Amanecer
Resumen
El yo poético transita la ciudad “acobardado por la amenaza del alba”, que da por terminada la noche. En ese momento contempla la posibilidad de que la realidad no sea más que el producto de las mentes de las personas, “un sueño de las almas”. Si así fuera, a esa hora en la que la mayoría de los individuos duermen, la existencia de Buenos Aires correría peligro y dependería únicamente de la actividad de “sólo algunos trasnochadores”. Sin embargo, pronto sale el sol y “de nuevo el mundo se ha salvado” (38).
Análisis
En el tema “La metafísica” reparamos en la importancia que tiene la tradición filosófica occidental a la hora de analizar Fervor de Buenos Aires. Allí vimos que, entre sus muchos intereses filosóficos, Borges se inclinaba principalmente hacia el idealismo, tradición que, en términos generales, sostiene que la idea abstracta, concebible a través del pensamiento, es más importante para la producción del conocimiento que la experiencia sensible. Tal como explica Pablo Pachilla, algunas corrientes del idealismo plantean “que el mundo es la representación de un sujeto (Alguien), y en este sentido el mundo es «ideal»” (2015: 60 y 61), un efecto del pensamiento humano. Como podemos comprobar, este poema cuaja a la perfección con dicho planteo.
Al igual que en otros títulos de la selección, “Amanecer” nos presenta a un yo poético que transita en soledad las calles de Buenos Aires. La noche y el alba son un motivo fundamental a través de los distintos versos. Objeto de atención de este transeúnte solitario, despiertan profundas reflexiones acerca del estatuto de realidad de la ciudad, al tiempo que aparecen personificadas como si fueran entidades o fuerzas animadas. De este modo, y frente a lo que tradicionalmente podría esperarse, el amanecer adquiere la forma de una presencia maligna: es un “amanecer horrible que ronda/ los arrabales desmantelados del mundo” y deja al transeúnte “acobardado por la presencia del alba” (38). Así, la amenaza de un nuevo día le recuerda al yo poético la conjetura
que declara que el mundo
es una actividad de la mente
un sueño de las almas
sin base ni propósito ni volúmen.
(38)
La posibilidad de que la realidad no sea más que un sueño entraña asimismo una amenaza; vuelve a la existencia algo efímero, acechado por la posibilidad de que un simple despertar acabe con ella:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño (...)
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo”
(38)
De este modo, la sórdida caracterización del alba se potencia aún más debido a la sospecha de que nuestra existencia depende de que haya alguien soñando el mundo. De ser así, el alba entraña el peligro de ser la “Hora en que le sería fácil a Dios/ matar del todo Su obra” (39).
Finalmente, el sol termina de salir y nada malo ocurre: “De nuevo el mundo se ha salvado”. Libre de sus preocupaciones, el yo poético regresa a su casa, iluminada ahora por “la luz blanca”, y lleva consigo la certeza de que “la noche gastada/ se ha quedado en los ojos de los ciegos” (39). Aquí, la expresión alude a la idea de que las personas no videntes no pueden percibir la luz, por lo que su existencia parece suceder en una noche eterna.
Benarés
Resumen
El poeta imagina Benarés, la sagrada ciudad de la India. Imagina su arquitectura, el modo en que el sol del amanecer ilumina cada calle, edificio y muro. Luego reflexiona acerca de que esa ciudad sobre la que piensa tiene, en realidad, “un lugar predestinado en el mundo” (40).
Análisis
Benarés es una ciudad india que está ubicada a orillas del río Ganges. Es considerada una urbe sagrada y uno de los centros religiosos más importantes del país por su relevancia para el hinduismo, el budismo y otras religiones y doctrinas espirituales.
Con “Benarés” volvemos a encontrarnos ante un poema que tiene a la ciudad como tema principal. Sin embargo, y a diferencia del resto de los títulos de Fervor..., sus versos discurren en la descripción de un territorio que no es Buenos Aires, sino que se muestra lejano y exótico. Es una ciudad que el yo poético no conoce, aunque sí imagina: “La imaginada urbe/ que no han visto nunca mis ojos”. En la imagen que de ella puntillosamente construye, el amanecer se presenta como principal evento de interés:
El brusco sol
desgarra la compleja oscuridad
de templos, muladares, cárceles, patios,
y escalará los muros
y resplandecerá en un río sagrado
(...)
la luz va abriendo como ramas las calles.
Juntamente amanece
en todas las persianas que miran al oriente.
(40)
Como vemos, el motivo común de “Las etapas del día” se vuelve a utilizar para retratar esta ciudad imaginada. A su vez, la figura retórica de la personificación sigue siendo el recurso privilegiado para dar cuenta de los movimientos del sol a través de verbos que, por su uso poco convencional, adquieren en el texto un valor metafórico. Se dice así que la luz ‘desgarra’ la oscuridad, ‘escala’ los muros y ‘abre como ramas’ las sombras de las calles; expresiones que aluden al modo en que el sol comienza a aclarar el nuevo día.
A la imagen del amanecer se le suma la de la muchedumbre que, atareada, realiza sus primeras actividades del día: “Jadeante/ la ciudad (...)/ desborda el horizonte/ en la mañana llena/ de pasos y de sueño” (40). En este caso, ‘la ciudad’ funciona como una sinécdoque del todo por la parte, ya que no es ella quien está ‘jadeante’ y ‘desborda’ el paisaje, sino sus habitantes. En forma inversa, los ‘pasos’ y el ‘sueño’ son sinécdoques pero, esta vez, reemplazan a los propios transeúntes que realizan los pasos y tienen sueño.
