El conde de Montecristo

El conde de Montecristo Resumen y Análisis Capítulos XXII-XXXVIII

Resumen

Capítulo XXII

El narrador describe detalladamente los cambio físicos en Dantès y explica que su nueva fisonomía resultaría irreconocible para aquellos que lo conocieron a sus diecinueve años.

Dantès comprende que los marineros que lo rescataron son contrabandistas. Sin embargo, se une a la tripulación, vive varias aventuras junto a ellos y recauda una buena suma de dinero. Un día, Dantès se entera de que el próximo destino laboral de los contrabandistas es la Isla de Montecristo.

Capítulo XXIII

En la isla, Dantès finge un accidente para que sus compañeros lo dejen solo recuperándose y lo pasen a buscar cuando terminen la expedición que habían iniciado. De esta forma, se aboca a la búsqueda del tesoro con tranquilidad.

Capítulo XXIV

Dantès da con un cofre de madera y hierro que contiene una exuberante cantidad de piedras preciosas y oro. Pasa el día contando la fortuna, pero sin saber cómo llevársela de allí.

Capítulo XXV

A los seis días vuelve la tripulación para recogerlo y lo llevan a Génova, lugar donde Dantès da por finalizado su trabajo con los contrabandistas. Allí, le encomienda a uno de sus compañeros que le traiga noticias sobre su padre y Mercedes. Mientras tanto, Dantès se compra un bote con un compartimiento secreto para el tesoro, y vuelve a la isla para recoger las riquezas. En la isla, el contrabandista le informa que su padre murió y que de Mercedes no se sabe nada. Edmundo emprende el viaje a Marsella bajo una nueva identidad, para ocultar su pasado.

Capítulo XXVI

Dantès, disfrazado, inventa el personaje del abate Busoni y visita a Caderousse, ahora dueño de la posada “Pont du Gard”. Con la historia de que Dantès murió y dejó una herencia para su familia y amigos —Fernando, Danglars, su padre, Mercedes y Caderousse—, logra que Caderousse, para quedarse con la toda la fortuna, le cuenta la historia de la traición.

Capítulo XXVII

Caderousse le relata al abate cómo Dantès termina en la cárcel y que pasa después con sus amigos y sus familiares. El padre de Dantès muere de inanición voluntaria, Mercedes y Morrel hacen todo lo posible para ayudar al hombre y descubrir qué sucede con Dantès, pero no logran nada. Ahora, Morrel se encuentra al borde de la pobreza, y Mercedes está en pareja con Fernando. Por otro lado, Danglars posee el título de barón y tiene un palacete en Mont blanc, donde vive con su esposa. Fernando, por su parte, se ha convertido en el conde de Morcef y vive en un palacete en París. El abate, tras escuchar la historia de la traición, le otorga el diamante a Caderousse.

Capítulo XXVIII

Dantès se disfraza del primer oficial de la empresa Thomson & French para visitar al señor de Boville, el inspector de prisiones. Boville tiene bonos en la empresa de Morrel, quien está a punto de quebrar y no podría devolverle su inversión. Dantès ofrece comprarle a Boville la inversión y a cambio obtiene información sobre los prisioneros del castillo de If. Así descubre que todos lo dan por muerto y que Villefort, tal como se lo indicó el abate Faria, es otro culpable de su encarcelamiento.

Capítulo XXIX

Edmundo compra casi la totalidad de las deudas de Morrel y luego lo visita disfrazado del oficial de Thomson & French para cobrarlas. En ese momento, Morrel se entera del naufragio de su última nave, El Faraón, motivo por el que no puede pagarle. Sin embargo, y para su sorpresa, Dantès —ocultando siempre su identidad— le otorga una prórroga. Al retirarse, Edmundo le aconseja a Julia, la hija de Morrel, que siga las indicaciones de un tal Simbad el Marino, quien será la salvación de su padre.

