El narrador califica de “muy humano” al inspector, solo para señalar lo inhumano de su trato (Ironía verbal)
El carcelero lleva al inspector de cárceles hasta la celda que ocupa Edmundo y le menciona que el prisionero está perdiendo la cordura por completo. El inspector responde que es mejor para el prisionero estar demente, porque de esa forma sufrirá menos. Ante la inhumana respuesta del inspector, el narrador señala, de manera irónica, que se trata de un hombre “muy humano” (p.99).
Caderousse le dice a su esposa que un eclesiástico nunca lo engañaría, pero eso termina siendo exactamente lo que sucede (Ironía situacional)
Caderousse intenta que su escéptica esposa confíe en la palabra del Abate Busoni, que le acaba de asegurar que el diamante que le entregó les pertenece. Para convencerla, argumenta que una persona religiosa no sería capaz de recurrir a engaños. Sin embargo, el Abate está en efecto engañándolo, no con el diamante, pero sí respecto a su identidad y sus verdaderos motivos.
Alberto Morcerf dice lamentar terriblemente que Eugenia lo deje, cuando en realidad es exactamente lo que desea (Ironía verbal)
Cuando Alberto Morcerf le cuenta a su amigo Beauchamp que Eugenia Danglars tiene otro pretendiente, Andrea Cavalcanti, expresa: “Como podréis imaginar, mi querido Beauchamp, [esto] me afecta terriblemente” (p. 755). Este comentario es una ironía verbal, ya que Alberto lleva mucho tiempo manifestando que no desea casarse con ella.
El conde de Montecristo califica irónicamente de encantador a Benedetto, ya que en realidad está horrorizado de sus acciones (Ironía verbal)
Bertuccio le cuenta al conde de Montecristo sobre la adopción de Benedetto y cómo, a pesar de los intentos de que sea una buena persona, el niño al crecer se convierte en un rufián. La historia de Bertuccio termina con el robo y el asesinato que Benedetto perpetra contra su madre adoptiva. Ante tal espantoso crimen, el conde exclama: “¡Qué chico tan encantador!” (p. 401).