Resumen
Capítulo LXXI
La fiesta de los Morcerf es interrumpida por la llegada de Villefort, quien busca a su esposa e hija, ya que el abuelo de Valentina, el señor de Saint-Méran, acaba de fallecer.
Capítulo LXXII
La señora de Saint-Méran está compungida y segura que ella morirá también pronto. Por tal motivo, quiere que su nieta se case cuanto antes para poder bendecir la unión. Mientras tanto, el médico d’Avrigny duda de que la muerte del señor de Saint-Méran haya sido por una apoplejía repentina y considera que puede haberse tratado de un asesinato.
Capítulo LXXIII
La señora de Saint-Méran muere tras una serie de ataques similares a los sufridos por su marido. Maximiliano Morrel va a visitar a Valentina y, por accidente, escucha una conversación entre d’Avrigny y Villefort, en la que el médico le advierte que el señor de Saint-Méran y su esposa posiblemente hayan sido envenenados. Sin embargo, Villefort le pide al doctor que guarde silencio respecto a tal sospecha porque puede causarle grandes problemas a su reputación.
Cuando Maximiliano da con Valentina, ella le presenta a su abuelo, Noirtier, quien aprueba su unión y les garantiza ayudarlos a detener el casamiento arreglado entre Valentina y Franz.
Capítulo LXXIV
Durante el entierro de los abuelos de Valentina, Villefort apresura el casamiento entre su hija y Franz, aunque cuando el contrato de matrimonio está por efectuarse, Noirtier los interrumpe por medio de su sirviente y los cita en su habitación.
Capítulo LXXV
Franz acude al llamado de Noirtier, quien le hace leer las actas de una reunión bonapartista. Allí se constata que el general Quesnel, padre de Franz, murió batiéndose a duelo con Noirtier.
Capítulo LXXVI
El conde visita a la familia Danglars, y encuentra que Andrea corteja exitosamente a Eugenia Danglars, y sus padres se arrepienten de haberla comprometido con Alberto. Al poco tiempo, Alberto se hace presente y nota la distancia con la que los Danglars lo tratan. Al final del capítulo, Danglars recibe un importante correo de Grecia.
Capítulo LXXVII
Montecristo hace que Haydée le cuente a Alberto la desgarradora historia sobre la muerte de su padre, Alí-tebelín, gobernante de Janina, pero le prohíbe que mencione al traidor, Fernando Mondego.
Capítulo LXXVIII
Franz cancela su matrimonio, ya que no puede comprometerse con la familia que le quitó la vida a su padre. Mientras tanto, el conde Morcerf visita a Danglars para organizar el matrimonio entre sus hijos, pero el banquero se muestra evasivo y termina rechazándolo. Al día siguiente, en el periódico de Beauchamp, aparece una nota que vincula a Morcerf con la traición sufrida por Alí-Tebelín, gobernante de Janina. Sin embargo, en la nota el nombre que aparece es el nombre antiguo de Morcerf, por lo que solo Alberto descubre que se refiere a su padre. Ante esto, el vizconde reta a un duelo a Beauchamp, quien le pide una prórroga de tres semanas para poder constatar la veracidad de aquella nota publicada en su diario. Si la nota es cierta, acepta el duelo, si no lo es, se retractará.
Capítulo LXXIX
El sirviente de Noirtier toma un vaso de limonada destinada a su amo y muere por envenenamiento. El médico d’Avrigny determina que se trata del mismo veneno que mató a los señores de Saint-Méran.
Capítulo LXXX
Villefort le pide nuevamente al doctor d’Avrigny que no diga nada acerca del envenenamiento. El doctor accede, pero se desvincula de la familia.
Capítulo LXXXI
Caderousse vuelve a exigirle más dinero a Andrea Cavalcanti, quien además le dibuja los planos planos de la residencia de los Campos Elíseos de Montecristo y le indica que el conde estará ausente y la casa quedará sola. Durante el encuentro, se revela que Caderousse extorsiona a Andrea porque fueron compañeros de prisión, escaparon juntos y, por ende, conoce su verdadera identidad.