Capítulo XXX

Finalizada la prorroga, Morrel se encuentra en quiebra y dispuesto a quitarse la vida para mantener su honra. Justo antes del horario señalado para el cobro de los pagarés que arruinarán a su padre, Julia recibe la carta de Simbad el Marino, quien le indica que debe dirigirse a una casa en Marsella. Allí, Julia encuentra todos los pagarés de Morrel liquidados y, además, un enorme diamante. Mientras los Morrel festejan su salvación, un nuevo Faraón, con casi la misma tripulación llega a la costa. Morrel no sabe quién obró en su favor, pero se encuentra feliz y agradecido. Mientras tanto, Dantès se dispone a iniciar su venganza.

Capítulo XXXI

El narrador presenta dos nuevos personajes, el vizconde Alberto de Morcerf, hijo de Mercedes y Fernando, y el barón Franz d´Epinay. Los dos jóvenes amigos emprenden viajes separados para luego encontrarse en el carnaval de Roma. Franz arriba en la Isla de Montecristo, donde conoce a un grupo de gente liderado por un excéntrico que se hace llama Simbad el Marino; en realidad, Edmundo Dantès. Simbad recibe gentilmente a Franz y lo hace conocer su refugio secreto de la isla. Franz queda obnubilado con la opulencia y belleza del lugar, y Simbad lo agasaja con excéntricos lujos a lo largo de toda la noche.

Capítulo XXXII

Al día siguiente, Franz despierta fuera de la cueva y comprueba que Simbad se aleja de la isla en su yate. Maravillado por lo que ha vivido, Franz emprende su viaje a Roma, hacia el hostal de maese Pastrini, donde lo espera Alberto.

Capítulo XXXIII

Los amigos van a visitar la ciudad, Pastrini les advierte que en la ciudad vaga un rufián peligroso llamado Luigi Vampa, sobre quien les cuenta todo lo que sabe, tanto acerca de sus orígenes como de su forma de operar delictivamente.

Capítulo XXXIV

Durante una visita al coliseo, Franz se separa del guía turístico y escucha por accidente una conversación entre dos personas. Una advierte que el pastor Peppino será ejecutado por darle víveres a una cuadrilla de ladrones; el otro hombre atiende el ruego y le asegura que le salvará la vida. Franz está seguro de que este segundo hombre es Simbad el marino.
Cuando vuelven a su hostal, Pastrini les informa que el conde de Montecristo se está hospedando ahí mismo y que les ofrece asientos en su carruaje y ventanas en el palacio Rospoli, ya que los jóvenes se quedaron sin lugar desde donde ver el carnaval. Alberto y Franz aceptan la invitación y van a la habitación del conde para conocerlo.

Capítulo XXXV

Los jóvenes almuerzan con el conde y luego asisten a una ejecución pública. Franz se consterna con el espectáculo, al mismo tiempo que confirma la veracidad de los diálogos que escuchó en el coliseo, ya que uno de los condenados, un tal Peppino, es liberado antes de que lo ejecuten.

Capítulo XXXVI

Luego de la ejecución, los tres hombres se disfrazan para asistir al carnaval. Durante la celebración, Alberto coquetea con una dama y se citan para cuando finalicen los festejos.

Capítulo XXXVII

Franz recibe una carta de Luigi Vampa, en la que reclama una suma de dinero a cambio de su amigo Alberto, a quien tiene secuestrado. Franz, recordando la liberación de Peppino, le pide ayuda al conde. Así, acuden juntos al lugar indicado por la carta y el conde, quien parece ser una figura de autoridad para los bandidos, consigue la liberación de Alberto sin siquiera pagar la recompensa.

Capítulo XXXVIII

Como agradecimiento por el favor, el conde le pide a Alberto que lo introduzca en la sociedad parisina. El joven accede y pautan una fecha para encontrarse en aquella ciudad.

