(...) la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo, su bruñido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las llamas de dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés. El doctor enderezaba hacia mí sus grandes gestos y sus sabias palabras.
En esta descripción, el lector comprende la admiración que el narrador siente por el Doctor Z, un erudito de edad avanzada que impresiona a los jóvenes que lo rodean. A su vez, la superposición entre la cabeza del Doctor Z y las llamas reflejadas refuerzan la idea de que se trata de un ser iluminado, que posee grandes conocimientos, y por eso el narrador lo compara con Moisés, el profeta del Antiguo Testamento que recibió los Diez Mandamientos directamente de Dios.
Un ejemplo será la aparición del cometa de 1557, que no duró sino un cuarto de hora, y que anunció sucesos terribles. Signos en el cielo, desgracias en la tierra. Mi abuelo habla de ese cometa que él vio en su infancia y que era enorme, de un color sangriento, que en su extremidad se tornaba del color del azafrán.
En esta cita, M. Wolfhart relata cuando su abuelo avistó un cometa que proclamaba terribles presagios. De esta forma, introduce al narrador en la vida mística de sus antecesores, quienes consideraban que existía toda una realidad oculta al ojo promedio y a la experiencia cotidiana.
— «Madame, le dije, madame...» Había comenzado a caer como una vaga bruma, llena de humedad y de frío, y el fulgor de las luces de la plaza aparecía como diluido y fantasmal.
El narrador sigue por la calle a la mujer que momentos antes conoció en la fiesta. En este apartado, se evidencia un cambio de atmósfera que anuncia al lector que algo extraño está por suceder. Efectivamente, luego de este pasaje, el narrador comienza a tener oscuras y tétricas visiones de personajes decapitados.
Fray Pedro de la Pasión era un espíritu perturbado por el maligno espíritu que infunde el ansia de saber.
En esta cita, en la que se presenta a Fray Pedro, el narrador de la historia anticipa la naturaleza del conflicto que va a desarrollarse. Con esta frase introductoria, el lector puede comprender que la espiritualidad de Fray Pedro va a estar en tensión con su dimensión racional y con su interés en los avances científicos de la modernidad.
Era el país de oro y seda, y en el aire fino como de cristal volaban las cigüeñas, y se esponjaban los crisantemos del biombo. Los cerezos florecían, y entre sus ramas alegres se divisaba un monte azul. Una rana de madera labrada era igual a las ranas del pantano. Sobre la laca negra corría un arroyo dorado.
En esta cita, abundante en recursos literarios, el narrador hace una descripción de ensueño del Japón antiguo y se focaliza en la comunión de los seres humanos con la naturaleza. Así, la rana de madera no se distingue de la del pantano, y los crisantemos del biombo se esponjan como las flores reales.
Y veo, en un país lejano, una vieja ciudad de gentes sencillas, en donde Jerusalén habría encontrado ejemplares de sus perfectos pescadores. Sobre los techos de tejas arábigas de las casas bajas pasa un vuelo vencedor en la mañana del Domingo de Ramos: la salutación y el llamamiento que cantan las grandes campanas de la Catedral en que duermen los huesos de los obispos españoles. El alba ha encontrado la calle principal decorada de arcos de colores y alfombrada de alfombras floridas; en esas alfombras, tosco artista ha dibujado aves simbólicas, grecas, franjas y encajes, plantas y ramos de una caprichosa flora. La policromía del suelo fórmanla tintes fuertes y vivos: maderas de las selvas nativas, rosas para el rosal, hojas frescas para los verdes, y, para el blanco maíz que el fuego reventó la noche anterior, cuando a los granos trepitantes acompañaron alegres canciones.
Esta cita es un ejemplo de las refinadas descripciones que caracterizan el estilo modernista de Rubén Darío. El fragmento presenta una ciudad, con sus construcciones y sus pobladores, en la que se realiza una procesión por el Domingo de Ramos. El narrador se detiene en las calles y observa en detalle las ornamentaciones propias de la festividad. A las imágenes visuales de las flores dibujadas sobre la alfombra se suman las imágenes auditivas que recrean el festejo nocturno.
Va uno por los bulevares, y ve pintada en la mayor parte de los rostros con que se encuentra, la codicia, la ferocidad, la vanidad y la lujuria...
En este apartado, el narrador manifiesta el carácter oscuro y decadente de París. Para él, la sociedad moderna está corrompida y desmoralizada. A estas percepciones negativas se le oponen las imágenes de las personas que, en las plazas y los parques, alimentan desinteresadamente a los pájaros. Así, queda ilustrada la tensión que le produce al artista la sociedad en la que vive.
Por la calle del Faubourg Montmartre y de Notre-Dame-de-Lorette, asciende todas las noches una procesión de fiesteros, tanto cosmopolitas como parisienses, afectos al Molino-Rojo y a las noches blancas.
En esta cita, el narrador describe la vida nocturna y cosmopolita de París. Menciona las calles por las cuales los fiesteros, locales y de cualquier parte del mundo, se dirigen a los cabarets para entregarse a los excesos de la vida nocturna.
A tu isla solemne ¡oh, Boeklin!, va la reina Bestabé, pálida. Va también, con un manto de duelo, la esposa de Mausoleo, que pone cenizas en el vino. Va Hécuba, y ¡horrible trance! va silenciosa, mordiendo su aullido, clavando sus dedos en los dolorosos, maternales pechos. Va Venus, sobre la concha tirada por las blancas palomas, por ver si vaga gimiendo la sombra de Adonis.
En esta cita, el narrador se dirige expresamente a Böcklin, el autor del cuadro homónimo que inspira el poema, para decirle quién es esa mujer que se aproxima a la isla en la barca. Así, nombra una serie de mujeres que van de luto a la isla a visitar a sus fallecidos: Bestabé -una de las esposas del Rey David según el Antiguo Testamento-, Artemisa II -la esposa de Mausoleo, el rey de Caria, quien lloró la muerte de su esposo y mandó a construir el Mausoleo de Halicarnaso en su honor-, Hécuba -reina de Troya en la mitología griega- y Venus, la diosa del amor según la mitología romana.
La Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada, más afamada. —Amaba a Ana Blas, galán asaz cabal, tal amaba Chactas a Átala.
En esta cita se puede apreciar la utilización, en todas las palabras, tan solo de la vocal "a", premisa que se mantiene a lo largo de todo el cuento. También se encuentra una referencia a la novela Atala, de François-René de Chateaubriand, de la cual se utiliza el amor prodigado entre sus protagonistas, Átala y Chactas, para dimensionar el que existe entre Ana y Blas.