...y no se lo tragó la tierra, de Tomás Rivera, es una novela atípica. De hecho, es posible que hasta el penúltimo relato el lector no la conciba como perteneciente a este género, sino como una compilación de historias breves, solo relacionadas entre sí por la temática vinculada con la vida de los inmigrantes rurales mexicanos, conocidos como chicanos, en el sur de Estados Unidos en la década del 50. Así, incluso, ha sido considerada así por ciertos críticos. Al llegar al último capítulo, sin embargo, el primero se resignifica, encontrando un sentido de unidad todos los demás e inscribiendo a este inusual texto dentro del género novelístico. Es entonces cuando se comprende que el primer relato y el último son el marco de una historia constituida por doce relatos titulados y trece pequeñas anécdotas o viñetas más breves, sin título, que aparecen entre ellos. Que sean doce los relatos con título es significativo, dado que cada uno de ellos podría corresponderse con cada uno de los meses de un año en la vida del protagonista. Es decir que simbólicamente se estaría reconstruyendo, relato a relato, ese lapso de tiempo que, al principio de la novela, se menciona como año perdido y, al final, como uno encontrado por el protagonista.
La acción comienza con el relato “El año perdido”, que muestra a un joven muy angustiado y atemorizado ante las voces que cree escuchar y la realidad que lo rodea. Tiene la extraña sensación de no poder ordenar sus confusos pensamientos y recuerdos, así como poner en palabras sus experiencias del último año. Tras esta introducción, comienza la seguidilla intercalada de viñetas, generalmente de un párrafo de longitud, y capítulos titulados, cuya extensión varía entre las dos y ocho páginas. El narrador en tercera persona que abre la novela, aunque recurrente, no se mantiene en todos los textos que componen la obra: hay algunos en primera persona, bajo la forma del monólogo interior o la del narrador testigo, y otros que están constituidos solamente por diálogos.
En estas veinticinco breves historias, que aparecen entre el primero y el último de los capítulos, se van sucediendo diversas experiencias de habitantes chicanos del sur de Estados Unidos. Migrantes de origen mexicano que están allí para trabajar en las cosechas y lograr un sustento y bienestar económico. Los protagonistas de estos relatos sufren, en carne propia, la pobreza, la discriminación y la violencia a las que son sometidos sistemáticamente en su nuevo lugar de residencia. Intentan adaptarse a esa nueva vida sin abandonar sus costumbres, cultura y lengua, elementos idiosincráticos que se ven reflejados en cada una de sus experiencias.
Los temas abordados son múltiples: historias sobre las condiciones precarias en las que llegan al país; la recepción a los niños chicanos en las escuelas públicas; las creencias religiosas y sus rituales; el trato deshumanizado que ejercen los patrones sobre los jornaleros; el trabajo infantil; las necesidades y carencias de cuidado que padecen los niños, debido a la búsqueda desesperada de sus padres de poder llevarles un plato de comida a la mesa y proporcionarles un sitio para vivir.
La novela termina con el relato titulado “Debajo de la casa”, en el que el angustiado niño protagonista del primer texto logra encontrar un lugar para esconderse, estar solo y tranquilo y, por fin, acomodar sus pensamientos. Allí, entre la tierra y las pulgas que están abajo de la casa de unos vecinos, recuerda, una tras otra, todas las historias que se han ido relatando en los diferentes capítulos. Es, por tanto, este momento en el que la novela cobra sentido como totalidad y se descubre que él, su familia y sus vecinos son los protagonistas de esos relatos. De esta forma, por fin, consigue ordenar un año cargado de tantas experiencias que, al principio, tan caótico. Al poder poner en palabras sus ideas y experiencias, el muchacho se apropia y afirma su identidad chicana.