Resumen
I. Los signos
Monsieur Lenormand ha perdido a Ti Noel en una partida de Mus, un juego de azar. El nuevo amo criollo lo ha tratado bien y el esclavo finalmente ha conseguido la libertad gracias a la abolición de la esclavitud. Monsieur Lenormand de Mezy ha muerto, sumido en una pobreza total, y Ti Noel, ya viejo, llega a Haití en un barco pesquero.
Una vez en la isla, recorre sus campos y se adentra poco a poco en una tierra desolada, en la que toda vegetación se ha secado y cuyos habitantes la han abandonado. Allí encuentra, a cada paso, los signos que le indican que se adentra en una tierra donde los sacerdotes negros han conjurado todos los poderes del vudú en la guerra que han sostenido contra los colonos blancos.
II. Sans-Souci
Tras días de marcha, Ti Noel llega a lo que una vez fue la hacienda de Lenormand de Mezy, ahora totalmente arrasada y cubiertas las ruinas por la vegetación. Estando allí ve pasar a un grupo de soldados ricamente vestidos, a la usanza de los soldados napoleónicos, pero llama la atención que se trata de hombres negros. Ti Noel los sigue e dirección al pueblo de Millot y, al llegar allí, descubre una región próspera, abundante en sembradíos y granjas. Mucha gente trabaja en esos campos, bajo la vigilancia de soldados negros armados con látigos. Los trabajadores también son negros, lo que llama mucho la atención del viejo Ti Noel, quien comienza a comprender que el nuevo sistema, sin esclavos, ha encontrado sus formas para seguir explotando a la población negra.
Así llega hasta el palacio de Sans-Souci, una fascinante estructura de estilo europeo, con jardines llenos de estatuas, una capilla que protege a una virgen negra y un ala principal con escalinata y una enorme cúpula sostenida por columnas blancas. Ti Noel no sale de su asombre, pero rápidamente es abordado por un grupo de soldados que lo encierran en un calabozo.
Al otro día, junto a otros ancianos, mujeres embarazadas y niños, le entregan un ladrillo y lo hacen caminar llevándolo hasta la fortaleza de la Ferrière, una enorme mole militar que se está construyendo en la montaña. Todo aquello pertenece al reino de Henri Christophe, antiguo cocinero de Ciudad del Cabo, quien se ha declarado rey de Haití y ha edificado su palacio por medio del trabajo de la población negra. La fortaleza de La Ferrière es un vasto emplazamiento militar construido para resistir los ataques del ejército francés, en caso de que intenten recuperar la colonia perdida. Henri Christophe asegura que allí tiene lugar para albergar a más de 15.000 personas y provisiones para resistir 20 años de sitio.
III. El sacrificio de los toros
La situación de la población negra es deplorable. Henri Christophe se ha transformado en un tirano que ejerce su poder con crueldad. Los negros son incluso más descartables que en la época de la colonia francesa: si se desploman desde lo alto de la fortaleza mientras trabajan, nadie se preocupa siquiera por encontrar su cuerpo, y si son descubiertos mientras holgazanean, Henri Christophe ordena su muerte como escarmiento. En verdad, la población negra no vale nada frente a los ojos de aquel rey, quien no se preocupa por diezmarla, sabiendo que las negras siempre seguirán teniendo hijos.
Para edificar las murallas de su fortaleza, Henri Christophe hace sacrificar una considerable cantidad de toros cada día y los albañiles preparan la argamasa con la sangre de aquellos animales. El rey cree que esto le garantizará una invulnerabilidad absoluta a su fortaleza. Tal es su sueño de poder que no deja de compararse con los grandes reyes africanos, y cree tener la bendición de los dioses guerreros.
IV. El emparedado
Cuando los trabajos en la ciudadela han finalizado, la vigilancia sobre los trabajadores se relaja, y Ti Noel encuentra su oportunidad para escapar. Regresa entonces a la hacienda en la que alguna vez vivió y pasa el año durmiendo en un sector de la casa en ruinas y alimentándose de las frutas que crecen en el lugar.
