad de la narración deja planteado un dilema: ¿fue Lady Madeline, despertando de su enfermedad, quien escapó de la bóveda, o fue su espíritu el que se presentó para acabar con la vida de su hermano? Luego, la tormenta que destruye la casa, ¿es un fenómeno climático simplemente, o es una fuerza natural que se desata ante la muerte de los Usher? Estas preguntas no tienen una respuesta unívoca, y obligan al lector a inclinarse por una interpretación o la otra.
Finalmente, esa misma ambigüedad debe ser experimentada por los personajes; esto se ve claramente en el narrador, quien queda fascinado por la tormenta y, en un momento, hasta trata de explicarla acudiendo a la lógica, aunque al final del relato la posibilidad de una tormenta sobrenatural parece volver a esbozarse. Frente la imagen de la luna llena brillando roja sobre la ruina de la mansión, el propio narrador vacila, y el relato concluye dejando en el aire esta última incógnita: “… Todo el disco del satélite irrumpió de pronto ante mis ojos y mi espíritu vaciló al ver desmoronarse los poderosos muros, y hubo un largo y tumultuoso clamor como la voz de mil torrentes, y a mis pies el profundo y corrompido estanque se cerró sombrío, silencioso, sobre los restos de la casa Usher”.