Análisis

Antes de abocarnos de lleno a los capítulos que nos competen en esta sección, conviene hacer una serie de observaciones generales sobre la novela que nos ayudarán a situarla dentro de su periodo histórico y de los movimientos literarios en los que abreva. El siglo XIX es un periodo complejo y de transición en lo que respecta a movimientos literarios y estéticas en el mundo del arte, especialmente en su primera mitad, en la que conviven el romanticismo literario con el realismo, e incluso llegan a fundirse en las obras de muchos autores. En medio de dicho panorama, la obra de Dumas es considerada como un gran exponente del romanticismo francés, aunque, al mismo tiempo, algunas de sus novelas ya presentan elementos propios del realismo; El conde de Montecristo, a pesar de su fuerte impronta romántica, no escapa del todo a esta hibridación y presenta ciertos rasgos que la aproximan al realismo social, especialmente en lo que se refiere a la representación de las clases sociales con sus costumbres, sensibilidades y problemas particulares.

A pesar de ello, desde que la narración presenta a Edmundo convertido en el conde de Montecristo, es innegable la filiación de la novela con el romanticismo. Como corriente artística, dicho movimiento se origina a finales del siglo XVIII en Alemania y se desarrolla en el resto de Europa a comienzos del siglo XIX. Entre sus características más destacadas, vale la pena mencionar el desborde de los sentimientos, la exaltación del individuo, la búsqueda de emancipación de toda atadura, la liberación del espíritu y la ponderación de la sensibilidad por sobre la razón.

Vale la pena destacar que estas características no responden solo al romanticismo como movimiento artístico, sino que son asumidas como una postura existencial que marca la sensibilidad de toda una época. Por ello, las historias de venganza, de amores imposibles y de justicia social no son tan solo un producto de consumo cultural, sino que representan una forma genuina de enfrentarse a los avatares de la vida. Los románticos claman ante todo por la libertad individual, una libertad que no reclama por el derecho de todos los miembros de una comunidad, sino que conduce a la exaltación de un yo egoísta. Por eso, el héroe rebelde es un héroe solitario, que se opone a los dictámenes sociales y se guía por sus sentires, más allá de cualquier convención u orden establecido.

El romanticismo literario, entonces, exalta la personalidad, las inagotables formas en las que se pueden presentar los sentimientos, los pensamientos y la fantasía; se concentra en los temperamentos, los gestos y las excentricidades, en todo aquello que afirma anárquicamente al individuo por sobre el grupo. Una de sus imágenes simbólicas más fuertes es la de Proteo, dios de la mitología griega capaz de cambiar de forma a voluntad. Análogamente, y como veremos a lo largo de toda esta sección y de las siguientes, el conde de Montecristo se presenta como el héroe romántico por antonomasia: en su búsqueda de venganza, se opone a todas las leyes de la sociedad y somete a sus enemigos a lo que él considera que es justo; condenado por sus semejantes, regresa sumido en un halo de misterio y de exotismo para castigarlos y, en medio de la alta sociedad parisina, frívola y preocupada por las apariencias, destaca por su excentricidad y su individualismo.

Edmundo Dantès escapa del Castillo de If y logra, tras asociarse con un grupo de contrabandistas, descubrir el tesoro del cardenal Spada oculto en la isla de Montecristo. Como ya hemos visto, la isla de If está marcada por la muerte y el sufrimiento. Edmundo llega a ella por la noche y consigue escapar también a su abrigo; con ello, la isla prisión aparece siempre asimilada al color negro, a la oscuridad y a la muerte. En contraposición, cuando Edmundo desembarca en ella y se queda a buscar el tesoro, la isla de Montecristo se presenta como un lugar rocoso y escarpado, pero lleno de vitalidad. Al contrario de If, las imágenes de la isla de Montecristo se asocian al día, a la luz y al calor:

El sol había recorrido ya la tercera parte de su trayectoria más o menos, y sus rayos, propios del mes de mayo, caían, cálidos y vivificantes, sobre las peñas que parecían reaccionar a su calor; se oía el murmullo monótono y continuado de millares de cigarras, ocultas entre los brezales; las hojas de mirtos y olivos se agitaban temblorosas, y producían un sonido casi metálico; a cada paso que daba Edmundo por aquel granito recalentado, saltaban unos lagartos como esmeraldas; a lo lejos, por escarpadas pendientes, brincaban cabras salvajes, como un reclamo para cazadores. En pocas palabras: la isla estaba habitada, viva y animada, aunque Edmundo se sentía solo y en manos de Dios (pp. 181-182).