Con el inicio del verano, su necesidad de volver a ver la ciudad del Cabo se hace imperiosa y decide abandonar su escondite. Al llegar a Cabo, encuentra todas las puertas y ventanas tapiadas, y unos gritos horribles que destruyen la paz del ambiente. Alguien llora y blasfema a viva voz en contra del rey. Se trata del duque Cornejo Breille, confesor de Henri Christophe caído en desgracia. Cuando el rey negro se enteró de que su confesor planeaba regresar a Francia, y sabiendo lo peligroso que esto podía ser, puesto que Breille conocía todos los secretos de Sans-Souci y de La Ferrière, como castigo lo emparedó vivo al pide de una pared recién levantada en la ciudad. Allí agonizaba aun cuando Ti Noel llegó a la ciudad. Sin embargo, tras una semana, sus gritos dejan de oírse, y la vida en la ciudad recupera su ritmo habitual.
Ti Noel consigue unas monedas de un marinero ebrio y con ellas compra 5 vasos de aguardiente, que ingiere uno tras otro. Luego, tambaleándose, regresa a su refugio en la hacienda.
V. Crónica del 15 de agosto
Henri Christophe participa junto a su corte de la misa oficiada por Juan Dios González, pero no puede concentrarse en el sermón del sacerdote. Está preocupado pensando en los enemigos que tiene dentro de su propio pueblo, y está seguro de que sus imágenes están siendo utilizadas en rituales vudú en más de una vivienda de Millot.
De pronto, el sacerdote comienza a retroceder con terror y frente al altar aparece otro sacerdote, como nacido del aire y con pedazos de cuerpo mal corporizados. Su voz, que proviene de una boca sin dientes ni labios, hace temblar a toda la iglesia mientras continúa con el ofertorio y pide la absolución de todas las almas. Christophe se queda sin habla al pensar que aquella aparición es el arzobispo Cornejo Breille, a quien había emparedado hasta la muerte. Un rayo atraviesa la iglesia y todas las campanas comienzan a repicar; Christophe comienza a sentir en su cabeza los tambores golpeados en la montaña y se desploma.
Sus oficiales deben sacarlo en brazos y llevarlo hasta sus habitaciones, donde queda postrado, sin energías, por el resto del día, sin que ninguna medicina pueda reanimarlo.
VI. Ultima Ratio Regum
Henri Christophe continúa postrado hasta el domingo siguiente. Cuando logra levantarse, al anochecer, se asoma a las ventanas para observar que sus granaderos continuaran sosteniendo la disciplina que él había aplicado a su ejército, pero entonces nota que la banda militar está tocando el manducumán, ritmo de las ceremonias de los sacerdotes radá para conjurar los poderes de los Orillas. En ese mismo instante, la guardia del palacio rompe su formación y comienza un motín masivo que deja a Henri Christophe y a su familia solos en el palacio, con la única compañía de un grupo de negros que forma la guardia personal del rey.
Mientras los tambores suenan todo alrededor de Sans-Souci y sus sonidos se aproximan, Henri Christophe pasea por el palacio vacío y piensa que hizo mal al querer imponer a los negros la cultura europea. Los tambores se acrecientan como una tormenta y los incendios alrededor del palacio comienzan a ser cada vez más cercanos. Al comprender su situación crítica, el Rey de Haití se suicida en sus aposentos, disparándose en la cabeza.
VII. La puerta única
Los pajes del rey ayudan a la reina, María Luisa, y a sus hijas a escapar hacia la montaña. Llevan el cadáver de Henri Christophe envuelto en una manta. Cuando llegan a la ciudadela los recibe su gobernador y les da asilo. Sin embargo, al entender que el rey ha muerto, los presos se liberan y se amotinan allí también. Muchos quieren matar a la familia real, aduciendo que “en Europa cuando un rey muere se ejecuta también a su mujer” (p.91). Sin embargo, cuando los presos notan que los guardias se han largado montaña abajo para participar del saqueo de Sans-Souci, abandonan a todo correr la fortaleza.
