Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
Con estos dos versos se da comienzo a Fervor de Buenos Aires. Se trata de un inicio que ofrece una clave de lectura útil para todo el poemario, en la medida en que establece un vínculo entre la ciudad de Buenos Aires y el cuerpo mismo del poeta, entre la identidad entre quien versa y su tierra de origen. Sobre la relación de mutua correspondencia entre la voz poética y la ciudad, la crítica y ensayista Sylvia Molloy señala que Fervor de Buenos Aires se construye “en torno a un sujeto deambulante que percibe la ciudad y, en esa percepción, se percibe a sí mismo” (1999: 192). Esta vinculación entre la identidad del poeta y su ciudad de origen cobra en este poema un lugar central.
Sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte.
En el tema “La metafísica” destacamos la importante influencia de la tradición filosófica idealista en la obra de Borges, tradición que, en una de sus muchas acepciones, considera que “el mundo es la representación de un sujeto (Alguien), y en este sentido el mundo es «ideal»” (Pachilla, 2015: 60 y 61). Es decir, el mundo existe en tanto ideación subjetiva del individuo, al menos para sí mismo.
En este pasaje nos encontramos ante uno de los muchos casos en los que Borges juega poéticamente con este idea: aquí, la voz poética reflexiona en un cementerio acerca de la posibilidad de que el tiempo, el espacio y la muerte desaparezcan con el fin de la vida. De esta manera y, en tanto conceptos formulados por la mente humana -por ser ‘instrumentos mágicos del alma’-, el fin de la vida trae aparejado su desaparición.
El secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
—esas cosas, acaso, son el poema.
Borges hace del arrabal -el barrio periférico, menos poblado y urbanizado de la ciudad- el lugar propicio para su discurrir poético. Es en sus caminatas por el barrio que el yo poético comienza a reflexionar y versar nostálgicamente acerca del paisaje que se le presenta en el camino. En estos versos repletos de imágenes sensoriales, tanto visuales como olfativas y auditivas, se revela el motivo de su afición a estos espacios: las imágenes que contienen no solo inspiran poéticamente al yo lírico, sino que ellas mismas poseen en sí un valor estético, ellas ‘son el poema’.
En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
(...)
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza.
Algo característico de Fervor de Buenos Aires es el uso reiterado de la personificación para dar cuenta de los movimientos del sol y la luz a través del día. Con “La Plaza San Martín”, nos encontramos ante la usual vista del individuo solitario que camina por la ciudad durante la caída del sol, momento en el que el caos del día se detiene y la tranquilidad parece dominarlo todo. Como vemos, ‘la tarde’ se construye en el poema como una entidad animada que se ha remansado, es decir, aquietado. En este caso, la personificación puede recibir dos interpretaciones: una en la que el color rojizo del sol, ese ‘fino bruñimiento de caoba’, presenta un efecto de aquietamiento para el yo poético; otra en que la expresión no alude al sol, sino a la gente que, ya liberada de sus tareas laborales, llega a la plaza a descansar. Por último, cabe aclarar que, en el poema, la tarde es algo que se busca, se anhela, más que un momento del día que llega por sí mismo.
Cuarenta naipes han desplazado la vida.
En el tema “La metafísica” analizamos el interés borgeano acerca de los grandes interrogantes filosóficos que giran en torno a la existencia. En la obra de Borges se advierte su interés literario en ahondar acerca de distintas conceptualizaciones del tiempo y la realidad. Muchas veces, este interés se expresa a través de temas y motivos, en apariencia, banales. En este caso, el tradicional juego de cartas llamado truco le sirve de excusa para reflexionar acerca de estos temas metafísicos. De este modo, la expresión incluye una personificación de las cartas, y el ‘desplazamiento de la vida’ debe interpretarse en relación con la idea de que una realidad paralela se abre a los jugadores durante el pasatiempo.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
En este pasaje, la imagen de una tranquila casa arrabalera vuelve a servirle de excusa al yo poético para sus reflexiones acerca del tiempo. La descripción del patio repite una metáfora, común en varios de los poemas de Fervor de Buenos Aires, en la que el cielo se presenta como un río a partir de expresiones que remiten a una materialidad líquida, como ‘declive’ y ‘derrama’. A su vez, la asociación entre el cielo y el tiempo se produce en la idea de la eternidad que ‘espera’, ahora personificada, entre las estrellas. Como vemos, el hecho de que las constelaciones aparezcan bajo la figura de la ‘encrucijada’ termina por asociar a la imagen del cielo con la del propio barrio, por cuya encrucijada de calles transita el yo poético.
