Fervor de Buenos Aires

Fervor de Buenos Aires Resumen y Análisis "Final de año", "Carnicería", "Arrabal", "Remordimiento por cualquier muerte"

Final de año

Resumen

Este poema asevera que la causa real por la que celebramos Fin de Año es “el milagro” de que, a pesar de que las personas y el mundo cambiemos constantemente como “las gotas del río de Heráclito”, haya algo que siempre permanece idéntico e “inmóvil” (30).

Análisis

Nuevamente, el tema central de este poema es “El tiempo”. A lo largo de los versos, el yo poético recoge, solo para negar su validez, distintas hipótesis acerca de los motivos que nos llevan a celebrar Año Nuevo. Se duda de que la celebración consista en cambiar las fechas en un calendario -“Ni el pormenor simbólico/ de reemplazar un tres por un dos”-; también de pensar el año como algo que comienza el primero de enero y finaliza en diciembre -“un lapso que muere y otro que surge”; y, por último, de que se celebre “el cumplimiento de un proceso astrológico” (30).

En su lugar, el poema defiende la siguiente postura:

La causa verdadera

es la sospecha general y borrosa

del enigma del Tiempo;

es el asombro ante el milagro

de que a despecho de infinitos azares

de que a despecho de que somos

las gotas del río de Heráclito,

perdura algo en nosotros:

inmóvil.

(30)

De este modo, el yo poético relaciona la celebración de año nuevo con lo que llama un ‘enigma del Tiempo’, con el ‘milagro’ de que, aunque el tiempo todo lo modifique, algo todavía permanezca intacto en las personas. En este punto, al tópico de “El tiempo” debe sumársele el de “La identidad”, entendida como el conjunto de rasgos, características y acciones que definen a un individuo. Si hay algo que permanece inmutable a pesar del tiempo, eso es la identidad, y ello es lo que merece ser celebrado.

La mención a las ‘gotas del río de Heráclito’ corre en la misma dirección de sentido. Principalmente conocido por concebir al cambio como un elemento central del universo, Heráclito de Éfeso fue un importante filósofo griego que vivió entre los siglos V y IV a.C.. Para expresar sus pensamientos acerca de que todo fluye constantemente, este filósofo divulgó la idea de que una persona nunca puede entrar en el mismo río, puesto que tanto sus aguas como la persona nunca se mantienen iguales. En los versos citados, la expresión se acompaña de una anáfora, la repetición de ‘de que a despecho de’, que enfatiza el carácter ‘milagroso’ de que algo permanezca idéntico a pesar del cambio constante al que está sujeto el universo.

Carnicería

Resumen

Este poema caracteriza las carnicerías como lugares malignos en los que se exponen a los cráneos de las vacas como si fueran los ídolos adorados de un aquelarre.

Análisis

En este breve poema se describe una típica carnicería de barrio, comercio que se muestra como un espacio sórdido y desagradable. Tal como se la presenta, la descripción no alude a una carnicería en particular, sino que pretende cierta universalidad; remite a todas las carnicerías.

En un principio, el yo lírico dice que este espacio es “Más vil que un lupanar”, comparación que refiere a los prostíbulos, lugares tradicionalmente asociados a lo sucio y lo pecaminoso. Luego, afirma que afea la calle “como una afrenta”; es decir, como si fuera un insulto. Finalmente, habla de ella como un “aquelarre”, metáfora que la asocia a las reuniones realizadas por brujos y brujas con el objetivo de hacer hechizos e invocar demonios. Esta última caracterización se refuerza con la lúgubre imagen de “la carne charra” y “la cabeza ciega de vaca” que se expone para atraer a los clientes y tiene la apariencia de un “ídolo” (31) religioso.

Arrabal

Resumen

El yo poético considera que el arrabal, ese territorio periférico de la ciudad, “es el reflejo de nuestro tedio”, el lugar al que uno llega cuando pierde la convicción de “pisar el horizonte”. El arrabal es un espacio en el que todas las casas son como “monótonos recuerdos repetidos” (32). Para la voz poética, Buenos Aires es una ciudad que consideraba parte de su pasado al vivir en Europa, pero luego descubrió que, en realidad, es su presente y su futuro.

Análisis

Tal como su nombre lo indica, el tema central de este poema es “El arrabal”. Nuevamente, los versos se suceden a través de la perspectiva de un yo poético que transita, en actitud reflexiva y nostálgica, las tranquilas calles de un barrio situado en los límites de la ciudad. “El arrabal es el reflejo de nuestro tedio”, asegura el primer verso del poema, y establece de ese modo una relación de identidad entre el poeta y el barrio. Su paseo, signado por el desgano y la falta de un rumbo fijo, parece coincidir con el paisaje calmo del arrabal. Es un paisaje que se presenta como aburrido de tan aquietado, pero cuya misma tranquilidad posibilita el fluir de emociones y pensamientos del yo poético:

Mis pasos claudicaron

cuando iba a cruzar el horizonte

y quedé entre las casas,

cuadriculadas de manzanas

diferentes e iguales

como si fueran todas ellas

monótonos recuerdos repetidos

de una sola manzana.