La familia real queda sola junto al gobernador. En un extremo de la fortaleza, donde estaban trabajando aún los obreros, hay un montón de argamasa fresca. Los pajes entonces depositan allí el cuerpo de Henri Christophe, y este se hunde lentamente hasta desaparecer y quedar integrado, de esta forma, a la estructura misma de La Ferrière. “La Montaña del Gorro del Obispo, toda entera, se había transformado en el mausoleo del primer rey de Haití” (p. 93).
Análisis
La tercera parte de la novela está dedicada a las dos primeras décadas del siglo XIX, desde la partida de Paulina Bonaparte hacia Europa en 1802 hasta la muerte de Henri Christophe en 1820. La dimensión más importante a desentrañar es el contexto histórico que ordena los 7 capítulos breves: las sucesivas sublevaciones y los reinos que se suceden. Como Carpentier indica en sus ensayos, los contextos políticos son fundamentales para el novelista latinoamericano, quien debe plasmar en sus obras los vaivenes políticos de la época que está representando en sus obras. Sin embargo, este contexto no se explicita en la obra, sino que emerge a partir de los personajes que se mencionan, por lo que el lector debe hacer parte de ese trabajo de contextualización para comprender la profundidad del drama que El reino de este mundo presenta.
En el capítulo I Ti Noel regresa a La Española tras la obtención de la libertad. Monsieur Lenormand de Mezy ha muerto en la pobreza y Carpentier no le dedica más que dos líneas, lo que refuerza la idea de que los personajes principales en esta novela son tan solo la condición de posibilidad del relato: personajes testigo que sirven para presentar los hechos históricos a través de sus ojos y para establecer los contrastes culturales. Habiendo cumplido su función, Lenormand de Mezy simplemente desaparece de la novela. En la Llanura, Ti Noel se encuentra con una tierra devastada, en la que “las plantas y los árboles parecieron secarse, haciéndose esqueletos de plantas y de árboles, sobre una tierra que, de roja y grumosa, había pasado a ser como un polvo de Sótano”. En esa desolación, el viejo negro liberto encuentra uno tras otro los signos de rituales vudú. “El suelo se había llenado de advertencias: tres piedas en semicírculo, con una ramita quebrada en ojiva a modo de puerta. Más adelante, varios pollos negros, atados por una pata, se mecían, cabeza abajo, a lo largo de una rama grasienta. Por fin, al cabo de los Signos, un árbol particularmente malvado, de tronco erizado de agujas negras, se veía rodeado de ofrendas” (p. 68). Aquellos signos son los resabios de una fuerte campaña religiosa llevada a cabo por sacerdotes vudú que además eran generales del proclamado Emperador de Haití, Jean Jacques Dessalines.
De este personaje histórico Carpentier sólo dice que su triunfo se debió a la preparación tremenda de sus sacerdotes. El Gran Pacto vudú se presenta entonces como la gran causa de la victoria de los negros sobre los franceses. Al mencionarlo, Carpentier despliega nuevamente la dimensión de lo real maravilloso en el relato y explica que en esa guerra librada contra el blanco habían intervenido todas las divinidades de la pólvora y el fuego, “en una serie de caídas en posesión de una violencia tan terrible que ciertos hombres habían sido lanzados al aire o golpeados contra el suelo por los conjuros” (p. 68). La conjuración de los dioses africanos se presenta entonces como parte natural del contexto cultural y ctónico (es decir, en conexión profunda con la tierra que se habita y sus cosmovisiones) de Haití.
Si bien el autor apenas lo menciona, Dessalines fue un personaje histórico fundamental para comprender los procesos revolucionarios y la conformación de la República de Haití. Nacido en 1758, fue uno de los líderes de la revolución haitiana que proclamó la independencia del país en 1804, dos años después de los episodios que se narran en la segunda parte de la novela. Durante la primera gran sublevación organizada por Boukman, Dessalines estuvo entre los soldados congregados por el sacerdote jamaiquino, y tras su muerte estuvo bajo el cargo de Toussaint L’Overture, general negro de la república de Haití (llamada Santo Domingo en esa época) depuesto por las tropas francesas enviadas por Napoleón para reconquistar la isla. En 1802 Dessalines organizó un amotinamiento en el que venció a las tropas francesas y terminó por expulsarla de la isla en 1803. En 1804 ordenó el exterminio de la minoría blanca aún presente en la isla y luego se autoproclamó emperador.