Capítulo LXXXII
Montecristo recibe una carta anónima advirtiéndole que alguien va a irrumpir en su casa de París. Ante el aviso, pone a resguardo a todos sus sirvientes y se dirige él solo con Alí a defender su casa. Allí, descubre que el ladrón es Caderousse y, para interceptarlo, se disfraza del abate Busoni. Caderousse no comprende qué hace el abate allí y, desesperado, intenta apuñalarlo. El conde, sin embargo, lleva una cota de malla debajo del hábito, por lo que el golpe no lo daña. En respuesta, reduce a Caderousse y le dice que Dios lo perdonará si logra llegar a salvo a su casa. Caderousse intenta emprender la huida, sin embargo, Andrea, que lo está esperando en la calle, lo apuñala.
Capítulo LXXXIII
Mientras agoniza, Caderousse escribe una declaración culpando a Benedetto por su asesinato. Antes de que el hombre muera, el abate le revela su identidad. Tras la muerte de Caderousse, el conde indica que ya se vengó del primero de sus enemigos.
Capítulo LXXXIV
Beauchamp vuelve de su viaje y se reúne con Alberto para informarle que los rumores sobre su padre son ciertos. Sin embargo, le da la posibilidad de eliminar las pruebas y mantener la amistad.
Capítulo LXXXV
El conde de Montecristo lleva a Alberto de vacaciones a Normandía. Sin embargo, el joven se ve obligado a volver cuando un sirviente de Beauchamp acude para advertirle que su padre es acusado de traición en un diario.
Capítulo LXXXVI
Alberto se encuentra con Beauchamp y escucha lo acontecido durante su ausencia. Su padre fue a juicio acusado de traición. Morcerf realiza una buena defensa, pero Haydée aparece como testigo y reconoce a Morcerf como Fernando Mondego, el hombre que traicionó a su padre y la vendió como esclava. Desesperado ante la aparición de la hija de Alí-Tebelín, Fernando se declara culpable.
Capítulo LXXXVII
Alberto enfrenta a Danglars para vengar la difamación de su padre. Sin embargo, el banquero le revela que Montecristo le dio la pista necesaria para averiguar la traición cometida por Fernando.
Capítulo LXXXVIII
Enfurecido, Alberto se presenta ante el conde durante la ópera y lo reta a un duelo. El conde acepta el duelo con tranquilidad, seguro de que ganará.
Capítulo LXXXIX
La condesa de Morcerf, Mercedes, visita Montecristo, le confiesa que sabe su verdadera identidad y le pide que le perdone la vida a su hijo. Por su parte, el conde le cuenta cómo terminó encarcelado y le reprocha haberse casado con Fernando, uno de los hombres que urdió el plan para destruirlo. A pesar del enojo, Montecristo cede ante los ruegos de Mercedes y accede a dejar con vida a Alberto, advirtiéndole que se dejará matar por el joven. Ella le agradece y se retira.
Capítulo XC
Llega el momento del duelo, pero Alberto se disculpa ante el conde, ya que su madre le contó toda la historia y, por tal motivo, comprende la naturaleza de su venganza contra Fernando.
Capítulo XCI
Alberto y Mercedes, para huir de la deshonra de Fernando, se preparan para abandonar París y vivir en la pobreza. En ese momento, les llega una carta del conde otorgándoles algo de dinero para que puedan subsistir.
Capítulo XCII
Fernando increpa al conde sobre el supuesto duelo que tenía con su hijo. Como Morcerf comprende que el conde es quien lo ha difamado, lo reta a duelo. Sin embargo, cuando Montecristo le revela que es Edmundo Dantès, Fernando enloquece, huye a su residencia y se quita la vida.
Capítulo XCIII
Para salvarla de un posible ataque, Noirtier inmuniza a Valentina contra el veneno que usa el asesino. Sin embargo, Maximiliano nota que ella no se encuentra bien y teme que algo malo ya le esté ocurriendo. La señora Danglars y Eugenia llegan de visita a la residencia Villefort para anunciar el compromiso entre Eugenia y Andrea Cavalcanti.
Capítulo XCIV
Valentina es víctima del veneno que mató a sus abuelos. Villefort acude a d’Avrigny, prometiendo que en esta oportunidad se encargará del asesino. Mientras tanto, Maximiliano le pide ayuda a Montecristo, quien le asegura que la joven sobrevivirá. El doctor descubre que Valentina se salvó gracias a la exposición al veneno —atenuado en pequeñas dosis— a la que la sometió Noirtier. Mientras tanto, el abate Busoni compra la casa contigua a la de los Villefort.
