Resumen
Sección 1
El narrador confiesa que regresar a las casas donde ha vivido lo atrae de manera irresistible. Así, recuerda su primer apartamento, en un edificio de piedra arenisca en la ciudad de Nueva York. Era una habitación oscura, pero tenía todo lo necesario para que él pudiera convertirse en el escritor que deseaba ser. El narrador revela que el recuerdo sobre su vecina Holly Golightly fue motivado por una llamada telefónica de Joe Bell, el dueño de un bar cercano al edificio. Si bien hace años que no se ve con Bell, supone que el hombre lo contactó para hablar de Holly. A pesar de la tormenta, el narrador se toma un taxi y se dirige al bar en donde lo espera Joe. Luego de prepararle una bebida, Bell le pregunta si recuerda a I. Y. Yunioshi, un hombre japonés. El narrador asiente, se trata de un fotógrafo, vecino suyo y de Holly, que había recorrido África durante dos años. Frente a esta respuesta, Joe le da un sobre con tres fotografías en las que hombres africanos muestran una rara talla de una cabeza de una muchacha. El narrador reconoce que es un fiel reflejo de Holly Golightly.
Con esta revelación, Joe cuenta la historia sobre esta talla tal como se la contó Yunioshi. Viajando por África, el hombre japonés fue impresionado por un excelente escultor. Al pedirle ver más trabajos, reconoció la cara de Holly en esa talla de madera. A pesar de que le ofreció mucho dinero, el hombre se negó a vendérsela, pero accedió a contarle la historia sobre esa muchacha. La talla era la representación de una joven muchacha blanca que había aparecido por la aldea repentinamente, junto con dos hombres. Luego de unas semanas, había desaparecido de manera abrupta.
Joe y el narrador especulan sobre la veracidad de esta historia; el narrador afirma que la historia es falsa, que Holly seguramente siga en Nueva York, muerta, encerrada en un manicomio o casada y retirada. Joe no coincide con esta observación, y agrega que si ella estuviera en la ciudad, la hubiera visto, ya que lleva años con la esperanza de encontrarse con ella. Sorprendido, el narrador comenta que no sabía que él estaba tan enamorado de ella; Joe confiesa que si bien la amaba, no era en un sentido sexual.
Finalmente, el narrador se va del bar y camina a lo largo de la calle donde estaba su casa. Nota que la propiedad fue renovada con una nueva puerta y elegantes postigos en las ventanas. Al ver los buzones del correo, confirma que solo uno de los antiguos vecinos, Sapphia Spanella, sigue en el edificio, y recuerda que notó por primera vez la existencia de Holly Golightly al ver su buzón.
Sección 2
El narrador cuenta que ya llevaba viviendo una semana en la casa cuando notó una curiosa tarjeta en el buzón correspondiente al apartamento dos. En letras de imprenta decía: “Miss Holiday Golightly, de viaje”. Una noche a la madrugada, se despertó por los gritos del señor Yunoshi discutiendo con una joven muchacha que le había tocado el timbre para que le abriera la puerta, ya que había perdido su propia llave. Finalmente, aplacó al hombre con la promesa de que se sacaría esas fotos de las que habían hablado.
El narrador se asomó al rellano de la escalera para ver a la muchacha; era una chica flaca, de boca grande y nariz respingada. Llevaba un collar de perlas, un vestido negro y gafas de sol; su apariencia joven dejaba ver que tenía unos 18 años. Detrás de ella, la seguía un hombre bajo y ancho que intentaba besarla. Finalmente, al llegar a la puerta del departamento, Holly se despidió de él, agradeciéndole por haberla acompañado, y lo llamó “Harry”. El hombre, que decía llamarse Sid Arbuck, le pidió entrar, ya que sabía que le gustaba. Aunque amenazó con romper la puerta, finalmente se largó. Al llegar a la planta baja, la chica abrió la puerta de su apartamento para reprocharle que le había dado poco dinero.
Sección 3
Holly cumplió con su promesa y dejó de tocar el timbre de Yunioshi. En cambio, decidió despertar al narrador cada vez que perdía las llaves, hecho que ocurría con frecuencia. Sin embargo, más allá de estos cruces, el narrador y Holly no se hablaban. A veces se encontraba con ella en la ciudad; una vez, ella estaba en un restaurante, rodeada de hombres mayores y, en otra ocasión, bailando con oficiales en la puerta de un bar.
