Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.
En esta cita, el narrador nos da la pauta de que Emma ya ha tomado una decisión con respecto a la muerte de su padre. Decisión que, evidentemente, siempre había contemplado y que ahora, con el suicidio de Emanuel Zunz, se impone de una manera ineludible. Asimismo, en esta cita podemos observar que el plan de Emma no se basa en un arrebato de odio; no es improvisado. Al mismo tiempo, la cita también funciona como una suerte de presagio de lo que puede ocurrir. En la idea de que Emma "ya era la que sería" queda implícito el hecho de que una vez que se ponga en marcha el plan, ella no podrá detenerse.
Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal.
En esta cita se revela qué fue lo que ocurrió con el padre de Emma. Luego de la acusación falsa de Lowenthal, Emanuel Zunz debe huir a Brasil y cambiarse el apellido, es decir, convertirse en otro para tratar de dejar atrás la humillación, algo que sabemos no logra, ya que acaba suicidándose.
En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico...
Emma es una obrera judía de dieciocho años que no tiene madre y que acaba de perder a su padre. En esta cita, además, se agrega una característica sobre la protagonista: siente temor o rechazo por el sexo opuesto. Ahora bien, la caracterización de Emma hasta aquí es la de una muchacha prácticamente indefensa, tímida, débil. Nada de esto quedará hacia el final del relato: Emma se convertirá en una mujer empoderada, que perdió la virginidad con un marinero sueco o finlandés y que asesinó a su jefe.
Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?
En esta cita, Borges nos ofrece una de las pocas reflexiones filosóficas que propone su relato. La irrealidad es un atributo de lo infernal porque es inabarcable, incomprehensible. Asimismo, el lenguaje es insuficiente para abarcar la realidad. En ese sentido, realidad e irrealidad son anverso y reverso de una misma moneda, y será, en todo caso, el verosímil del relato de las cosas lo que determine el lado en que caerá esa moneda. Así y todo, el tiempo falseará los hechos y siempre propondrá un estado de caos y confusión a quien los recuerde.
Hacia el final de "Emma Zunz" comprenderemos que las personas aceptan la mentira de Emma simplemente porque su relato, aunque increíble, es verosímil.
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían.
En esta cita se produce un cambio abrupto en la voz narrativa. El narrador, que viene contando la historia en tercera persona, de repente asume la primera persona y se aventura a saber cuántas veces Emma pensó en su padre mientras estaba con el marinero. Este cambio desconcierta a los lectores, proponiéndoles un narrador más concreto, sí, pero también menos fiable, ya que expone cierta subjetividad. Como sea, este tipo de "deslices" del narrador contribuirán con el verosímil del relato.
Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver.
En esta cita, se destaca la condición de avaro de Lowenthal, que responde, a su vez, al trillado estereotipo del hombre judío que este personaje encarna. Por otro lado, se menciona el revólver que Lowenthal tiene en el cajón de su escritorio, pieza fundamental para la ejecución del plan de Emma. El hecho de que "nadie lo ignoraba [la presencia del revólver en ese cajón]" nos da un fuerte indicio de que Emma sabe que el arma está allí y que algo ocurrirá con ese revólver.
La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Lowenthal oiría antes de morir.
Aquí se narra la llegada de Emma a la fábrica. Lo interesante de esta cita es que el narrador, por alguna razón, cambia el punto de vista y lo coloca en Lowenthal. Es él quien la ve empujar la verja, cruzar el patio, evitar el perro. En este ejemplo, otra vez, el narrador desconcierta a los lectores. Luego nos enteramos de que Emma va repitiendo la sentencia que le dirá a Lowenthal antes de morir. Esto nos da la pauta de cuán fría y calculada es la venganza de Emma, más allá de que, luego, cuando le dispare a su jefe, este no podrá oír esa sentencia, porque ya estará muerto.
Ante Aarón Lowenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello.
Esta cita también podría considerarse un punto de inflexión en la historia: Emma ya no siente tanta necesidad de vengar la muerte de su padre, sino el sacrificio, el ultraje que ella tuvo que padecer para llevarlo a cabo. A raíz de su encuentro con el marinero, la embargó el asco y la tristeza, no solo por lo que este último le hizo a ella, sino también porque su padre le había hecho la misma "cosa horrible" a su madre. La venganza de Emma ya no es solo contra Lowenthal por haber provocado el suicidio de Emanuel Zunz, sino más bien contra todos los hombres por ser los responsables, desde el punto de vista de Emma, de los ultrajes hacia las mujeres.
Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran
roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch.
Este pasaje, sin duda, corresponde al clímax de la historia. Emma dispara; Lowenthal muere sorprendido y enojado. Este momento no solo responde a la ejecución de la venganza de Emma, sino también al cenit de su evolución como personaje: ya no es esa muchacha de dieciocho años, tímida, con ese "temor casi patológico hacia los hombres"; al disparar se ha convertido en una mujer empoderada, que, incluso, ha perdido su virginidad con un marinero sueco o finlandés, y, por si fuera poco, ha matado a un hombre.
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.
Este es el párrafo final del cuento. En él, el narrador pone énfasis en que todos creyeron la versión de Emma de los hechos básicamente porque los elementos más importantes de su relato son ciertos. En ese sentido, no importa que algunos detalles -como las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios- sean falsos; si la narración es verosímil por el tono, el pudor y el odio genuino de Emma, ya adquiere estatus de realidad. Dicho de otra forma, la realidad es, justamente, una construcción narrativa.