Capítulo XCV
Este capítulo acontece antes de lo narrado en el capítulo anterior. Eugenia le comunica a su padre su deseo de cancelar su boda, pero Danglars le explica que su matrimonio con Andrea puede salvarlo de la bancarrota. Eugenia accede a cambio de obtener libertad absoluta sobre su persona.
Capítulo XCVI
Tres días después, Andrea y Eugenia están a punto de firmar el contrato de matrimonio en medio de una gran celebración en la casa de los Danglars, pero Montecristo los interrumpe para explicar que la ausencia del señor Villefort se debe al asesinato que aconteció en su residencia. Gracias a la intervención de la policía, se descubrió que el muerto se llamaba Caderousse, y el procurador está trabajando en encontrar al asesino, siguiendo una pista hallada en el chaleco del muerto. Andrea, comprendiendo lo que se avecina, huye por la ventana. Momentos después llega un comisario y pregunta por Andrea Cavalcanti, presidiario fugado y acusado del asesinato de Caderousse.
Capítulo XCVII
Luego de descubrir la verdad sobre su prometido, Eugenia convence a su profesora de piano, Louise d’Armilly, de escapar juntas de París. Para esto, Eugenia se disfraza de hombre y las dos jóvenes logran salir de la ciudad exitosamente.
Capítulo XCVIII
Andrea escapa de París y termina en la misma posada que Eugenia y Louise. Sin embargo, es encontrado por los oficiales, detenido y llevado a París para condenarlo.
Capítulo XCIX
La señora Danglars visita a Villefort para pedirle que exonere a Andrea, para que sus delitos no manchen el nombre de su familia, pero Villefort se muestra intransigente.
Capítulo C
Por medio de una puerta secreta oculta tras la biblioteca, Montecristo accede al cuarto en el que Valentina se halla convaleciente y le informa que alguien la está envenenando durante la noche y que dicha persona está por presentarse. Luego le recomienda que se haga la dormida para descubrir de quién se trata.
Capítulo CI
Valentina hace caso a la recomendación del conde y descubre que la envenenadora es su madrastra, la señora Villefort. Cuando la mujer se retira, el conde le explica que la señora Villefort quiere toda la herencia para su hijo. Luego, le suministra un somnífero que le genera un sueño profundo, semejante a la muerte.
Capítulo CII
La señora Villefort entra nuevamente al cuarto para comprobar los resultados de su veneno y, como la encuentra muerta, vacía el resto del vaso con veneno en la chimenea. En la mañana, la enfermera descubre a la joven fallecida y alerta a la familia. El doctor descubre un vaso medio lleno en la mesita de luz y, tras analizar su contenido, determina que allí han colocado el veneno necesario para matarla. La señora Villefort, segura de haber vaciado el vaso, no comprende lo que acaba de suceder.
Capítulo CIII
Noirtier, Maximiliano y el doctor le exigen justicia a Villefort. Él asegura que se dedicará a ello, pero por el momento les pide silencio.
Capítulo CIV
En el velorio de Valentina se rumorea que el asesino está dentro de la familia. Por otro lado, el conde visita a Danglars para pedirle un crédito. Oportunamente, Danglars se jacta de tener cinco millones de francos y el conde le pide esa misma suma. Al mismo tiempo, hiere su orgullo de banquero para que ceda ante tal pedido. Danglars termina por darle el dinero, pero como su ruina ahora es inminente, abandona París.
Capítulo CV
Tras la supuesta muerte de Valentina, Maximiliano planea suicidarse, pero el conde lo detiene y lo convence de esperar un mes. Como el joven duda, Montecristo le confiesa que fue él quien salvó a su padre y le pide que confíe. Si pasado el mes Maximiliano aún desea morir, el conde consentirá la decisión.
Capítulo CVI
La señora Danglars se encuentra secretamente con Debray para contarle que su esposo la abandonó y que no tiene dinero. Debray, sin embargo, se desentiende de sus problemas y le recomienda que viaje. En el mismo hotel están Mercedes y Alberto; el joven planea enlistarse en el ejército y volverse famoso para salir de la pobreza.
Capítulo CVII
Andrea está en prisión y recibe la visita de Bertuccio, quien va a informarle quién es su verdadero padre. Sin embargo, un oficial los interrumpe y Bertuccio promete volver al día siguiente.