Si bien Golightly ignoraba la existencia del narrador, el protagonista inspeccionaba la basura de la muchacha para conocer un poco más sobre ella. Así, descubrió que era una lectora empedernida de revistas de chismes, anuncios de viajes y cartas astrológicas, que fumaba unos exóticos cigarrillos de marca Picayunes y que recibía numerosas cartas de amor. También supo que tenía un gato y tocaba en la guitarra diferentes melodías; algunas de ellas sugerían que Holly no era una chica de ciudad.
Una noche de septiembre, Holly golpeó la ventana del narrador para contarle que en su apartamento estaba el hombre más espantoso que, borracho, le había mordido el hombro. Ya parada en la habitación del narrador, le dijo que lo llamará Fred, porque le recuerda a su hermano del mismo nombre. El narrador le contó que era un escritor; Holly le respondió que pensaba que todos los escritores eran viejos. Además, le reveló que ella se entrenó para que le gustaran los hombres maduros. Cuando el narrador le admitió que todavía nadie había comprado ninguno de sus textos, Holly le respondió que lo ayudaría a hacerlo, gracias a las conexiones sociales que poseía.
Luego de haberle preparado una bebida, el narrador le leyó su cuento más reciente. El juicio de Holly, implacable, sostuvo que la historia era aburrida, y que los cuentos de lesbianas la aburrían. Desmotivado, el narrador no pudo responderle que la historia no era sobre lesbianas y comenzó a ver a Holly como una chica superficial, sin cerebro. La muchacha aprovechó este tema para preguntarle si conocía a alguna compañera de habitación homosexual, ya que son magníficas amas de casa. Además, agregó que ella también era un poco lesbiana.
Al descubrir que ya eran las cuatro y media de la mañana, Holly se alteró y le comentó al narrador que todos los jueves ella tomaba el tren para ir a la prisión de Sing Sing. Así, confesó que visitaba a Sally Tomato, un famoso gánster. Si bien Sally nunca fue amante de Holly, la admiraba a la distancia y había arreglado que ella lo fuera a ver durante su estadía en la cárcel. Su abogado, el señor O'Shaughnessy, le pagaba $100 por semana por sus servicios. Sin embargo, para poder verlo, ella debía fingir ser su sobrina y pasarle al abogado el “informe del tiempo” para que este corrobore que la visita tuvo lugar.
Si bien el narrador expresó preocupación sobre este arreglo, Holly le respondió que no se preocupara, ya que hacía mucho tiempo que había aprendido a cuidarse. Se acostó junto a él en la cama y le pidió que se durmiera, sin embargo, él se mantuvo despierto. De repente, Holly comenzó a llorar y, cuando el narrador le preguntó los motivos, ella se apartó bruscamente y se retiró de la habitación, argumentando que odiaba a los fisgones.
Análisis
En estos capítulos, los lectores conocemos que la historia que quiere contar el narrador es, ante todo, sus andanzas con Holly Golightly. La narración se nos presenta en la forma de un relato enmarcado. Esta técnica consiste en la inclusión de uno o varios relatos dentro de una narración principal; así, en Desayuno en Tiffany's, la historia del narrador es contada desde un presente diez años posterior. El presente funciona como el relato marco; es una historia que enmarca, justamente, los hechos centrales de la novela: el vínculo entre Holly y el narrador. Este gesto presenta un primer distanciamiento con la historia de la muchacha; no accedemos directamente a las vivencias del protagonista con su particular vecina, sino que leemos a partir de los recuerdos que el narrador sin nombre tiene de ella. Esta estructura se complejiza más cuando descubrimos que el dueño del bar, Joe Bell, tiene una nueva historia sobre Holly que, a su vez, fue contada por Yunioshi a partir del relato del tallador africano. En este punto, la novela se construye en torno a estas historias contadas por otros.
