La venganza
La venganza es, sin duda, uno de los temas centrales en "Emma Zunz". Sin ir más lejos, es el deseo de vengar la muerte de su padre lo que impulsa a Emma a desarrollar su plan, y este plan, a su vez, constituye la historia del relato. Lowenthal acusó falsamente a Emanuel Zunz de haber robado en la fábrica donde trabajaba, y esto derivó en el suicidio del padre de Emma.
Ahora bien, luego de acostarse con el marinero sueco o finlandés para darle sustrato a su coartada, Emma toma conciencia de que su padre le hizo a su madre la misma "cosa horrible" (p.73) que le acaban de hacer a ella. Hacia el final del relato, cuando Emma está frente a su jefe, el narrador nos dice: "No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra" (p.75); esto nos da la pauta de que ella sigue con la intención de vengarse, aunque está claro que el móvil ya no es la muerte de su padre, sino el ultraje padecido por ello. Esa sensación de asco y tristeza que siente en el cuerpo pasa a ser su principal motivación para matar a Lowenthal.
En este punto, la venganza se presenta como un destino ineludible para Emma. Ella "No podía no matarlo" porque, con el asesinato de Lowenthal, Emma parece cobrarse varias cuentas pendientes: en primer lugar, el padecimiento de su madre, a quien el padre le había hecho la misma "cosa horrible" que el marinero le hizo a ella; en segundo lugar, la humillación, la huida y el suicidio de su padre; y en tercer lugar, el propio padecimiento de Emma al ser poseída por el marinero. En última instancia, la venganza sobre Lowenthal es, simbólicamente, una venganza sobre todos los hombres, perpetradores de esa "cosa horrible", y por los que Emma siente un "temor casi patológico".
La realidad y su relato
En principio, podemos decir que el narrador de "Emma Zunz" contribuye a la atmósfera policial del relato a partir de ciertas dudas o inconsistencias respecto de los hechos. Cuando se pregunta si Emma pensó alguna vez en la muerte de su padre mientras mantenía relaciones sexuales con el marinero, enseguida se responde: "Yo tengo para mí que pensó una vez..." (pp. 72-73), lo que refleja una subjetividad que hasta ese momento no se había mostrado. Existe, entonces, una tensión permanente entre la realidad y su relato, siendo la primera inabarcable por el lenguaje, y constituyendo el segundo, quizás, la única forma posible de construir o darle sentido a esa realidad. Esa tensión a la que hacemos referencia está íntimamente ligada al concepto de tiempo, factor que sepulta constantemente la realidad en el pasado y que ensucia la memoria con dudas e imprecisiones.
Así las cosas, el narrador explica que el relato que hace Emma de los hechos a propósito de la muerte de Lowenthal es, en esencia, cierto. ¿Por qué? Porque la falsedad de algunos detalles no alcanza para cuestionarlo; sobre todo, porque tiene elementos verdaderos tan determinantes como el tono de Emma, el odio, el pudor y el ultraje padecido. Dicho de otro modo, la realidad es inabarcable, porque el lenguaje es insuficiente y porque el tiempo lo borronea todo; en este contexto, los relatos se presentan casi como la única forma posible de esa realidad, y, como tales, hay que aceptarles algunas imprecisiones.
De todas formas, lo que ocurre en el cuento nos conduce a pensar en el carácter ilusorio de la realidad porque esta se ve transformada por el pensamiento: Emma es la que sería cuando repasa sus planes de venganza, porque el relato se impone a la realidad, y también cambia el móvil de su venganza por un acto que solo puede imaginar: el ultraje de su madre por parte de su padre.
El judaísmo
Casi todos los personajes en "Emma Zunz" pertenecen a la religión judía: Aarón Lowenthal, las hermanas Kronfuss, Elsa Urstein, Emanuel Zunz y, claro, la propia Emma. Por otro lado, la fábrica de tejidos donde trabajaba Emanuel y ahora trabaja la protagonista también da cuenta del origen judío de sus dueños: "Tarbuch y Loewenthal" (p.68). Ahora bien, ¿cuál es la intención de Borges al plantear un contexto tan ligado a esta religión? Por un lado, el autor siempre expresó su fascinación por la Cábala y la mística judía. Esta influencia puede apreciarse en varios de sus relatos. Así y todo, en "Emma Zunz" en particular, la presencia de lo judío no parecería estar cumpliendo ninguna otra función que la de determinar un contexto cerrado en el que se desarrolla la historia y la descripción de ciertos rasgos estereotípicos de algunos personajes. No obstante, hay críticos que sostienen que el heroísmo de Emma podría provenir de una reelaboración en clave del mito judío de la Shejiná, que hace referencia a la "radiancia" o "presencia" de Dios. En ese sentido, Emma encarnaría la Justicia Divina que viene a hacerle pagar a Lowenthal por sus faltas.