Capítulo CVIII
Villefort enfrenta a su esposa y le dice que sabe que ella es la asesina. Antes de irse al juzgado para pedir la pena de muerte para Andrea, le indica que si a su regreso ella no se suicidó, él mismo se encargará de entregarla a la policía y de juzgarla.
Capítulo CIX
Mientras se espera a que comience el juicio a Andrea, los presentes, Debray, Beauchamp y Château-Renaud, hablan sobre las desgracias de la casa Villefort. Todos sospechan que la esposa del magistrado es la asesina y causante de aquellas desgracias.
Capítulo CX
En el juicio, Andrea confiesa ser el culpable de los cargos que se le adjudican y posteriormente revela ser el hijo de Villefort. Da pruebas tan contundentes que Villefort se queda pasmado y no puede refutar nada de lo dicho. El tribunal levanta la sesión.
Capítulo CXI
Villefort regresa a su casa trastornado por el remordimiento y con la esperanza de que su esposa esté viva para huir con ella. Sin embargo, al llegar descubre que su mujer se suicidó y que también mató a su hijo. Villefort termina por enloquecer cuando aparece el abate Busoni y se revela como Edmundo Dantès. Montecristo se cuestiona si la muerte de Eduardo no fue un exceso.
Capítulo CXII
Montecristo se va con Maximiliano a Marsella. El joven visita la tumba de su padre y el conde visita su antigua casa y se encuentra con Mercedes. Allí se despiden por última vez. Alberto, enlistado en el ejército de campaña en África, se aleja de Marsella en barco.
Capítulo CXIII
El conde visita el castillo de If con el objetivo de recordar su pasado y meditar acerca de la venganza que ejecutó sobre quienes lo traicionaron. Luego, se encuentra con Maximiliano y preparan todo para verse en la isla de Montecristo, lugar donde Maximiliano debe decidir si quitarse la vida o no.
Capítulo CXIV
Danglars visita la firma de Montecristo, Thompson & French, para recuperar sus cinco millones de francos. Luego de recuperar el dinero, es secuestrado por la banda de Luigi Vampa y encerrado en las catacumbas de San Sebastián.
Capítulo CXV
Danglars pasa hambre y le pide a Peppino, su secuestrador, que le dé algo de comida. Este le ofrece un pollo por cien mil francos. Danglars, hambriento, termina por pagarlo.
Capítulo CXVI
Los bandidos continúan cobrando a Danglars por su comida y su bebida. Después de doce días, al banquero no le quedan más que cincuenta mil francos. Peppino lo lleva ante Vampa, y mientras Danglars habla con él, Montecristo se revela y le pregunta si se arrepiente de sus actos, demostrándole que él es Edmundo Dantès. Danglars grita y cae al suelo implorando perdón. Finalmente, Montecristo le perdona la vida, pero lo deja sin dinero.
Capítulo CXVII
Maximiliano y el conde se encuentran en la isla de Montecristo. El conde lo lleva a su cueva y le pregunta si aún desea morir, a lo que Maximiliano responde afirmativamente. El conde le da una sustancia que Maximiliano toma pensando que es veneno. Mientras el líquido altera su percepción, aparece Valentina, a quien Montecristo salvó y ocultó durante todo ese tiempo. Los jóvenes enamorados se reencuentran, Montecristo les deja su casa de París y también la de Normandía. Al final del relato, Haydée se hace presente en la cueva y Montecristo expresa su deseo de iniciar una nueva vida junto a ella. Luego, la pareja parte en barco, con destino incierto.
Análisis
Una vez instalado en París e idolatrado por la aristocracia de la ciudad, el conde comienza a ejecutar su venganza.
Tras su paso por la prisión de If, su muerte simbólica y su resurrección a los 33 años, el conde regresa convertido en un superhombre para juzgar a los vivos y hacerlos pagar por sus crímenes. Habiendo cortado todos los vínculos que lo ligaban a la sociedad, Montecristo se encuentra por fuera de la ley creada por el ser humano, que parece no alcanzarlo. Se dispone entonces a hacer justicia, como si fuera la encarnación de la divinidad. En verdad, la figura del conde de Montecristo se asemeja a la de un ser omnipotente que ha trascendido las limitaciones impuestas por las estructuras sociales. Como él mismo lo expresa en una de las conversaciones que mantiene con Villefort, su naturaleza es excepcional:
Yo soy uno de esos seres excepcionales y creo que, hasta el día de hoy, ningún hombre se ha encontrado en una posición como la que yo tengo (…), mi propio reino es tan grande como el mundo, porque no soy ni italiano, ni francés, ni hindú, ni americano, ni español. Soy cosmopolita (…) de modo que espero que comprendáis que, como no soy de ningún país, ni solicito protección de gobierno alguno, ni reconozco a ningún ser humano por hermano, ni uno de los escrúpulos que paralizan a los poderosos ni los obstáculos que paran a los débiles me detendrá a mí (…) solo la muerte podría detenerme en mi camino y antes de que alcance el fin que me he propuesto. Todo lo demás está previsto y calculado (pp. 439-440).