Al presentar a Holly de una forma tan indirecta, Capote llama nuestra atención sobre la naturaleza misteriosa y enigmática de la muchacha. El uso de un marco narrativo potencia esta lectura sobre la muchacha, ya que la convierte literalmente en un rumor que no puede ser desechado pero tampoco confirmado. Además, el interés que manifiestan el narrador, Joe Bell, Yunioshi y el escultor africano sobre el destino de Holly exhibe el poderío que la muchacha ejerce sobre los hombres; así como el artista africano se niega a vender la figura de Holly, el narrador está dispuesto a atravesar la ciudad “bajo una lluvia torrencial de octubre” (p. 11) frente a la remota posibilidad de saber algo nuevo sobre la muchacha, después de años de ausencia. En este sentido, aunque el paso del tiempo haya convertido a Holly en un rumor, mantiene un fuerte lugar en los deseos y sueños de los hombres con los que se ha cruzado en su vida, aun durante breves períodos de tiempo.
Esta fusión entre seducción y misterio convoca al narrador desde el primer momento. En este punto, la primera vez que el personaje nota la existencia de Holly es a partir de la tarjeta que la muchacha tiene en el buzón de su departamento. Una vez más, el narrador accede a información sobre la protagonista de manera indirecta, a partir del mensaje personal que llama su atención. “«Miss Holiday Golightly, de viaje»” (p. 19). En el idioma original, el nombre de la muchacha sugiere su naturaleza poco convencional porque “Holiday” significa feriado, vacación. En este sentido, su nombre remite a un momento de la vida que en el que se descansa de la jornada laboral; esto sugiere que, de alguna manera, Holly rechaza la ética del trabajo, tan valorada durante el capitalismo del siglo XX en los Estados Unidos y abraza una vida que, bajo estas leyes, se revela como improductiva.
Por otra parte, el apellido "Golightly" está compuesto por dos palabras en inglés: “go”, que significa “ir” y "lightly", que se traduce como “livianamente, de manera liviana”. Estos términos reflejan su tendencia de cambiar de ciudad, estilos de vida e identidades sin pensarlo demasiado. Así, los lectores entendemos que es verosímil que haya sido efectivamente Holly la musa inspiradora del artesano africano. Esta mirada aventurera del mundo queda aún más a la luz a partir del “de viaje” que está luego de su nombre. Ese espacio, que suele estar ocupado por la ocupación o la profesión del dueño del departamento, subraya el nomadismo de Holly, en tanto su presencia será siempre temporal.
El tópico del viaje reaparece en la letra de una de las canciones que Holly canta desde su balcón: “No quiero dormir,/ no quiero morir,/solo quiero viajar/por las praderas del cielo” (p. 26) En la canción, el viaje es presentado como una alternativa a la muerte; en este punto, la tarjeta del buzón sugiere que, para Holly, viajar es una forma de escapar de la banalidad de la rutina y de una existencia que se parece demasiado a estar muerto en vida.
Luego de esta primera aproximación, el narrador se dedica a observar estas características de Holly de manera minuciosa. Así, la fascinación por la muchacha lo hace tomar decisiones cuestionables como mirar su basura y descubrir “que sus lecturas ordinarias consistían en revistas chismográficas, anuncios de viajes y cartas astrológicas” (p. 25). También le llama la atención la cantidad de “cartas urgentes” (p. 25) que la protagonista se dedica a romper; todas parecen ser de amantes o amores no correspondidos, a los que ella ignora. Una vez más, la muchacha parece ejercer una fuerte seducción en los hombres que se ven atraídos aun cuando ella no corresponde este sentimiento amoroso.
La idea de la seducción consolida al personaje de Holly como central en la novela, ya que el mismo narrador decide contar su historia porque le atrae más que contar sus propias peripecias. En este sentido, podemos afirmar que el narrador es un mirón, un personaje que toma una actitud pasiva con respecto a su propia vida, ya que parece más interesado en observar a Holly con todas sus peculiaridades antes que vivir de manera plena su propia existencia. Además, nunca se revela el nombre del narrador, excepto para Holly que lo nombra Fred, en honor a su hermano. En este punto, la identidad del hombre es otorgada a partir de un comentario de la muchacha; antes de ella, no tiene nombre, es anónimo, uno más del montón.
