La novela se inicia una noche en que Daniel, un niño de once años, da vueltas en la cama sin poder dormirse. Al día siguiente partirá del valle donde vivió toda su vida para irse a la ciudad a estudiar en el Bachillerato. Su padre considera que Daniel debe ir a la ciudad a progresar y forjar una vida mejor a la vida humilde que ofrece el campo, pero el niño está triste por su partida y se muestra escéptico respecto de lo que su padre promete. Pasa la noche, entonces, reconstruyendo la historia del valle, que es a su vez la historia de su infancia.
Piensa en su amigo Roque, el Moñigo, a quien su padre Paco, el herrero, no forzó a irse a la ciudad. Roque se caracteriza por su fuerza y su carácter de líder, y es quien lo insta a acatar el mandato de hombría y virilidad. A pesar de que sus padres y los vecinos reprueban a Roque, Daniel lo admira y le gusta tenerlo cerca. Su otro amigo es Germán, apodado el Tiñoso, hijo del zapatero. Es un niño de contextura débil, distinguido por una enfermedad de la piel que lo deja calvo, y muy aficionado a las aves. Los tres niños conforman una pandilla en la que Roque es el más fuerte, pero Daniel y Germán se destacan en inteligencia y habilidad. Pasan los domingos y las tardes de verano disfrutando de la naturaleza del valle, entre competencias, juegos y charlas que son el origen de vivencias y aprendizajes cruciales, tales como el origen de la vida, la verdad sobre la maternidad y la sexualidad.
Daniel aprende también sobre el amor cuando conoce a la Mica, hija de Gerardo, el Indiano. El Indiano es el emblema de quienes se van del valle rumbo a la ciudad y progresan, forjando una fortuna admirable. Veinte años después, el hombre regresa al pueblo, pues disfruta de comparar su riqueza actual con la pobreza de sus antiguos vecinos. Deslumbrado por la belleza de Mica, Daniel conoce por primera vez cómo es sentirse enamorado y siente de pronto un profundo interés por irse a la ciudad a progresar para así poder estar a la altura de la Mica. A la par, el chico descubre que la Uca-uca, la hija de Quino, el Manco, se siente atraída a él. Pero el niño la desprecia por su aspecto descuidado y rústico, muy propio del valle y muy distinto al de la Mica, que se crió en el refinamiento de la ciudad.
Las aventuras que Roque sugiere a los amigos muchas veces atormentan a Daniel, pues no se atreve a negarse y defraudar a su amigo. Esas travesuras suelen desembocar en fuertes castigos que imparten los adultos y que Daniel aprende progresivamente a cuestionar, por injustos. Del mismo modo, lo oprime la exigencia de hombría y virilidad de Roque, que lo lleva, por ejemplo, a despreciar a Quino, el Manco, por llorar al recordar a su difunta esposa. No obstante, Roque sí admira el muñón del brazo de Quino, pues lo considera símbolo de hombría, del mismo modo que ostenta con sus amigos una de sus cicatrices como si se tratara de un trofeo. Daniel se lamenta por no tener heridas que demuestren su hombría, del mismo modo que sufre la discriminación cuando es seleccionado para participar del coro de la iglesia.
Sin embargo, Daniel logra superar la humillación y aprende a disfrutar del coro, ajeno al mandato externo. Además, participar del coro le da la oportunidad de escuchar un sermón del cura José, que le deja la enseñanza más significativa: cada hombre tiene un camino de vida que Dios le ha deparado, y la felicidad no se encuentra en las grandes o ambiciosas hazañas, como su padre le indica, sino en ajustarse a ese camino.
Daniel entiende así que su camino está en el valle y ve con claridad que él y la Uca-uca se parecen más de lo pensado, en la medida en que ambos deben acatar el mandato paterno. Esta certeza lo acerca a la niña y diluye su enamoramiento con la Mica y su estilo de vida refinado.
Una mañana, Germán tiene un accidente mientras juega en el río con sus amigos y muere. Su muerte precoz conmociona al pueblo y marca fuertemente a Daniel. Con ella, el niño aprende sobre el dolor, la finitud de la infancia y de la vida, y el paso inexorable del tiempo. Con el recuerdo del funeral de Germán, Daniel concluye la reconstrucción de su infancia.
Amanece y Daniel no ha logrado dormir en toda la noche. De pronto escucha que tocan a su ventana: es la Uca-uca, que viene a despedirse de él. Luego de decirle que no la olvidará, Daniel se refugia en su habitación y, por primera vez, ajeno a las miradas de Roque, se permite llorar.