Así se presenta el conde ante el procurador del rey y deja en claro que el derecho legal que cuadra la vida de los franceses no aplica a su persona. Él es el justiciero que debe restablecer el orden desequilibrado por las traiciones de sus enemigos, y con sus poderes sobrehumanos puede convertirse en una fuerza divina capaz, al mismo tiempo, de aniquilar a sus rivales y de salvar a sus seres queridos: “Quiero ser la Providencia, porque no hay nada tan hermoso, grande y sublime en el mundo como otorgar recompensa y castigo” (p. 441). Fuera de todo orden social, la ley que aplica el conde a sus enemigos es la ley del Talión, que dicta ‘ojo por ojo, diente por diente′:
Por un dolor pausado, profundo, infinito y eterno, trataría de causar, si fuera posible, un dolor semejante al que me hubiera causado; ojo por ojo y diente por diente, como dicen los orientales, maestros nuestros, como lo son en tantas cosas (p. 306).
Montecristo debe ejercer su propia justicia; si bien va a utilizar las instituciones oficiales —como la Cámara de diputados, la Bolsa de Comercio y el Poder Judicial— para poner en marcha su venganza privada, la ley institucionalizada y el poder ejercido legalmente están tan corrompidos que solo él puede con su fortuna y su genio excepcionales castigar a sus enemigos.
En verdad, la posición del conde es ambigua, puesto que por medio de su venganza busca restablecer el orden social, pero lo hace solo a título personal. Muchos críticos ven en la figura de Montecristo la encarnación del egoísmo, puesto que, a pesar de su fuerza, su inteligencia y su fortuna, solo desea satisfacer un deseo personal. En el almuerzo en casa de Alberto, el conde se muestra como un misántropo que desprecia a la sociedad:
Quizá lo que voy a decir os resulte extraño, señores socialistas, progresistas, humanitarios. Igual que jamás me ocupo de mi prójimo, tampoco trato de proteger nunca a una sociedad que no me protege a mí, es más, que por lo general solo se ocupa de mí para perjudicarme (p. 366).
El conde afirma su egoísmo y se opone a la vida colectiva y los valores comunitarios que algunos de los reunidos pregonan. Su rechazo de la sociedad es total y los intereses que lo motivan son absolutamente personales. Al afirmar su individualidad, con su discurso denuncia la falsedad de los vínculos sociales. Como veremos al final del libro, la soledad es un rasgo insuperable de este personaje-isla: tras cumplir con su venganza, el conde abjura de la vida social y desaparece junto a su esclava, Haydée, con quien sostiene una relación de padre y esposo al mismo tiempo.
El primero en recibir la venganza del conde es Caderousse, quien se ha entregado a una vida criminal debido a su ambición desmedida. El crimen de Caderousse es haberse dejado llevar siempre por los otros y no haberse impuesto. Ante la condena de Edmundo, permaneció en silencio y no reveló la conjura. Luego, no pudo imponerse a su esposa, cedió ante sus deseos y asesinó al joyero para recuperar el diamante que le habían vendido. Por eso, el castigo remeda la falta: Montecristo, disfrazado de abate Busoni, deja ir a Caderousse sin castigarlo, y le dice que, si llega a su casa sano y salvo, Dios lo habrá perdonado. Sin embargo, el conde sabe muy bien que afuera lo espera Benedetto, su compañero ladrón, quien no lo dejará escapar con vida. Así, Busoni también deja hacer a los otros en su lugar. Al final, cuando el conde revela su verdadera identidad, Caderousse se arrepiente sinceramente y puede obtener el perdón antes de morir.