Es interesante destacar que, a pesar de la descripción cargada de vitalidad y de la abundancia de vida que hay en la isla, el sentimiento que embarga a Dantès es el de la soledad. En verdad, como veremos a lo largo del análisis, Edmundo convertido en conde de Montecristo es un personaje marcado por una profunda soledad, al punto de que muchos críticos lo han considerado un personaje-isla. La venganza a la que el conde se entrega en cuerpo y alma termina alejándolo de los seres humanos y escindiéndolo de la soledad hasta convertirlo en un extranjero misterioso e impenetrable. En los capítulos posteriores, el conde siempre estará solo, incluso en medio de las multitudes de las que se rodea, y su destino lo empujará hacia la soledad.

La identificación de Dantès con la isla de Monte-Cristo es total. El interior de la isla está lleno de tesoros, de lujo, como lo está el corazón del héroe. Monte-Cristo es una roca solitaria en medio del mar, que tiene la capacidad de proteger y de destruir, capacidad que el conde tendrá en medio de la sociedad parisina años después, cuando ejecute su venganza.

Para convertirse en héroe, Dantès debe obtener dos tesoros escondidos en dos islas opuestas, pero que se complementan: el primer tesoro es el conocimiento que le brinda el abate Faria en el castillo de If, dentro del esquema del descenso a los infiernos, la muerte y la resurrección, como hemos visto en la sección anterior. Dantès no puede obtener el tesoro material sin antes haberse cultivado intelectualmente y haber probado su altura moral. Ahora, al igual que Dante Alighieri en su Divina Comedia —de quien nuestro protagonista toma el nombre de Dantès— Edmundo debe llegar al Paraíso: a las profundidades del calabozo del Castillo de If se le oponen las cimas de la isla de Montecristo y el esquema de ascenso. Desde lo más profundo, Edmundo renace, se eleva y se convierte en una potencia de un orden superhumano: el conde de Monte-Cristo; en su nombre ya se esconde la naturaleza divina y profética que lo va a caracterizar en su nueva vida.

Devenido conde de Montecristo, entonces, Edmundo Dantès se asimila al héroe del relato de aventuras: se trata de un viajero solitario que debe sobrevivir a mil peligros e imponerse ante múltiples adversarios hasta convertirse en el héroe justiciero. Otro rasgo fundamental del héroe de las novelas de aventuras es la posesión de un secreto que lo distancia de sus semejantes y lo convierte en alguien especial. Desde que escapa del Castillo de If, el misterio envuelve al conde, quien deja atrás su nombre verdadero y se esconde detrás de numerosas máscaras. Así, los personajes que se cruzan con él tan solo conocen del conde aquello que él está dispuesto a revelar: no saben de dónde viene, ni quién es, ni por qué irrumpe en sus vidas, pero todos ellos se ven atraídos inexorablemente hacia él, como si el halo de misterio y excentricidad que lo recubre poseyera un influjo irresistible. El secreto de la identidad favorece un juego de máscaras que define la mayor parte de las aventuras del conde, quien se convierte en el hombre de los infinitos disfraces.

En verdad, una vez que Edmundo descubre el tesoro, el narrador en tercera persona se aleja de él y comienza a presentar una serie de personajes fabulosos que intervienen de forma milagrosa en la vida de aquellos que en el pasado se habían relacionado con Dantès. Por supuesto, el lector comprende que todas aquellas son las diversas identidades que el conde utiliza para cumplir con sus designios. En este sentido, la novela de aventuras difiere sustancialmente del género detectivesco, puesto que no le propone al lector un enigma que descubrir paulatinamente, sino que le revela los secretos que los personajes del relato ignoran. Capítulo a capítulo, sabemos que siempre se trata del conde ejecutando su venganza poco a poco, mientras que son sus víctimas las que ignoran este hecho.