Tras describir de este modo a su Benarés imaginada, el yo poético delibera acerca de la existencia real de la ciudad:
Mientras juego con dudosas imágenes,
la ciudad que canto, persiste,
(...)
con su topografía precisa,
poblada como un sueño.
(40)
Otra vez, el devenir de los pensamientos casuales del yo poético lo lleva irremediablemente en una reflexión metafísica acerca del estatuto de lo real. En el tema “La metafísica”, señalamos la influencia, en la obra de Borges, del idealismo filosófico, corriente que, en una de sus expresiones, sostiene la idea de que el mundo es ilusorio, un efecto del pensamiento humano. Aquí, el poema presenta la existencia de Benarés de un modo, en cierta forma, paradójico: si bien postula que la ciudad ‘persiste’ por fuera de lo que el yo poético imagina, esta se encuentra poblada ‘como un sueño’, por lo que su existencia material se pone en duda frente a la onírica o ilusoria.
Ausencia
Resumen
La voz poética le habla a una persona que se ha alejado de su vida. El vacío que produce su ausencia vuelve los lugares y los días indistinguibles los unos de los otros. Aunque intente olvidar las cosas compartidas, la ausencia permanece constantemente en la mente del poeta, sin soltarlo.
Análisis
“Ausencia” es uno de los pocos poemas de amor que persisten en la edición de Fervor de Buenos Aires de 1969. Es, además, uno de los más celebrados por la crítica y los lectores. El tema que desarrolla este título es el del amor perdido. Lo hace de una forma un tanto paradójica, en la medida en que presenta a la ausencia de la persona amada como algo omnipresente, algo que persigue a la voz poética en todo momento:
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso
brilla definitiva y despiadada?
(41)
Como vemos, la propia expresión ‘para que no vea tu ausencia’ implica, en sí, una contradicción, en la medida en que nunca puede ser visto lo que se encuentra ausente. Esto es posible debido a que la noción de ausencia condensa en este poema un tipo de estado de ánimo: el del sujeto que sufre el duelo de ya no tener consigo a la persona amada. Ese es el sufrimiento siempre presente, que se refuerza mediante el símil del ‘sol sin ocaso’; un sentimiento que no puede ser ignorado, puesto que brilla despiadado y constante sobre el dolente.
De este modo, el yo poético que construye este texto es el de una persona angustiada que intenta recomponer su vida tras la separación, una tarea persistente y agotadora: “Habré de levantar la vasta vida (...)/ cada mañana habré de reconstruirla”. Constantemente, esta voz rememora recuerdos, lugares y cosas compartidas que pierden el sentido tras el abandono:
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
(...).
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo.
(40)
Ahora, estos momentos del día, canciones y palabras se transforman en espacios en los que acecha el recuerdo de esa persona que ya no está.
En los últimos versos del poema, el recuerdo omnipresente de esa ausencia cobra un sentido fatal, que termina por hacer explícito el estado anímico en el que se ha sumido el yo poético: “Tu ausencia me rodea/ como la cuerda a la garganta,/ el mar al que se hunde” (40).
En suma, “Ausencia” es un poema que versa sobre la pérdida y la separación, sobre el estado psicológico de quien duela el ya no poder estar con la persona amada. En estas últimas líneas, estos sentimientos se enfatizan a través de la comparación con la muerte inminente: el duelo, parece querer decir el poema, se asemeja al sentir de quien está por morir asfixiado.
Llaneza
Resumen
En este poema, el yo poético reflexiona sobre la simpleza y la comprensión que anhela en las relaciones humanas. Expresa el valor de “sencillamente ser admitidos” (42) por nuestros afectos, al igual que la importancia de la transparencia, el conocimiento mutuo y la aceptación del otro.
Análisis
Al igual que con “Ausencia”, este poema se corre un poco del eje temático sobre el que se organiza el resto del poemario. Nos encontramos ahora ante un yo poético que discurre acerca del valor de rodearse de las personas queridas, de aquellos que nos conocen y aceptan. Cabe mencionar que no son sucesos extraordinarios los que el poema estima, sino la simplicidad de un cariño que, de tan cotidiano, se ha familiarizado. A ello apuntan, de hecho, sus primeros versos: “Se abre la verja del jardín/ con la docilidad de la página/ que una frecuente devoción interroga” (42). En este caso, por ejemplo, se alude al hecho de ser recibido en el hogar de la persona querida, momento en que ‘la verja del jardín’ se abre con la simpleza de lo que se ha hecho costumbre, expresada aquí mediante la comparación con ‘la página’ del libro que, de tan visitada, se abre dócilmente al lector.
Esta valorización de la amistad íntima y familiar no hace más que reiterarse en los versos subsiguientes: en la casa de las personas así queridas no es preciso “fijarse en los objetos/ que ya están cabalmente en la memoria”. También se produce un conocimiento sobre “las costumbres y las almas (...)/ que toda agrupación humana va urdiendo” (42), expresión que alude metafóricamente al acto de coser, presentando a los vínculos como tejidos.
Más adelante se estima el acto simple y cotidiano de conocerse por sobre cualquier pretensión extraordinaria que pueda tenerse en relación a los afectos:
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean
bien saben mis congojas y mis flaquezas”
(42)
En este punto, el yo poético señala con gratitud la importancia de no tener que aparentar fortalezas entre sus allegados. La amistad y el afecto, cuando se producen desde la aceptación y la transparencia, equivalen a “alcanzar lo más alto, lo que tal vez nos dará el Cielo” (42).