(32)

El motivo del ‘horizonte’ se vincula a la idea del límite; es la línea divisoria que separa el espacio rural del urbano y, al mismo tiempo, funciona como una metáfora del propio arrabal, el destino que el yo poético elige para caminar. Para este caminante sin destino, los barrios arrabaleros poseen una existencia más ideal que concreta, casi de ensueño. Sus manzanas son ‘diferentes e iguales’, oxímoron que genera cierta extrañeza descriptiva, pero que sugiere el hecho de que, a pesar de sus diferencias, son casi indistinguibles entre sí. Además, parecen ‘monótonos recuerdos repetidos’, símil que enfatiza el carácter onírico del barrio y que, de hecho, estimula la imaginación poética del yo lírico. Como bien menciona Beatriz Sarlo, “Borges se detiene precisamente allí y hace del límite un espacio literario. En «las orillas», define un territorio original, que le permite implantar su propia diferencia respecto del resto de la literatura argentina” (1995: 20).

En los últimos versos de este título la voz poética parece coincidir, finalmente, con la figura del propio Borges. Ante el paisaje del arrabal, esta voz observa “los colores del poniente” y dice:

Sentí Buenos Aires.

Esta ciudad que yo creí mi pasado

es mi porvenir, mi presente;

los años que he vivido en Europa son ilusorios,

yo estaba (y siempre estaré) en Buenos Aires”.

(32)

Tal como explicamos en la presentación de Fervor..., Borges escribe este libro en 1921, tras pasar varios años viviendo en Europa. A su regreso, consigue identificarse subjetiva y poéticamente con los barrios limítrofes de la ciudad de Buenos Aires. En este punto, el poema recuerda al primer título de la selección, “Las calles”, donde se afirma: “Las calles de Buenos Aires/ ya son mi entraña” (17).

Remordimiento por cualquier muerte

Resumen

El muerto es, para la voz lírica, “como el Dios de los místicos” (33), ya que está presente al mismo tiempo en todas partes. Además, el muerto no tiene memoria ni esperanza, y tampoco posee nada. Los vivos nos quedamos con todo aquello de lo que el muerto carece: somos los ladrones de sus palabras, de sus visiones y sus pensamientos.

Análisis

Este poema gira en torno a la muerte, un tópico reiterado en varios de los títulos de la selección. Tal como alude el nombre del poema, el yo lírico expresa remordimiento hacia una muerte que se establece como una abstracción, como un universal, ya que no coincide con ninguna en particular: es “cualquier muerte” (33). Sobre ello, el poeta Cintio Vitier señala que este poema transmite un “sentido de culpabilidad, no tanto por la muerte misma, sino por seguir viviendo a expensas de la muerte de ese otro” (1984: 140). En efecto, el poema da cuenta de la culpabilidad del siguiente modo:

Todo se lo robamos,

no le dejamos ni un color ni una sílaba;

aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,

allí la acera donde acechó su esperanza.

Hasta lo que pensamos podría estarlo pensando él también.

(33)

Como vemos, la muerte se presenta como un acontecimiento que le niega a los muertos sus sentidos, esperanza y pensamientos, para cedérselos a los vivos. Siguiendo con el análisis de Vitier: “El cuerpo presente del muerto se considera aquí como un tesoro de percepciones, sentimientos, pensamientos, experiencias, que por el solo hecho de sobrevivirle, de estar vivos, le hemos usurpado nosotros” (1984: 140). De este modo, el poema envuelve la idea de la muerte en torno a cierta noción de injusticia.

Los versos finales del poema dan cuenta de un último bien robado a los muertos: “Nos hemos repartido como ladrones/ el caudal de las noches y los días” (33). Aquí, el ‘caudal de las noches y los días’ alude metafóricamente al tiempo, fuerza que ya no rige la existencia de quien perdió la vida. El uso de metáforas asociadas a lo líquido para referir al paso del tiempo no se presenta únicamente en este texto, sino que es un recurso reiterado a lo largo de todo el poemario. Su presencia debe comprenderse en relación con la influencia, en el pensamiento de Borges, del filósofo griego Heráclito. Este pensador solía recurrir a imágenes fluviales para reflexionar acerca del cambio y el tiempo como los principales ordenadores del universo.