En primer lugar, el conde se presenta como el abate Busoni ante Caderousse y le ofrece un diamante valuado en cincuenta mil francos para que le cuente qué ha sido de los antiguos amigos de Edmundo Dantès. Busoni es un personaje construido a imagen del abate Faria, y el conde lo emplea en numerosas ocasiones para presentarse como un sacerdote sabio y misterioso que ejecuta la voluntad de Dios sobre la tierra. En su encuentro con Caderousse, el conde comprende que no hubo maldad en la traición cometida por el sastre, sino mediocridad y envidia. Por eso, decide perdonarlo y le entrega el diamante. Como nada de lo que hace Montecristo es casual, el diamante tiene un doble valor: por un lado, es una forma de recompensar al pobre Caderousse, cuya vida está signada por el infortunio. Sin embargo, al mismo tiempo, sirve para ponerlo a prueba: si Caderousse realmente se ha arrepentido de su pasado, usará el diamante para mejorar su posición sin hacer ningún mal. Si, por el contrario, su espíritu todavía se inclina hacia la mezquindad, el diamante disparará su ambición y lo impulsará a cometer nuevos crímenes. Como se verá luego, esto último es lo que sucede con el primero de los cuatro traidores: el regalo del abate Busoni se convierte en su perdición al desatar en él las pasiones más bajas.

La segunda aparición del conde se efectúa bajo el disfraz de Lord Wilmore, un magnate inglés dueño de un banco de inversiones en Roma. Bajo dicho disfraz, el conde se presenta ante su antiguo jefe, el armador Morrel, a quien consideraba como un segundo padre, y le compra la deuda que este tiene con un sinfín de acreedores. Así, salva a Morrel —aunque sin decírselo— de la bancarrota. Wilmore será luego un personaje clave en la venganza contra Danglars, cuando el conde utilice el nombre de la firma Thomson & French para mostrarse confiable ante los ojos del banquero y conseguir un préstamo de seis millones de francos con él.

El tercer disfraz que utiliza el conde es el de Simbad el Marino, un misterioso personaje que se presenta ante los Morrel y les entrega el dinero que necesitan, justo antes de que el señor Morrel se suicide para conservar su honor frente a su bancarrota. Simbad el Marino aparece y desaparece dejando tras de sí un halo de misterio que lo convierte en una especie de genio salido de Las mil y una noches.

Después de estas tres apariciones, el relato avanza entre ocho y diez años, y el narrador se enfoca en Franz d’Epinay y Alberto Morcerf, dos jóvenes de la nobleza francesa que se encuentran en Roma para disfrutar de los carnavales. Mientras ambos se entregan a los placeres de la ciudad, el conde se presenta ante ellos y se aprovecha de su ingenuidad para introducirse en sus vidas y utilizarlos como intermediarios para lograr introducirse en la hermética clase alta parisina. El interés del conde, aunque al principio lo oculte, está puesto especialmente en Alberto, hijo del conde Fernando de Morcef, y Mercedes; es decir, de su enemigo jurado y de su antigua amada.

Al igual que todos a su alrededor, Alberto y Franz quedan fascinados por la figura enigmática del conde y la infinita fortuna que parece poseer. Tal es el misterio que genera en la escena romana, que la condesa de G. lo llega a comparar con Lord Ruthven, el vampiro de uno de los relatos de Lord Byron, el famoso poeta romántico inglés. El aura fantástica que presenta el conde se ve fortalecida por las exóticas presencias con las que se rodea: su esclava, Haydée, que parece una princesa salida también de Las mil y una noches, y Alí, su esclavo Nubio, que remite a la naturaleza salvaje y mitificada del continente africano. Con todo ello, el conde de Montecristo ingresa a la Europa de 1830 como un sujeto salido de una fantasía, de los cuentos orientales con los que la sociedad francesa del siglo XIX satisface su deseo de exotismo. Sobre la cuestión del orientalismo presente en la novela, es posible consultar la sección “Otros” de esta guía.

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