Resumen
Al día siguiente, sábado, Emma se despierta impaciente: por fin el día ha llegado. Lee en el diario que un barco, el Nordstjärnan, de Malmö, zarpará esa misma noche. Luego, llama a Lowenthal y le dice que quiere informarle algo sobre la huelga sin que lo sepan las otras trabajadoras.
Emma sale del trabajo a las doce, va a su casa y se acuesta después del almorzar. De repente, recuerda la carta de Fain; la saca del cajón, la relee y la destruye para no dejar evidencias. El narrador pasa a la primera persona del plural y afirma que "nos consta que esa tarde fue al puerto" (p.72). Allí recorre algunos bares hasta que da con los tripulantes del Nordstjärnan. Elige a un hombre más bajo que ella y grosero. El marinero la lleva hasta una habitación del lugar. Mientras el hombre mantiene relaciones sexuales con Emma, el narrador se pregunta si ella piensa en el muerto que motiva semejante sacrifico. Acto seguido dice que sí: "Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito" (pp.72-73).
Cuando Emma se queda sola, ve el dinero que el hombre dejó sobre la mesa de luz, lo toma y rompe los billetes. Luego ella se va del lugar y toma un Lacroze hacia el oeste; elige el asiento más delantero, para que nadie le vea la cara. Más allá del asco y la tristeza que siente Emma por lo que acaba de hacer, se consuela con el hecho de que lo ocurrido no contaminó su plan.
Análisis
En esta segunda parte, Emma comienza a ejecutar su plan. Un aspecto interesante de este relato es que la protagonista es una mujer judía. Si bien era de público conocimiento la admiración que sentía Borges por la cultura hebrea -hasta el punto de incluir muchos de sus elementos en sus cuentos- lo cierto es que no solía elegir mujeres como protagonistas de sus historias. Ahora bien, algunos críticos sostienen que esta elección de una obrera judía como personaje principal de esta ficción pudo haberse basado en el mito cabalístico de Shejiná o energía divina femenina. A propósito de esto, cabe señalar que Borges solía utilizar diversas mitologías como base de sus relatos.
Por otro lado, en un nivel de análisis más simbólico, podríamos establecer una relación entre el hecho de que Emma trabaje en una fábrica de tejidos y la forma en que ella va tejiendo el plan para vengar la muerte de su padre. En última instancia, una telaraña es como un laberinto de seda, y Emma, la obrera tejedora, va urdiendo su plan, justamente, como una telaraña en la que Lowenthal quedará atrapado. En este sentido, hay críticos que afirman que Borges no sacrificó la inclusión del laberinto como elemento, sino que, simplemente, lo dejó insinuado en el plan de Emma.
Asimismo, en esta parte del relato, aparece uno de los clímax de la historia: el momento en que Emma tiene relaciones sexuales con el hombre bajo y grosero del Nordstjärnan como una forma de darle sustrato de verosímil a la justificación que dará en el futuro respecto de por qué mató a Lowenthal. Ahora bien, a Borges no le interesa detenerse en las imágenes de ese encuentro; toda la narración de este episodio pareciera esquivar un poco el hecho, orbitarlo a una distancia prudencial: "Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman" (p.72). En esta alusión -más que indirecta- al momento en que el marinero está teniendo sexo con Emma, podemos advertir esa postura literaria de Borges hacia la sexualidad que el propio autor desliza en el cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", publicado en la revista Sur en 1940: "Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres".
En otro orden de cosas, en un momento observamos que el narrador pasa, de repente, a una primera persona: "Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito" (pp.72-73). Esto produce un punto de inflexión en el relato, ya que a raíz de esta frase sentimos que el narrador posee un vínculo muy estrecho con la historia y, sobre todo, con la propia Emma. El tono que mantuvo la narración hasta aquí, más bien serio, objetivo, propio del género policial, con ese "Yo tengo para mí" se resiente, nos hace desconfiar. Paradójicamente, esta subjetividad repentina que expone el narrador puede poner en duda algunos detalles de la historia, pero, al mismo tiempo, le da mayor fuerza de verosímil al narrador; lo vuelve un poco más real.
Por último, aquí también vemos algo que hemos mencionado en el análisis de la primera parte: la cuestión de la doble identidad. Emma se hace pasar por prostituta para concretar una parte de su plan. Antes de irse de la habitación, el marinero del Nordstjärnan le deja dinero sobre la mesa de luz. Ese dinero representa, simbólicamente, esa otra identidad que Emma asumió para darle continuidad a su plan. Al romper los billetes, ella pareciera querer destruir esa falsa identidad de prostituta, que le implicó un sacrificio que nunca hubiera imaginado. Así y todo, se arrepiente al instante: "Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día..." (p.73). Aquí aparece otra vez la cuestión del origen judío de Emma; recordemos que ese "aquel día" es sábado, o sabbath, el día sagrado de la semana para la mayoría de las corrientes del judaísmo, en el que hay reglas muy estrictas en cuanto a lo que se puede hacer y a lo que no. Si bien Emma está por trasgredir un mandamiento mucho más importante y que se encuentra en casi todas las religiones del mundo (no matarás), esta pequeña trasgresión vinculada a la destrucción de los billetes parece provocarle cierto temor de mal augurio. De todas formas, ese asco y esa tristeza que ella siente en el cuerpo mientras viaja desde el puerto hasta la fábrica no solo le hacen olvidar rápidamente la culpa por haber roto el dinero, sino que, además, constituirán la nueva e ineludible motivación para dispararle a Lowenthal.