La segunda de las venganzas recae sobre Fernando, conde de Morcerf. Fernando ha basado todos los éxitos de su vida en la traición a sus semejantes y, convertido en un miembro de la Cámara de los Pares, se muestra como una persona de honor irreprochable. Por eso, la venganza que trama el conde implica ponerlo en evidencia y revelar que toda su carrera está construida sobre la mentira. Así lo expresa el conde en su último encuentro:
¿No sois el soldado Fernando que desertó la víspera de la batalla de Waterloo? ¿No sois el teniente Fernando que sirvió como guía y espía de las tropas francesas en España? ¿No sois el coronel Fernando, que traicionó, vendió y asesinó a su protector Ali? Y todos esos Fernandos, ¿no han dado lugar a la figura del teniente general y conde de Morcef, par de Francia? (p. 813).
Hasta ese momento, aunque su imagen pública haya sido aniquilada, Fernando piensa en vengarse de su enemigo y matarlo en un duelo. Sin embargo, cuando el conde revela su verdadera identidad, Morcerf huye, totalmente desesperado, pues comprende que la Fatalidad lo ha alcanzado y que ya no hay forma de ocultar los crímenes del pasado. Una vez revelada su impostura, Fernando pierde a su esposa y a su hijo, quienes abjuran del apellido Morcerf para escapar de la deshonra. Tras perder a su familia y con la imagen pública totalmente destrozada, Fernando se suicida.
La venganza sobre Villefort es, sin lugar a dudas, la más compleja e interesante de la historia. Para realizarla, el conde primero enseña, disfrazado de abate, a la señora Villefort, cómo preparar venenos que sean difíciles de detectar. La señora Villefort tiene una razón para deshacerse de los familiares de su esposo: ella es la segunda mujer del procurador, quien tiene una hija del matrimonio anterior, Valentina. Legalmente, Valentina es la heredera de la enorme fortuna de los Saint-Méran por parte materna y de una gran parte de la fortuna de su padre; además, su abuelo paterno, el señor Noirtier, le deja todo su patrimonio en herencia. Con ello, la señora Villefort teme que su hijo, Eduardo, no reciba nada al lado de su media hermana. Movida por el instinto maternal, decide entonces eliminar a toda la familia del esposo hasta convertir a Eduardo en su único heredero.
Montecristo salva a Valentina de la muerte y precipita la caída de la señora Villefort al ponerla en evidencia. Con ese primer paso, debilita a su contrincante, quien, siendo procurador del rey, debe castigar a su propia esposa y condenarla a muerte. Sin embargo, el golpe más importante que ejecuta el conde es el de Benedetto, el hijo concebido en adulterio que Villefort entierra vivo y que Bertuccio salva milagrosamente. Cuando Benedetto, acusado por el asesinato de Caderousse, es llevado a juicio, revela ante el tribunal que él, asesino inescrupuloso, es el hijo bastardo del procurador del rey.
Como magistrado, Villefort ejerce un poder del que hace uso y abuso a lo largo de toda su vida: lo utiliza contra Edmundo para encerrarlo y dejar en el registro de prisiones que se trata de un ferviente bonapartista. Luego, salva a su padre al borrar todas las pruebas que hay en su contra. Tiempo después, evita las investigaciones que corresponden por la muerte del hermano de Bertuccio. Más tarde, comete el crimen de enterrar vivo a su hijo bastardo y ocultar este secreto a su amante. Cuando los asesinatos comienzan a suceder en su propia casa, se niega a realizar su trabajo de procurador y no comienza ninguna investigación hasta el día en que muere Valentina (recordemos que, aunque Montecristo la salva, eso es lo que le hace creer a todo el mundo).
Con todo ello, el narrador demuestra que la justicia no es ciega ni se aplica con equidad. Villefort, para salvar el honor de su casa, no cumple con su tarea de magistrado. La ley de la que Villefort se presenta como una encarnación, no es más que un sistema puesto en marcha por los hombres, que nada tiene que ver con la justicia. Todo el aparato legal no es más que otro juego de máscaras, que sirve para ocultar los crímenes realizados por los poderosos y que utiliza a los pobres que no pueden defenderse como chivos expiatorios. Por eso, la venganza del conde busca exponer la corrupción enquistada en el interior de las instituciones judiciales de Francia: la caída de Villefort pone en evidencia las mentiras sobre las que se sostiene todo el aparato legal de la nación.
