La casa
En numerosas ocasiones a lo largo de todo su relato, el narrador describe la casa que da nombre al cuento. En el pasaje siguiente, el protagonista manifiesta la contradicción entre la decadencia física de la casa y su aparente solidez:.
Grande era la decoloración producida por el tiempo. Menudos hongos se extendían por toda la superficie, suspendidos desde el alero en una fina y enmarañada tela de araña. Pero esto nada tenía que ver con ninguna forma de destrucción, no había caído parte alguna de la mampostería, y parecía haber una extraña incongruencia entre la perfecta adaptación de las partes y la disgregación de cada piedra (p. 320).
El estanque junto a la casa también es importante para la historia y llama la atención del narrador:
... empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales troncos, y las vacías ventanas como ojos (p. 319).
Más adelante, el narrador describe la atmósfera que rodea a la casa y al estanque:
... se cernía sobre toda la casa y el dominio una atmósfera propia de ambos y de su inmediata vecindad, una atmósfera sin afinidad con el aire del cielo, exhalada por los árboles marchitos, por los muros grises, por el estanque silencioso, un vapor pestilente y místico, opaco, pesado, apenas perceptible, de color plomizo (p. 320).
Las imágenes de la casa están presentes a lo largo de todo el relato y son de una importancia fundamental para generar la atmósfera narrativa.
Rodercick Usher
Cuando llega a la mansión, el narrador describe a su amigo Usher detalladamente y descubre en su aspecto físico la presencia de su aflicción mental:
La tez cadavérica; los ojos, grandes, líquidos, incomparablemente luminosos; los labios, un tanto finos y muy pálidos, pero de una curva extraordinariamente hermosa; la nariz de delicado tipo hebreo, pero de ventanillas más abiertas de lo que es habitual en ellas; el mentón, finamente modelado, revelador, en su falta de prominencia, de una falta de energía moral; los cabellos, más suaves y más tenues que tela de araña: estos rasgos y el excesivo desarrollo de la región frontal constituían una fisonomía difícil de olvidar (p. 322).
Luego de la muerte de Lady Madeline, el malestar mental de Usher se agudiza y se manifiesta tanto en su apariencia como en sus conductas:
Sus maneras habituales habían desaparecido. Descuidaba u olvidaba sus ocupaciones comunes. Erraba de aposento en aposento con paso presuroso, desigual, sin rumbo. La palidez de su semblante había adquirido, si era posible tal cosa, un tinte más espectral, pero la luminosidad de sus ojos había desaparecido por completo. El tono a veces ronco de su voz ya no se oía, y una vacilación trémula, como en el colmo del terror, caracterizaba ahora su pronunciación (p.331).
La cripta
Tras la muerte de Lady Madeline, Usher y el narrador se dirigen a la cripta donde dejarán el cuerpo temporariamente. En ese momento el narrador describe:
La cripta donde lo depositamos (por tanto tiempo clausurada que las antorchas casi se apagaron en su atmósfera opresiva, dándonos poca oportunidad para examinarla) era pequeña, húmeda y desprovista de toda fuente de luz; estaba a gran profundidad, justamente bajo la parte de la casa que ocupaba mi dormitorio. Evidentemente había desempeñado, en remotos tiempos feudales, el siniestro oficio de mazmorra, y en los últimos tiempos el de depósito de pólvora o alguna otra sustancia combustible, pues una parte del piso y todo el interior del largo pasillo abovedado que nos llevara hasta allí estaban cuidadosamente revestidos de cobre. La puerta, de hierro macizo, tenía una protección semejante. Su inmenso peso, al moverse sobre los goznes, producía un chirrido agudo, insólito (p. 330).
Esta descripción es de gran importancia, puesto que en la recta final de la narración, al escucharse el ruido metálico en la mansión, el lector comprende que se trata de Lady Madeline rompiendo la puerta de hierro macizo para escapar de su sepultura.
La caída de la casa
La narración concluye con la potente imagen del derrumbe de la casa que significa el final de la dinastía Usher:
El resplandor venía de la luna llena, roja como la sangre, que brillaba ahora a través de aquella fisura casi imperceptible dibujada en zigzag desde el tejado del edificio hasta la base. Mientras la contemplaba, la figura se ensanchó rápidamente, pasó un furioso soplo del torbellino, todo el disco del satélite irrumpió de pronto ante mis ojos y mi espíritu vaciló al ver desmoronarse los poderosos muros, y hubo un largo y tumultuoso clamor como la voz de mil torrentes, y a mis pies el profundo y corrompido estanque se cerró sombrío, silencioso, sobre los restos de la Casa Usher (p. 337).