Resumen
Aarón Lowenthal vive en los altos de la fábrica. La gente que lo conoce dice que es un hombre avaro y miedoso. Por eso tiene un perro atado en el patio de la fábrica y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignora, guarda un revólver. Además, hace un año viste de luto por la muerte inesperada de su mujer, "¡una Gauss, que le trajo una buena dote!" (p.74).
Emma llega al lugar, hace un rodeo para evitar al perro que ladra, avanza murmurando las palabras que le dirá a Lowenthal antes de dispararle. Una vez frente a él, Emma siente la necesidad de matar a Aarón Lowenthal más por el ultraje al que debió someterse para llevar a cabo su plan que por la urgencia de vengar a su padre. No obstante este sentimiento, Emma le entrega a su jefe los nombres de las supuestas responsables de la idea de la huelga. De repente, se interrumpe, como aterrada por lo que acaba de hacer. Lowenthal sale de la habitación para buscarle un vaso de agua. Cuando regresa, Emma le dispara con el revólver que sacó del cajón del escritorio del propio Lowenthal. Ella comienza la acusación que ha preparado para el responsable de la muerte de su padre, pero el hombre ya está muerto.
Emma desordena el diván y le desabrocha el saco al cadáver. Luego toma el teléfono: "El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté..." (p.76), dice. El narrador observa que más allá de lo increíble de la historia, todos la creen porque es, en esencia, cierta: "Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios" (p.76).
Análisis
En esta última parte del relato, el narrador comienza ofreciéndonos el perfil de Aarón Lowenthal. Perfil que pone énfasis en el origen judío del personaje cuando, por ejemplo, nos cuenta que lloró la muerte de su esposa, "¡una Gauss, que le trajo una buena dote!" (p.74). En este sentido, hay críticos que afirman que Borges juega con ciertos estereotipos relacionados con el judaísmo para deconstruirlos mediante la yuxtaposición de esos estereotipos con sus opuestos. De esta forma, el judío es capitalista (Lowenthal) y, al mismo tiempo, víctima del capitalismo (Emanuel Zunz), es asesino (Emma) y asesinado (Lowenthal). Ahora bien, centrémonos en Emma por un momento: ¿hasta qué punto ella es una fiel representante de "lo judío"? En principio, no conocemos la religión de su madre; además, asesinará a Lowenthal en sabbat. Hasta cierto punto podemos decir que Borges se inclina por volver heroína al personaje judío más ambiguo e inclasificable de todo el relato. Dicho de otra forma: una lectura posible es que Lowenthal es culpable no solo del suicidio de Emanuel Zunz, sino también de encarnar el estereotipo del judío avaro; en ese caso, Emma aparecería como una forma de oposición o corrección de ese estereotipo.
En otro orden de cosas, en estos últimos párrafos del relato, se consolida la transformación del móvil de Emma para matar a Lowenthal. Es la repugnancia por el encuentro sexual con el marinero y el trauma de saber que su padre le hizo a su madre la misma "cosa horrible" (p.73)lo que impulsa a Emma a dispararle a su jefe. Por otro lado, después de dispararle, Emma comienza su acusación: "He vengado a mi padre y no me podrán castigar..." (p.76); acusación que Lowenthal no llega a escuchar porque ya está muerto, pero que, además, tampoco tiene mucho sentido porque se corresponde con el móvil original de Emma, algo que, como ya dijimos, ha cambiado. En síntesis, podríamos decir que Emma emprende su plan de venganza como hija de su padre, pero que, al final, acaba ejecutándola como hija de su madre; Emanuel Zunz pasa de ser víctima de Lowenthal a victimario de la madre de Emma; y esta transformación tiene su epicentro en el sacrificio que lleva a cabo Emma al acostarse con ese marinero sueco o finlandés.
Ahora bien, analicemos brevemente cómo la voz narrativa contribuye a la atmósfera de policial o noir del relato. Ya hemos mencionado ciertas intervenciones del narrador que producen una sensación de ambigüedad respecto la historia; sobre todo, aquellas en las que cambia arbitrariamente de persona gramatical: "nos consta que esa tarde fue al puerto" (p.72); "Yo tengo para mí que pensó una vez" (pp.72-73). Está claro que en la cosmovisión borgeana, lo complejo de la realidad siempre presenta un grado de desconfianza ante el lenguaje. Es decir, la relación entre palabra y cosa es, por lo general, ambigua. Sin embargo, el narrador de "Emma Zunz", incluso en los pasajes en los que desliza cierta subjetividad, muestra confianza en sí mismo y en su capacidad para contar la historia de la manera más fidedigna posible. En todo caso, el suspense que marca el pulso del relato está, además de en los giros propios de la trama, en esa imprecisión lógica, orgánica y natural que orbita alrededor de todo recuerdo. Los hechos, en todo caso, son difíciles de relatar porque pertenecen a una temporalidad que es diferente de aquella en la que Emma está organizando un plan para vengar la muerte de su padre. El narrador, por momentos, pareciera querer convencerse de la información que él mismo está narrando mientras recuerda.
Por último, más allá de que el lenguaje es insuficiente para abarcar la realidad -en parte porque la influencia del factor tiempo, que todo lo destruye y que traiciona la memoria, el narrador le da un valor superlativo al relato que hace, a su vez, Emma de lo que ocurrió con Lowenthal. Sí, está bien, la historia es increíble, pero "sustancialmente cierta" porque, independientemente de algunos detalles falsos, "Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido..." (p.76). En algún punto, cuando la voracidad del tiempo nos ha arrebatado la posibilidad de habitar el presente en el que se suceden los hechos, el relato es la única realidad posible; incluso si ese relato conlleva imprecisiones o ambigüedades.