La última de las venganzas recae sobre Danglars, cuyo rasgo principal es la avaricia. Para destruirlo en su propio campo, el conde lo empuja a jugar en la bolsa y a perder la mayor parte de su fortuna. Luego, cuando el prestamista ya está prácticamente en bancarrota, le exige un préstamo por seis millones de francos y, con ello, termina de hundirlo. Danglars escapa y termina en manos de Luigi Vampa, quien lo encierra en las catacumbas de Roma y se encarga de quitarle el resto de dinero que le queda. Al denunciar a Edmundo, Danglars es responsable de que el padre de Dantès muera de hambre. Por eso, para respetar la ley del Talión, Edmundo obliga a su enemigo a pagar precios exorbitantes por su comida. Al final, tras días de pasar hambre, el conde libera a su enemigo y le perdona la vida. Con ello, Montecristo pone fin al círculo infernal de su venganza y se dispone a cumplir su última misión: salvar a Maximiliano y entregarle a Valentina.
Los criminales han sido castigados de forma magistral, pero la ley del Talión, en su brutalidad, se ha escapado del control del conde: Eduardo, el pequeño hijo de Villefort, ha sido asesinado, y su inútil muerte hace comprender a Montecristo el exceso en el que ha caído motivado por su sed de venganza. Ante el el pequeño cuerpo sin vida, el conde recupera su humanidad y se pregunta, por primera vez, si realmente él es un enviado de Dios para ejecutar su voluntad en la tierra. Para inclinar la balanza nuevamente a su favor, el conde sabe que debe salvar a Maximiliano y a Valentina, para que los jóvenes puedan gozar del amor que se profesan y restituir la bondad a un mundo atravesado por la desgracia.
Valentina representa a la heroína romántica por excelencia, puesto que encarna el amor, el sufrimiento, la piedad y la esperanza de redención. Envuelta en una serie de conjuras en su contra, su amor a Maximiliano se convierte en un deseo prohibido e inalcanzable. La sensibilidad romántica incorpora la autenticidad experiencial a todos los órdenes de la existencia y pone de manifiesto que el amor siempre está acompañado del sufrimiento. Maximiliano y Valentina lo dejan en claro: sufren porque se aman y no pueden manifestar abiertamente dicho amor.
Al igual que otros personajes románticos, el amor que no puede concretarse deriva en la muerte. Maximiliano, al pensar que Valentina está muerta, decide suicidarse, puesto que no puede vivir en un mundo que lo ha privado de su amada. Lo único que lo mantiene con vida es la promesa que le hace al conde, a quien admira profundamente. Valentina, por su parte, muere como heroína romántica, aunque no sea más que simbólicamente. Es el conde quien, presentándose nuevamente como un ser excepcional, tiene la capacidad de salvarla y hacerla renacer tiempo después, a su voluntad, para que los jóvenes puedan vivir felizmente aquello que él no pudo hacer con Mercedes. Nuevamente, nuestro protagonista se perfila como un enviado de Dios con la fuerza suficiente como para influir en la tierra y dominar incluso a la muerte:
—Os llama —dijo el conde—, desde el fondo de su sueño, os llama aquél a quien habíais confiado vuestro destino y del que la muerte pretendió separados. Pero, por suerte, yo estaba allí y vencí a la muerte. Valentina, en el futuro nunca más debéis separaros de él en este mundo, porque, para volver a encontrarse con vos, estaba decidido a correr hacia la tumba. Sin mí, hubierais muerto los dos. Os entrego el uno al otro. Ojalá Dios me tenga en cuenta estas dos vidas que he salvado (p. 995).
Una vez que el conde realiza esta hazaña, su misión está cumplida. Sin embargo, no hay forma de recuperar la vida del joven marinero, Edmundo Dantès, puesto que de ese joven ya no queda nada. Por eso el conde acepta que debe marcharse y desaparecer para la sociedad, porque Montecristo fue una identidad concebida con un propósito específico y, una vez cumplido, ya no tiene razón de ser.
Héroe romántico, fuerza de la Providencia, genio superior, el conde de Montecristo encarna una suerte de superhombre; víctima de un dolor sobrehumano, animado por un deseo sobrehumano, debe vengarse del crimen original que lo ha condenado antes de poder convertirse otra vez en un ser humano. Al final, es el amor romántico que se profesan Valentina y Maximiliano, aquel que a él mismo le ha sido negado, la única fuerza que logra devolverle su humanidad y redimirlo de los excesos cometidos para lograr su venganza.