Las tropas de Dessalines fueron las que mayor daño causaron a la isla, puesto que saquearon y destruyeron los poblados de la Llanura Haitiana. Esa es una de las razones por las cuales Ti Noel, al llegar hacia 1820 encuentra todas las haciendas de los antiguos colonos franceses totalmente en ruinas. Sin embargo, en 1806 Dessalines fue asesinado por dos de sus generales, Alexandre Pétion, quien no se menciona en la novela, pero es el responsable de fundar una república haitiana en el sur de la isla, y Henri Christophe, personaje de principal importancia que ya ha sido mencionado en capítulos anteriores de la novela y a quien se dedicarán los 6 capítulos restantes de su tercera parte.
En el capítulo II la nueva realidad se presenta ante Ti Noel: soldados negros aparecen cabalgando y luciendo uniformes resplandecientes. Al seguirlos, se encuentra con poblaciones prósperas, pero en ellas los negros trabajan forzados por otros negros que los vigilan y los fustigan con sus látigos. El viejo esclavo liberto comienza a comprender entonces que nuevas formas de sometimiento se han desarrollado tras la declaración de la libertad de los esclavos negros y el establecimiento del reino de Haití. “Presos, pensó Ti Noel, al ver que los guardianes eran negros, lo cual contrariaba ciertas nociones que había adquirido en Santiago de Cuba” (p. 70). Momentos después, un grupo de soldados lo apresa y lo lleva a las prisiones de Sans-Souci, el palacio esplendoroso que alberga a la corte de Henri Christophe.
Sans-Souci es otro elemento que Carpentier comprende dentro de lo real maravilloso: se trata de un esplendoroso palacio hecho a la moda europea, pero en un contexto totalmente diferente: en medio de la vegetación selvática del Caribe, y como alojamiento real de una corte de negros. A este palacio se le dedican páginas de descripciones abundantes en imágenes sensoriales que cubren todos sus aspectos, hasta la iluminación particular que recibe en aquellas latitudes tropicales. “Sobre un fondo de montañas estriadas de violado por gargantas profundas se alzaba un palacio rosado, un alcázar de ventanas arqueadas, hecho casi aéreo por el alto zócalo de una escalinata de piedra” (p. 70). En Sans-Souci se congrega la gran corte de Henri Christophe, el autoproclamado Rey de Haití tras el asesinato de Dessalines.
Henri Christophe es presentando por primera vez en la novela como cocinero y propietario del Albergue La Corona. Aunque Carpentier no lo presenta durante el desarrollo de los capítulos dedicados a la rebelión, participó en ella y ascendió al rango de general en 1802. En 1806 participó en el golpe de estado contra Dessalines y tomó el control del norte del país. En 1811 se autoproclamó rey de Haití y comenzó a conformar una nobleza negra en el norte de la isla, a la que reunió en su corte de Sans-Souci. Como se demuestra a lo largo de los capítulos II a VII, Henri Christophe fue un rey tirano y despótico que sometió a los negros libres a trabajos forzados para construir sus castillos y fortalezas.
Ti Noel quedó fascinado por la pompa del reino de Henri Christophe: “Lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimiento de que ese mundo prodigioso, como no lo habían conocido los gobernadores franceses del Cabo, era un mundo de negros” (p. 71). Sin embargo, rápidamente comprende que ese reino se sostiene con los mismos valores que las colonias francesas: mediante la brutal explotación de la fuerza de trabajo de los negros. Ti Noel lo sufre en carne propia: cuando es apresado, los soldados del Rey de Haití lo obligan a llevar ladrillos desde Sans-Souci a la fortaleza de La Ferrière, una enorme mole militar que se está construyendo en la cima de una montaña llamada Gorro del Obispo.