La que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica.
En la obra de Borges es común encontrarse con referencias al idealismo platónico, tradición filosófica a la que el autor recurre como objeto de inspiración literaria. La filosofía platónica diferencia aquello que es percibido mediante los sentidos de lo que puede conocerse a través del uso de la razón. Para Platón, la razón permite conocer de un modo más elevado que los sentidos. Mediante ella es posible aprehender o llegar a contemplar lo que en la filosofía del autor se designa como “ideas” o “formas platónicas”. Estas formas no existen en el mundo material, sino en el mundo de las ideas. Son intangibles, puesto que no se perciben a través de los sentidos, y también son eternas y singulares. Además, se presentan como un principio absoluto de todas las demás cosas materiales que participan de ellas, y que sí pueden ser percibidas a través de los sentidos. ‘La joven flor platónica’ es, en este sentido, la forma ideal de la rosa.
La luz del día de hoy
exalta los cristales de la ventana
desde la calle de clamor y de vértigo
y arrincona y apaga la voz lacia
de los antepasados.
Tal como analizamos en el tema “El arrabal”, Borges se inspira poéticamente en aquellos espacios que aún no han sido tocados por la fuerza del progreso, como las innovaciones industriales, las transformaciones urbanas y el crecimiento poblacional. En “Sala vacía” se vuelve evidente la mirada nostálgica sobre estos espacios. Estamos, en este caso, dentro de una sala familiar donde todo remite a un tiempo pasado: los muebles, los daguerrotipos familiares y la iluminación tenue y tranquila. Sin embargo, la fuerza del cambio amenaza desde el exterior bajo la forma de ‘la luz del día de hoy’ y el sonido de ‘clamor y de vértigo’. La sala, en este sentido, se presenta como un fuerte donde la historia de la tradición y la familia, esa voz ‘lacia de los antepasados’, se protege en vano frente a al presente nuevo que la ‘arrincona y apaga’.
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
“Ausencia” es un poema que transmite el inmenso dolor del duelo amoroso en forma paradójica: la ausencia de la persona amada está siempre presente en quien atraviesa la separación. Este pasaje coincide con el final del poema, momento en el que más se hace explícito el dolor y la tristeza que domina al yo poético. Para ello, los versos presentan dos comparaciones que se orientan a presentar al duelo como un sentimiento similar a la muerte. Como vemos, ambas figuras aluden a la idea de la caída: la primera, a la del ahorcado, y la segunda, a la de la persona que se ahoga. En este sentido, se refuerza la idea de la depresión como un sentimiento bajo, en el que la persona se hunde en la tristeza.
Yo soy el único espectador de esta calle;
si dejara de verla se moriría.
“Caminata” nos presenta a un yo poético solitario que camina por la noche a través de las tranquilas calles de un barrio. Este paseo motiva distintas reflexiones de carácter metafísico en el caminante, quien discurre acerca del significado del tiempo y de la existencia. En este punto, el poema deja entrever la influencia del idealismo filosófico en la escritura de Borges. Esta corriente presenta varias tradiciones; una de ellas sostiene, tal como explica Pablo Pachilla, “que el mundo es la representación de un sujeto (Alguien), y en este sentido el mundo es «ideal»” (2015: 60 y 61). En esta línea, el yo poético considera que la existencia de la calle se sostiene sobre su percepción. Por lo tanto, si él dejara de observarla, la calle -es decir, el mundo-, esta dejaría de existir.