Las observaciones del narrador sobre Holly revelan que muchas de sus características distintivas son productos de una reflexión consciente sobre su imagen y su cuerpo. Así, en la basura reconoce que la muchacha “vivía de queso fresco y tostadas” (p. 25), lo que sugiere que su esbelta figura es producto de una dieta restringida y “que su pelo multicolor era producto natural” (p. 25). Al verla cantar en su balcón, ciertas melodías “le hacían preguntarse a uno dónde diablos las habría aprendido y de qué tierra habría venido” (p. 25). En este punto, el narrador permite entrever que la identidad de Holly está construida artificialmente a partir de sus consumos y gustos; también deja entrever que, detrás de esa fachada, se esconde otra Holly, enigmática y lejana.
Cuando, finalmente, el narrador logra entablar un diálogo con Holly, confirma que la muchacha vive del dinero que sus admiradores masculinos pagan por sus servicios. Si bien nunca se explicita que se limite únicamente al trabajo sexual, queda claro que cobra por acompañar a hombres adinerados a restaurantes y eventos de la distinguida Nueva York. En este punto, el hecho de visitar a Sally Tomato a la cárcel de Sing Sing y “cobrar cien dólares semanales” (p. 36) aparece como el único compromiso laboral que tiene Holly, que cumple de manera rigurosa. Este trabajo no convencional, menos aún para los parámetros y expectativas que deben seguir las mujeres a mediados del siglo XX consolidan la mirada de una protagonista capaz de romper los prejuicios asignados al género femenino. Esto se refuerza cuando confiesa ser “un poco lesbiana” (p. 32); así, la posición de la protagonista expresa una visión de la sexualidad disidente y progresiva, que no se corresponde con la estricta definición de femineidad que las mujeres estadounidenses debían cumplir.
La posibilidad de vivir la identidad sexual de manera ambigua y mutable es un tema tabú para el contexto de producción de la novela; en este sentido, la escritura de Capote abre la discusión a poder vivir la sexualidad sin complejos. Así como Holly considera que todas las mujeres son un poco lesbianas, también responde a algunas características estereotípicamente masculinas: dueña de un “pelo de muchacho” (p. 21) es capaz de recorrer África a caballo y rechaza los roles asignados al género femenino, ya que se niega a “estar casada y retirada” (p. 16). En esta ambigüedad se mueve Holly, con naturalidad y sin necesidad de definirse ni de vivirlo como una situación angustiante.
La conversación entre Holly y el narrador introduce uno de los temas principales de la novela: la mercantilización del arte y de la experiencia estética. Cuando la muchacha le pregunta si es “un escritor de veras” (p. 29), él responde que depende de lo que esto significa. La respuesta de Holly exhibe su mirada sobre el arte: ella menciona a Benny Shacklett, un escritor de programas radiales conocido en el ambiente. La muchacha, capaz de construirse artificialmente como un personaje, es una mujer que vende su tiempo, su cariño, su presencia y hasta su cuerpo. En este punto, se ve a sí misma como una mercancía, alguien que puede y debe ser comprado y vendido. Desde esta perspectiva, el valor del arte tiene un precio; ser un escritor de verdad es ser alguien que debe hacer dinero con su producción artística.
Sin embargo, nadie compra lo que el narrador escribe. En este sentido, no sorprende que a Holly no le guste la historia que el hombre ha escrito; si no tiene precio, para ella tampoco tiene valor. Frente al desgano de la muchacha, el escritor se resiente y la ve como “una fachenda sin seso de ninguna clase” (p. 32). En oposición a una mirada mercantilista del arte, el narrador ve valor en un cuento que no se puede vender.
El arte como columna vertebral de la novela se ve en los mismos personajes, ya que muchos de ellos son artistas: el narrador es escritor, Yunioshi, fotógrafo y el hombre africano es escultor. Hasta Sapphia Spanella, la mujer que vive en el edificio, es cantante de ópera. Por otra parte, si bien Holly no es artista, es inspiración y sujeto de una obra de arte. En este sentido, el arte es una forma de preservar, interpretar y hasta transformar nuestras experiencias personales. Al fin y al cabo, la novela comienza cuando la escultura de Holly, fotografiada por un artista, inspira al narrador a escribir la historia de la muchacha y así explorar la relación entre ambos.