Resumen
Un joven poeta cuenta su historia al lector: nació del otro lado del océano y, desde adolescente, se sintió destinado a las luchas sociales; en su adolescencia conoció a un compañero mayor que lo introdujo a las problemáticas y los reclamos de la clase obrera. La ambición del poeta, en esa época, era la libertad humana, y por eso se puso del lado de los desheredados, los humildes y los oprimidos. Por tal motivo, el joven explica que creyó en la fuerza del odio, sin comprender la inutilidad de la violencia. Un día conoció el amor, pero eso no lo hizo olvidar el sufrimiento de los que consideraba sus hermanos de abajo, por los que siguió preocupándose. Con el pasar del tiempo, el poeta comenzó a identificarse con “los grandes caídos: Judas, Caín y Satán” (p.103), es decir, con las figuras antiheroicas de la cultura occidental. Finalmente, cruzó el océano (desde donde escribe su crónica) y continuó con sus luchas libertarias. Sin embargo, de manera repentina comprendió lo fútil de la violencia y la importancia del amor, la única potencia capaz de redimir el sufrimiento de la especie humana. Esta es la historia que cuenta el poeta, ahora esposo de una condesa auténtica, desde el cuarto modesto en el que vive en París.
Análisis
"Primavera apolínea" es una crónica que Rubén Darío dedica a los ideales de su juventud.
Como ya hemos dicho anteriormente, en el siglo XIX la crónica fue el género modernista por excelencia. Rubén Darío lo cultivó hasta la perfección en una serie de tonos, temas e inflexiones. En la sección anterior nos hemos concentrado en las crónicas de viaje hasta vislumbrar, en “Hombres y pájaros” a un Rubén Darío más preocupado por los conflictos y las miserias derivados de la modernidad. En esta sección nos enfocaremos en esa otra faceta y analizaremos la cara oculta de un tiempo de cambios sociales y culturales profundos.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la experiencia de la modernidad está caracterizada por la percepción fugaz y transitoria del tiempo y del espacio y la idea del azar que rige sobre las relaciones de causa y consecuencia. La sensibilidad moderna se construye sobre estos pilares y, entonces, el arte se convierte en un medio para eternizar la belleza fugaz de los fragmentos en constante tránsito que conforman la vida. Así, el arte intenta crear un microcosmos que pueda revelar el significado total del mundo: a través de la obra de arte concreta es posible captar y representar una realidad social fragmentaria, ambigua y contradictoria.
Teniendo en cuenta todo esto, las crónicas de Rubén Darío pueden leerse como un espacio de confrontación entre su presente y el pasado, entre la modernidad pujante y la tradición. En “Primavera apolínea”, Darío habla de las preocupaciones políticas y sociales de su juventud. En la crónica "Los miserables", que analizamos en otra sección, el artista exhibe algunas problemáticas urgentes, como la miseria urbana y la decadencia cultural. Otras problemáticas a las que Rubén Darío presta mucha atención en sus textos son la mercantilización del arte y el poder del dinero concentrado en manos de unos pocos. Los críticos del modernismo coinciden al señalar que los diversos ideales que mueven a los artistas de dicho movimiento (aunque no necesariamente se unifiquen en una ideología partidaria) pueden resumirse en “juvenilismo”, “antieconomicismo”, “latinoamericanismo”, “idealismo”, “elitismo” e “hispanismo” -asociado al “antiyanquismo”-.
"Primavera apolínea" puede considerarse una suerte de autobiografía que Rubén Darío realiza sobre su juventud. El poeta se considera a sí mismo un alma libre y rebelde que solo responde a su propia voluntad. Sin embargo, tal como lo aclara, esa primera juventud estuvo atravesada por una búsqueda de justicia social: “Mi bohemia se mezcló a las agitaciones proletarias, y aun adolescente, me juzgué determinado a rojas campañas y protestas” (p. 100).
Tal como él mismo se presenta, su espíritu de poeta se siente atraído hacia las luchas sociales: “el destino de las muchedumbres, enigma fue para mí, tema y obsesión” (p. 100). Al mismo tiempo, Darío reconoce un llamado superior hacia el goce estético, que lo impulsa a convertirse en artista: “Mi derrotero iba siempre hacia el azul” (p. 101). El azul, para el autor, es el símbolo del arte y del ensueño y, luego, el color que le otorga al modernismo como movimiento estético y como forma de vida. Así, antes que las luchas sociales se impone la necesidad subjetiva de encontrar belleza en el mundo: “Mi rebeldía iba coronada de flores” (p. 101).
Darío no se preocupa por lo material -ámbito de la mediocridad burguesa-, sino por enaltecer las virtudes singulares del espíritu, y de allí nace una nueva forma de comprender la aristocracia del artista. La naturaleza del arte radica en el hecho de ser una expresión íntima de una subjetividad refinada, que el autor cultiva y convierte en la principal característica de su yo poético.
Al final de esta crónica, Darío confiesa que el amor se presenta en su vida como la única potencia por la que interesarse: “Supe, más que nunca, que nuestra redención del sufrir humano está solamente en el amor (...). Que el misterio está en todos, y, sobre todo, en nosotros mismos y que puede ser de sombra y de claridad. Y que el sol, la fruta y la rosa, el diamante y el ruiseñor se tienen con amor” (p. 105). Así, entre el principio de la crónica, que pone de manifiesto las inclinaciones socialistas del joven poeta, y el final, en el que el narrador se entrega al amor y al refinamiento estético más que a cualquier lucha social, queda clara la tensión propia de los modernistas y de sus proyectos artísticos. Si bien la dimensión social es importante y puede reconocerse fácilmente en esta selección de crónicas, el interés principal del artista radica en la representación refinada de la subjetividad.