Asimismo, el personaje de Aarón Lowenthal tiene características que responden al estereotipo de una persona de religión judía; fundamentalmente, aquella que atañe a su relación con el dinero. Sin ir más lejos, todo parece indicar que fue su ambición lo que llevó a acusar falsamente a Emanuel Zunz de haber robado en la fábrica. Ahora bien, en relación con esto, Emma se presenta no solo como antagonista de Lowenthal, sino también del estereotipo que él representa: ella es mujer, él es hombre; ella es obrera, él es jefe; él cometió un crimen por avaro; ella cometerá el suyo para hacer justicia. En todo caso, Borges parece querer decir que detrás de aquel estereotipo simplista y arbitrario de la persona judía, existe una religión fascinante, basada en un profundo sentimiento de la moral, de la justicia y el respeto.
La sexualidad
Uno de los temas que se pone de relieve en el cuento "Emma Zunz" es el de la sexualidad. El narrador nos cuenta que Emma, la protagonista de dieciocho años, siente un "temor casi patológico" (p.70) por los hombres. Asimismo, vemos cómo se queda callada cuando Elsa y las hermanas Kronfuss hablan de novios en el club de mujeres. De esta forma queda insinuada la idea de que Emma es virgen. Y es, precisamente, esta virginidad la que ofrecerá en sacrificio cuando se haga pasar por prostituta y se acueste con el marinero para darle sustrato a la coartada del asesinato de Lowenthal.
Ahora bien, el asco y la tristeza que siente por esa "cosa horrible" (p.73) que el marinero le ha hecho -y que su padre la ha hecho a su madre- acaban siendo el principal móvil para el asesinato de su jefe. Dicho de otra forma, la iniciación sexual de Emma es, desde ya, traumática, y en ese estado de aturdimiento y tristeza, más que vengar la muerte de su padre, ella siente el impulso de vengar el ultraje sufrido por ella, por su madre, por todas las mujeres. Símbolicamente, la muerte de Lowenthal representa la muerte de todos los hombres -incluso el padre de Emma- capaces de perpetrar esa "cosa horrible".
La identidad
En "Emma Zunz", el tema de la identidad se pone de relieve en varios de los personajes. En principio, nos encontramos con que Emanuel Zunz se cambia el apellido al de Maier cuando se exilia a Brasil. La humillación sufrida por la falsa acusación de Lowenthal hizo que él necesitara convertirse en otro. El cambio de apellido y de lugar de residencia, es decir, de identidad intenta ser una solución. Así y todo, ya en los primeros párrafos del relato nos enteramos de que no fue suficiente: Emma recibe una carta en la que un compañero de pensión de su padre le informa sobre la muerte del señor Maier.
Luego tenemos el caso de Emma, quien se hace pasar por prostituta para acostarse con el marinero y lograr así tener la coartada perfecta para justificar el asesinato de Lowenthal. En este caso, el cambio de identidad de Emma sí cumple su función, aunque también le produce tanto "asco y tristeza" (p.73) que acaba convirtiéndose en el móvil principal para dispararle a su jefe.
Por último, podemos decir que, si bien no cambia su nombre o su ocupación en ningún momento, Lowenthal sí adopta el rol de acusador cuando, en realidad, él es el verdadero ladrón, y en este pasaje de culpable a delator, confina a Emanuel Zunz al destierro.
En síntesis, podemos decir que en "Emma Zunz" la identidad se presenta como un concepto líquido, en el sentido de que fluctúa de acuerdo a las circunstancias o vicisitudes que embargan a los personajes, y esta fluidez, esta transición entre identidades, desdibuja a todos ellos, hasta el punto de hacerlos desaparecer, como en el caso de Lowenthal y de Emanuel Zunz.