El capítulo III está dedicado a la descripción de La Ferrière y su conexión con lo real maravilloso: en primera instancia, se dice que aquella enorme fortaleza es un portento que desafía toda la arquitectura europea y que sus formas sólo habrían sido equiparadas por “las arquitecturas imaginarias del Piranese” (p. 74). Para la construcción de sus murallas, Henri Christophe hace sacrificar toros y los albañiles preparan la argamasa con su sangre, con la creencia de que esto funcionará como un potente conjuro que hará aquellos muros invencibles ante las armas de los blancos. Esta desproporción de miles de toros sacrificados por años y años para construir una mole mágica en el medio de una isla del Caribe es realmente un hito insólito de la historia de Haití, y en ella encuentra Carpentier las fuentes mismas que le sirven para postular la noción de lo real maravilloso como una dimensión propia de la literatura latinoamericana.
Sin embargo, para el pueblo haitiano La Ferrière representa la culminación de 12 años de trabajos forzados y de un sometimiento brutal a la nueva corona. Henri Christophe es presentado como un tirano brutal que no tiene reparo en castigar con la muerte a los súbditos negros: “A veces, con un simple gesto de la fusta, ordenaba la muerte de un perezoso sorprendido en plena holgazana, o la ejecución de peones demasiado tardos en izar un bloque de cantería a lo largo de una cuesta abrupta” (p. 75). Con estas descripciones, Carpentier representa al primer Rey latinoamericano, a la vez que prefigura para Latinoamérica la historia de caudillos despóticos que han poblado esta tierra a lo largo de los últimos 200 años.
Ti Noel logra escapar cuando las tareas en La Ferrière están casi concluidas. Al poco tiempo, Henri Christophe cae enfermo, y en la novela se explicita que su convalecencia se debe a los ritos vudú que el pueblo negro realiza en su contra. Cuando logra levantarse de la cama, descubre que sus soldados se han amotinado y que los negros se rebelan contra su gobierno. Los tambores llenan la noche con el sonido de la rebelión, y los campos alrededor de Sans-Souci comienzan a arder y ser saqueados. Frente a tal situación, Henri Christophe recorre su palacio vacío y reflexiona sobre lo que ha sido su vida. En este episodio que se desarrolla en el capítulo VI, Carpentier se vuelca de lleno a la consideración de los contextos culturales, políticos e ideológicos de aquellos momentos de la historia de Haití.
A través de la figura de Henri Christophe se presenta la coyuntura del choque de culturas y civilizaciones de la que las revoluciones haitianas son producto: Henri Christophe ha luchado por años junto a los esclavos negros para liberarse del yugo de los colonos franceses y obtener su libertad. Sin embargo, una vez obtenida esta libertad, se autoproclama rey y constituye una corte de negros al estilo europeo. Una vez que obtiene el poder, el monarca repite los mecanismos de dominación contra los que ha luchado toda su vida y adopta la cultura europea de quienes fueran sus enemigos: “Christophe se había mantenido siempre al margen de la mística africanista de los primeros caudillos de la independencia haitiana, tratando en todo de dar a su corte un empaque europeo” (p. 86). Con este objetivo, el monarca se había rodeado de una nobleza construida a la europea, con condes, duques y barones nombrados entre sus generales, e imponiendo el cristianismo como sistema religioso para su reino. Estas imposiciones ponen de manifiesto un nuevo proceso de aculturación: ahora es el propio esclavo negro devenido rey quien inicia un proceso de imposición cultural sobre el grupo de negros liberados. Este proceso, como toda aculturación, implica diferentes niveles de dominación y de destrucción de la cultura sometida, y es en parte lo que transforma a Henri Christophe en un monarca tan odiado por el pueblo.
A la aculturación impuesta por su rey, los negros responden recurriendo a las armas de su cultura: los ritos vudú son los que postran al rey, y las deidades de la Otra Orilla aceptan y propician su caída en desgracia. Henri Christophe comprende lo que ha sucedido y, antes de que el pueblo se cobre la venganza sobre él, decide suicidarse. Esa noche, solo en una sala de su palacio, se dispara en la cabeza. La tercera parte de la novela se cierra así con la huida de la familia del rey: acompañados por los pocos pajes que permanecieron fieles, María Luisa se refugia en La Ferrière junto a sus hijas. Allí, el cadáver de Henri Christophe es hundido en la argamasa fresca contra los muros de la fortaleza y La Ferrière se transforma en el mausoleo del primer rey latinoamericano.